Visitaban a sus parejas en el geriátrico, se enamoraron y ahora viven como novios eternos

Eva vivía la difícil tarea de sobrellevar la enfermedad de su segundo marido. Ricardo acompañaba cada día a su mujer que tenía un padecimiento irreversible. Lo que ninguno sabía era que la vida los premiaría. Un relato digno para rendir culto a este 20 de septiembre, Día de los novios

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Cuando una nieta festeja por
Cuando una nieta festeja por zoom ellos con disfraces.

“Mamá 1 conoció a papá 3 mientras visitaba a papá 2 en el geriátrico”, es el divertido resumen de Mariela, hija de Eva, el cual da conocimiento de esta conmovedora historia.

La vida da sorpresas y, como les pasó a Eva y a Ricardo, a veces el amor se encuentra en el lugar menos pensado. Sólo se trata de vivir el momento presente.

La vida de Eva

Hija de inmigrantes polacos y austríacos, Eva Silvia Woda nació un 22 de abril de 1946. Se crió en Villa Devoto junto a sus padres y a sus dos hermanas mayores. A los 15 años conoció a un muchacho con quien se puso de novia y, tres años más tarde, se casaron. Fruto de la relación, nacieron Mariela, Pablo y Darío. El matrimonio con Alberto, su primer marido, duró 10 años.

A los 28 años y divorciada, Eva quiso experimentar nuevas actividades y pensó que era un buen momento para probar con teatro. Así, en 1975 se deslumbró con Nino -su director de teatro del club Macabi, un artista plástico, diez años mayor que ella, cineasta, pintor y escultor- con quien formó su segunda pareja.

Por aquella época la joven sufrió serias complicaciones de salud y, debido a esto, fue sometida a una operación que le impediría volver a tener hijos. Pero diez años más tarde sucedió el milagro: quedó embarazada y, en 1986, Eva y Nino fueron padres de Guido.

“Con Nino viví muchos años pero en 1993 empezaron a estar las cosas muy mal, él estaba raro y nos fuimos a vivir a Escobar”, cuenta Eva. La familia creyó que el hombre estaba agobiado y que alejarse de la ciudad sería conveniente. Pero el caso era mucho más serio: a Nino le detectaron demencia frontotemporal, una enfermedad mental que implica cambios extremos en la personalidad, e incluye una conducta social cada vez más inapropiada y desinhibida. “Fueron 14 años de sufrimiento; yo no sabía que estaba enfermo hasta que un neurólogo lo descubre de casualidad por una internación de urgencia”. Con su marido mal y la necesidad de cuidados médicos constantes, la decisión de Eva fue volver -con su hijo pequeño- a vivir a Capital Federal.

Para el 2011 la demencia de Nino estaba muy avanzada y le indicaron la internación permanente. El lugar elegido fue el Centro Hirsch -sobre la ruta 8, en San Miguel a 50 kilómetros de la casa familiar-, donde lo tendrían monitoreado las 24 horas. “Yo iba todos los días a la mañana desde mi casa -Parque Centenario-, le daba el almuerzo y lo acompañaba hasta la hora del té. Cuando terminaba me volvía a la Capital. Iba con el coche manejando sola todos los días y hacía eso -explica Eva- porque él podía conversar y, a pesar de que tenía una enfermedad gravísima, no te dabas cuenta”.

Eva pasaba horas manejando cada día para visitar a su marido internado en San Miguel, hasta que un 23 de agosto de 2011, luego de merendar con Nino en el Centro Hirsch, la tragedia la noqueó. “Tengo un accidente terrible en la autopista: me agarra un camión, mi auto empieza a dar un montón de giros y vuelcos, y termino aplastada contra el guardarrail, con fracturas de todo tipo y mi auto con destrucción total”. Esa misma noche de invierno, la ambulancia la llevó de urgencia al Hospital Posadas y sus cuatro hijos la buscaron para internarla en el Agote, donde quedó en estado crítico, al borde de la muerte.

Durante el mes que Eva permaneció internada, Nino quedó solo y sin visitas aunque poco se entera del accidente, y de la vida en general. Cuando ella afortunadamente sale del sanatorio se plantea entre sus hijos el tema de que no puede manejar porque estaba con muletas, las cuales mantuvo por largo período. Y definen que lo más conveniente es llevar a Nino a un lugar de cuidado en Capital. “Entonces Mariela -su hija que es médica- me consigue a través de una amiga psiquiatra que lo trasladen a Nino al Instituto San Francisco en Caballito”. Una vez mudado, la mujer empezó a visitarlo a diario, tal como hacía cuando estaba en el geriátrico de San Miguel.

Festejando los 10 años juntos
Festejando los 10 años juntos en Madrid

La vida de Ricardo

El invierno de 1939, la familia Gentile viajó desde su Esquel natal a la Ciudad de Buenos Aires para dar a luz a su primogénito. Así, el 9 de julio de ese año llegó al mundo Ricardo Luis Gentile -el mayor de dos hermanos varones- en la Maternidad Sardá. Enseguida volvieron a los pies de la cordillera de los Andes, para luego trasladarse a Tinogasta, en la provincia de Catamarca y, años más tarde, a Wheelwright -un pequeño pueblo en Entre Ríos que debe su nombre al empresario estadounidense, dedicado al desarrollo del barco a vapor y los ferrocarriles en Argentina y otras partes de Sudamérica. Mudarse de ciudad era habitual para el niño por los trabajos tanto de su padre, un empleado de Obras Sanitarias, como su madre, una maestra rural. Así transcurrió la infancia de Ricardo, hijo de inmigrantes italianos, irlandeses y galeses. Hasta que un buen día la Sra. Gentile, cansada de las travesuras de su hijo mayor, decidió mandarlo a vivir con su padre a la Capital Federal, frente a la estación Nuñez.

Eran los años ‘50 y Peron gobernaba en el país. Con motivo de los juegos Panamericanos de 1951, el presidente y Evita, iban a estar presentes en la ceremonia de clausura que se daría en el Estadio Antonio Vespucio Liberti (Club Atlético River Plate), próximo a la casa de Ricardo. Osvaldo, su amigo del barrio, tuvo una idea: “¡Escribámosle una cartita a Perón y Evita para pedirles una bicicleta!”. Pero Ricardo tenía un deseo mayor y así lo redactó: “Querida Evita, quería pedirle si puede trasladar a mi mamá de Wheelwright a vivir con nosotros en la Capital. Ricardo.”. El niño de 12 años y su amigo Osvaldo se colaron en el acto y, con toda la ilusión de la infancia, lograron acercar los sobres con sus pedidos a la primera dama. “Cuando pasó el auto con Evita, la vi leyendo un papel, ¡mi carta! Y pocos meses después llamaron a mi mamá y la trasladaron a donde yo vivía”, cuenta Ricardo con melancolía, recordando que a Osvaldo le respondieron que bicicleta no había pero le podían mandar patines.

Ya con toda su familia en Buenos Aires, Ricardo completó el colegio secundario en el Carlos Pellegrini. Luego estudió dos carreras: se recibió de contador y economista pero antes, en 1964, se casó con su novia Eva, a quien llamaban Beba.

Beba y Ricardo formaron una familia junto a su hija María Laura y la vida fue transcurriendo en total normalidad, hasta la última vacación de la pareja en Cuba, en el año 2000. “Todavía no sabía bien de qué se trataba pero cuando volvimos empecé a sentir que ella ya estaba bastante enferma. Me enojaba la manera inusual en que actuaba, y comencé a tomar sesiones con una psicoanalista, quien indicó que estaba con principios de Alzheimer”, comenta él. Durante varios años Ricardo contrató enfermeras para poder atender a su señora en su departamento del barrio de Flores, pero en el 2009 la situación era insostenible y hubo que internarla para que esté mejor controlada. “Elegí el San Francisco porque me pareció un lugar hermoso y quería que Beba esté rodeada de verde. La interné y los primeros tiempos fueron muy duros”.

Eva y Ricardo en uno
Eva y Ricardo en uno de sus viajes más romántico

El encuentro de Ricardo y Eva

Desde aquel momento Ricardo iba a visitar a su mujer cada día al geriátrico San Francisco; lo mismo Eva que pasaba a ver a su esposo a diario desde el 2011, año de su internación. Cada tarde ambos tenían su cita diaria en el mismo domicilio, con la particularidad de que a Eva le tocaba estar en el salón de adelante -donde están los pacientes que todavía pueden atender ciertas actividades-, y Ricardo se reunía con su mujer en la parte de atrás, donde se quedan los que padecen situaciones más delicadas y están prácticamente ausentes.

“Muchos creen que los ángeles están entre nosotros, los vivos. Y otros murmuran que aquellos que habitan en dimensiones inciertas -como las personas con demencias- están simplemente haciendo un posgrado para recibirse de angelitos”, interpreta Eva. Algo de esto sucedió en el geriátrico San Francisco. “Ricardo paseaba cada día a su mujer, y varias veces que pasaba caminando al lado nuestro, ella se paraba y me tocaba suavemente la cara”. No decía nada, de hecho hacía rato que Beba no se comunicaba con el mundo terrestre; pero repetidas veces la estudiaba palpándole el rostro, justo debajo de los ojos, “seguramente con algún mensaje del más allá”, por algo dicen que los ojos son la ventana del alma. Sólo sucedía esto con Eva.

“Yo no sabía que Ricardo era el marido, pensaba que era el hijo porque él tiene 9 años menos que quien era su mujer, además del notable deterioro por la enfermedad. Entonces, un día, le pregunté a la enfermera, ‘¿Qué tiene esa mujer que pasa con el hijo?’. Y Nino me miró y me dijo: ‘¿Te gusta el canoso, no?’”, recuerda Eva, trayendo otro suceso asombroso de lo que fue la antesala del amor. “Lo que a mí me gustó fue el cabello de Ricardo, y Nino me miraba a mí lo que yo hacía, pero igual en ese momento yo no estaba conectada para esas cosas, para nada”. De hecho, allá por el ‘93 cuando recién había comenzado la pesadilla, Eva se había jurado que nunca más tendría una pareja, “no quería saber más con nada”.

Eva a los 27.
Eva a los 27.

No era fácil llegar al geriátrico, y mucho menos irse. “Uno tiene a gente querida ahí adentro. Era terrible estar ahí. Todo es negativo, y todos están tristes; los que están adentro y los que van de visita”, sostiene ella. “Nosotros siempre pensamos que ellos hicieron que nos juntemos porque no entendemos bien qué pasó… fue una cosa muy rara”, continúa.

El primer diálogo

Una tarde de febrero de 2012 -como casi todas sus tardes desde hacía un año- Eva salió devastada por la puerta del geriátrico, caminó por Honorio Pueyrredon hasta la esquina de Aranguren, y desconsolada lloró contra la ochava. Ricardo, que también acabada de completar su ritual de cada día, pasaba por ahí:

- ¿La puedo ayudar? -ofreció- Yo entiendo lo que le pasa.

Eva agradeció. Él propuso acompañarla y ella, acostumbrada a su independencia, se negó. Intercambiaron dos palabras y eso fue todo… hasta el momento.

A las pocas semanas, Eva llegó al San Francisco y vio una ambulancia. “Le pregunté a la jefa de enfermeras para quién era y me dijo para la señora de atrás que tiene el marido con el pelo blanco. Y ahí me acordé de él”, narra Eva quien esta vez fue la que inició el diálogo.

- Discúlpeme -lo frenó ella-, ¿qué le pasó a su señora?

Ricardo le explicó que no era nada más grave de lo normal. Se pusieron a conversar y, sin pensarlo demasiado él se animó a decir:

- ¿Quiere que tomemos un café?

Todavía con algo de sorpresa y mucho de desconfianza, Eva aceptó, eran las siete de la tarde y no tenía mucho por hacer. “Fui con mi auto, ¿yo qué sabía quién era este tipo?”, dice con los ojos bien abiertos, contando de su plan B por si se aburría inventaba una excusa y se marchaba.

Rich a los 50.
Rich a los 50.

A los quince minutos se encontraron en la confitería de Rivera Indarte y Av. Rivadavia. Las horas volaron hasta que se hicieron las 12 de la noche, y los temas de charla no se acababan. Eva que estaba recién jubilada, había trabajado más de 30 años en una prepaga entonces le ofreció ayudarlo con la cobertura para la internación de su mujer. “Yo no le quería dar el teléfono, porque desconfiaba todavía, venía muy golpeada y con mucho dolor. Entonces le di mi mail y él inmediatamente ese día me escribió, y ahí le di mi celular”.

Eva lo ayudó con todos los trámites, y al día siguiente Ricardo preguntó:

- ¿A usted le gusta el teatro?

- Sí, me encanta.

- Porque me gustaría invitarla al teatro.

La primera cita

Ella aceptó y ofreció sacar las entradas porque quería ver la última obra de Alfredo Alcón. Entonces Ricardo dijo que él invitaba la cena. La cita ya estaba concertada: el próximo miércoles salían.

El miércoles 18 de abril Eva se levantó con un entusiasmo que no vivía hacía décadas. Fue a la peluquería y eligió su mejor vestuario para encontrarse con el “joven”, según sus palabras. La obra de teatro se suspendió por un problema de salud de Alcón y ella enseguida pensó, “se cancela la salida”. Pero no, “la cena no se suspende”, anunció Ricardo. El escenario fue el restaurante Cabaña las lilas, en Puerto Madero, donde cenaron al lado del Río. Luego caminaron por la Costanera Sur y cuando se asomaron a la escollera las pulsaciones se aceleraron: “Él me agarró la mano y me dio un pico: ¡el primer beso!”.

Eva al otro día a las 8 de la mañana partió a Entre Ríos a jugar un torneo de Burako y volvía el 22 de abril a la noche por su cumpleaños. Ese fin de semana en lugar de números en las fichas, sólo veía corazones; su cuerpo estaba en el hotel de Gualeguaychú pero su mente sólo se concentraba en el galán canoso del San Francisco. “El señor me llamaba todas las noches y hablábamos dos o tres horas por teléfono”.

Eva y Rich se los
Eva y Rich se los ve felices en una salida en la noche de Buenos Aires

Para sorpresa de Eva, a su regreso la aguardaba toda una confesión de amor. “Cuando el micro nos dejó en Corrientes y Serrano, ahí estaba Ricardo parado esperándome con una rosa”. El plan de él era invitarla a cenar; pero antes pasaron por la casa de ella que quería cambiarse y dejar el equipaje. Ricardo hizo tiempo en el auto, un tiempo que se extendió cerca de tres horas, porque cuando Eva abrió la puerta de su casa estaban sus cuatro hijos y nietos, esperándola con una fiesta de cumpleaños sorpresa.

Ahí todos se enteraron de la reciente felicidad de su mamá y ninguno dudó en espiar por el balcón al candidato dueño de tanta alegría. Incluso la gente del geriátrico pronto supo la noticia -quienes brindaron por Eva y Ricardo que tanto sufrimiento acumulado traían-, menos Nino y Beba, que pobrecitos poco entendían de la realidad, y a quienes Eva y Ricardo siguieron visitando como cada día, pero de ahora en más acompañados.

“La mujer de él se llamaba Eva y yo me llamo Eva. Nino nació el 9 de julio y él nació el 9 de julio”, enfatiza ella señalando a su Rich, como la llama.

Nino falleció en el 2017, y al año siguiente murió Beba. Desde aquel tiempo Eva y Ricardo son y viven una vida de novios. “Todo el día, toda la noche y toda la vida juntos… nos llaman los siameses”.

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