Lo conoció cuando estaba embarazada, se hicieron amigos y decidieron cambiar de vida juntos

La primera vez que Santiago y Lucía se vieron, ella estaba de cinco meses y los dos buscaban algo distinto, sin saber bien qué. Ese día y sin conocerse, se dieron un abrazo largo y fraterno que fue el comienzo de una amistad. No lo sabían tampoco, pero también era el comienzo de un gran amor, una familia y el final de su búsqueda

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Lucía y Tati fueron primero
Lucía y Tati fueron primero amigos. Luego de una búsqueda espiritual en común, hoy comparten una historia de amor y un mismo estilo de vida

Llevaba años de búsqueda personal, queriendo encontrar algo más. Pero no sabía bien qué buscaba ni por dónde buscar, así que probó con todo lo que parecía que iba a llenarla: meditación, plantarse en el ahora, respirar, hasta un chamán de Estonia. Lucía tenía una vida que de afuera parecía exitosa; ocupaba un cargo ejecutivo en una multinacional de consumo masivo de alimentos y hacía ocho años que estaba en pareja.

Santiago estaba separado y tenía dos hijos, y también tenía un buen pasar económico y profesional. Pero, igual que Lucía, también sentía que le faltaba algo. Viajaba tanto por trabajo que, en un sólo año, le habían sellado el pasaporte hasta agotarlo. Nunca tenía tiempo para pensar en él. Dice que necesitaba parar la pelota.

“Veníamos de la locura –cuenta él a Infobae–. Buscando algún lugar para salir de esa situación de cero confort con nosotros mismos”. Así llegaron al grupo de desarrollo espiritual en el que se conocieron, en febrero de 2017. Lucía estaba en otra búsqueda todavía más concreta. Quería tener un hijo con su pareja, pero aunque ninguno tenía problemas de fertilidad, no lograba quedar embarazada. Por eso, en primer lugar, llegó a la casa de esa italiana en donde hacían terapias alternativas, psicomagia y visualizaciones.

¡Justo ella, que siempre había cumplido con todos los mandatos, estaba envuelta en una espiral de Evatest negativos! “Cuando me dijeron que tenía que hacer un tratamiento, me pregunté ‘¿Por qué? Si yo no tengo nada y mi marido tampoco’. Encima trabajaba vendiendo productos para bebés, ¡tenía la maternidad por todos lados y yo no podía hacerlo!”. En medio de esa frustración, se acercó al grupo. Y, casualidad o no, los resultados fueron casi inmediatos. A los dos meses quedó embarazada naturalmente. Decidió aferrarse a ese espacio más que antes.

Lucía y Tati en su
Lucía y Tati en su campo de Areco llamado El Encuentro. Allí crearon un emprendimiento familiar de productos naturales

La primera vez que se vieron, ella estaba embarazada de cinco meses. Se hicieron amigos inmediatamente. No había nada romántico ni segundas intenciones, sólo la afinidad de dos que necesitaban un cambio y venían de mundos parecidos. Pero los dos se acuerdan bien de ese momento que, aunque no lo sabían entonces, iba a ser definitivo.

“Llegué a la pizzería en donde estaban todos, y la primera persona que se levantó para recibirme fue ella, embarazadísima”, dice él. “Yo con cero interés, no es que lo vi y dije ‘¡Qué buenmozo!’, que es algo que te puede pasar estando o no embarazada –porque no es que estás vedada de ese tipo de sentimientos–. Pero lo que sentí fue algo fraternal”, dice ella. No se conocían, pero se dieron un abrazo largo, de esos que no se olvidan.

Después de eso, se dejaron de cruzar por un tiempo. Lucía tuvo a su bebé y volvió al trabajo. Pero con el nacimiento de Theo, llegaron otras cosas, una apertura espiritual mucho más grande, dice. Por primera vez se empezó a dar cuenta de lo que quería para ella. Y ahora también para su hijo. La maternidad la había alejado del grupo, pero volvió para sumarse a un viaje a Israel. Theo tenía un año y lo llevó con ella. También viajó con su mejor amiga y con su hermano, que vivía en Italia: necesitaba estar contenida, cerca de sus afectos.

Santiago era parte del contingente y disfrutaron en el viaje como lo que eran: apenas dos buenos amigos. Muy buenos. Dos amigos que se contaban planes, proyectos, asuntos cotidianos, y también intimidades, porque estaban embarcados en el autoconocimiento y el contexto se prestaba para eso. Lucía, incluso, le presentó a su amiga. Si se hubieran gustado entonces, tal vez la historia sería otra.

Al poco tiempo de comenzar
Al poco tiempo de comenzar a convivir con Tati, Lucía quedó embarazada de León

En ese viaje a Israel, Lucía entendió una cosa: podía estar sola con su hijo en cualquier parte, tal vez no necesitaba más que eso. Sintió que se le corría un velo: la empresa, su casa, su relación… todo le parecía “repensable”. En un curso de Liderazgo Femenino en el CEMA, descubrió a una mujer que había sido gerente general de una compañía importante. Todo el recorrido espiritual que había hecho Lucía, esa mujer lo había hecho en el mundo académico.

La llamó y le pidió que fuera su coach. Le dijo que estaba pasando por un proceso que no sabía a dónde iba, y quedaron en trabajar juntas durante doce sesiones. La mujer se ofreció a hacerlo gratis, porque le interesaba acompañarla. En la última sesión, la miró y le dijo: “Vos no tenés un problema laboral, sino de pareja”.

Separarse marcó un quiebre para los dos: Santiago –o Tati, como le dicen todos– se había comprado un campo en Areco después de su divorcio, quería probar otro estilo de vida. Lucía empezó a planear su salida del mundo corporativo. Se mudó de la casa que compartía con su ex cuando Theo estaba por cumplir un año y medio. Era un departamento totalmente pelado, ni siquiera tenía cubiertos. Fue empezar de cero.

Un día la convocaron de una revista importante para dar una charla sobre empoderamiento femenino. Tenía que contar su caso: una chica de 34 años que había logrado un puesto directivo en una multinacional. La noche anterior había dormido con su hijo sobre una montaña de acolchados que armó en el departamento nuevo, porque no tenía ni cama. Y a la mañana siguiente estaba impecable y con los labios pintados contándole a esas mujeres cómo ser exitosas. “¡Estaba en el fracaso más grande de mi vida y les estaba dando lecciones a ellas!”

Cuando Lucía se separó, Tati se convirtió en su compañero en la desventura. Cómo él ya había pasado por la experiencia de la separación, Lucía lo tomó de referente. Le consultaba por su visión de las cosas cuando quería una mirada masculina. Hablaban horas por teléfono y también empezaron a compartir fines de semana con sus hijos. A Theo se sumaban Rami y Martín, de entonces 11 y 9 años, los hijos de Tati. “A mí lo que más me enganchó de él fue su lado paternal. Yo veía una dedicación a sus propios hijos, y también el trato con Theo, donde desde el principio hubo una sensibilidad de padre que me parecía atractiva”, cuenta Lucía.

Lucía y Tati con León,
Lucía y Tati con León, el hijo de ambos que nació luego que ella luchara contra el Covid estando embarazada

Hasta que todo eso que pensaban que era parte de su amistad tomó una nueva forma. Fue un fin de semana en que el grupo iba a encontrarse en un campo en Mercedes, y Lucía, que iba sola con Theo, se quedó empantanada en el camino de tierra. Llamó a Tati como a un salvador: “Me quedé en el barro, no puedo bajar, no puedo salir. Tengo a Theo en la sillita y el auto cargado hasta el moño, repleto de cosas de bebé. ¡Necesito que alguien me saque de acá!”.

Y entonces, él hizo su parte: fue a buscarla, se embarró íntegro, y se subió al auto hasta que lo movió. “Y no sólo eso, sino que llegamos al campo y él bajaba la cuna, envolvía a Theo… ¡Todo hacía, como en una película, mientras yo lo miraba hacer sin poder creérmelo mucho!”, cuenta ella. Ese fin de semana empezaron a actuar como equipo. Si Lucía le daba la teta a Theo, Tati le cortaba la comida. “Me sorprendía que se diera cuenta de lo que necesitaba antes que nadie. Estaba atento”, dice ahora ella a Infobae.

El resto fue natural, dice él: “Ya nos conocíamos tanto que ni siquiera hubo un momento. Sólo teníamos que darnos cuenta, y cuando eso pasó, lo demás se dio solo”. Cuando volvieron de Mercedes, empezaron a chatear sin parar, como adolescentes. Hasta que una mañana él la invitó a desayunar al bajo de San Isidro. Ella llegó tarde, pero sin Theo. Se dieron el primer beso frente al río y no se separaron nunca más.

Había, sin embargo, algo que Tati no sabía de Lucía. Lo descubrió la mañana después, cuando se despertó con ella por primera vez y la vio subirse a unos tacos de 10 cm y vestirse de pies a cabeza como la ejecutiva que todavía era. Y él estaba acostumbrado a verla siempre en plan relajado, de jeans y zapatillas. “Dije, ¿pero quién es esta mujer?”. Tampoco lo sabían con claridad en ese momento, pero los tacos y los trajes de oficina también eran parte de una vida que Lucía empezaba a dejar atrás.

Era septiembre de 2019, casi dos años después de conocerse, y las cosas avanzaron rápido. En febrero de 2020, Tati se fue de vacaciones con sus hijos y les contó que estaba de novio con Lucía. Hasta ese momento, los chicos la conocían como una amiga de su papá, pero se pusieron contentos con la noticia. “Fue como un regalo, ¡estaban felices! Y tenían pasión por Theo, eso fue clave para unirnos a todos”, dice.

Familia ensamblada: Lucía y Tati
Familia ensamblada: Lucía y Tati con los hijos que tuvieron con sus parejas anteriores: Martín, Rami y Theo. A ellos se sumó León

Un mes después, el mundo se puso en pausa. La pandemia aceleró el resto de las decisiones y también la integración familiar. Se instalaron mitad en Nordelta, en la casa de él, y mitad en el campo. No debe ser casual que se llame “El encuentro”. Recién en octubre, cuando se liberaron las restricciones, se mudaron a un departamento todos juntos. Habían pasado casi todo el aislamiento en Areco con sus tres hijos: ya eran familia.

A fines de junio, Lucía dejó su cargo en la empresa y Santiago delegó funciones en la suya. La vida que los dos buscaban hacía años comenzaba a vislumbrarse. Los meses que estuvieron todos juntos en el campo terminaron de convencerlos de que parte del cambio era volver a las raíces, a la tierra.

Con la misma naturalidad con la que se convirtieron de un día para el otro en una familia numerosa, Lucía quedó embarazada “al toque”, como dicen ambos. Se gestó todo junto, asegura ella: la integración, la pareja, los chicos jugando en el campo, y un proyecto laboral en común basado en la alimentación saludable, sin agroquímicos ni procesos industriales. Lo contrario de lo que Lucía hacía antes, y a la vez para lo que se había formado desde siempre, porque el corazón de su idea es la conciencia sobre el origen de los productos que se consumen.

Le pusieron Bien de la Tierra por el doble significado de la frase: era una forma contundente de nombrar su origen, y también de marcar que lo que hoy producen es un patrimonio de la naturaleza. Y es un emprendimiento familiar en todo el sentido de la palabra: los chicos cosechan con ellos los tomates agroecológicos y recogen los huevos de las gallinas pastoriles criadas a campo y libres de jaulas y galpones.

“Encontramos que teníamos intereses y actitudes parecidas. Costó al principio, porque los dos veníamos de decir qué era lo que había que hacer, y acá los dos teníamos que hacer todo y ninguna voz era más importante que la del otro. Parte de lo que nos pasó fue que nos encontramos siendo una pareja pareja”, resume Lucía.

Tati y Lucía en su
Tati y Lucía en su campo. Sus productos son agroecológicos. Por ejemplo, los huevos son de gallinas que no están encerradas en jaulas ni galpones

Hubo momentos difíciles también. Ella llevaba seis meses de embarazo cuando se contagió de Covid. Los primeros días los pasó en su casa, pero cuando bajó la saturación tuvieron que internarla, y Santiago se internó con ella. De un momento a otro cambiaron otra vez todos los planes: “Lucía no evolucionaba y yo me peleaba con todo el mundo para evitar que la intubaran. Empezó con bigotera y a los dos días la quisieron mandar a terapia, pero nos negamos”, cuenta Tati. Ella había estado muy grave de chica, en terapia intensiva, y se resistía a pasar por eso estando embarazada. Tampoco quería que le pusieran medicación, porque sabía por su trabajo que todo podía afectar al bebé. Santiago fue su guardián.

Cuando sacaron la faja de peligro y abrieron la puerta para que salieran del cuarto, con el alta médica, lloraron de alegría los dos. El reencuentro con los chicos fue otro hito: por fin estaban juntos de nuevo después de veinte días de incertidumbre y el miedo más tremendo. Estaban todos en el campo cuando Lucía empezó con el trabajo de parto. Rami, el mayor de los hermanos, fue el encargado de contar las contracciones en el auto camino al sanatorio.

Theo había nacido por cesárea, pero León nació sin anestesia y por parto natural. Su llegada, hace cinco meses, terminó de unir a los chicos y también a los más grandes. Y es que ahora había un hermano que era de todos. “Toda la armonía entre nosotros, el bajar el nivel de estrés y vivir más conectados, se trasladó al resto de nuestro entorno y mejoró nuestros vínculos –dice Tati–. Lucía se lleva muy bien con su ex marido y yo con la mamá de los chicos: León es el hermano de sus hijos”. Ella dice que tuvo que ver con aceptarse, con aceptar quiénes eran, su relación y cómo querían vivirla, pero, sobre todo, con aceptar que –por mucho que la hubieran tenido que pelear en la vida– “no todo es peleable y hay peleas que no hace falta dar; ahí empezás a aceptar tu realidad también, así como aceptás a la tierra para que se vuelva fértil, con hormigueros y bichos por todos lados, pero verde”.

Es una imagen familiar que a algunos todavía les sorprende: hace un mes, cuando Theo cumplió cinco años, lo festejaron en el campo, todos juntos. El papá de Theo sostenía en brazos a León; Tincho y Rami llegaron con su mamá, que se quedó. Cuando repasan el álbum familiar, no tienen dudas, lo que Lucía y Tati buscaban está exactamente ahí, en esa foto.

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