Markus llegó a Buenos Aires en uno de esos diciembres inverosímiles para un berlinés. No bien puso un pie en el suelo de Ezeiza sintió el peso del aire húmedo pegándole la remera al cuerpo. Caminó por la manga del avión ajustándose la mochila y secándose la transpiración. Su amigo Hernán, que lo esperaba en la terminal, lo vio salir colorado y nervioso, como si acabara de atravesar la puerta de otro mundo. Se habían conocido filmando en Europa y le había prometido aventuras low-cost propiciadas por el buen tipo de cambio. Se dieron un abrazo de tipos. “Relajate, alemán –le dijo–. Ya estás acá. Bienvenido a la Argentina”.
Faltaban tres días para Navidad. Camino a su casa, Hernán le contó que había organizado un festejo comunitario en una isla del Delta: entre parejas, sueltos y los que iban con hijos, iban a ser unos treinta. Sonaba divertido. Con eso, la charla y el aire acondicionado, a Markus le fueron volviendo de a poco los colores de siempre. Su amigo le dijo que salían al día siguiente.
Con todo y el calor, enseguida se sintió a gusto en Buenos Aires. Esa noche salieron por San Telmo y pensó que tenía algo de St. Nikolai. Fueron a un bar del centro y Hernán le presentó a su novia y a una amiga que iban a ir en el auto con ellos al Tigre. Mariana, como Buenos Aires, también le cayó bien enseguida. Aunque a ella el calor la hacía casi más linda. Era morocha y contundente, como él imaginaba a las argentinas. También estaba “suelta”.
El viaje al Delta fue otra aventura, en eso Hernán no le había mentido. Salieron temprano y pararon primero en una carnicería. Markus registró todo con su cámara. Le hacía gracia la demostración de fuerzas de los varones al elegir cada pieza y le dieron bastante impresión las vísceras. Mariana le dijo que debía haber una palabra en alemán para eso. “Pantoffelheld –dijo Markus, y siguió en su español rudimentario–. Nos hacemos los duros, pero somos como héroes en zapatillas. Mujeres mandan”. Mariana se rió y a él también le gustó su risa.
La lancha colectivo lo impresionó más que las mollejas: “¿De verdad es seguro?”, preguntó asustado. Los amigos se miraron. Markus se acomodó como pudo entre el maremágnum de personas, bolsos, mates y mosquitos. Otra vez estaba rojo y transpirado, pero lo toleró porque Mariana se sentó con él y le hizo escuchar las canciones de su playlist.
Cuando llegaron a la isla estaba cayendo el sol y le pareció que estaba en el paraíso. Había música y los recibieron con tragos. Mariana se sacó el vestido y se tiró al río en bikini. Él la siguió. Le parecía la chica más libre que había visto, y eso que ni siquiera habían hablado tanto. O a lo mejor era por eso.
Al día siguiente siguieron llegando amigos. Markus y Mariana ya estaban en su propio ritmo. Ella lo invitó a andar en kayak y se pasaron la tarde en el río. Cuando volvieron, la novia de Hernán los encaró medio en chiste, medio en serio: “¿Son novios ustedes?” Mariana le dijo por lo bajo a Markus que debía haber una palabra en alemán para eso. “Erklärungsnot –dijo él también en voz casi inaudible–: ahora que nos sorprendieron, vamos a tener que explicarles qué somos”. Los dos se rieron. Ni siquiera se habían dado un beso.
Esa noche, Mariana le contó que había sacado un pasaje para pasar Año Nuevo en Bahía. “¿En Brasil? –preguntó él–. Nunca fui, pero tenía planeado ir. ¿Vas sola?”. “Por ahora sí”, dijo ella. Era una invitación, y Hernán se iba unos días al Sur con la novia: el plan era perfecto. Mariana le preguntó si había una palabra en alemán para eso, y él dijo que creía que dos: “Primero, Wanderlust, porque quiero viaje con vos y quiero viaje ya, y segundo, Zugzwang, porque eso me obliga a tomar decisión”. Y ahí mismo, la tomó: compró su pasaje a Brasil con tanta suerte que consiguió el mismo vuelo de ida que ella. De verdad era el plan perfecto. Markus se puso colorado, pero de los nervios.
“Ah, pero estás enamorado en serio, amigo”, le dijo Hernán en Nochebuena cuando lo vio otra vez sentado al lado de ella. “Ni un beso dimos –le confió el alemán–. Caballero yo”. “Bueno, hermano: se juega todo en Brasil”, dijo el amigo. Después fue el tiempo del brindis. Mariana y Markus bailaron toda la noche.
La semana siguiente casi no se vieron. Markus hizo programas con Hernán, jugó al fútbol, fue a ver bandas locales y estuvo haciendo contactos de trabajo. Cada vez le gustaba más la Argentina. Habló varias veces con Mariana anticipando el viaje, no veía la hora de que estuvieran en la playa. Salían el 29.
El 28 tuvieron un asado de despedida en la casa de Hernán porque no se iban a ver por quince días. Cuando llegó Mariana, a Markus le pareció todavía más linda. Esa noche se rieron como nunca, sobre todo de cómo habían dejado de impresionarle a Markus las mollejas. Por eso, cuando a la mañana en el aeropuerto él se quejó por un dolor de panza un poco fuerte, los dos culparon al atracón de achuras.
El vuelo fue lo menos parecido a una luna de miel. Markus quería estar bien, pero se sentía cada vez peor. En la escala de Guarulhos, vomitó. “Ahora te vas a sentir mucho mejor”, le dijo ella. Él la miró con el amor más puro. Sentía que se estaba muriendo, y que ella era su salvadora. La segunda parte del trayecto la hicieron abrazados, pero no se animó a darle un beso porque todavía tenía gusto ácido en la boca.
Mariana de blanco y en Bahía era como una aparición. La veía recortada entre las lucecitas de la noche en el balcón de su cuarto del hostel. La veía desde la cama, pero eso era lo único que podía hacer. El dolor casi lo doblaba y un rato después ya no lo dejó ver. “Markus, no va bien esto, no pueden ser las mollejas –dijo ella mientras le tocaba la frente–. Además me parece que volás de fiebre. Voy a hablar con el conserje para que nos ayude”.
El médico que lo vio dijo que había que llevarlo al hospital. Se lo dijo a Mariana que se lo tradujo a Markus, porque él entendía poco castellano, pero mucho menos portugués. Mariana se convirtió desde ese momento no sólo en esa salvadora que había visto en el avión, sino en su conexión con esos médicos a los que no entendía ni media palabra y que no hablaban español. Y lo que le tradujo, aunque suavizado por su voz, era mucho peor de lo que imaginaba.
Lo que tenía era grave: estaba al borde de la peritonitis y había que operarlo ya. La noche del 31, Markus estaba inconsciente, así que las decisiones las tomó Mariana. No era su idea de cómo empezar el año, pero enfrentó el asunto con valentía. Lamentó que él no estuviera despierto para preguntarle si no había una palabra en alemán para eso. Seguro que había.
Cuando él se despertó ya era 1ro y Mariana le estaba sosteniendo la mano. “Gracias. Te amo”, le dijo desde su nube opioide. “Creo que yo a vos”, contestó ella casi sin pensarlo. Estaba demasiado contenta de que estuviera vivo y se lo dijo. Y entonces sí, en ese precario hospital de Bahía y en medio de los cables y las vías, Mariana y Markus se besaron por primera vez y sintieron que era para siempre.
Una semana más tarde volvieron a Buenos Aires. Apenas si habían pisado la playa. De vuelta en el avión, y de la mano, a Markus lo asaltó la idea de que lo más trascendente que podía pasarles, ya les había pasado. ¿Quién más iba a decidir por él sobre su vida sin que mediara otro vínculo ni atadura que el simple placer de estar juntos? ¿Tenía sentido cargar esa historia tan genuina de la presión de lo que les esperaba ahora: la distancia, una mudanza obligatoria, la carga demoledora de la rutina?
Para cuando llegaron a Ezeiza, los dos tenían claro que no. “El amor que sentimos es para siempre porque no tener futuro”, le dijo Markus a Mariana, pero ya no se puso colorado. Ella dijo que seguro había una palabra en alemán para eso. El dijo que sí: “Ich liebe dich, Mariana. Eso nunca cambiar”. Ella no pudo hacer otra cosa que darle un beso. El último.
Hace tres semanas Mariana recibió un mail de Markus, diez años y tres meses después de aquella despedida. Ahora le dice a Infobae que Markus tenía razón y que hay amores que son para toda la vida: los frustrados. También que hoy están en otro momento. Los dos están separados, otra vez sueltos. Él tiene que venir a Buenos Aires por un proyecto en mayo y quiere verla. Y entonces Mariana se ilusiona: tal vez esta historia no haya terminado todavía.
Si querés contarnos tu historia de amor, escribinos a amoresreales@infobae.com
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