La historia que contaremos hoy desbarata un poco el título de esta sección donde relatamos amores reales de todo tipo. Este amor se sale de la regla de lo concreto y solo navega por la web. Vayamos al grano.
Paola (45, porteña, divorciada, dos hijos adolescentes, docente de inglés) conoció a Kamal (41, ciudadano italiano de origen turco, químico, divorciado y sin hijos) por las redes hace casi tres años, en medio de la pandemia desatada por el coronavirus. Y lo que nació fue un amor pasional, cotidiano, que se mantiene hasta hoy. Aunque nunca, todavía, se hayan visto la cara o hayan tenido sexo “presencial”.
Escuchemos a Paola.
Una cara en la red
“Todo empezó con una invitación por una red social que acepté aburrida un día a las tres de la mañana. Estaba divorciada desde hacía muchos años y venía de una breve relación tóxica repleta de reclamos, celos y problemas agobiantes. Al rato de aceptarlo como amigo me llegó un mensaje de Kamal. Era en inglés, quería conversar. Menos mal, es la lengua que enseño en un colegio secundario, así que la charla fluyó. La sonrisa de su foto de perfil, iluminaba. Me gustaba ese tipo de piel oscura, su mirada profunda y su pelo espeso y alborotado. Fueron días y días en los que empezamos a contarnos nuestras vidas y, por supuesto, a mandarnos fotos. Todo eso sucedió antes de la primera videollamada por WhatsApp”, relata Paola desde su departamento palermitano.
Poco a poco ella fue conociendo la historia de Kamal. Su familia provenía de Ankara y se habían instalado por el trabajo de su padre en un suburbio de Roma, Italia. Creció allí junto a dos hermanos; estudió química en la universidad; había estado casado brevemente, alrededor de los treinta años, con una italiana y no habían tenido hijos. Sus padres ya han muerto y le contó que tiene sobrinos a los que mucho no ve porque sus hermanos andan dispersos por Europa. Kamal le pareció desde el principio de la relación un tipo más bien solitario y muy afectuoso. Lector, amante del cine y la cultura, fueron encontrando muchos puntos en común. Las charlas empezaron a prolongarse durante horas y “hasta nos hemos quedado dormidos frente a la pantalla charlando, tirados cada uno en su cama y en su continente”, confiesa con una sonrisa.
¿La pantalla como escudo?
Paola no se animaba a revelarle a nadie en la vorágine virtual en la que se había instalado. Esperaba con ansiedad cada llamada y le costaba respetar el horario acordado. Se estaba enamorando. Intrigada por lo que estaba viviendo, se preguntaba: “¿Puede ser que me enamore a la distancia? ¿Estaré volviéndome loca? ¿Me habré puesto fóbica con las relaciones convencionales? La verdad es que si tenía que elegir entre salir con mis amigas o quedarme a hablar con él, escogía lo segundo”.
Durante la pandemia se entendía el encierro, pero superadas las cuarentenas, ella siguió optando por pasar mucho tiempo en su escritorio, feliz. Era su momento con Kamal. Su secreto.
“No le conté a nadie de mi familia, ni a mis hijos, ni a mis amigas. Sabía que no entenderían lo que yo sentía. Parecía un absurdo. Sobre todo para alguien como yo que siempre se había mostrado muy racional. Me iban a decir que la pantalla era un escudo que ponía para no sufrir; que él me podía estar engañando; que podría resultar un mitómano; que los italianos tenían muchas amantes o incluso que podía ser un violento o un criminal. Además tenía el condimento de ser de origen árabe. Imaginate. Todo lo que me podían decir, yo ya lo había pensado. No quería escuchar esa melodía”, afirma convencida. “Encima, varios meses después de empezar a salir, se publicó en los medios el caso de la estrella de voley italiana al que una novia virtual de muchos años lo había estafado en cientos de miles de euros… Eso no me ayudaba a hablar sobre lo que me estaba pasando”.
Paola se refiere al caso del jugador profesional de voley italiano, Roberto Cazzaniga, quien se enamoró de una joven en la red que se mostraba como una supermodelo (la estafadora usaba fotos de Alessandra Ambrosio, la top brasileña), y con la que creyó estar de novio durante quince años. La relación había comenzado por una amiga en común que sí era de carne y hueso, pero terminó mal porque el deportista se endeudó en 700 mil dólares para ayudar a la familia de “su pareja” con sus problemas de salud. Ingenuo por demás, Roberto le admitió a su familia que no la había visto nunca en persona, solo en fotos, pero les dijo que habían conversado a diario con audios y llamadas. La verdad resultó ser muy distinta: la que hablaba con él era una mujer de 50 años, llamada Valeria, proveniente de la isla de Cerdeña. El fraude emocional y económico había sido monumental y estuvo en los titulares de todos los medios durante semanas.
Paola conocía el caso perfectamente. Por eso no dijo nada de su romance con Kamal. Pero sí prestó especial atención a las videollamadas, no quería ser presa de un mentiroso. “No soy una tonta”, repite cada tanto en la entrevista.
Compartir un café o un día de playa
Kamal y Paola tienen una rutina establecida debido a la diferencia horaria. Se llaman por las mañanas de Paola y él vuelve a llamarla antes de irse a dormir. Hablan horas de sus actividades cotidianas, se muestran caminando por las calles de sus barrios y hasta se sientan en dos cafés al mismo tiempo con sus pantallas y charlan como si lo tomaran juntos.
“Incluso, aunque parezca ridículo, hacemos salidas a comer… Vamos con nuestras tablets o con los teléfonos y los colocamos en la mesa. Conversamos y vemos qué come el otro. Lo solemos hacer bien temprano porque allá son cuatro horas más. Puede parecer loco pero nos hacemos compañía. Yo camino por mi depto o cocino mientras hablo con él, es como si estuviese acá”, sostiene. Lo que piensen los mozos, los de las mesas cercanas, el resto de la gente, la tiene sin cuidado. Las charlas surcan los cielos y no se detienen.
“Una vez él iba en un colectivo por Roma y como yo no conozco la ciudad me la iba describiendo y enseñando los monumentos. Otra vez , yo viajé a Chile de vacaciones con mis hijos y desde la playa en Reñaca, tirada en la arena, conversaba con él. Por momentos, siento que estoy en la relación perfecta. No hay desgaste por lo cotidiano, podemos hablar absolutamente de todo, no hay celos ni reclamos, no se mete en mi vida con mis hijos, no hay tensiones. Mis amigas con novios o maridos la tienen mucho más difícil”, reflexiona.
Sexo y realidad
¿Intenta escapar del tedio y de las obligaciones? ¿Tiene miedo a una relación real? ¿Por qué se va a Chile y no a Roma? Paola se enoja un poco con tanta pregunta: “Es real lo que siento. Es virtual, pero real. ¿Qué parte cuesta tanto que se entienda? No necesito tener a alguien colgado de mi brazo o colgarme yo del suyo. Kamal es una compañía perfecta. Pero bueno no sé qué pasaría si uno se enferma… Puedo decirte que, a veces, me gustaría un abrazo apretado… pero por ahora no necesito más”.
La pregunta se impone: ¿y el sexo? Se ríe con picardía. “Empezamos con besos en la pantalla… y la cosa se puso hot. Con el tiempo hemos probado de todo y funciona. Si tu pregunta es si tengo orgasmos, la respuesta es sí. Y él también. Habrá quién no lo entienda, pero la sexualidad es más que satisfactoria. Se da cuando se da, cuando estamos los dos en casa y mis hijos no andan por ahí. Pero te diría en resumen que el sexo es mejor que el que tuve con mi último novio”.
Para Paola el sexo virtual es tan sexo como el presencial. Indagamos un poco más: ¿y los olores, el perfume de la piel, la química de una pareja? Eso sí falta, reconoce, pero insiste en que se suple muy bien: “El deseo y el juego erótico son perfectos en este tipo de relación. Están super estimulados”.
¿Un futuro encuentro?
Si no se han visto todavía cara a cara la causa no tiene nada que ver con lo económico. La realidad es que vienen postergángolo por distintos motivos. Le pregunto si tiene miedo a romper el hechizo. Reconoce que sí. Y cree que Kamal también lo tiene. Pero explica: “No tengo el imperativo, ahora, de viajar. Ni él dice tenerlo. Lo hemos conversado, pero venimos corriendo las fechas por mil causas distintas. Por ejemplo, por lo laboral: cuando yo podía, él no tenía suficientes días libres. Supongo que hay en realidad algo de temor a perder lo conquistado, este lugar tan maravilloso, cómodo y lindo, que tenemos. No lo descartamos, pero no nos apuramos. Ya en julio se cumplirán tres años. Veremos si a finales de este año, cuando terminen las clases, viajo yo”.
Paola, finalmente, hace un par de meses les contó a sus amigas y hermanas la loca historia de amor en la que flota. A sus hijos adolescentes todavía no les dijo nada, pero dice que sabe que de concretar el viaje a visitarlo se los tiene que contar. Por su parte, ¿Kamal se lo contó a alguien? Según Paola, él lo habría conversado con sus compañeros de trabajo.
Muchas preguntas quedan flotando. ¿Puede llamarse pareja a dos personas que nunca se han tocado, ni besado en vivo? ¿Puede denominarse amor a lo que sienten? ¿Por qué prefieren seguir esperando a concretar un encuentro? ¿Es sano evitar el desgaste y postergar el verse? ¿Es una forma de relación que no todos podemos comprender?
Cada uno tiene derecho a pensar lo que quiera afirma Paola, le da igual: “Yo lo amo y somos felices así. Nadie puede medir cuánto nos queremos según sus parámetros sobre cómo se debe vivir la vida. Yo la vivo como me da la gana sin molestar a nadie. A una amiga que es muy creyente le dije: ‘Vos que amás tanto a Dios, ¿cuántas veces lo viste o hiciste videollamadas? ¿Te cuestionás su existencia porque no podés tocarlo? Así que no me jodas’. A los que no me entienden o me cuestionan demasiado, enseguida los quito de la lista de contactos. Soy feliz así. Y a ellos les aconsejaría que, en el mundo de hoy donde todos aceptan tantas cosas, empiecen por aceptarme a mí y a Kamal, que no molestamos a nadie. Es hora de abrir la cabeza. Las formas del amor son infinitas”.
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