Juan M. se puso de novio por primera vez a los 27 años. Sumamente introvertido, Juan era de pocos amigos y había estudiado computación. Tenía un excelente trabajo, pero implicaba escasa sociabilización. Su madre Virginia (estaba separada del padre de Juan con quien había tenido tres hijos) saltó de alegría cuando se enteró del romance. La verdad era que Juan, su hijo mayor, la tenía un poco inquieta con su vida aislada, de asceta.
“No lo decía, pero estaba preocupada por él. Como somos del interior, Juan se había ido a vivir solo a Buenos Aires varios años antes. Sentía que él estaba muy encerrado en su mundo de computadoras y que no tenía suficientes amigos en la ciudad. Cosas de madre que cuando las comentaba con sus hermanos me sacaban rajando. Así que cuando se puso de novio con Rosario, lo anunció en una comida familiar en una de sus tantas visitas a Córdoba, me puse muy contenta. Ya no estaba tan solo”, recuerda Virginia (contadora, 52 años).
Juan presentó a “Rochi” en Navidad. Viajó con ella a su pueblo y se quedaron quince días. La novia escultural y de alto perfil fue simpática, atenta y se sumó a las actividades familiares. Todos encantados.
¿Celos de hermana?
La primera que tuvo algún reparo con su cuñada porteña fue Belén, la hermana del medio.
Al principio, aplaudió la novedad, pero después de esos quince días iniciales emanaron las dudas. La veía demasiado artificial, muy preocupada por las apariencias, un poco falsa.
Belén se acopla a su madre y da también su testimonio para ayudar a relatar esta historia: “Pensé que quizá fuera que los del interior somos más tranquis que los que viven en las grandes ciudades, no sé. Pero a mí me hizo ruido lo gastadora que era. No era normal su forma de gastar. Me daba que ella hacía que Juan gastara lo que no tenía. Pero no sucedió de un día para otro, era ir sumando pequeños detalles. Se instaló con él en el depto que mi familia tiene en el barrio de Colegiales y donde él ya vivía. Primero, empezó con las reformas. Le hizo cambiar las tres ventanas del balcón para poner unas de PVC con doble vidrio. Le molestaba el ruido del tráfico. ¡Costaron miles de dólares! Después, lo convenció de remodelar la cocina para integrarla al living. Se asesoró con una amiga arquitecta, tiró una pared e hizo una barra de un material carísimo que no me acuerdo la marca. La verdad es que quedó muy lindo. Nosotros estábamos al tanto de todo porque Juan nos tenía que consultar si nos parecía bien. No se conformó con eso y, meses más tarde, arrancó con el toilette y el baño. Decía que eran un poco antiguos y que quedaría mejor una ducha a ras del piso con mampara y ¡sanitarios colgantes! Imparable. Mamá accedió. Los hizo a nuevo. No había terminado la obra que compró, en cuotas, una tele gigante, enorme, y la colgó en el living. A eso súmale nuevo celular, nueva heladera, cafetera de marca… Un delirio que mi hermano bancaba como podía. Mamá aflojó siempre, lo permitió, pero a mí me molestaba tanto gasto y ostentación. ¿Quién se creía que era? ¿Mi hermano podría bancar esos aires que tenía Rochi?
Ella, para mí, no producía nada, aunque la jugaba de influencer… ¿Cuánto dinero ganaría? Era un misterio. Juan ganaba muy bien porque es un as en lo que hace, pero no sé si le daba para tanta cosa junta. Reconozco que Rochi era lindísima, alta y tenía un figurón, pero no pegaba con la vida tranquila que había llevado mi hermano hasta ese momento. Cocinaba él, él lavaba los platos él, trabajaba de verdad él… ¡y solventaba los caprichos de ella! No podía decir nada porque mamá me retaba. Todos sospechaban que yo estaba celosa. Además, decían que de última había puesto en valor el departamento. Pero también estaban los fines de semana farragosos que ella le inventaba a Juan. Cada vez que venían a visitarnos parecía que llegaba una estrella. ¡Por favor! Yo estallaba en privado y Martín, mi hermano menor, un día me cortó en seco y me dijo que terminara con mi desconfianza. Así que opté por callarme y me guardé mis comentarios. Tenía cero onda con ella y no me preocupé por disimularlo. Ce-ro”.
Espionaje on line
El primer año la relación anduvo bastante bien en apariencia. Rochi arremetía con los cambios y se mostraba sumamente enamorada. Gordo de aquí, amorcito de allá. Piquitos en público y se tiraban enroscados en el sillón del living a la vista de todos. Rochi pasó a ser parte de la postal familiar, con defensores y detractores, como suele suceder en todo clan. Vivía contando que había hecho una campaña para una marca de cosméticos y otra para unos jeans, que la habían llamado para un evento, que tal o cual famoso le hablaba por WhatsApp. Juan no decía nada, pero andaba apretado con los gastos.
Belén la tenía entre ojos. No le cerraba la cuñada. ¿Por qué Rochi estaba con alguien como Juan? Eran agua y aceite. No encontraba respuestas. Además, percibía superficiales los signos de amor de Rochi hacia su hermano: “Lo trataba de una manera ficticia. No sé, era como que actuaba”.
Como Belén la seguía en las redes, sin quererlo, empezó a detectar algunas inconsistencias. No le cuadraba la cantidad de seguidores que parecía tener con la cantidad de likes que tenía. Sentía que exageraba con su rol de influencer y no veía grandes campañas, solo algún producto que promocionaba. No entendía cómo podía sostener ese nivel de vida con ropa de marca y ¡tratamientos de belleza de todo tipo! Rochi decía que se los hacían gratis, por canje. A los 26 años Rochi tenía toxina botulínica en la frente para las arruguitas, tenía extensiones, se había hecho tratamientos para celulitis y estrías, depilación definitiva, microblading en las cejas, micropigmentación en los labios… ¿Qué le quedaba para los cuarenta?, pensaba Belén mientras miraba, uno por uno, los comentarios que le hacían. Llegó a preguntarse si lo que sentía no sería envidia, pero en el fondo sabía que no se equivocaba, algo no estaba bien.
“Un día pesqué en Instagram un comentario que me llamó la atención. Algo así como diosa o bomba le había puesto un tipo X, bastante más grande. Lo busqué y como tenía la cuenta abierta lo espié. Empecé a mirar los demás posteos de ella y en casi todos aparecía él. Comentaba con bastante frecuencia, no parecía algo casual. Se me encendió una alarma. No pude con mi genio y se lo comenté a mamá”.
Virginia primero se enojó con su hija. Le dijo que estaba mal lo que hacía. Pero le quedó una rara sensación porque ella también sentía que en esa pareja algo no funcionaba: “Siempre tuve la convicción de que los padres no debemos meternos en la vida de nuestros hijos, así que me llamé al silencio. Nada más feo que interferir con la vida privada de ellos”, reconoce.
Pasaron unos meses más y un día la detective Belén cayó a ver a su madre con una noticia: había descubierto un comentario del mismo tipo, pero esta vez subido de tono y encima… ¡Rochi le había contestado!
No se había animado a hacer una captura de pantalla y cuando quiso mostrárselos a su madre ya no estaban. Si bien no recuerda hoy exactamente qué decían esas frases del mundo virtual, en el momento no le dejaron dudas de que ahí se estaba cocinando algo.
Una vida de ficción
Por otro lado, Pepe, un amigo de toda la vida de Juan que también residía en Buenos Aires, le había deslizado a Belén, en un cumpleaños, que Rochi le hacía ruido. ¿El motivo? Confesó que un día le pareció que ella le había tirado onda y él se había quedado como petrificado. Ese amigo tenía, además, un jefe en la empresa que conocía a Rochi… y cuando él le comentó que era la novia de su amigo de la infancia, su jefe le puso una cara rara. El mundo puede ser muy pequeño.
La sospecha de Pepe era brutal: que Rochi tenía sexo con tipos por plata. Así de simple.
“Me dio a entender que era algo así como una prostituta de nivel”, recuerda Belén que se quedó estupefacta, “¡Mi hermano vivía en un tupper! ¿Cómo podíamos decirle algo?”.
A estas alturas Virginia y Belén eran las únicas, con el amigo de Juan, que manejaban información sobre Rochi, pero no sabían qué hacer con ella.
“Cómo le decía a mi hijo que su novia con la que vivía desde hacía dos años era una trucha. Que seguro que se acostaba con otros y que lo de ser influencer era un cuento chino; que lo usaba para gastarle la guita. Él, que más bueno no puede ser, le bancaba todo. Incluso ella se inventaba viajes como influencer y se iba, cada tanto, 2 o 3 días. Seguramente se iba con pibes… ¡La pareja con Juan era una fachada cómoda que sostenía la economía diaria y sus caprichos!”, explica con angustia Virginia.
Una opción, pensaban, era encararla directamente para que confesara. “Lo evaluamos, pero eso era pasarle por encima y dejarlo como un boludo a mi hijo, así que lo descartamos. La otra, era que su amigo le contara. Pero no se animaba. Después de todo… ¿Qué pruebas teníamos? ¿Si ella decía que todo era una mentira nuestra? No quería hacerle mal a Juan, pero tampoco me parecía bien quedarnos de brazos cruzados y dejarlo viviendo una fantasía. Hasta pensaba que en algún momento ella iba a buscar quedar embarazada -pero de cualquiera- y él iba a creer que era su hijo… No podía dormir. Tampoco me animé a comentárselo al padre de Juan porque temí un escándalo. Estábamos en un callejón sin salida”, comenta Virginia.
Necesitaban pruebas, indicios ciertos de que no estaban equivocadas. Como en las películas.
Mentiras de todos los colores
Rochi había dicho que había ido a un conocido colegio bilingüe de Belgrano. Belén buscó entre las hermanas de sus amigas contactos de esa misma edad. Habló con dos o tres y, qué curioso, nadie de su camada la conocía. Ayyy, le dolió el alma por su hermano.
Rochi también había mencionado que había estudiado publicidad en una universidad privada. Belén se las ingenió para conseguir más información. Después de un tiempo obtuvo una respuesta: ese nombre y apellido no figuraban en ningún registro. Ayyy, le dolió el cuore.
Cada paso que daba encontraba más mentiras.
Rochi había contado que sus padres, a quienes nadie conocía y solo Juan había visto alguna vez, eran odontólogos y atendían en una famosa prepaga. Llamó y preguntó, pero no había profesionales con ese apellido en ninguno de los planes de la cartilla. Ayyy, ya sentía náuseas de los nervios.
¿Quién era realmente la sexy y misteriosa Rochi?
¿Habría vivido en Villa Devoto como decía? Decía ser hija única… pero ¿tendría hermanos? Belén y su madre, con estos descubrimientos, ya se planteaban que absolutamente todo podía ser falso. Era un perfil fantasma en las redes y en la vida. Estaban convencidas de que Rochi se había inventado el personaje que deseaba ser y casi lo había logrado. Por lo menos hasta ahora.
Además, Belén siguió viendo los posteos y a ese tipo que siempre comentaba. Algo pasaba. ¿Cómo iban a decirle a Juan todo esto? ¿Les creería? ¿Las acusaría de metidas y no las querría ver más? ¿Podían estar tan equivocadas? Para Belén, Rochi era una mentirosa patológica que no había estudiado, no tenía la familia que decía tener y no trabajaba de nada. Ayyy, la fachada estaba armada y ellas debían agarrar pico y pala para derribarla. ¿Debían?
El momento de la verdad
Belén sacó turno con su antigua psicóloga. Era la más indicada para ayudarla a desentrañar si ellas tenían el derecho o no de revelar lo que ocurría con Juan y su pareja. Pasaron dos meses hasta que Belén estuvo preparada y convencida de que algo debían decirle. Darle un hilo del que él podría tirar.
Aprovecharon un viaje veloz que Juan hizo a Córdoba y una noche, estando los tres solos, sacaron el tema de las parejas, el amor y… llegaron a Rochi. De la conversación surgió que él estaba un poco angustiado, tapado por deudas y que Rochi no le resultaba tan compañera como todos creían. La amaba, les dijo, pero estaba un poco desilusionado porque no la veía empática con su vida laboral ni lo ayudaba con nada de la casa. Ella corría con sus campañas y no le pagaban demasiado bien. Además, había hecho una publicidad para una marca de ropa interior donde le habían sacado unas fotos medio desnuda. Eso lo había mortificado un poco porque le parecía demasiada exposición y no le pagaban más que con un par de corpiños. Pero bueno, era su carrera y él no quería ser machista ni censurarla, admitió muy compungido. Esto les dio el pie para hacer un primer comentario… Virginia le contó que habían querido pedir turno con los padres de Rochi para un tratamiento dental de Belén, pero no habían podido dar con ellos. Juan les dijo que le iba a pedir a Rochi el teléfono del consultorio para allanar el camino. Y, agregó, que seguro le iban a hacer precio. El tema quedó ahí.
Fue en otro viaje de Virginia a Buenos Aires que se dio otra charla más áspera. Virginia solía ir tres o cuatro veces al año a la ciudad para chequeos médicos y distintos trámites. Siempre, por supuesto, se quedaba en el departamento donde vivía Juan con Rochi. Virginia se lo prestaba a cambio de que pagaran los gastos, pero como tenía tres dormitorios le parecía que lo más lógico era quedarse ahí.
Pero esta vez Juan, incómodo, le preguntó si podía ir a un hotel. Eran solo tres noches. Virginia montó en cólera. ¿Cómo podía ser que no pudiera quedarse en su propia casa? ¿Qué pasaba? La excusa que esgrimió Juan fue que Rochi estaba haciendo vivos de Instagram, varios por día, y que no podía estar circulando por el departamento ni haciendo ruido. Juan le ofreció pagarle el hotel. Un divague, pensó Virginia que eligió guardarse la rabia. Tenía que ser inteligente. Se instaló en un hotelito boutique cerca y lo pagó ella, pero le dijo a Juan que quería hablar con él. Lo invitó a comer afuera, solo. Expresamente le pidió que fuera sin su novia.
Juan accedió. Virginia tenía el estómago apretado. Veía a su hijo como derrotado, apagado. Ante la primera pregunta cariñosa, Juan empezó a vomitar cosas que le pasaban. Rochi se ausentaba con frecuencia con viajes. En la casa se la pasaba horas y horas en las redes. Alguna vez había vuelto de madrugada diciendo que venía de los festejos de alguna empresa o marca que la había contratado. Virginia escuchó muy atenta las quejas de Juan y, cuando le pareció que había terminado, habló ella. Con cuidado de no herirlo le dijo algunas de las cosas que habían averiguado. A Juan se le llenaron los ojos de lágrimas.
“Grandote, pintón, al borde de los 30… ese era mi hijo adorado. Estuve al borde de ponerme a llorar con él -dice Virginia-, pero me contuve. Tenía que ser su sostén para que pudiera dejarla”.
Esa noche se labró el acta final de la pareja de ficción de Juan y Rochi.
Ataques de furia
No fue nada fácil. Juan, después de aquella comida, siguió confesando penurias a su madre: tenía peleas muy fuertes con su pareja. Rochi, ante cada pregunta o cuestionamiento, se ponía furiosa y le gritaba que él no tenía derecho a preguntarle nada. Revoleaba vasos o lo que encontraba.
Un día había roto la pantalla del televisor gigante con una base de maquillaje de vidrio. Juan se asustó. Eso era algo que nunca había visto en su casa, a pesar de que sus padres se habían separado. La violencia de ella lo tenía angustiado. El paso siguiente era animarse a enfrentarla con las mentiras que habían descubierto.
Virginia sentía que la situación la excedía. Le aconsejó a su hijo que recurriera a un terapeuta, a alguien que pudiera contenerlo y guiarlo. La terapia fue fundamental. Juan empezó a ver la realidad enseguida. Fueron tres meses de infierno, porque Rochi escalaba en su furia. Un día, durante un colapso nervioso, rompió el secador de pelo contra el piso del balcón. Otro, le gritó cosas irreproducibles que preocuparon a los vecinos. Lo humilló. Sus adjetivos descalificadores zumbaban en la cabeza de Juan de manera persistente.
Fue el final. Juan ya no quiso saber más qué era cierto de todo lo que le había contado y qué no lo era. Y un día de octubre le pidió que se fuera de su casa. Ella se negó. Se retorció en sus manipulaciones e intentó reconquistarlo. Pero Juan ya se había convertido en un muro infranqueable. Juan solo quería borrarla de su vida. Ella ya no tenía colonizado su afecto ni podía despertarle pasión alguna. Dormía en el cuarto que usaba de oficina y había tomado coraje para cancelar las dos extensiones de sus tarjetas de crédito que tenía Rochi. La dejó sin víveres. Ella estaba acorralada. No le quedó más remedio que agarrar sus cosas y partir.
No hubo despedidas, ni frases. Se fue una tarde mientras él estaba de espaldas en su computadora. Ella fue empujando las valijas hasta el ascensor y dio un portazo. Abajo la esperaba un taxi que la llevaría quién sabe a dónde. Juan no preguntó. Acto seguido borró su contacto y todo lo que tenía de ella en su computadora y celular. Le dijo a su madre que fue una sensación liberadora. Pero Juan continuó con terapia para reparar su devaluada autoestima. Hoy está nuevamente en pareja con una chica de su provincia y es totalmente feliz.
Autorizó a Virginia y a Belén a contar su historia sin dar ningún dato que permita identificarlo. Lo hace porque dice que puede ser un alerta tanto para hombres como para mujeres que se sientan atrapados en una mentira como la que le tocó vivir. Solo envió la siguiente frase para esta nota: “Uno sabe que hay algo mal, pero estás enceguecido, enamorado de alguien que no existe. Yo notaba que nada estaba bien, pero la gente que me quiere me tuvo que abrir los ojos. Sin mi familia no hubiera podido salir de esa relación tóxica y de esa desvalorización de mí mismo en la que había caído. Y sin mi psicólogo, quien fue clave en todo esto, tampoco”.
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