Daniela Aza tiene 36 años y nació con Artrogriposis Múltiple Congénita (AMC), un síndrome neuromuscular que afecta, entre otras complicaciones, a las articulaciones, generando contracturas y malformaciones en miembros inferiores y superiores. En el sanatorio, al nacer, los médicos comunicaron a su familia un pronóstico totalmente pesimista: “Es probable que esta nena no camine y que jamás vaya a valerse por sí misma ni tener una vida autónoma”.
El destino desafiante enseguida se convirtió para Daniela en una lucha que junto a su “equipo” -papá Jorge, mamá Silvia, Laura y Romina, sus dos hermanas mayores- habían decidido ganar desde el minuto cero.
Así, sorteando un camino lleno de obstáculos, pronto llegaron sus clases en el Sagrado Corazón de Almagro, seguidas de una adolescencia complicada por la inevitable comparación con las compañeras de curso. Luego fueron asomando unas crecientes ganas -típicas de la edad- de salir a conocer varones y, más tarde, la ilusión de tener novio. La aparición de las plataformas de chat resultó una gran herramienta para entablar sus primeras conversaciones porque, aunque Daniela nunca sintió su discapacidad como un impedimento para relacionarse, hacía 20 años que venía enfrentándose con una sociedad que no entendía de diversidad.
Era un caluroso 25 de febrero de 2006. Otro fin de semana que Daniela se quedaba chateando en pijamas, en casa de sus padres con quienes vivía, sin voluntad de salir. Pero este sábado no sería uno más. “Una amiga del chat me invitó a un cumpleaños de una chica que yo casi ni conocía; era una de esas noches pesadas que decís no tengo ganas de salir ni a palos, me quiero quedar con el aire… pero algo me llevó a aceptar”. Lo que ella no sabía es que ese “algo” le cambiaría la vida.
Contra viento, marea y, sobre todo, contra lo que habían vaticinado los médicos, Daniela ya caminaba, con algunas dificultades pero siempre para adelante. Al igual que Jorge y Silvia, esos padres presentes y pendientes de que su hija tenga una vida como todos los chicos de su edad; por eso, enseguida aceptaron llevarla al cumpleaños en cuestión. La cita era en el ya desaparecido Tazz de la calle Serrano, lugar de moda frecuentado por los adolescentes en aquel tiempo. “Para mí era muy difícil, en esa época no se hablaba de diversidad, encontraba muchos obstáculos para salir, los lugares no estaban preparados para las personas con poca movilidad y para cada cosa le tenía que poner mucha onda”.
Ese mismo 25 de febrero pero en la Costa Atlántica, Jonatan de 23 años vacacionaba con sus padres con la mala suerte (o no) de que les tocara una racha de días lluviosos y sin playa. “Para mí fue todo muy cuento de hadas. Teníamos previsto volver a Capital el domingo 26 pero por el mal clima mi papá decidió que regresemos ese mismo sábado”. El azar hizo que Jonatan recibiera la misma invitación al festejo en Tazz y, sin mucho más que hacer y con su bronceado recién desembarcado, decidió ir.
Las veredas de Palermo no eran las mejores aliadas de Daniela para salir pero con su actitud positiva se bajó del auto y con gran esfuerzo intentó acceder por la única entrada que ofrecía el bar: unos incómodos escalones del doble de altura de la norma. “Lo que más me cautivó de Jony fue lo primero que hizo: ayudarme a subir un escalón bastante alto de la entrada del lugar al que íbamos en grupo. Solamente él se dio cuenta de que yo necesitaba ayuda, y me preguntó: ¿te ayudo? Ahí entendí que estaba frente a un hombre empático, abierto a conocer personas diferentes”. Si bien ella deseaba formar pareja, hasta ese momento le había costado moverse en el mundo de las citas. De algún modo sentía que su discapacidad alejaba o ponía ciertos límites en los demás. “Jamás imaginé que ese día iba a encontrar a un caballero sensible, de corazón sincero, abierto a liberarse de tabúes y límites, y que yo, además, iba a desafiar los míos”.
Jonatan ni siquiera notó una discapacidad en ella: “Sólo me llamó mucho la atención que era una chica muy bajita y que era muy simpática, como es ella siempre, ya mirarla me despertó algo lindo”, dice con ternura. Por eso, en cuanto vio que necesitaba ayuda no dudó ni un segundo en ser su guardaespaldas y estar atento a ella durante el resto de la noche. Así, jugaron al pool, se sentaron muy cerca y charlaron hasta las cinco de la madrugada, como si ya se conocieran de antes.
Pero esto sólo era un pequeño escalón de su gran historia de amor que primero fue una larga amistad. La noche del 25 en Tazz, cuando llegó el momento clave de pedirle el teléfono, Daniela realmente no se lo acordaba y él terminó la velada pensando que había rebotado. “Dije, uy, no me lo quiere dar… y hasta el día de hoy no le creo” (risas). Ella le dio su mail para que la agregue al messenger, lo que sería el WhatsApp contemporáneo.
Luego de entrar cien veces por día al chat esperando noticias de ese hombre especial, a los cuatro días que parecieron cien, Jonatan por fin escribió. Es que tanto fue el entusiasmo que Daniela ya había compartido la noticia con sus papás: “¡Conocí a un chico que me invitó al cine!” La ilusión era extrema, y el anuncio animó inmensamente a Jorge y Silvia por ver que su hija estaba ganando en autonomía y vida social.
Después de mucho chat, de intercambiar opiniones sobre “Operación triunfo” -el reality del momento-, llegó el gran día del reencuentro. La cita fue el 1 de abril en el Cinemark de Caballito para ver “El método”. Así, mientras Pablo Echarri y el español Eduardo Noriega se peleaban en la pantalla grande, Daniela y Jonatan compartían sus primeros pochoclos con sabor a esperanza.
“Cuando comenzaron a pasar las citas y los meses, y no había avance de parte de él, me empezaron a entrar las dudas: me quiere sólo como amiga o no le gustan las chicas”. Hasta su propia familia se inquietaba, “¿Vas a salir con ese chico de vuelta? ¿Nada? ¿Ni siquiera un abrazo, una manito en el cine, nada?” La verdad es que el miedo a arruinar ese vínculo tan puro que habían construido hacía que Jonatan no se anime a dar un paso más. Ya habían pasado casi cinco meses de charlas, risas, salidas…y ni un beso.
Durante los primeros días de julio, existió cierto amague cuando Jonatan por primera vez esbozó un gesto más parecido al coqueteo que a la amistad: para celebrar la Semana de la dulzura, le regaló un Chocman a Daniela. Pero ni el lema que promete “una golosina por un beso” pudo con su temor a quebrar la relación.
Para el 15 de ese mes, con la garra que la caracteriza, Daniela se había mimetizado con la canción de Banana Pueyrredón, que dice “no quiero ser tu amiga”, y había decidido que esa era su última salida como amiga de Jonatan. Los planetas se habían alineado y Cupido también se decidió a lanzar la flecha: una vez más, sentados cerca de su escenario favorito, los cines, la magia sucedió: “De repente, él me agarró la mano, me miró sin hablar, hasta que le pregunté, ¿tenés algo para decirme? ¡Y me dio un beso!”. La sonrisa dibujada de Daniela al volver a casa dio lugar para que Silvia y Jorge lo supieran, “¿Qué pasó? ¿Te pusiste de novia, no?” Sí, claro.
“Cuando empezamos a salir todo el mundo me decía ¡Qué lindo que tenés novio! ¿Y él qué discapacidad tiene?”, pregunta que desde el comienzo de su noviazgo se tornó una constante en su rutina. “Y yo me quedo pensando, ¿por qué sigue llamando la atención esta cuestión?”. A lo que Jonatan agrega: “Da pena ver el lugar que ocupa el tema de la pareja y la discapacidad en el imaginario social. Me hacen preguntas dando por sentado que lo hiciese por lástima o por solidaridad, y no pasa por ahí el amor. El enfoque está en la persona; de Dani me enamoró su onda de ponerle luz a todo que, de hecho, yo a veces eso no lo tengo, y la veo a ella y se me pasa todo. Pero no es que el abierto fui yo; la apertura es de los dos, de aceptar a la persona tal como es”.
Recién a los tres meses de ponerse de novios, cuando empezaron a intimar, Jonatan le preguntó por su condición. “Siempre fue muy bien educado, amable, cero preguntas o cuestionamientos. De hecho nuestra primera noche íntima no tuvimos nada, en realidad tuvimos mucho pero no hubo coito aunque para nosotros esa fue nuestra primera vez porque nos encontramos desde otro lado”.
“El día que con Jony quisimos ir a un albergue transitorio y su acceso era por escaleras me di cuenta que la sociedad no estaba acostumbrada a concebir a las personas con discapacidad como sexuadas. Recuerdo que esa noche pensé: ¿Por qué me están negando la posibilidad de experimentar el placer como si las personas con discapacidad no pudiéramos tener relaciones sexuales? Que no tenga ascensor un albergue transitorio es una barrera, igual de importante que si yo salgo a la calle y me tapa un auto una rampa”.
A los diez años de su primer beso siguieron subiendo escalones y decidieron probar la convivencia, lo que los llevó a que dos años más tarde, el 17 de marzo de 2018, dieran el gran “Sí” por iglesia, con celebración y baile incluido.
“No siento que haya perdido nada por compartir mi vida con una mujer con discapacidad, todo lo contrario”, así lo explica Jonatan en primera persona en el reel que se volvió viral en @shinebrightamc, el Instagram donde Daniela inspira y ayuda a derribar mitos y estereotipos sobre discapacidad contando sus vivencias.
“Cuando algo tiene que ser, es. Estoy segura de eso. O al menos eso me indica mi historia con mi marido Jonatan, que tiene mucho de decisiones pero también de liberarse de prejuicios y estereotipos sobre un “modelo de pareja”. Y que ahí no importa nada, ni tus circunstancias o condiciones, tu pasado o historia. Porque nada impide el amor”. Nada.