Podría ser un guión de Daniel Burman. Uno que arranca en Once en 1987, en el subsuelo en que Deby hacía los trabajos administrativos del local de marroquinería de sus padres, el mismo subsuelo en el que muchos mediodías se escondía de Samuel por la vergüenza que le daba que le hablara cada vez de su nieto Ariel, que vivía en Concordia.
En su visita diaria para repartir las viandas de comida judía que preparaba su mujer, Samuel era implacable: algo en el brillo de los ojos de esa chica y en la dedicación que le ponía al negocio familiar aunque apenas acababa de terminar la secundaria, le hacía pensar que era la compañera ideal para su Ari. Y la cosa no terminaba en un simple comentario, le llevaba álbumes de fotos, le contaba historias y logros del nieto; “insistía mucho, no un poquito”, dice ahora ella a Infobae.
Pero Deby estaba de novia y no tenía mayor interés en el asunto, además ese chico vivía lejos, no tenía sentido. Trataba de ser amable, le agradecía, y huía despavorida a la oficina del subsuelo. A veces, cuando lo escuchaba llegar y estaba abajo, le pedía por favor a su padre que le encargara la comida pero no le dijera que estaba en el local, de la vergüenza que le daba tener que decirle otra vez: “No, Samuel, muchas gracias. Me halaga mucho, pero no”.
La cosa es que Samuel dejó de ir al negocio y al tiempo la familia de Deby supo el por qué: había enfermado gravemente y murió a los pocos meses. Cuando tomó su lugar Angelita, su viuda, el tema quedó en el olvido. Angelita fue testigo del shock familiar cuando Deby quedó embarazada con 24 años. Era una relación casual, pero la chica estaba decidida a seguir adelante con el embarazo. Así que Angelita vio cómo se le abultaba la panza y hasta tuvo a Tomy en brazos cuando era un recién nacido. No sabía que ese bebé chiquito que le sonreía y se dejaba arrullar por ella un día sería su bisnieto.
La hija de Angelita se había mudado a Entre Ríos a mediados de los 60, cuando se enamoró del padre de Ariel, así que él nació y creció en Concordia. A los 31 años había logrado armarse bastante económicamente gracias a una pequeña tienda de ropa de hombre que puso en el centro de la ciudad y decidió expandirse a Buenos Aires. Entonces desembarcó en el Once de sus abuelos y sumó un local de bijouterie. Como mantenía su negocio en la provincia, iba y venía a la Capital con el plan de instalarse definitivamente. Había tenido varias novias, pero nunca se había enamorado realmente. Había una raíz cultural y una mirada del mundo que le decían que iba a ser distinto con una chica de la colectividad.
La última semana del 2000 lo agarró en Concordia, con las ventas de Navidad. Una tarde, a la hora de la siesta abrió el programa de mensajería online que era furor en la época. En inglés, el chat de ICQ se pronunciaba “I seek you”, que significa “te busco”, así que Ariel buscó marcando casilleros de un cuestionario con opciones múltiples: que sea mujer, morocha, de entre 25 y 35 años y de origen hebreo. A continuación vio una lista de casi 500 mujeres que respondían a su búsqueda. Había de otros países y de varias ciudades. Pero hizo click sobre el nombre de una chica de Buenos Aires: “Hola Deby, Shalom”, escribió.
Ese sábado, Deby había discutido con sus padres y por eso se quedó en su casa con Tomás en vez de ir al club con la familia como todos los fines de semana. Su hijo estaba por cumplir cuatro años y ya no demandaba atención absoluta, así que le pidió a una amiga una contraseña de Internet para entretenerse un rato. Era un diciembre caluroso y estaba aburrida. Abrió el ICQ y respondió: “Hola, Ariel, Shalom”.
Te puede interesar: Se enamoraron en la adolescencia y, al reencontrarse, un embarazo lo cambió todo
Ariel dice que sintió que algo iba a pasar desde ese primer saludo. Se escribieron durante horas hasta que decidieron pasarse los números de teléfono. La llamó desde su casa a las once de la noche y hablaron hasta que se hizo de día. Para la mañana, sólo tenía una idea en la cabeza: tenía que viajar a conocerla. Pero no podía, porque era una de las épocas del año de más ventas.
Con el correr de los días, fue creciendo la ilusión y el tono de la charla. Todo les parecía fácil, como si ya se conocieran. Con algo de miedo, Deby le contó que tenía un hijo. Era la prueba de fuego: si no los quería a los dos, no tenía sentido seguir hablando. Pero escucharla contar cómo había luchado por tenerlo y criarlo sola, lo enamoró más todavía. Ariel sabía que Deby había sufrido, pero también que era una mujer fuerte.
El 4 de enero de 2001, cuando pasó a buscar a Deby por su departamento, ni siquiera se dijeron hola. “Nos comimos la boca, estuvimos como veinte minutos besándonos –dice él–. Esa noche dormimos juntos y nunca más nos separamos”. A la mañana siguiente, cuando la dejó en su casa, los dos ya tenían algo claro: querían estar juntos para siempre.
Por eso fue natural también que Deby le presentara a Tomy ese mismo día: “Cuando llegamos, él estaba bajando con mi mamá para tomar la combi que lo llevaba al jardín, así que aproveché y les dije: ‘Tomás, este es Ariel; Ariel, Tomás’. Era tan chiquito que se escondió atrás mío”, cuenta. No hubo dudas: desde el primer momento, Ariel sintió que lo quería como a un hijo, y desde el primer momento lo fue. La segunda salida fue de a tres. Ariel le llevó un regalo a Tomy y fueron en auto a tomar algo. “Obviamente llevó un tiempito hasta que él tomó confianza conmigo y yo me adapté a su forma de ser, pero fue un tiempito muy corto. Casi como si ya nos conociéramos también”, dice él.
Te puede interesar: Era viuda y pensó que no iba a volver a enamorarse hasta que recibió un mensaje de un amigo de la adolescencia
Se hubieran casado antes de no ser porque a los tres meses de conocerse, murió la madre de Ariel y decidieron respetar el duelo. Pero para entonces ya estaban viviendo los tres juntos. Fue por esos días cuando Ariel le contó a su abuela Angelita que estaba en pareja con una chica de la colectividad. “Ella se puso feliz y me abrazó. Y cuando le dije que se llamaba Débora empezó a llorar de la emoción. No le había dicho ni el apellido, que empezó a los gritos: ‘¡No! ¡No! El abuelo, tu abuelo… ¡tu abuelo los juntó desde el cielo!’. Yo no entendía nada, hacía como diez años que había fallecido mi abuelo Samuel”.
Entonces Ariel le dijo el apellido de Débora y ya no hubo dudas: “Es la chica que te tanto te quería presentar tu abuelo, ¡no sabés lo que insistió, hasta le llevaba tus fotos! ¡Fue él el que conectó los hilos para que ustedes se encontraran! ¡Yo conozco a sus papás, Ricardo y Susana! ¡La conozco a ella y me acuerdo de cuando nació Tomy, lo tuve en brazos!”, gritaba Angelita sin poder contener las lágrimas.
Ariel dejó pasar un rato hasta que asimiló la noticia y llamó a Deby todavía sobresaltado: “¿Vos te acordás de un señor que vendía viandas de comida judía en el local?”. “¡Claro, Samuel! ¿Qué pasa con Samuel?”, preguntó ella sin ocultar la sorpresa. Entonces los dos repasaron la historia sin poder creerlo. Habían pasado 13 años desde que Samuel había querido presentarlos y jamás habían sabido nada del otro, ni un dato. “Y habíamos prendido la computadora a la misma hora, en distintas ciudades; habíamos hablado horas sin tener a nadie en común –o sin saberlo–, nos habíamos enamorado sin conocernos y sin saber nada de todo esto… Las posibilidades de que pasara algo así eran tan remotas como tirar una botella al mar, y sin embargo nos encontramos. Era cuestión de creer o reventar”, dice él ahora, 22 años después.
Once meses después de la primera charla por ICQ, Deby y Ariel se casaron por civil. Ariel entró del brazo de Angelita y en la ceremonia contaron la historia de Samuel, con la misma certeza que habían tenido desde el principio: estaban destinados a estar juntos. “Los dos sentimos el click de cuando te está por cambiar la vida, y enseguida nos volvimos compañeros y súper dependientes. Empezamos a trabajar juntos en el negocio, así que pasamos casi todo el día juntos. Todavía hoy cuando me quedo en el local solo, me la paso esperando el momento de volver a casa con ella”, dice Ariel. “Obviamente a veces nos peleamos y no todo es color de rosa, pero salimos de lo común porque casi no nos despegamos y nos llevamos bien en casa y en el trabajo”, dice Deby.
Si el abuelo los había unido desde el más allá, el amor de Tomy fortaleció más la sensación de que ya eran familia: fue él el que les entregó los anillos y también firmó la libreta de casamiento y el acta de matrimonio. A los pocos meses, hicieron los trámites para que Tomy también llevara el apellido de Ariel: “Tiene mi apellido y mi corazón”, dice él. Y dos años después, cuando nació Gonzalo, su otro hijo, la familia estuvo completa. “Son 22 años juntos desde aquel ‘Hola, shalom’, pero parece toda la vida. No podemos creer en las casualidades: nos estábamos esperando, buscando desde siempre. A mí me hubiera gustado conocerla mucho antes –se ríe Ariel–, pero bueno, ¡ella no le dio bola al abuelo!”. Deby también se ríe: “Ese es su karma, y me lo va a reprochar siempre: ¡que nos perdimos tanto tiempo de este amor increíble!”
Seguir leyendo: