Cuando cumplió treinta años, Víctor hizo el balance típico del cambio de década: era feliz y lo sabía. Se sentía pleno, completo; el sueño del chico inquieto y de risa fácil que creció en una casa pobre en un pueblito del estado de Sonora, en México, se había cumplido de todas las maneras posibles.
Entonces, para ganar algunas horas de trabajo, su madre les ponía a él y a sus hermanos una y otra vez la misma película animada de Disney, un poco porque no tenían muchas más que esa, y otro porque a todos les encantaba. La película se llamaba Balto y estaba basada en la historia real de un perro de trineo de raza husky siberiano –mitad lobo, mitad callejero– que lideró una caravana con vacunas para salvar a cientos de niños durante una epidemia. Víctor no tenía más de siete años, pero entendía perfectamente que con todas las carencias que había en su casa ni siquiera podía animarse a pronunciar su deseo. “Yo quiero un perro que parezca lobo –pensaba–, pero son perros muy caros, ¡mi familia ni de broma podría llegar a regalarme uno! Cuando sea grande voy a tener un husky”.
Hacía tiempo que se había mudado a la ciudad de Hermosillo para especializarse en Marketing Digital cuando le confió aquel viejo anhelo infantil a unas amigas veterinarias. Fue un 14 de febrero, hace casi una década: sus amigas llegaron de visita con Dante en los brazos. Era un cachorro de siberiano con el manto color café y los ojos transparentes como el mar del Pacífico; “el regalo más increíble que me han dado en la vida”, dice Víctor a Infobae desde México, ahora que su historia se volvió viral.
Dante siempre fue un perro especial. Sabía muchos trucos, como dar abrazos sólo a su humano: “Yo me ponía en cuclillas frente a él, le decía ‘Dante, ¡abrazo!’, y él brincaba y me envolvía con sus patitas”. Pero la historia que lo tiene como protagonista en las redes no sólo les pertenece a ellos, sino a otros dos seres que pronto llegaron para completar el cuadro feliz que Víctor había imaginado desde la infancia: un amor correspondido, un trabajo apasionante y un par de compañeros –mitad lobos, mitad callejeros– siempre listos para abrazarlos.
Y eso que Víctor ya sentía que tenía mucho para agradecer en la comida de Thanksgiving en la que conoció a Eliot, en 2015. Todavía estaba en pareja y había ido con su novio de entonces, así que no podía imaginar que ese encuentro fortuito y sin ningún plan de coqueteo con ese chico tan introvertido y serio le iba a cambiar el destino definitivamente. “Pero hicimos un click y hablamos toda la noche –cuenta–. Y yo me quedé con esa sensación de decir: ‘¡Wow! ¿Quién es esta persona?’”.
Por dos años no volvieron a verse. (Víctor aún habla de Eliot en presente: “Eliot es médico y estaba haciendo servicio social en un pueblo”. Después se corrige: “Era médico”, dice). Él había terminado la relación en la que estaba y se dio un tiempo: “No quería saber nada de citas y esas cosas, porque había sido una muy mala experiencia. Pero un año después de eso, me apareció su nombre como sugerencia en Facebook. Para mí sólo era el recuerdo de esa plática súper amena en una cena de Acción de Gracias, pero le escribí para invitarle un café”.
Se encontraron una semana después –exactamente el 8 de febrero de 2017– para comprobar que la química seguía intacta. “Hablamos de nuestras penas, de nuestras vidas, de lo que hacíamos y de lo que queríamos lograr”, cuenta Víctor. Así supo que Eliot era especialista en obesidad y quería abrir un gimnasio que tuviera un consultorio nutricional; él le confió a su vez que aunque trabajaba en una agencia de publicidad, desde que iba a la secundaria tenía el proyecto postergado de abrir una cafetería. Algo en ese hombre guapísimo al que costaba sacarle las palabras le transmitía una enorme paz. Era noble, se le notaba una vocación natural por ayudar a los demás. Y además era brillante: “Una de las personas más inteligentes que conocí –describe Víctor–, siempre estaba aprendiendo, leyendo, escuchando podcasts”.
De todos modos, cuando vio que la conexión era tan fuerte, se sintió en la obligación de advertirle sus intenciones: “Yo nada más quiero conocer gente, no estoy buscando nada serio, ni nada de nada. Te lo digo para que no te vayas a ilusionar”. Eliot soltó una carcajada. “Vale, no te preocupes, estamos en la misma sintonía”, le dijo entre risas. Pero, como dice Víctor, “cae más rápido un hablador que un cojo”. El también se ríe ahora al recordarlo: “¡A los tres meses, le estaba yo pidiendo que fuera mi novio!”.
Fue en la playa y con Dante presente, porque, si Víctor ama a los perritos, Eliot lo superaba con creces: “Llevaba sobrecitos de comida o croquetas en el carro y, si veía un perrito de la calle, se estacionaba, bajaba y le daba comida. Las únicas películas que lo hacían llorar, eran las que tenían que ver con perritos, lo mismo con los videos de Instagram. Yo me reía mucho de él, porque soy muy llorón –lloro por todo–, pero él no podía ver un vídeo de un perrito sin que se le cayeran las lágrimas”. Y cuando conoció al siberiano de Víctor, la química entre ellos también fue instantánea: fueron tres desde el principio.
También desde el principio la de ellos fue una relación muy sana; no discutían, no se celaban, se impulsaban a ir por más en sus carreras y no tenían dudas sobre su futuro: querían estar juntos toda la vida. Eran conscientes del gran privilegio de haberse encontrado, porque se lo decían sus amigos y lo veían ellos mismos, lo que tenían era distinto, único. Por eso a Víctor le dio tanto miedo proponerle que vivieran juntos, en 2020. “Yo siempre había sido de cuidar mi espacio, y teníamos algo tan bonito que me asustaba pensar que eso fuera echar a perder la relación. Pero no, al contrario. Todo era perfecto”, dice ahora.
Llevaban casi un año de convivencia cuando Víctor viajó por un congreso a la Ciudad de México y descubrió, al salir de una charla, una Feria de Universidades, de esas con stands en los que cada institución ofrece folletos de sus carreras. “Eliot siempre había querido estudiar la especialidad en Obesidad y Comorbilidades. Entonces, yo me traje el folleto y le dije: ‘Oye, amor, vete a estudiar a la CDMX, siento que va a ser útil para lo que quieres lograr, y hay becas’. Él estaba inseguro, pero yo lo motivé mucho para que se animara. Y todo se acomodó increíblemente, porque le dieron una beca del 90% para que pudiera viajar”, dice.
Tenían que estar un año lejos y Víctor tuvo una idea para que su novio se sintiera acompañado: el último Día de los Enamorados antes de que Eliot se mudara, lo sorprendió con una cachorrita husky de apenas un mes. Nova era blanca y gris y tenía los mismos ojos transparentes de Dante, que cumplió cinco años junto a Víctor el día que llegó la nueva integrante de la familia. “Eliot se volvió loco de alegría, y a partir de ese momento, Nova se convirtió en sus ojos. Le pagó su boleto de avión, conseguimos una jaula para embarcarla y se la llevó a vivir con él. Y cumplió su misión, porque durante todo ese año fueron inseparables”, cuenta Víctor.
Hermosillo queda a más de 1900 km de CDMX, así que durante ese tiempo tuvieron que resignarse a verse por videollamada y encontrarse sólo cada dos o tres meses, pero estaban seguros de que el esfuerzo tenía sentido. Cuando Eliot regresó a casa, enfrentaron, también juntos, un momento muy difícil: por la pandemia, la agencia en la que trabajaba Víctor redujo su personal, así que, de buenas a primeras, estaba desempleado. Fue Eliot el que lo ayudó a ver que tal vez era la oportunidad de cumplir su asignatura pendiente de abrir una cafetería. Y otra vez todo se dio mejor de lo que esperaban.
Víctor había tomado varias cuentas de clientes a los que asesoraba sobre sus redes sociales y se le ocurrió contarle su proyecto a uno de ellos, con el que se llevaba muy bien. Su respuesta lo sorprendió: “¿Y si nos asociamos?”. Esta vez, fue él quien necesitó un empujón para atreverse, y Eliot estuvo ahí para dárselo. Lo acompañó en todo el proceso, y el resultado es un lugar que también tiene su sello; por ejemplo, en la decisión de que fuera apto para mascotas y en el mural en que se lee “Human Friendly”. Le dieron muchas vueltas al nombre, pero desde el principio estaba cantado: la cafetería y tienda de plantas Dante y Nova abrió en noviembre de 2021, con dos grandes marcos con fotografías en blanco y negro de sus dos inspiradores perrunos en una de las estanterías de madera.
Habían pasado apenas ocho meses y todo iba bien para los dos (o los cuatro): la cafetería era un éxito y Eliot tenía su consultorio y era instructor en un gimnasio. “Tenía la vida perfecta, y pueden decirnos que la perfección no existe –aclara–, pero yo sentía que tenía lo que siempre había querido: el café de mis sueños, una relación increíble y correspondida, a Dante y a Nova, y unos amigos geniales que estaban siempre para apoyarme (y sobre todo, que siguieron ahí, al pie del cañón, cuando sentí que había perdido todas mis motivaciones). Realmente lo tenía todo”.
No hubo tiempo para despedidas. Apenas un beso de buenas noches, el de todos los días. El 25 de junio de 2022, Víctor se despertó con la llamada que nunca habría querido atender: Eliot estaba muerto. El jueves lo contó en un hilo de Twitter que ya tuvo más de un millón de visualizaciones: “El día que Eliot fallece, nuestros perros lo resintieron muchísimo, se acostaban y sólo me veían llorar, yo trataba de ser fuerte por ellos, pero no podía. Hasta que me senté con ellos, los acurruqué, y les dije que Eliot los quería mucho, que desde allá los iba a cuidar. Dante volteó a verme y, literal, vi cómo salían lágrimas de sus ojos. Fue muy impresionante, era como si entendiera totalmente lo que yo le estaba diciendo”. Justo él, que quería un husky para enseñarle trucos, estaba aprendiendo de su perro: ahora eran ellos los protagonistas de una película de Disney, la más triste del mundo.
Habían pasado pocos días y, al sacarlos a pasear –en ese paseo que antes hacían los cuatro juntos por la noche, o Eliot solo, bien temprano por las mañanas, cuando se despertaba para entrenar; el mismo paseo en el que todavía lo paran desconocidos para preguntarle por “el muchacho”–, Víctor notó que Dante, que tenía ocho años y siempre había sido un perrito muy sano, no podía caminar. “Asumí que tenía las patitas dormidas y lo saqué así. Pero empeoró y tuve que llamar a la veterinaria; le hicieron estudios y quedaron en entregármelos al día siguiente. Para eso lo anestesiaron y le hicieron rayos X, así que cuando me lo entregaron, estaba medio dormido. La veterinaria me dijo que estuviera pendiente de él. Y así lo hice”, cuenta.
A la mañana siguiente, Dante estaba bien. Víctor le hizo unos mimos y se fue a la cafetería contento porque lo había visto mucho mejor. Se acordó que más tarde iban a entregarle los análisis, y pensó que no tendría nada malo. Pero, cuando volvió a su casa para verlo, al mediodía, lo encontró muerto. “¡Lloré tanto! No podía creer que mi novio acababa de morir y días después mi perro también me dejaba. Sentía que me estaba volviendo loco. Me dolía el alma entera”, escribió en el hilo que se volvió viral.
La veterinaria llegó en menos de cinco minutos y se cercioró de que ya no había nada que hacer. Presionó para que le mandaran los resultados cuanto antes, necesitaban saber qué había pasado. Los estudios revelaron que Dante tenía varias patologías, y la veterinaria estaba segura: lo que le pasó se conoce como “muerte de tristeza”, que es cuando a los perros les bajan tanto las defensas por la pena, que contraen múltiples enfermedades en cuestión de días.
De aquello no pasaron siete meses y Víctor dice que está “hecho pedacitos”, que a lo mejor en las historias de Instagram se lo ve normal, pero por dentro está roto. Y sin embargo, en ese momento, lo entendió todo: “Dante, mi perro, había decido acompañar a Eliot en su otra vida para no dejarlo solo, y Nova, que era el corazón de Eliot, se había quedado conmigo”.
Aunque el dolor siga más vivo que nunca, eso también se convirtió en un consuelo: “Perderlos me cambió la vida, dejaron un vacío que nunca nada ni nadie va a llenar. Pero, en el fondo, me da un poco de paz saber que, donde sea que estén, en el cielo o en otro Universo, están juntos”. Nova es su aliada en la cura, y el motivo para levantarse cada mañana y volver a abrir la cafetería que soñó con el hombre que apareció en su camino un día de Acción de Gracias para cambiarlo todo: “Somos más unidos que nunca, me acompaña a todos lados y es el amor en mi vida. Siento que una gran parte de Eliot vive en ella, y me recuerda al gran amor que nos tuvimos”.
* Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. Escribinos y contanos tu historia: amoresreales@infobae.com
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