El hilo de esta historia nació el 7 de enero de 1986 cuando Fabián Quintero, con 22 años y decidido a vivir aventuras, aterrizó en la ciudad de México con su amigo Omar.
“Teníamos la idea de buscarnos un futuro, de trabajar fuera de la Argentina y conseguir progresar. ¡Es cierto que también queríamos ver el mundial de fútbol! A los pocos días de llegar cumplí 23″, relata hoy, con 59 años, desde la ciudad de Los Ángeles, en los Estados Unidos.
Ese día del aterrizaje se estaba empezando a tejer la trama de su destino que terminaría por enredarse con el de una mujer que había nacido en la otra punta del continente americano.
Esta es una historia de amor, llena de encuentros y desencuentros. Porque después de vivir algunos años juntos transcurrieron casi tres décadas en los que no se volvieron a ver. Vivían a miles de kilómetros de distancia hasta que…. las redes sociales facilitaron el reencuentro.
De la panadería a la aventura
Fabián Quintero nació entre panes, medialunas y hornos ardientes el 27 de enero de 1963 en Martínez, provincia de Buenos Aires. Él se presenta diciendo: “Mi papá era sanjuanino y se llamaba Víctor Faustino Quintero. Mi mamá, María Luisa Miguens, era hija de gallegos de La Coruña. Soy el menor de dos hermanos. Mis viejos se separaron cuando yo tenía 13 años. A esa edad dejé de estudiar y empecé a trabajar con él para aprender el oficio de panadero. Vivíamos en la misma panadería”.
A Fabián le apasionaba el fútbol e intentó jugar como profesional en Tigre. Pero la exigencia del deporte profesional era mucha y, llegar a algún sitio, resultaba una tarea compleja e incierta. Terminó abandonando ese sueño y dedicándose al laburo familiar. Se enfocó, entonces, en otra meta: fabricarse un futuro en un país del primer mundo.
“Teníamos unos amigos que vivían en San Francisco, Estados Unidos, y yo soñaba con irme. Pero no te daban así nomás la visa norteamericana, era algo imposible. Así que busqué otro país a dónde ir. Mi mamá me ayudó con dinero y cuando pudimos, con mi amigo Omar, sacamos pasajes para ir a México. Viajé con australes, ¿te acordás de los australes? Bueno no me los querían cambiar en ningún lado. Al final, un tipo al que le gustaban los billetes distintos, me los compró como una rareza en el aeropuerto. Todo era ridículo”.
En su afán por encontrar mejores desafíos los jóvenes dejaron la superpoblada ciudad de México y siguieron su viaje hacia Ensenada, una población casi fronteriza en la zona de Baja California.
“Conseguimos empleo temporal en un parque de diversiones. Eso nos duró un par de meses. Después busqué otro trabajo en una panadería que era mi verdadero oficio. Empecé a hacer tortas y a decorarlas”, continúa. Un día de esos, Fabián y Omar iban caminando por una calle cuando se cruzaron con una bonita chica mexicana. Esta anécdota callejera es la bisagra de esta historia de amor real.
“Mi amigo era re chamuyero y enseguida la encaró. Se llamaba Angélica Cortez. Al otro día, la fuimos a visitar y ahí estaba la hermana de esa chica: Leticia Cortez”.
Fue amor recíproco e instantáneo. La cosa se puso seria y, poco tiempo después, Leticia y Fabián estaban formalmente de novios. Pero él seguía obsesionado con el progreso e insistía con cruzar a los Estados Unidos. El futuro estaba ahí nomás, al alcance de su mano, a unos cien kilómetros de distancia.
La frontera del progreso
Leticia tenía dos años menos que Fabián y era muy conservadora. Trabajaba como maestra de preescolar. “Nosotros éramos diez hermanos de dos padres que, antes de tenernos a mi hermana Angélica y a mí, se habían quedado viudos. Cuando se casaron mi mamá tenía cinco hijos, papá tenía tres y juntos nos tuvieron a nosotras. Luego, se separaron y yo me quedé viviendo con ella. El día antes de conocer a Fabián, mi hermana Angélica había llegado a casa diciendo que por la calle se había encontrado con dos argentinos ¡¡muy guapos!!”. Cuando los conoció Leticia pensó que su hermana no se había equivocado.
El noviazgo andaba maravillosamente bien, pero Fabián insistía: quería cruzar como fuera a los Estados Unidos.
“Cuando sos joven te animás a todo. Ella, por ser mexicana, tener recursos económicos y al vivir cerca de la frontera podía cruzar cuando quería, pero yo no podía hacerlo legalmente. Así que no me quedaba otra”.
Finalmente decidió concretar sus planes y Leticia le prometió que iría a verlo seguido.
Fabián pagó 300 dólares a unos guías de la ilegalidad -a quienes denominaban “los coyotes”- quienes con un grupo lo llevaron hasta Tijuana. El cruce se haría de noche. Sortearían alambrados, cauces de agua y tendrían que evitar las temibles luces de los helicópteros que patrullaban la frontera entre México y los Estados Unidos. La fecha, Fabián no la recuerda bien, solo que ocurrió a fines de mayo de 1986.
“Creo que salimos a la una de la madrugada. Crucé un río con el agua que me llegaba a la cintura, caminé y corrí sin parar. Por momentos, nos hacían tirar al piso y teníamos que cuidarnos mucho de los alambres electrificados. El guía de pronto nos gritó que nos arrojáramos al suelo y nos pidió que no respiráramos. Debíamos hacer silencio absoluto. ¡Al grupo que venía detrás nuestro lo habían agarrado a pocos metros!” recuerda él.
“Inmóviles y aplastados contra el suelo veíamos lo que sucedía frente a nuestros ojos. Nos quedamos así, quietitos, unos veinte minutos mientras los policías subían a los otros hombres a las camionetas. Habíamos zafado. Cuando se fueron seguimos corriendo hasta la cinco de la madrugada cuando empezó a amanecer. Estábamos en el lado norteamericano, en la ciudad de San Isidro, y teníamos que buscar el micro que nos esperaba. Yo no tenía ni un peso porque cruzás sin nada. De ahí, nos trasladaron hasta Los Ángeles. Fue en esa ciudad que me desesperé”.
Omar siguió hacia San Francisco y él, que prefería estar más cerca de México por Leticia, decidió llamar a unos amigos mexicanos que tenían a sus tíos viviendo allí. “Me buscaron, me llevaron con ellos y nos terminamos haciendo amigos. Empecé a ayudarlos con lo que podía hasta que conseguí trabajo en una panadería en Marina del Rey”.
Fabián había conseguido lo que tanto deseaba.
Tiempos de ilegalidad
Ensenada y Los Ángeles quedan a unas cuatro horas de auto. Así que Leticia iba muy seguido a visitarlo. Hasta que un día se cansó de tanta ida y vuelta y se quedó. No volvió a México. Ahora, los dos eran ilegales en los Estados Unidos.
Leticia lo cuenta así: “Yo lo seguí a Fabián porque estaba tremendamente enamorada. Era el amor de mi vida. Tenía un buen empleo en la secretaría de educación pública, pero dejé todo para ir detrás de él. ¡Imaginate lo que lo quería para hacer semejante locura por un futuro incierto! Mi mamá no se opuso. Me apoyó, pero insistió en acompañarme para dejarme en manos de Fabián. Ahí fue cuando ya no volví a México y empecé a trabajar en una lavandería que quedaba también en Marina del Rey”.
A Fabián le consiguieron un departamento prestado por el que solo debían pagar los gastos. Un tiempo después, tuvieron que mudarse y el dueño de la panadería donde trabajaba Fabián les prestó un garaje con baño. Pero todo sucedía con rapidez y Fabián obtuvo un buen trabajo en otra panadería, propiedad de unos armenios, en la exclusiva ciudad de Malibú.
Felices, en 1987, Fabián y Leticia se casaron en una ceremonia íntima: los dos solos y sin fotos, se juraron amor eterno.
Planes alterados
Hacia fines de 1986 el presidente Ronald Reagan firmó la reforma migratoria de los Estados Unidos. Los ilegales dejarían de serlo y tendrían documentos. Eso favoreció a Fabián quien, en 1987, consiguió tener sus papeles en regla. Ahora, podía viajar a la Argentina cuando quisiera y volver sin problemas a los Estados Unidos. Todo parecía encarrilado y, uno a uno, los sueños se habían ido concretando.
En noviembre de 1988, en la Argentina, murió de un infarto la pareja de su mamá, un contador de 54 años al que Fabián quería mucho y con quién había trabajado en Buenos Aires. En marzo de 1989 Fabián tomó una difícil decisión: viajar a la Argentina para ayudar a su mamá a desarmar la oficina de su marido fallecido. Leticia, por supuesto, viajó con él a Buenos Aires.
“Largué todo porque no sabía cuándo íbamos a volver a los Estados Unidos. Una vez en Argentina quise que Leti conociera mi país y viajáramos un poco”.
En ese mientras tanto a Fabián le ofrecieron un puesto en una gran cadena de supermercados y lo aceptó. Necesitaban el dinero. Leticia, en cambio, no sabía en qué podía trabajar. Quería algo como lo que siempre había hecho y no se sentía cómoda con la situación que se había generado. Quizás por esto que Leticia recuerda esos meses un poco distinto.
“Había cositas que no me gustaban. Que él se regresara a la Argentina y yo lo tuviera que seguir; que el trabajo que me decían que hiciera no me gustara y los celos de Fabián… No me cerraba nada. Por momentos pensaba ‘esto no es para mí'. ¡Pero yo lo amaba tanto! Un día le conté a mi mamá mis dudas y ella me mandó un pasaje de avión para que regresara a México”.
Juntos, Fabián y Leticia, decidieron que ella se adelantara y volviera a México; él se quedaría un poco más en la Argentina organizando las cosas y trabajando para juntar dinero. Leticia rememora: “No sé de dónde saqué fuerzas para volverme… Regresé a México con el corazón partido, pero pensando que ya nos volveríamos a reunir en poco tiempo más”.
Fabián asegura que él también creía que aquella decisión era algo temporal.
Ella se subió al avión llorando hacia fines de mayo de 1989. Nadie podía saber, cuando despegó aquel vuelo, que iban a pasar casi treinta años hasta que se volviesen a ver y a besar.
Un intervalo de tres décadas
Lo que viene es difícil de explicar. No eran tiempos de celulares smart, de redes sociales o Google. Las comunicaciones no eran como las que conocemos hoy. Las llamadas resultaban carísimas y se hacían por operadora. Hablaron varias veces, pero la distancia fue metiendo la cola. Fabián se mudó de casa. Leticia, también. Ella giró de un lugar a otro y terminó de nuevo en los Estados Unidos. Una amiga le había conseguido un buen trabajo.
“Pensaba en él 24 horas al día. Pero fuimos perdiendo el contacto. Las cartas demoraban mucho, los cambios de direcciones no ayudaron nada. Las llamadas eran complejas, carísimas y tenías que esperar horas”, relata Leti. Fabián recuerda, también, que esas llamadas entre Los Ángeles y Buenos Aires: “Salían una fortuna”.
Así, un día cualquiera dejaron de hablar.
“En un momento me dije: hago mi vida, tengo que trabajar y crecer. No quería seguir siendo el nene mantenido de mamá. Pensaba que, quizás, ella ya estaba con alguien. En el supermercado conocí a una mujer que terminó siendo la madre de mis primeros tres hijos (Cristián 32, Iván 28 y Nico 24). Cuando Nico tenía 5 años me separé. Yo ya estaba trabajando en otro gran supermercado. En ese nuevo empleo conocí a otra mujer con quien tuve a mi hijo más chico, Matías (15). El problema fue que ella no aceptaba a mis hijos más grandes y terminé, otra vez, separándome”.
Leticia, mientras tanto, hacía su vida en los Estados Unidos. También suponía qué él habría rehecho su vida. “Pasaron varios años y yo seguía pensando en Fabián. Encontré una pareja, me enamoré, lo quería y pensé que era para toda la vida. ¡Por eso me casé por Iglesia! Pero tengo que reconocer que, en el fondo, siempre estaba ahí ese amor anestesiado por Fabián. Me preguntaba cómo estaría, qué pasaría si lo volviera a ver”.
Su marido era peruano y, gracias a que él trabajaba en una buena compañía en Santa Mónica, tuvo la oportunidad de hacerse ciudadana norteamericana. Tuvieron tres hijos: Sandra (32), Tali (30) e Isaac (28). “Él me dio estabilidad emocional y económica y estuvimos casados durante 16 años. Nos separamos y al tiempo me volví a comprometer con un hombre diez años más joven que yo. Duré diez años con esta segunda pareja. Me pasó igual que lo que le ocurrió a Fabián con su segunda mujer: este hombre no se llevaba nada bien con mis hijos. Me divorcié y estuve cuatro años sola y tranquila”.
Amor en la red
El 12 de junio de 2018, Leticia (quien ya tiene dos nietas, Victoria de 10 y Elena de 2) hizo algo que modificó su vida. Buscó a Fabián en las redes sociales.
“Estaba sola en mi cuarto con el iPad y se me ocurrió intentar saber qué había sido de la vida de Fabián… Busco en Facebook y el primero que aparece es él, pero no estaba segura de que realmente fuera él. No lo reconocía. Habían pasado 29 años… Miré si había fotos con alguna mujer y no, parecía estar solo. Decidí mandarle un mensaje”.
Escribió (textual): “Hola. Me llamo Leticia soy mexicana y creo conocerte…??? De hace muchísimos años… o quizá estoy confundida pero tú puedes sacarme de la duda o no?”.
No sin nerviosismo, lo envió.
La diferencia horaria la hizo esperar unas horas hasta que llegó la respuesta (textual): “Hola creo q sí pero no estoy seguro si sos vos, yo hace mucho q busco a una Leticia Cortez y no la podía encontrar. Vos vivías en los ángeles conmigo?”.
En ese mismo diálogo, más adelante, Fabián le tiró un piropo: “Estás más linda ahora que cuando salíamos”.
Había comenzado una conversación que ya no se detuvo.
Una segunda oportunidad
Los planetas se habían alineado, por fin, para ellos. Los dos estaban solos. Los dos se recordaban con mucho amor. Todo concordaba sin asperezas.
“Se dio en los tiempos perfectos”, resume Leticia. Y Fabián agrega: “Toda la vida mis hijos habían sabido la historia de la mexicana y me habían intentado ayudar a buscarla en Facebook, pero había cientos de Leticias Cortez… Era difícil, no la encontraba”.
Después de ese reencuentro virtual, Fabián la invitó a Buenos Aires. No quería que ella se arrepintiera así que le mandó el pasaje.
Leticia, con 52 años y un nudo en el estómago, se lanzó a la nueva aventura: “Antes de viajar me fui a tirar las cartas con un vidente húngaro. Él me dijo que veía anillo y compromiso….”. Acertó.
Dos semanas después de ese reencuentro por Facebook Leticia llegó a Ezeiza. Fabián, quien ahora trabajaba en una empresa de elaboración de comidas en Thames y Panamericana, la fue a buscar con un ramo de flores. Para los dos era todo un acontecimiento luego de una despedida en el mismo aeropuerto que había puesto en stand by la relación durante veintinueve años.
“Estaba en shock, reconoce Leticia, Nos dimos un piquito super respetuoso. Los dos estábamos tanteando para ver qué nos pasaba. Quería mirarlo, olerlo, ver qué sentía… “, reconoce ella. Fabián aporta: “Nos fuimos primero a mi departamento en Olivos. Yo en esos días me había comprado un auto para poder llevarla a pasear. Además, había reservado un hotel en Córdoba para ir juntos. ¡Me gasté todos mis ahorros! Quería impresionarla”.
Leticia continúa: “Ahí comenzó el romance total. Fabián me dijo: ‘Vos no te volvés a Los Ángeles sin anillo’. Nos compramos alianzas. Y, cuando regresó a los Estados Unidos, todo fue muy distinto a la primera vez. Ahora, ¡hablábamos a cada rato!”.
Fabián empezó a pergeñar su retorno a Norteamérica. “Hablé con mis hijos y les conté que había tomado la decisión de volver a vivir a Los Ángeles con Leticia. Los más grandes entendieron, con el más chico fue un poco más difícil porque tenía 11 años. Les expliqué que trabajando en el exterior podía ayudarlos muchísimo más”.
El vuelo demorado
El 1 de agosto de 2018 Fabián hizo aquel vuelo de regreso a los Estados Unidos tan postergado. Llegó a Los Ángeles donde Leticia, luego de haber hablado con las dos hijas veinteañeras que todavía vivían con ella, había alquilado un monoambiente para tener un lugar para convivir con Fabián. El 4 de agosto, tres días después, se casaron en Las Vegas, Nevada.
Si, sí y sí. Sentían que estaban en el camino correcto, aquel que alguna vez habían abandonado.
En ese departamento pequeño vivieron un año. Luego, una de las hijas de Leticia tuvo un bebé y se fue a vivir a otro sitio. La hija que quedó sola en la casa les sugirió que se mudaran con ella. Fabián ya había conquistado el corazón de los hijos de Leticia.
“Lo más maravilloso de todo es la relación que tenemos los dos con nuestros respectivos hijos. ¡Eso es lo mejor! ¡Mis hijas festejan con Fabián hasta el día del padre! Y mi hijo le dijo a mi nieta que lo llame abuelo. Eso nos une mucho más que cualquier otra cosa”, revela Leticia.
Fabián asiente y coincide: “Soñamos con juntarnos todos y que se conozcan los míos con los suyos”.
Hoy Fabián trabaja en la panadería de un mercado y Leticia es maestra de niños de un jardín de infantes. Viajan a Buenos Aires todos los años y aprovechan cada visita para conocer un rincón diferente de nuestro país: Cataratas, Calafate, Bariloche…
“Hemos aprendido que el amor implica también el compromiso de decir ‘quiero estar contigo’. No es el amor de los veinte, es el amor maduro de los cincuenta. Yo quiero a sus hijos, él quiere a los míos. Es también aceptación, cariño y proyectos. ¡Queremos terminar nuestra vida juntos!”, cierra Leticia y él asiente.
Al momento de hacer esta nota la pareja estaba en Las Vegas, disfrutando de la vida que recomenzaron juntos hace cuatro años.
Quizá aquella larga pausa haya sido necesaria. Hoy, a los 59 y 56 años, son plenamente conscientes del amor que se tienen y, cada día, vuelven a elegirse.
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