En julio de 2016 Juliana de 23 y Lucas de 29 años, que no se conocían, andaban por “la ciudad de los egresados” por distintos motivos. “Estaba de vacaciones en Bariloche con mi mamá, haciendo todo el recorrido de los lagos andinos, veníamos bajando de Chile para terminar en Buenos Aires”, cuenta ella que el viaje era, en parte, una excusa para recuperarse de una ruptura amorosa, “recién había terminado una relación de cuatro años y medio, y estaba en esta fase de ‘quiero conocer gente, salir, hacer cosas’, y me pintó prender Tinder”, agrega en un español teñido de portugués, “quería ver qué onda, estaba en el mood fiesta/joda”. Enseguida Lucas se cuela para rematar: “Lo que es tener una relación por Tinder”, y se ríe, “¡no estaba buscando matrimonio!”
En su travesía inversa a la del Che, la de Juliana era “la ruta del casting”. “Ya venía hablando con chicos por Tinder desde Chile, y cuando llegamos a Bariloche hago match con Lucas”, recuerda ella ante la mirada inquisidora de su novio, y aclara señalando al hombre a su lado, “con este Lucas… y con otro Lucas”.
Dispuesta a encontrarse con el otro Lucas, “que trabajaba en una estación de esquí”, tuvo que volver a colgar el vestido ante la cancelación del candidato. Práctica, como se la ve, Juliana, con la desdramatización innata de los oriundos del “país maravilhoso”, enfiló rápido para el otro chat: este Lucas. “Era mi última noche en Bariloche, dije, voy a hablar con él a ver qué onda”, que, ni lento ni perezoso, le dijo de verse ese mismo día.
Ella lo citó para la merienda en el lobby de su hotel, “Mirá, me voy a encontrar con un chico, quedate ahí en la pieza”, alertó sin mucha más data a Rafaela, su madre, que intentó frenarla, “estás re loca, ni lo conocés, cómo que te vas a encontrar con una persona en otro país que no sabés nada”, aunque la disuasión maternal no sirvió de nada.
Tomaron el café y hablaron. “No sé cómo charlamos tanto porque el español que yo tenía en esa época era insufrible”, cuenta ella, y él agrega con su característica tonada cordobesa, “nos hacíamos entender”. Para la tranquilidad de Rafaela, luego de un par de horas su hija volvió, sana y salva, a la habitación del hotel, para salir a disfrutar de su última noche en el sur junto a mamá.
Pero Lucas no quiso dejar pasar la oportunidad, “no pensé que había conocido al amor de mi vida pero me quedé en shock, atontado”. Entonces, después de caminar por la nieve 4 km de ida y vuelta, desde donde paraba hasta el hotel de “la chica de Tinder”, llegó y mandó el mensaje: “Nos tenemos que volver a ver antes de que te vayas. Avisame y tomamos algo cuando volvés de cenar”.
Lucas había aprovechado el feriado del 9 de julio para escaparse de Alta Gracia, su ciudad natal, en plan de visitar a su amigo Jeremías, un cráneo que trabajaba en el Balseiro. “Jere es clave en nuestra historia porque me había dicho, ‘vení que te voy a presentar al amor de tu vida’”, confiesa el cordobés que, con tal pretexto su amigo lo intentaba convencer de que vaya a pasar unos días, “me quería enganchar con una amiga suya”.
Ese mismo día, a la hora en que a Cenicienta se le cortó el hechizo, al parecer el hada madrina estaba ocupada en Bariloche. “A las 12 de la noche, cuando volví de cenar con mi mamá, Lucas volvió a verme al hotel. Pobre chabón, no había remise así que se vino caminando, y bueno…”, ella deja entrever que se besaron y el encantamiento se dio hasta las 3 de la mañana que tenía un vuelo a Buenos Aires, “volví a la pieza y dije, ‘má, te tengo que decir una cosa, creo que conocí el padre de mis hijos’”.
El encuentro después del encuentro
Luego del descanso, cada uno volvió a su ciudad. A Juliana le quedaba una semana de vacaciones de su trabajo en un hotel de San Pablo, entonces Lucas se atrevió y la invitó a su casa en Córdoba, “pero se lo habré dicho como algo gracioso, cero expectativa yo”, se ataja él. Sin embargo, ella se lo tomó en serio y, luego de una necesaria cumbre de amigas en la cual todos los argumentos le bajaban el pulgar - “estás loca, debe ser un serial-killer, no lo hagas”- siempre está la copada que dice eso que buscamos escuchar, “¿vos querés ver al chico ese? Andá porque después te vas a quedar pensando cómo podría haber sido. Si no tiene cara de mafioso o de que trafica gente, andá”, dijo Vivian, que funcionó como una especie de gurú al pronunciar exactamente lo único que la brasileña necesitaba oír.
El envión de Vivian se materializó, y al otro día Juliana volvía a estar en las nubes -en todos los sentidos del término- para aterrizar en suelo argentino, precisamente en la casa de un chico que había conocido hacía menos de una semana, que había visto sólo 4 horas y del cual sabía poco y nada. “Todo mal, si alguna vez cuento esta historia a nuestros hijos, nietos, sobrinos, lo que sea, les diría ‘escuchá lo que NO tenés que hacer porque es recontra peligroso’”, confiesa ella mientras él se agarra la cabeza en señal de negación. Pero algo le decía que estaba bien: Juliana se armó la mochila para un fin de semana y eligió confiar en su intuición.
Entre Argentina y Brasil
Lucas Tissot nació el 11 de junio de 1987 en Alta Gracia, Córdoba, y es el más chico de tres hermanos varones. Trabaja desde siempre en el emprendimiento familiar, el hotel Ritz ubicado en el marco serrano de la zona. “Siempre fui de estar de novio y cuando la conocí a ella (Juliana) estaba en un momento de cero relaciones, hasta que apareció”.
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Juliana Ponzio nació el 12 de febrero de 1993 en el barrio de Perdizes, San Pablo, y luego se mudó al Planalto Paulista. Sus padres se divorciaron y, desde que era muy chica, siempre vivió con su mamá, Rafaela. Se recibió de Lic. en Gestión Hotelera en su ciudad y desarrolló su carrera en varios hoteles. “En toda la época de colegio, primaria, secundaria, nunca me puse de novia, siempre era “la chica de la joda”. Justo cuando empecé la universidad, a los 18, conocí a mi primer novio, João -hoy su íntimo amigo-, estuvimos juntos por cuatro años, y ahí cuando cortamos lo conocí a Lucas”.
Lo que empezó casi sin querer siguió fluyendo en el chat, videollamadas y todo tipo de métodos para mantener una relación a distancia. A los dos meses del fin de semana exprés en Alta Gracia, Lucas se tomó un avión para visitarla. “La mayor parte de lo que nos pasó fue natural. En ese momento estaba muy ‘no quiero planear nada’”, repite la frase como un mantra y, a lo macho, reafirma, “fui también en plan vacaciones, a conocer un país, y que se dé lo que se tenga que dar”.
Así, entre idas y venidas del sur al norte, del norte al sur, sin cuestionamientos de por medio, “no es que me preguntó, ‘¿querés ser mi novia?’”, pasaron los meses y el vínculo fluyó. Tampoco se hablaba de exclusividad, “si yo iba a un boliche y me gustaba un pibe, por ahí me lo chapaba”. Hasta que a mediados de 2017 -al año de aquella nevada noche junto al Nahuel Huapi- Juliana decidió hacer un intercambio, “voy, me quedo con él un rato, aprovecho y tomo clases de español”. Y así sucedió.
Fueron tres meses de convivencia en la casa de Lucas donde, sin decirlo, quedó instalada la pareja. La convivencia funcionó pero luego de tres meses ella tuvo que volver a Brasil, y las cabezas de ambos comenzaron a hacer de las suyas. Mientras ella en su interior planificaba cómo mudarse definitivamente a Córdoba, inconscientemente, él iba asumiendo una responsabilidad que no sabía si estaba preparado para tomar. “Era más fácil que yo venga a vivir a Argentina que para él en Brasil porque Lucas trabaja en el negocio de la familia, y yo podía encontrar un empleo acá. Entonces pasamos de nada, a novios, a vamos a vivir juntos…”, risas.
En marzo de 2018 fue la siguiente visita: esta vez le tocó al cordobés cruzar la frontera… “pero, algo no estaba muy bien ahí, así que todo terminó en que no vine (a Argentina), y cortamos”, sorprende ella con el relato. Enseguida él quiere aportar su versión de la historia, “para mí estábamos bien así; nunca lo tomé como una posibilidad real de estar juntos porque yo el hotel no me lo puedo llevar a ningún lado -se refiere a su trabajo-, así que dije ‘no hay chance’. La verdad no lo tomaba como algo serio y cuando ella me planteó venir para acá…”, se tira para atrás como dándole más énfasis a la presión que sintió, y lanza, “uff… es un montón, me cagué hasta el pecho mal y dije, ‘no, me parece que no estamos en la misma’. Ella ya estaba proyectando cosas -hace un movimiento de rueda con la mano en torno a su cabeza- que yo no”.
Lo que siguió fue el clásico enfriamiento de la relación, sobre todo de parte de Lucas, aunque Juliana reconoce, “el problema que surge cuando las cosas no se hablan: yo tenía una idea de cómo íbamos y él otra”. Hasta que por fin él asume, “yo no quería tener responsabilidad de nada básicamente”, habla de lo que significaba que una mujer se mudara de país por él, “no quería tener ese peso”, aunque como suele suceder, con los años, la madurez y el diario del lunes, hoy dice, “ahora lo pienso y digo, se toma un avión y se vuelve, tampoco es el fin del mundo. Pero no pensaba así, estaba en un momento que quería desformalizar toda mi vida y ella al revés, quería formalizar porque necesitaba decirle a los padres ‘che, esto va en serio, es algo formal’”. Pero como el timing lo es todo, Juliana y Lucas cortaron.
La camiseta no se mancha
Fueron meses tristes, sobre todo para ella que no fue quien tomó la decisión de dejarse. Aunque con 25 años, sabía que iba a tener mil oportunidades más y toda una vida para volver a enamorarse. Además, los años mundialistas son alegres de por sí, y si sos brasilero o argentino mucho más: en el 2018 el foco estaba puesto en el Mundial de Rusia.
“Había mensajes tranquis con ‘hola’, ‘cómo estás’, para saludarnos pero me acuerdo perfectamente cuándo fue que se cortó todo definitivamente”, dice él señalando con su dedo índice, como quien indica una traición que jamás va a olvidar, “el día que quedó eliminada Argentina del Mundial”, y continúa concentrado. “La despechada absoluta se saca una foto con la remera de Brasil y pone en sus historias de Instagram algo de Argentina, y yo lo interpreté muy mal”, cuenta Lucas, todavía resentido, mientras ella no puede más de la risa, y apunta: “Me acuerdo de eso: estaba en una fiesta del Mundial en Brasil y subí en stories la foto con la canción de ‘Messi Ciao’ que habían inventado”, recuerda Juliana. Lucas no puede aguantar a meterse, “a mí me dio mucha bronca y la eliminé de todos lados”, y arremete con la rabia de aquel momento, “fue una cargada futbolera, fue un palo, no es que yo me inventé algo… era para mí el mensaje”. Entonces por fin ella reconoce la jugada que le podría haber valido su futuro, “fue ciento por ciento despecho”.
Ya sin ningún contacto entre la ex pareja, Rafaela tuvo que convencer a su hija de que no se tomara el primer avión a Alta Gracia -aprovechando que Lucas estaba en Rusia- y mover la última ficha que le quedaba: “De los tres meses que había vivido en su casa, todavía conservaba la llave, entonces quería ir y robarle a Totín mientras él no estaba”, en parte porque se había encariñado con el perro pero también a modo de venganza.
Una voz en el teléfono
Argentina y Brasil quedaron eliminados, Francia ganó la copa, y el mundo continuó. El 12 de septiembre de ese mismo año los Tissot celebraban el cumpleaños de Stella, la mamá de Lucas. Juliana, que le había tomado cariño durante su estancia en las sierras, le mandó un audio de felicidades. Como buen hijo menor, él estaba haciendo el asado, cuando de repente a lo lejos, “escuché la voz de ella y algo me tocó”. No sólo se le movió el piso y la estantería sino que también la configuración del celular: la desbloqueó de todos lados, “y ahí empezó a mandarme mensajes de nuevo. Y yo seguía medio despechada así que le dije, ‘mirá si querés volver, vení a Brasil, pedime perdón, hacé la tuya y hablamos pero cara a cara”, sonríe Juliana. “¡Me puso un ultimátum!”
Entonces en enero de 2019 el cordobés viajó a San Pablo y, charla de por medio, decidieron volver como pareja, “pero no con la expectativa de vivir juntos”, sino más como habían empezado en el 2016, visitándose cada dos meses el uno al otro. Hasta que en 2020 ya se sentían consolidados y Lucas le pidió que se mudara con él, “me la jugué; me costó convencerla porque ella quería irse a otro país para que los dos hiciéramos el mismo esfuerzo”. Finalmente logró persuadirla pero llegó lo inesperado: la pandemia.
Los novios estuvieron sin verse hasta octubre de 2021, “un año y medio sin dormir juntos”, se lamentan al unísono. Tanto se extrañaban que averiguaron para casarse a distancia, que era la única forma que tenían de que ella entrara al país, pero era muy complicado, a nivel económico y burocrático.
“El reencuentro fue fuerte porque cuando dijimos ‘okey, vamos a vivir juntos’ y no pudimos se hizo duro”, se sincera él sobre esos dos años sin verse. “Cuando llegué fue un alivio y creo que sufrimos tanto en pandemia que apenas nos vimos dijimos, ‘ya está, vamos a hacer nuestra vida juntos para siempre’”, declara ella y él se suma, “íbamos juntos al súper y estábamos chochos, y hasta hoy disfrutamos de las cosas más sencillas”.
Los astros se alinearon para que tanto el Lucas instructor de esquí como la amiga de Jeremías no estuvieran disponibles, “viste que conociste al amor de tu vida”, había dicho Jeremías cuando su amigo regresó del segundo encuentro en menos de 24 horas con Juliana, en parte para sentirse menos culpable por no poder cumplir lo prometido. Lo cierto es que, sin sospecharlo, Don Balseiro tuvo razón… y la magia sucedió. “El tiempo le dio la razón”, dice Lucas con la disimulada intención de confesarle su amor eterno a Juliana.
Hoy viven los cuatro juntos y felices en Alta Gracia: Lucas, Juliana, el perro Totín y la gata Patrañas.
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