Para Violeta N.V. (48 años cumplidos al momento de relatar su historia) la primera parte de su matrimonio había sido absolutamente perfecta. Ninguna queja, todo era felicidad.
Sin embargo, ella lo sabe muy bien, los recuerdos engañan. Porque hurgando en el pasado Violeta ha empezado a rescatar esos pequeños grandes detalles que no debería haber pasado por alto jamás.
“Con Mariano nos conocimos en una fiesta de unos amigos en común. Teníamos 23 años. Él era altísimo y me pareció súper buenmozo. Era atento y educado. Se había recibido de ingeniero agrónomo hacía poco y recién empezaba a trabajar en una empresa del rubro. ¡Un candidatazo! Me encantó y tuvimos mucha química. Las cosas fluyeron con rapidez y, un tiempo después, nos pusimos de novios. La relación funcionó bárbaro. Era la primera vez que yo me sentía realmente enamorada”.
Se casaron, se mudaron a un PH que alquilaron en Núñez y nacieron sus dos hijos.
Todo eso sucedió en un lustro.
“Si hoy rebobino nuestra historia -confiesa Violeta-, hubo algunos momentos de tensión que dejé pasar sin darles demasiada importancia. El primero que me viene a la memoria es un ataque de celos que Mariano tuvo en unas vacaciones que estábamos pasando en Buzios, Brasil. Habíamos ido con dos matrimonios amigos con hijos. Una noche estábamos comiendo en una mesa mirando el mar mientras los chicos, que ya se habían hecho compinches, corrían por la playa. Yo me había puesto una musculosa turquesa un poco escotada con unos pantalones blancos. Sentía que me quedaba bien porque estaba muy bronceada. Mariano, que ya se había tomado varias caipirinhas, me empezó a decir que José María, el marido de una de mis amigas, me miraba las lolas. Primero me lo dijo bajito al oído. Yo no le di bolilla, pensé que bromeaba. Pero siguió, pesado, con el tema y, después, empezó a mirarlo mal. En un momento le gritó desde la otra punta de la mesa que dejara de mirarme. Todos se quedaron duros, nadie entendía nada. Pensaron que era un chiste... pero Mariano siguió diciéndole cosas desagradables. Pasó a insultarlo. Los dos se levantaron de la mesa y terminaron a los empujones. Si las mujeres no nos metíamos para separarlos, se pudría todo. Un escándalo con los hijos de las tres familias como testigos”.
“Me excusé con mis amigas culpando al alcohol, seguro que estaba borracho -sigue-, seguro que le había pegado mal la cachaza… ¡no sabía qué cuernos decir! Y enseguida lo empecé a arrastrar para irnos y nos fuimos a dormir a nuestra cabaña. Yo estaba desorientada más que enojada. Al día siguiente, todos optamos por hacernos los distraídos… como correspondía por nuestra educación “negadora”. Pero, por supuesto, la escena me cagó, mejor dicho nos cagó a todos, el final de las vacaciones. Las cosas no siguieron igual. Era imposible. Los otros dos hombres se cortaron solos con disimulo. El clima se tensó y se cortaba con cuchillo. Una semana después volvimos a Buenos Aires. Nunca volvimos a vernos. Algún llamado ocasional para cumplir con algún cumpleaños y nada más. Quedamos como una pareja de locos: él como un violento y yo como una sometida”.
“Tenía unos 38 años y una enorme sensación de amargura… - recuerda- se había frustrado la relación con todos ellos por un delirio de Mariano. No tengo idea, hasta el día de hoy, de si José María realmente me había mirado, pero aunque lo hubiese hecho tampoco era para armar lío. Después de todo, si me puse un escote, era para que me vieran ¿no? ¿¡Para qué nos vestimos y nos maquillamos si no es para que nos vean bien!? El tipo no había dicho ni hecho nada para reprochar. Todo era un disparate. ¿¿¿Una mirada puede desatar la guerra??? En este caso ocurrió. Quedé como una estúpida que tenía dueño. Horrible”.
El tiempo tapó con el polvo de lo cotidiano el mal rato y esta historia quedó archivada en la mente de Violeta. Pero escarbando en sus recuerdos encontró otras.
Dos perros y una trompada
Hubo una época en la que la familia tuvo perro. Un tierno labrador dorado al que los chicos bautizaron Cambá. Mariano con trabajo full life, los adolescentes en el colegio y Violeta con un empleo part time… fueron el motivo válido para que le cayera a ella la tarea cotidiana de pasearlo y llevarlo al veterinario.
Las plazas suelen ser lugares de encuentros no buscados. Allí Violeta se topó con un vecino que tenía un pitbull.
“A mí esa raza de perros siempre me dió mucho temor. Había escuchado historias terribles y que cuando muerden no sueltan a sus presas… Le tenía pavor a ese animal. Encima le ladraba mucho a Cambá. Así que al dueño, que era más o menos de mi edad, lo tenía entre ojos. Tenía el prejuicio de que si él tenía un perro violento, seguramente también él fuera un violento… En fin, esas ideas desfilaban por mi cabeza”, reconoce a la distancia.
Pero resultó que Mario, así se presentó, era macanudo. Tranquilo como agua de pozo. Un día le ofreció un cigarrillo. Violeta no fumaba. Otro, unos chicles. Tampoco comía golosinas. Después de varias semanas, en las que cada tanto se chocaban, lograron que los perros se soportaran sin hacer escándalo. La charla entre ellos fluyó con amabilidad.
“Mario era viudo, tenía cuatro hijos, trabajaba por su cuenta y amaba a los perros. Era un hombre encantador y su mascota había sido un regalo de su cuñada cuando murió su mujer. Un mimo, una distracción para los días tristes. Mario me aseguró que su perro era buenísimo y que nunca había lastimado a nadie. La verdad es que era una compañía agradable. Hablábamos de tonterías, de mascotas, de hijos y del clima… Nunca supe mucho más que eso sobre su vida porque una tarde, mientras estábamos charlando sentados en un banco de la plaza, de pronto apareció Mariano hecho una furia. No sé cómo fue que supo que estaba ahí, ni qué pensaba que yo estaba haciendo. De una se acercó y en vez de saludarme o presentarse a mi interlocutor, le encajó al pobre tipo una trompada en medio de la cara que lo volteó. Casi me muero. Mariano y yo empezamos a discutir a los gritos. Le dije de todo, como nunca. Parecía de película. Los vecinos se acercaron. Yo estaba muerta de vergüenza. Mario se levantó medio hecho pelota, agarró su perro de la correa y se fue sin decir ni mu. Nunca más lo vi. Tampoco volví a esa plaza. Estaba aterrada con que viniera la policía a buscar a Mariano. ¡Una boluda porque encima me sentía responsable por lo que había pasado! Por supuesto, nunca vino nadie y Mario no denunció el hecho. Esta vez sí que me enojé mucho y estuve semanas sin hablarle a mi marido”.
“Con una amiga psicóloga charlamos del tema por horas- confiesa-. La conclusión mía, no la de ella, fue que él estaba muy mal, estresado con su cambio de trabajo, en extremo inseguro y que había explotado en el único lugar donde podía hacerlo con libertad: conmigo. Yo era su punching ball. Acepté esa teoría que me había inventado y nuestra vida siguió como si nada. Otra vez barrí todo debajo de la alfombra. Fuera de estas cosas que te conté, Mariano era un tipo que no se enojaba, o parecía que no se enojaba. Se lo veía generalmente calmo, empático, generoso y buen padre. Yo estaba muy enamorada y, a veces, uno no ve. Así de sencillo. O llevamos anteojeras para no asustarnos de lo que elegimos cotidianamente… no sé qué decirte”.
Encuentros de ex alumnos
Un par de años después, Violeta no recuerda bien la fecha, tuvo una reunión con sus compañeros de la secundaria. La invitaron a una comida en un bodegón porteño donde serían unos 25. Le divirtió la idea. ¿Se reconocerían? Había algunos compañeros que no veía desde hacía más de dos décadas.
Se vistió y maquilló pensando que quería que la vieran bien. Violeta estaba en forma y las pocas canas que tenía se las teñía escrupulosamente.
Lo pasaron espectacular. Se divirtieron como nunca. El reencuentro fue como una estudiantina en la que volvieron a sentirse jóvenes. Llegó a su casa a las dos de la mañana. Mariano dormía. Eso parecía.
Al día siguiente Violeta le contó por encima que la habían pasado muy bien y él no dijo nada que ella recuerde especialmente.
Un par de meses después, los compañeros de colegio organizaron otra reunión. Estaban divertidos con la experiencia y querían repetirla.
“Era sin mujeres ni maridos a propósito, para no romper el espíritu del encuentro. Nos conocíamos desde hacía años y había mil cosas que nos hacían reír y otras mil para recordar. Los que no habían estudiado con nosotros no conocían a los profesores ni las anécdotas. No pegaban y se iban a sentir excluidos. Mejor era ir solos”, explica. Esta vez la reunión se hizo en la terraza de uno de ellos que era divorciado. Llevaron varias docenas de empanadas, gaseosas y vino malbec. Una de las compañeras que cocinaba muy bien llevó una enorme torta de chocolate.
La idea esta vez fue jugar a Dígalo con mímica. Lloraron de risa.
Volvió otra vez de madrugada. Entró a oscuras en la habitación y Mariano ni se movió. Violeta sospechó del silencio absoluto. Ni siquiera se sentía su respiración. Pero se metió despacio en la cama, se tapó con el edredón y se durmió agotada.
Al día siguiente cuando se despertó él ya se había ido a trabajar. A la tarde ella tenía reunión de padres en el colegio de los chicos por la graduación. Le mandó un mensaje donde le decía que volvería justo para comer, que la empleada que iba por horas les iba a dejar unas milanesas hechas.
Mariano le respondió un poco seco: “Oka. Tengo una reunión con mis hermanos en lo de mi vieja. Como allá con ellos”.
Cuando al filo de las 21.30 Violeta abrió la puerta de su casa, los chicos estaban estudiando. Ya habían manoteado unas milanesas, dijeron, porque tenían hambre. Charló cinco minutos con ellos y se fue a su cuarto, tiró la cartera sobre la cama y entró directo al baño. Prendió la luz, tomó un algodón para quitarse el maquillaje. Cuando volvió al cuarto encendió la lámpara de su mesa de luz y observó algo raro. Sobre la cama había ropa. Qué raro. Miró mejor y descubrió que eran prendas amputadas.
“Eran retazos de ropa que armaban como un rompecabezas textil. Todo estaba prolijamente cortado. Mi jean nuevo de Rapsodia tenía las piernas cortadas por la mitad a la altura de la rodilla, una camisa que Mariano me había comprado en un viaje a Europa estaba dispuesta con las mangas trozadas en tres partes, el vestido del casamiento de la sobrina de Mariano que me había salido un huevo estaba descuartizado en proporcionadas tiras. Sobre la silla del cuarto, estaba el tapado de Giesso que me había regalado mi mamá hecho un fleco verde… Se me erizó la piel. Primero pensé que había entrado un chorro, pero enseguida me di cuenta de que estaba equivocada. Un ladrón ¿qué hace? ¡Roba! El que había hecho esto con tanto esmero era un verdadero psicópata. Salí corriendo y fui a preguntarle a los chicos si habían visto o escuchado algo raro durante la tarde sin decirles demasiado. Ellos dijeron que solo había estado su padre. Aterrada revisé que las puertas y ventanas estuvieran bien cerradas. Lo estaban. Las prendas eran una obra de arte perversa. Parecía una novela negra… De pronto me hizo un clic la cabeza y me dí cuenta de que el enfermo estaba dentro de casa. ¡Convivía con un psicópata desde hacía más de veinte años!”, dice hoy con tono de autorreproche.
No hizo mucho escándalo para evitar sus hijos se asustaran. Se encerró en su habitación y ató cabos. Hacía tiempo que Mariano estaba raro. Los celos. La rabia callada por sus salidas. Quizá el temor por algún amante imaginario. Bajoneado por temas laborales. Estaba reconcentrado, ensimismado, distinto. Con la edad él involucionaba. O, al revés, ella evolucionaba y ya no estaba dispuesta a dejar de ver lo obvio.
“Yo creo que viví negando. Me tendría que haber dado cuenta mucho antes de sus problemas psíquicos. Le molestaba que fuera al ginecólogo. Le molestaba que saliera. Le molestaba que bailara en los casamientos. No lo decía, pero de alguna manera yo lo sentía. Pero lo tomaba como algo normal que seguro le pasaba a todas. Lo de la ropa, en cambio, fue algo que desbordó mi capacidad de entendimiento. Era un síntoma que consideré peligroso y que ya no podía negar. ¿Y si su rabia crecía? ¿Si la próxima vez me cortaba en pedazos a mí? Tenía que hacer algo y ese algo era separarme a tiempo”.
Negación y terapia
Ese día crucial no lo llamó ni le dijo nada de nada. Juntó toda la ropa desgarrada, la metió en una bolsa negra de consorcio y la tiró a la basura. Se apuró para irse a dormir antes de que él llegara. Haría como si no hubiese pasado nada.
Cuando él volvió esta vez fue ella la que se hizo la dormida. “Creí que lo que él querría era mi reacción. Montar una escena. No le iba a dar el gusto. Además, estaban los chicos. Tenía que ser inteligente. Buscar una salida del espiral de locura en el que él me quería meter “, recuerda, “consulté de nuevo a mi amiga la psicóloga y me derivó a un terapeuta. Empecé terapia a escondidas de Mariano. El camino fue difícil, pero terminé divorciándome en buenos términos”.
Aclara que lo hizo con cuidado, sin provocarlo, sin jamás discutir ni decir algo que le diera rabia o celos. Violeta tenía tanto miedo que ni siquiera quiso volver a ir a las nuevas reuniones con sus amigos del colegio.
“Quería la libertad, pero no los riesgos que implicaba hacerlo de una manera tajante que dinamitara la frágil salud mental que yo veía ahora en Mariano. Me llevó muchos meses hasta que lo convencí de que yo quería una vida distinta, que no era él, que era yo. Por suerte, no hubo más episodios de estos. Creo que él hasta tuvo vergüenza de lo que hizo porque jamás lo hablamos. Tampoco nunca le conté lo sucedido a nuestros hijos. No quería estropear la imagen de su padre y pretendía darles la oportunidad de que tuvieran una buena relación. Lo único que quería era recuperar mi vida, mi libertad, dejar de tener miedo a sus reacciones, poder pasarla bien sin tensiones. Recién hoy te puedo decir que siento que lo logré. Por suerte, ayudó que él empezó otra relación y su foco cambió de dirección”.
“Mariano no hizo terapia, así que no sé cómo seguirá su historia con su nueva pareja. Pero no me puedo hacer cargo de lo que él hace o no hace. Bastante que logré moverme del lugar en el que estaba y pude empezar una nueva vida. Creo que por eso hablo, para ayudar a otras mujeres a las que les podría estar pasando algo similar. Me ayudó mucho la terapia, algunas amigas de fierro y el mantener la calma para hacer las cosas de la manera más inteligente posible. Pero dejame que te aclare algo: a pesar de todo lo que te conté, tengo que reconocer que la primera parte de mi vida fui muy feliz y que estuve muy enamorada. Una cosa no invalida la otra. Quizá algún día no muy lejano pueda rearmarme y tener un nuevo amor real que les pueda contar, dice riendo, en esta misma sección ¡pero que tenga final feliz y una foto abrazados!”.
* Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas
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