Estuvo al borde de la muerte, perdió un embarazo y un viaje a Londres torció su destino para siempre

Juliana tenía 46 años cuando se separó de su novio después de comprar una casa con él y no poder ser madre. Recuperada del peor año de su vida, se decidió a viajar sola y abrió Happn, una aplicación de citas. No esperaba encontrar al amor de su vida

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Jonny y Juliana de paseo
Jonny y Juliana de paseo por el Tigre

Fue lo más horrible y doloroso que le pasó. Cuando finalmente despertó, los médicos dijeron que tenía suerte de estar viva. Tenía 46 años y al trauma de perder un embarazo de cuatro meses se sumaba la certeza de que ya no había chances de intentarlo de nuevo.

Cuando estuvo un poco mejor, con su novio decidieron tatuarse cada uno en la muñeca la línea de los signos vitales. También comprar una casa juntos, un poco como parte de la recuperación, para poner la energía en ese proyecto. Juliana vendió su departamento, contrataron a un arquitecto, empezaron a pensar en las reformas. De a poco las cosas parecían acomodarse.

Pero a sólo tres meses de escriturar, él le soltó el temido “tenemos que hablar”: estaba confundido y quería separarse. “Así que, recién recuperada de un año trágico, me quedo sola, con una casa a medias, sin un lugar donde vivir y sin saber qué hacer. Tenía dos opciones –dice a Infobae–: o deprimirme muchísimo, y tenía todas las razones del mundo para deprimirme muchísimo, o salir adelante. Y a mi nunca me gustó regodearme en el dolor, no me podía permitir convertirme en una víctima”.

Lo que hizo entonces fue hacerse una pregunta: “¿Por qué me está pasando esto?” Sentía que tenía que cambiar algo para no volver a sufrir así. Siguieron otros planteos, más existenciales, sobre qué era lo que quería para su vida. ¿Se imaginaba siendo madre sola? Antes de separarse se habían planteado con su novio la posibilidad de adoptar, ¿pero realmente quería tener hijos? ¿otra pareja? ¿En qué tipo de relación se imaginaba?

El primer mensaje de Jonny
El primer mensaje de Jonny a Juliana en la aplicación Happn

Juliana Fortunato dice que entendió que hasta ese momento siempre se había llevado bien con ella misma, con su carrera. Había fundado una empresa de relaciones públicas orientada al entretenimiento –Pulpo PR– que era su orgullo profesional, tenía amigos y una familia que eran su red, y una vida social intensa. Pero a la hora de elegir pareja, después de los treinta, había sido muy permeable al deseo de los demás. Y había buscado más al padre para un hijo imaginario que completara la foto perfecta de lo que había que hacer, que lo que deseaba ella. Ya no más.

“Dejé de batallar. Una noche, me acuerdo perfecto, me desvelé, y dije: ‘¡Ya sé lo que tengo que hacer! Tengo que sacar un crédito en el banco y comprar la otra parte de la casa. Esa casa es mía y no tiene ningún valor emocional. Me la voy a apropiar.’ Y eso fue lo que hice. Le compré su parte a mi ex, le hice las reformas que yo quería, y a los dos meses me mudé. Quedó divina. Pero cuando me vi sacándole fotos y subiéndolas a Instagram pensé que si seguía siendo solamente esa señora que compartía rincones de su casa en las redes, también me iba a terminar queriendo matar”.

En un impulso, planeó unas vacaciones sola por Europa. Un premio por cómo había dado vuelta las cosas: se había comprado una casa, se sentía emocionalmente fuerte y, de yapa, más linda que nunca. Un amigo le prestó su casa en Londres para agosto. Sacó un pasaje. El primer día dio vueltas hasta el cansancio absoluto. Entre eso y el jet lag, cayó rendida en el sillón del living y con las últimas fuerzas prendió la app de citas que usaba en Buenos Aires. Como su perfil estaba en castellano, lo tradujo. Después se quedó profundamente dormida.

A la mañana siguiente se encontró con más de 30 matchs. Pasó de largo varios. La foto de perfil de Jonny (por Jonathan) no estaba tan buena, él era o parecía guapísimo, sí, pero salía medio fuera de foco, como si no le interesara demasiado el asunto. Y sin embargo le gustó su sonrisa –“hermosa”–, el verde del fondo, y lo que decía de sí mismo: tenía 50 años y disfrutaba más o menos las mismas cosas que a ella, “la naturaleza, hacer deportes, estar con su familia”, no mucho más. Juliana dice con toda seguridad que lo que sigue es “la historia más romántica del Universo”.

En el invierno londinense. La
En el invierno londinense. La primera noche los echaron de un restaurante y dos pubs: no podían dejar de hablar

Lo primero que la sorprendió fue la manera, porque lo que empezó fue “un cortejo muy diferente al que estaba acostumbrada”. La invitó a salir, le preguntó qué le gustaría hacer, y como ella no conocía Londres, propuso “un lugar con vista desde donde pudiera ver la ciudad”. Ni lerdo ni perezoso, él sugirió su departamento: “Bueno, la vista es muy buena y además soy muy buen cocinero”. Todavía se ríen.

Al final arreglaron que él pasaría a buscarla por la casa de su amigo el lunes por la tarde, pero para eso pasaron a Whatsapp y estuvieron dos días en un ida y vuelta urgente por chat. Cuando llegó el momento de verse, los nervios la carcomían. “Abrí la puerta y estaba toda lookeada, vestido, zapatos… y los dos nos relojeamos de arriba abajo. Le digo: ‘¿Te gusta lo que me puse?’. ‘Sí’, dice él. ‘Bueno, mirame porque vamos a caminar’. Y me saqué los zapatos y me puse los flats”, cuenta Juliana.

“Me acuerdo hasta de la textura de lo que tenía ella puesto. Me acuerdo de cada imagen porque estaba como encantado, de una manera que no es normal –dice Jonny por zoom a Infobae–. Yo todavía no hablaba nada de español y ella no hablaba tan bien en inglés como ahora y, sin embargo, desde que la vi, todo fue natural. A los veinte minutos nos estábamos haciendo selfies y grabamos un video de los dos juntos, muertos de la risa. Todo se sentía demasiado bien. Y eso era extraño y raro y lindo. Y me pasaba algo que fue realmente una señal: desde que la ví, ya no quise estar en ningún otro lado. Mi mente estaba justo ahí, tal vez por eso me acuerdo tan bien de todo”.

Y entonces caminaron y cruzaron el río en el ferry, y hablaron todo el tiempo sin parar. Y fueron a un restaurante que obviamente tenía vista panorámica de toda la ciudad, aunque para ese momento a ella le importaba poco ver el skyline londinense. “Nos echaron de ese restaurante y de dos bares, nos habíamos encontrado a las 7 de la tarde y a la 1 de la mañana todavía queríamos seguir charlando”, cuenta.

Jonny ya se acostumbró al
Jonny ya se acostumbró al mate

Era la cita perfecta –dice Juliana–. Podrían haberse dicho que ya estaban enamorados desde que ella abrió la puerta, porque era cierto, pero lo dieron por hecho. Juliana le dijo en cambio que, mientras estuviera en Londres, algo que quería hacer era ir al Royal Opera House, y ahí a Jonny se le transfiguró la cara. Tenía un viaje programado al día siguiente –es director de sustentabilidad y cuarta generación de una tradicional empresa familiar– y no lo podía cancelar; ella después se iba una semana a Estambul a la casa de otra amiga. Parecía que todo iba a quedar ahí, en esa noche perfecta.

Pero ninguno estaba dispuesto a dejar pasar lo que sentía. En Turquía, la amiga de Juliana tuvo que soportar que se pasara los días chateando con ese perfecto desconocido. Un señor entre miles, o entre treinta, sacado de un casting de Tinder para no aburrirse en unas vacaciones, alguien a quien sólo había visto una vez. ¿Cómo explicarle que era distinto? Pero las cosas avanzaban rápido, muy rápido. “Estábamos muy manijeados los dos, y mientras yo estaba en Estambul, él me pidió permiso para sacarse pasajes para ir a visitarme a Buenos Aires en octubre y en noviembre y también que me volviera dos días antes a Londres para que pasáramos un fin de semana juntos en Le Manoir, en Oxford, un lugar híper romántico en la campiña inglesa”, dice ella.

La familia en marcha: Sasha,
La familia en marcha: Sasha, Jonny, Juliana y su perro

De repente, todo tenía el sentido profundo de lo que está predestinado: Jonny la esperó en el aeropuerto y viajaron en su auto sin soltarse las manos. Pararon en el colegio en donde él había estado pupilo en la secundaria y le mostró el banco en homenaje al hermano que perdió trágicamente en 1996. No sólo necesitaba decirle que la quería, quería compartir con ella su vida. Y mientras lo hacía, se sorprendía también él: Jonny tenía cuatro hijos –tres adolescentes, y Sasha, de dos años–, pero nunca había estado en ese lugar con una mujer.

Antes de volver a Buenos Aires, a Juliana le hicieron una comida de despedida en casa de su amigo en Londres. Jonny fue. Había otras parejas, entre ellas la de un conocido chef argentino con su mujer que habían transitado varios años de relación a distancia. Jonny les preguntó cuál era el secreto. “Nosotros todavía no teníamos eso, porque yo ni siquiera me había vuelto a Buenos Aires, pero ese amigo nos dijo que para ellos lo que había funcionado había sido saber siempre cuándo se iban a volver a ver, tener un pasaje, una fecha, porque si no era muy desesperante”, dice ella a Infobae. Ya tenían los pasajes. Se decidieron a cumplir ese consejo al pie de la letra.

“Estábamos de cabeza. Nunca hubo dudas ni histeriqueo. Tener una corazonada tan fuerte a nuestra edad no era algo para dejar pasar. Volví a la Argentina y mi papá me fue a buscar al aeropuerto. Traté de explicarle lo enamorada que estaba, pero mi viejo no me quería creer; me dijo: ‘Lo bueno es que está lejos, si lo tenés que dejar lo podés hacer por teléfono’”, se ríe Juliana. Pero la espera fue corta y pronto el padre pudo ver el motivo de la felicidad de su hija con sus propios ojos: Jonny llegó de visita a los veinte días.

Jonny, su hijo menor Sasha
Jonny, su hijo menor Sasha y Juliana

En los seis meses que siguieron se vieron seis veces, y cada una fue una cuenta regresiva. En el segundo viaje fueron a una bodega en Mendoza. “En un momento él se dio cuenta de que iba a haber vino todo el tiempo y me dijo: ‘Quiero hablar muy seriamente con vos, pero no quiero que haya alcohol involucrado, porque quiero estar sobrio para lo que te tengo que decir, así que nos vamos a pedir un té’”, recuerda ella. Dice también que a esa altura ya sabía que estaba dispuesta a cualquier cosa para sostener esa historia, y que ese era parte de su cambio: había aprendido a abrazar lo bueno. Y él tenía una familia, a sus cuatro hijos en Londres. “Yo me senté a hablar con él sabiendo que estaba preparada para modificar mi vida”.

Esa tarde en Mendoza, a sólo dos meses de conocerse, imaginaron el futuro. Hicieron planes para los meses que venían: Año Nuevo en Río, presentaciones familiares, y la mudanza de Juliana a Londres en abril del año siguiente. Significaba para ella, en principio, reformular su trabajo, considerar si estaba lista para vender su parte de la empresa que antes había sido el centro de su mundo, pensar qué haría con su casa. Por primera vez, le pareció que todo eso podía estar en segundo lugar, porque lo que le importaba en serio ni siquiera necesitaba pensarlo. Y entonces sí, pudieron brindar.

En esa charla, Jonny también le preguntó a Juliana si quería volver a intentar la maternidad. Le dijo que si era su deseo, él estaba listo. Juliana sintió que ahora que lo tenía todo y era tan feliz no quería arriesgarse a morir en el intento. Estaba conmovida de saber que él, teniendo cuatro hijos, deseaba ser padre junto a ella, y también la conmovía que entendiera que ya no tenía el deseo de poner el cuerpo. “Es un varón hermoso”, dice.

Lo de Juliana y Jonny
Lo de Juliana y Jonny fue amor a primera vista. La pareja lleva cuatro años de relación

Cuando finalmente Juliana se instaló en Londres comenzó el lockdown por la pandemia. Pero ellos estaban en plena luna de miel y abrazando sus diferencias culturales como parte del combo que los enamoraba. Y en el medio, Sasha. Juliana comparte hoy la crianza del menor de los hijos de Jonny con él y su mamá en una armonía casi tan natural como la que se dio entre ellos dos desde el primer like, al punto en que también la madre viajó a pasar la última Navidad con ellos en Buenos Aires.

Y a los planes que comenzaron aquella tarde mientras caminaban por las calles de Londres se sumaron más. El 20 de agosto del año pasado, exactamente tres años después de esa primera salida, en un viaje a los Alpes y rodeados de un entorno tan “estúpidamente romántico” que a ella se le dio por poner en su teléfono el soundtrack de La novicia rebelde, Jonny se arrodilló y sacó una cajita que tenía un anillo. Juliana lloraba como en las películas pero escuchó clarito cuando él le dijo: “I will be honoured if you accept being my wife” (“Voy a estar honrado si aceptás ser mi mujer”).

Después de comprometerse en un
Después de comprometerse en un viaje a los Alpes, Juliana se tatuó flores silvestres sobre la línea de vida que llevaba en su muñeca

La bajada de esa montaña, dicen los dos, fue el momento más feliz de sus vidas. Un poco para confirmarlo, en su último viaje a Buenos Aires, sobre la línea de la vida que llevaba en la muñeca, Juliana se hizo tatuar flores silvestres: “Siento que tengo la oportunidad de vivir otra vida que no estaba en los planes y que me la merezco toda, porque me animé, porque hice todo lo que tenía que hacer para tratar de estar mejor y transformar ese dolor en algo que me pusiera en otro lugar. Y en esta historia de amor quedé mucho más allá de la vida o la muerte; dejé que creciera la naturaleza por todos lados”.

El casamiento será el 30 de agosto, en Londres, cuatro años y diez días después de la primera vez que sintieron que nada, ni la distancia, ni el idioma, ni las barreras culturales, ni los dolores del pasado, eran más fuertes que la corazonada que les decía que ya no tenían que estar en otro lado. Cuatro años y diez días después de la tarde en la que se animaron a seguirla.

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