Silvina, su mejor amiga, se moría. Tenía cáncer de mama con metástasis en el pulmón y estaba internada en el Instituto del Diagnóstico. Desde hacía diez años, Valeria no había vuelto a entrar a ese lugar: allí le habían hecho un autotrasplante de médula ósea a su hija Julieta, que falleció de un cáncer fruto de un neuroblastoma en el 2006 cuando tenía apenas tres años y medio. Pero amaba a esa mujer y sabía que podía ser el último encuentro. Le temblaban las piernas cuando ingresó a terapia intensiva y se acercó a su cama. Silvina, cuenta, la miró y le dijo: “No te veo bien, necesito que hagas lo que tenés que hacer, porque sino tu vida va a ser muy complicada”. Entonces le agarró muy pero muy fuerte las manos: “Y te aviso que sos la próxima”. Sonrió y no dijo más nada.
Valeria es Valeria Schwalb, una reconocida psicóloga. Tiene 47 años, es autora de dos libros (Todos somos resiliencia y Todos podemos ser felices, de editorial Paidós) y madre de otras dos hijas. Especialista en duelos, durante la pandemia atendió a muchas personas que habían perdido a un familiar querido. Sabe lidiar con dolores muy extremos. Pero aquel día de 2017 salió de la clínica muy perturbada. “¿Cómo la próxima? ¿Me voy a morir?”. Todo eso pensaba mientras iba rumbo a su casa, donde la esperaba un matrimonio que ya no la hacía feliz.
“Yo venía de la historia de amor de mis padres, que es maravillosa. Eso y mi consultorio me hicieron abrir los ojos. Desde que murió Juli me empezaron a llegar pacientes para manejar duelos, con las historias más tristes que podrías oír. Muertes múltiples, accidentes, catástrofes... Empecé a recibir un montón de viudas y viudos que me contaban historias de amor como la de mis padres. Y yo no sentía eso en mi vida. No sentía que éramos un buen equipo”, le cuenta a Infobae.
Gabriel Katzuni, que también tiene 47 años, era el marido de Silvina. Valeria lo conoció como compañero de trabajo y amigo de su esposo. La primera vez que lo vio fue en el velatorio de Julieta. Cuando hoy recuerda la escena, Gabriel dice que Valeria lo miró con “cara rara, como diciendo qué ‘hacés acá si no se quien sos’” y se fue del lugar. Se volvieron a encontrar en el 2012, cuando él empezó a salir con Silvina. En esa ocasión, Gabriel se puso a llorar recordando a Julieta, porque tiene una hija con el mismo nombre y la situación lo ponía muy sensible, y se abrazaron. Muy pronto, los cuatro se hicieron inseparables. Silvina y Valeria se convirtieron en amigas de fierro, en confidentes. Se contaban todos los secretos. Además, como las dos eran psicólogas, se derivaban pacientes.
Entre Valeria y Gabriel también existía una complicidad especial. Se reían mucho entre ellos, les gustaba cantar y lo hacían sin pudor en las fiestas. “Era como un amigo de toda la vida. Con Silvina tenían una pareja hermosa. Nunca lo miré como hombre, no me gustaba, no había sexualidad ni en mi imaginación. Además del hecho que estaba con mi amiga, quizás también porque yo tenía la autoestima muy baja y jamás podría haber pensado en estar con un hombre así, tan sano. Pero de alguna manera, creo que lo amé desde el primer minuto que lo vi”, dice.
El tratamiento de Silvina los acercó más. La acompañaron con mucho amor, recuerda. Cuando en 2017 ella murió, Gabriel quedó muy mal. No estaban casados, pero se hizo cargo de dos hijas que tenía Silvina de dos matrimonios anteriores. Él ya era divorciado, padre de dos y había prometido nunca más pasar por el Registro Civil. Valeria lo contuvo en el duelo como amiga y profesional. Y se alegró cuando formó otra pareja, que no prosperó.
Un día, Valeria y su esposo invitaron a Gabriel a comer un asado. Él se dio cuenta que las cosas andaban mal en el matrimonio. En un momento, la llevó aparte. “Se la jugó, me dijo que si nuestra pareja no funcionaba no tenía que estar ahí, por los dos”, cuenta. Para ella, en ese momento era el consejo de un amigo, en el que confiaba “el 100%”.
El 6 marzo del 2020, finalmente, Valeria se separó. Fue justo cuando comenzó el encierro por la pandemia. Sus dos hijas se quedaron a vivir con ella. Como ambos tenían permiso para circular (Valeria por ser personal de salud y Gabriel de seguridad) él pasaba a visitarla con distintas excusas, como llevarle un celular nuevo para reemplazar el que se le había roto a una de sus hijas, por ejemplo… Empezaron a hablar todos los días. Ahora era él quien la contenía por la separación. “Yo odiaba el estado de divorciada. Cuando empezaron las aperturas, la gente me decía por qué no salía de joda, pero no tenía ganas”, reconoce.
Todo fue vertiginoso. Una inevitable tarde, Valeria descubrió que sentía algo más por Gabriel. Fue en su casa y lo relató con estas palabras: “¿Viste como dice Cortázar, que de pronto cae un rayo y te quedás estaqueado en medio del patio? Bueno, los dos nos miramos con otros ojos y hubo un abrazo fuerte que duró un poco más... Fue sólo eso, ni un beso. Pero nos dio mucho miedo. Él había estado con Silvina, conocía a mi marido, yo hacía poco que me había separado…”. Por unos días dejaron de verse. Negaron esa mirada tan profunda y ese abrazo. Guardaron sus sentimientos en un armario sin llave.
A veces, la gente tropieza sin querer con pequeños eventos que disparan otros mucho más grandes. Como la canción que Spotify le regaló a Valeria mientras se duchaba. Una que se llama Para siempre, de la cantante Kenny García, que ella ni siquiera tenía en su playlist: “Yo quiero hacer vida contigo/ Ser amantes, ser amigos/ Y ser la historia favorita/ Que comparten los testigos/ Que conocen lo que somos/ Y lo que antes fuimos…” Apagó la ducha y volvió a escucharla. Una y otra vez. “Me di cuenta que esa letra estaba escrita para mi. Fue lo que hizo surgir la gran pregunta: ¿estoy enamorada de Gaby? No sabía si estaba bien o mal, mi cabeza era una coctelera…La verdad, lo que sentí fue un amor muy profundo. Quiero decir: nos amamos toda la vida con Gaby, pero esto era un amor sexual, de pareja, un ‘te amo’ pero distinto”.
La complicidad, la ternura y la comunicación que había entre ambos tomó otra dimensión. Pero aunque Valeria había abierto los ojos, el miedo no la dejaba dar el salto definitivo. Sin embargo, cuando un sentimiento es fuerte y real, el universo siempre se amaña para abrir la puerta correcta. Cuando los dos pudieron liberar su corazón, se miraron desde otro lugar.
El primer paso lo dio Gabriel. Se juntaron a hablar y se abrió: “me pasan cosas con vos”. Como respuesta, Valeria le hizo escuchar la canción de Kenny García y le dijo que reflejaba lo que sentía por él. “Gaby se puso a llorar de la emoción. Fue hermoso”. Se dieron cuenta que se amaban desde siempre, pero no habían permitido mirarse más allá de la amistad. “Me dijo ‘¿vamos a dejar pasar un amor porque algunos pueden enojarse? Vos estás libre en el corazón y yo también. Juguémonos a amarnos como soñamos’”. Valeria recuerda cada palabra: “Me dijo que me veía una mina hermosa, talentosa, que me admiraba, y algo que yo sabía, que Silvina también estaba enamorada de mi. Como una historia de amor entre los tres enorme, profunda. Ojo, ella era mujer y a mi las mujeres no me gustan, pero el amor puede ir mutando”.
La otra puerta que debían derribar era el encuentro en la intimidad, el manejo de la culpa en la cama compartida. Y sucedió -la fecha es indeleble- el 16 de abril de 2020. “Antes de estar juntos lo charlamos. Y hubo un primer beso mágicamente hermoso, porque además de amor hay una piel increíble. Cuando nos despedimos la primera vez me quedé pensando ‘encima no me puede dejar así, no puede ser que además tengamos tanta piel’. Me encantó, nunca lo había mirado así Gaby. El sexo con él fluyó también”.
Al principio, no se animaban a revelarse ante su grupo de amigos. Tenían temor a ser juzgados, a ser tratados como traidores, rompedores de códigos. “Pero acá no había cuernos: nos enamoramos después que me separé, él había enviudado hacía cuatro años, los dos estábamos libres”, se defiende Valeria, como si aún hiciera falta.
Las primeras que se dieron cuenta del cambio en la relación fueron sus hijas: le dijeron que eran “almas gemelas”. Los de Gabriel también: “son tal para cual”. Como si se tratara de un experimento, alquilaron una quinta en Luján y se fueron a vivir los ocho juntos. Valeria se ríe al recordar lo que parecía una “casa fantasma”. El techo llovía, la cocina estaba llena de cucarachas, la luz hacía cortocircuitos, el motor de la pileta no funcionaba, tampoco la máquina de cortar pasto... Primera prueba, superada con humor. “Nos llovió arriba de la cama y nos reíamos, ¿te das cuenta? Para nosotros fue una anécdota. Nos dimos cuenta de que éramos un equipo”.
“Enamorados como quinceañeros”, así se sienten. Y además de las charlas largas que sostienen hasta la madrugada, comenzaron a intercambiar esos guiños en los que el amor se roza con lo hermosamente cursi o adolescente, como enviar frases y poemas. Ella le escribió: “Te invito a mi vuelo/ porque amo tu hoyuelo/ porque sanas mis heridas/ y en tu pecho viviría…”. El le respondió que “el reflejo de tu placer es la razón de mi deseo”. Como él alquilaba y ella es propietaria, el paso siguiente fue vivir juntos en el departamento de Valeria en Villa Crespo. Primero hicieron fuerte su historia de amor y luego la abrieron al mundo.
Por fin, él le contó al grupo de amigos que tenían en común -al que pertenece el exmarido de Valeria- lo que sucedía entre ambos. “Casi ninguno lo tomó mal. Entendieron que después de sufrir tanto, merecíamos vivir una historia de amor así”, sostiene ella, que no esperaba ir más allá. Los dos habían decidido, por separado, que no se volverían a casar. Y sin embargo, el viernes a las 9 de la mañana formalizaron la relación con una unión civil en la Sede Comunal 15 de la Ciudad de Buenos Aires. Los testigos, Gabriel y Claudia, eran también muy amigos de Silvina. “Los dos sentimos que somos el verdadero amor de la vida del otro. Ahora veo que puedo contar una historia como la de mis padres y como las que escuché de mis pacientes. Así que en un momento, Gaby me dijo ‘sabés que con vos sí me volvería a casar. Sos mi estación final’. Nos pusimos a llorar, y fuimos a comprar las alianzas”.
Ahora, Valeria va a tramitar el guet, como se llama al documento que certifica el divorcio religioso entre los judíos. Es el hombre quien lo debe dar, y según cuenta, su exmarido ya acordó que se lo va a otorgar. Una vez que salga, el plan es que los case el hermano de Gabriel, Gustavo, que es el rabino de Paraguay.
Dice Valeria que mientras firmaban los papeles, sentían que Silvina estaba con ellos. Y que pudo entender, por fin, el significado de aquellas palabras dichas casi al final de su vida: “Vos sos la próxima”. Hay quienes aseguran que los moribundos tienen una percepción especial. Como sea, cuando se lo contó a Gabriel, él sonrió. Ya lo sabía. “Es que Silvina te amaba tanto que quería que fueras mi próximo amor”, le confió.
Ambos tiene bien claro que al darse a conocer su historia de amor, muchos los van a criticar por “falta de códigos”, por haber consumado “una icardeada”. A los dos, la muerte los golpeó en el medio del pecho. Por eso sienten que haberse encontrado fue el tren que volvió a pasar, y no piensan abandonar este viaje. Concluye Valeria: “Tuvimos que luchar mucho con los sentimientos, porque ambos somos leales y en algún momento nuestra historia nos condicionó y generó culpa. Pero el amor creció de tal manera que nos preguntamos por qué perderlo si teníamos el corazón libre. No se encuentra un amor así en una esquina. Así que decidimos darle bola al corazón. Ya nos habían pasado muchas cosas que rompieron las normas en nuestras vidas. Perder a una hija fue que la vida me rompió una norma. Los hijos no se mueren. Y tal vez la vida no es cumplir siempre las normas, sino seguir el camino del corazón”.
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