El amor trotamundos de la muralista argentina y el italiano que vendía pescado que no pudo detener ni la pandemia

Los romances no siempre son alambicados, difíciles, repletos de traiciones o con baldazos de lágrimas. El de Aldana Ferreira (40) y Simone Gobbo (37) es uno de esos que hacen pensar que la vida puede ser mucho más sencilla y linda que lo que muestran las novelas o una película lacrimógena

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Simone y Aldana en el 2019 en Fuerteventura, las primeras vacaciones juntos
Simone y Aldana en el 2019 en Fuerteventura, las primeras vacaciones juntos

Había una vez…

…una chica llamada Aldana que llegó al mundo en Versalles. No era ningún castillo, era una casa en ese barrio de Buenos Aires. Tampoco ella era una princesa sino la hija del medio (tiene una hermana mayor y un hermano menor) de unos padres laburantes que manejan su propia pizzería desde hace 45 años.

Su vida transcurrió, más o menos, como la de cualquier persona de clase media.

Desde los 16 años, cuando pintó un mural para el colegio, Aldana fue consciente de que su vocación iba por ahí. Cuando terminó el secundario siguió estudiando Artes y se licenció en la Universidad de Buenos Aires y continúo con un posgrado en Artes Visuales. Ya recibida, se inclinó por el muralismo y empezó a trabajar dando clases de pintura y talleres para chicos. Poco a poco, comenzó a recibir invitaciones para participar de encuentros de arte mural. Un viaje le siguió a otro. Chile, Uruguay, Colombia, Perú, Ecuador, Costa Rica, Sudáfrica, España… y, un día, aterrizó en Italia donde vivía su Príncipe Azul pero ella aún no lo sabía.

“Eran encuentros a los que iba invitada por los municipios. Me pagaban el pasaje, el hospedaje, la comida y los materiales. En cada lugar pintás durante cuatro o cinco días y, después, te volvés”, cuenta la protagonista de nuestro amor real.

Precuela del amor

Paralelo a su vida artística, iba su vida amorosa. A los 25 años, se casó con un chico cuya familia era dueña de una fábrica de zapatos para mujer. Pero ella no era Cenicienta, ¡ni quería parecerse!

Para Aldana el casamiento no implicaba un vestido de novia ni el deseo de tener hijos ni de comer perdices para ser feliz: “Nos casamos por civil y con un asado con amigos. Nunca me gustó eso del vestido blanco. De luna de miel nos fuimos como mochileros durante dos meses a Europa. ¿Hijos? Nunca quise. Me gustaba ser nómade. No estaba en mis planes. Quería seguir viajando y conocer lugares.”

A la vuelta largaron las mochilas y trabajaron juntos en la fábrica de la familia de él. Como todo, cuando las cosas se mezclan demasiado, no suelen resultar bien en ningún reino. Aldana terminó por eyectarse de ese proyecto, sentía que su familia política se metía en su vida. Retomó el tema del arte que era lo que la hacía más feliz: “Me empecé a dedicar a lo mío porque pensé que si me pegaban una patada en el culo en la fábrica me quedaba en la vía total”.

A los dos les gusta hacer deportes y el fútbol
A los dos les gusta hacer deportes y el fútbol

Su pareja también se cansó de las demandas que implica un empleo de ese tipo y se volcó a la práctica del buceo. Abdicaron de cualquier trono previsible y se mandaron a vivir aventuras.

“Y, en vez de tener un hijo, se ríe, nos fuimos a vivir a Puerto López, en Ecuador. Yo pintaba murales y él, con un socio, pusieron una operadora turística donde se dedicaban a enseñar buceo y a llevar a los turistas a ver la vida submarina. Yo no estaba demasiado convencida de ir. La experiencia resultó un desastre. Porque luego del terremoto que hubo en Ecuador, en 2016, había muy poco turismo. El negocio no daba para mantener a dos familias. Él trabajaba de 8 de la mañana a 9 de la noche. Yo estaba todo el día sola, en un pueblo muy machista. ¡Imaginate que la gente no veía bien que una mujer estuviese pintando por ahí mientras él estaba buceando con mantarrayas y ballenas jorobadas!”.

Al año Aldana no aguantó más: le planteó a su pareja volver a Buenos Aires.

“Él estuvo de acuerdo, me dijo: Dale nos volvemos. Pero, éramos chicos y habíamos ido creciendo diferente. Cada uno tenía sus intereses. Cuando volvimos a Buenos Aires, él enseguida empezó a planear ir a Panamá. Quería seguir con su empresa de buceo. Yo no quería. Le dije… ´¿pero tengo que seguirte a vos en lo que te gusta, en tu proyecto? ¡Yo quiero hacer el mío! Andá, sé feliz y cuando vuelvas, vemos´”.

Cuando volvió, ella le anunció que se quería separar. Habían estado juntos diez años.

Aldana quedó libre entonces para el amor rosa que vengo a contarles hoy.

Volver a empezar

“Agarré solamente una valija y me fui a vivir al departamento de una amiga que se había ido a Dinamarca. En ese interín, me postulé para cursos y talleres. Fue entonces que me invitaron, para diciembre de 2018, al sur de Italia, a Graniti, para hacer unos murales. Tengo una prima que vive en el norte de Italia y una amiga que vive en España desde hace seis años. Ellas me convencieron para que viajara antes. Me consiguieron un departamento para que me quedara en un pueblo en el norte de Italia, en Spresiano, Treviso. Llegué, en agosto de 2018. Solo tenía que pagar los gastos de la comunidad que sería algo así como las expensas. Una de las primeras cosas que hice cuando llegué fue ir al supermercado. En la pescadería estaba él”.

Se refiere a Simone Gobbo, el empleado que estaba trabajando detrás del mostrador de espaldas a ella.

Aldana con los padres de Simone en Treviso Italia, en octubre 2020, en el festejo de sus 40 años de casados
Aldana con los padres de Simone en Treviso Italia, en octubre 2020, en el festejo de sus 40 años de casados

¿Qué fue lo primero que te gustó de él?, pregunto. Aldana se mata de risa y duda si contarlo: “Jaja… no puedo decirte, jajajaja él estaba trabajando y lo ví de espaldas. Lo primero que me gustó fue el culo, me dí cuenta de que tenía buen físico, jajaja”.

Cuando Simone se desocupó, la atendió y se dio un intento de charla. Mitad en español, mitad en italiano.

En ese entonces, Simone tenía 34 años, Aldana 37.

Todo terminó con el simpático Simone invitando a la recién llegada desde Argentina a hacer un recorrido turístico por Treviso un día de esos. Aldana le dijo que sí y redobló la apuesta. Como Simone no entendía lo que ella hacía para ganarse la vida, Aldana lo invitó a él para que fuera a mirar cómo iba a pintar el mural en la medianera de la heladería del pueblo.

“Él siempre había sido soltero, pirata... jaja era un mammoni (así se llama a los jóvenes italianos cuando se quedan hasta muy grandes viviendo con sus padres). Además ¡era hijo único!”, cuenta divertida.

“La primera salida fue un lío entendernos. Yo no hablaba italiano y él, encima, habla el dialecto veneto que no se entiende nada. Usamos el traductor de google y así logramos comunicarnos. Empezamos a vernos más. A mí me gustaba mucho porque era simple y nunca había problemas con nada. Es un chico muy tranquilo. Los que venimos de las ciudades estamos más locos. A él le gustó que yo era diferente a las mujeres que venía conociendo que enseguida quieren casarse. Como vivía sola, él empezó a quedarse a dormir en casa. Además, le quedaba muy cerca de su trabajo. La primera vez que se quedó fue gracioso porque cayó con una bolsita con una remera, un calzoncillo y un cepillo de dientes… Le dije ¿qué trajiste ahí? Fue muy educado, no es nada invasivo y todo sucedió de manera paulatina. En diciembre me fui a pintar a Graniti, en Sicilia, como estaba previsto. Cuando volví fue a buscarme al aeropuerto. No me dejaba sola, me cuidaba. Eso me gustó mucho. Sus padres quisieron conocerme, querían que fuera a comer a su casa. Yo tenía miedo de ir… ¿qué iban a creer? Se van a pensar que soy una novia formal o algo así, pensaba. Le conté a Simone mis temores y él me dijo: Quedate tranquila, vamos como amigos”.

Aldana pinta murales. Aquí, en Italia, Simone -que hizo de modelo para ella varias veces- la ayuda con la obra
Aldana pinta murales. Aquí, en Italia, Simone -que hizo de modelo para ella varias veces- la ayuda con la obra

Aldana terminó yendo. La recibieron los padres, los tíos y un primo. Estaban todos. La sorpresa fue que se sintió comodísima, “como si hubiera sido una cena con mi familia. Aunque no entendía nada el dialecto y pude participar poco. ¡Pero ayudé a servir el café! Me fui contenta, porque muchos me decían: ´cuidado estás con un hijo único de italianos que son estrictos´. No sabés todo lo que me dijeron de las suegras italianas con hijos únicos. Me aseguraban que me iba a volver loca y ¡nada que ver!”

A Simone le encantaba que Aldana no fuera como las mujeres del pueblo que enseguida pretenden pasar por el registro civil. A ella, le resultó que Simone fuera poco agobiante para encarar la relación. De hecho, esa fue la clave para que Aldana no saliera corriendo.

A partir de la presentación, Gemma y Giorgio Gobbo, sus “suegros”, se convirtieron en su nueva familia.

Vencer las fobias

En el medio de su primera estadía -que duró de agosto de 2018 a marzo 2019- viajó con Simone una semana de vacaciones a Fuerteventura, en Canarias. Sus suegros los llevaron al aeropuerto. Pero indefectiblemente las campanadas de las doce llegaron hacia fin de marzo: “El 19 de marzo de 2019 yo me volvía a Argentina. Él no me planteaba nada, éramos amigos y estaba todo bien. Simone hablaba por videollamada con mis padres y, también, había conocido a mi hermano que en esos meses había pasado a visitarme. Todo era sin títulos, para evitar mis fobias. Antes de irme me dijo que iba a visitarme en julio. Y así fue. Llegó a Buenos Aires. Yo le había alquilado una casa a mi hermana, en Villa Urquiza. Se quedó dos semanas. En ese tiempo me preguntó si yo pensaba en volver a Italia. Le expliqué que tenía que estar en Argentina un poco más para resolver mi divorcio y el tema de la casa con mi ex, pero que sí quería volver a vivir en Europa. Además, buscaba exponer en Venecia para seguir creciendo en mi profesión”.

Aldana paseó a Simone por toda la ciudad, fueron a la pizzería de sus viejos, viajaron a las Cataratas del Iguazú y a Colonia, Uruguay. Todos encantados. Cumplido el tiempo del sortilegio porteño, el Príncipe Azul volvió a Italia. Pero las cosas no se enfriaron. Había amor y convicción. Empezaron a buscar juntos un departamento para Aldana cerca de Spresiano. Un mes y pico después ella volvió a Europa. Simone se quedaba mucho con Aldana en el departamento alquilado, pero seguía viviendo con papá y mamá.

“Me había dicho de irnos a vivir juntos, pero yo estaba cómoda así… Igual ya era medio una convivencia. Un día vino con una idea fija. Me dijo: ´me voy a comprar una casa y nos vamos a vivir juntos´. Yo me atraganté con una papa frita que estaba comiendo. Bueno, le dije que no hacía falta comprar, que podíamos alquilar. Él decía que no quería tirar la plata en un alquiler y que había empezado a mirar casas con sus padres”.

Aldana pensó que el trámite de la compra demoraría un buen tiempo y se relajó.

En el primer viaje de Simone a la Argentina con los padres de Aldana en su pizzería
En el primer viaje de Simone a la Argentina con los padres de Aldana en su pizzería

Fronteras cerradas y ¡atrapada por dos meses!

En eso estaban, disfrutando de la relación y de la vida, cuando Aldana decide hacer una práctica en metodología Waldorf para mejorar sus talleres con chicos en la ciudad de Córdoba, en España.

“En febrero de 2020 antes de empezar el curso, me fui a Barcelona para visitar a una amiga. Simone me vino a visitar la última semana de febrero de 2020. De ahí, nos fuimos juntos a pasear por Madrid y encontrarnos con unos tíos míos. Fue ahí que recién empezamos a prestar atención al tema de que había un virus circulando. Mis tíos se volvieron a Argentina y Simone a Italia. Yo seguí viaje para visitar a unos primos en Santiago de Compostela. Una semana después, tenía que volver a Cataluña para mis estudios. Estando Compostela cerraron las fronteras con Italia… Fue desesperante. No tanto por el encierro, porque estoy acostumbrada a pintar y estar entre paredes, pero el no saber qué hacer en esas condiciones era espantoso. No sabía si volver a la Argentina con vuelo de repatriados o intentar volver a Italia que era lo que yo en realidad quería. Llamé al consulado y me dijeron que mi caso no era prioritario, que tenía que esperar. Ni pelota me dieron”.

Aldana estaba recluida a seis kilómetros de Compostela, en un pueblo llamado Sigüeiro, y totalmente desorientada hacia dónde tenía que intentar ir cuando la dejaran moverse.

“Mi prima y su mamá me dijeron: ‘Quedate, acá no te va a faltar nada, no podés irte sola a otro lugar. Si te pasa algo, ¿qué hacés?’. Tenían razón. En esas circunstancias era mejor que estar en Madrid”.

Se quedó dos meses con sus familiares. Mientras, con Simone, hablaban todos los días. “Él justo había comprado el departamento y algunos muebles. Pero las empresas cerraron y no le habían habilitado ni el agua ni la electricidad”, sigue relatando Aldana, “El problema es que si bien yo tengo pasaporte español por mi abuela, para entrar en Italia tenías que ser residente o tener un contrato de trabajo. Si no, no te dejaban entrar. Además, Simone y yo no éramos nada…. Decidimos esperar un poco. Nos quedamos esperando que cambiara el decreto”.

La pareja con la familia de Aldana. Simone está encantado con lo "sociales" que somos los argentinos, dice ella
La pareja con la familia de Aldana. Simone está encantado con lo "sociales" que somos los argentinos, dice ella

Directo al corazón de la pandemia

La trotamundos Aldana ahora tenía que quedarse quieta. Los dos se desesperaron. Querían volver a estar juntos. Llamaron a consulados y movieron los hilos que pudieron con la esperanza de poder reencontrarse. La impotencia de verse separados de esta manera era total. El mundo parecía bloquear su historia de amor. Sin embargo, la cuarentena en medio de una sorpresiva pandemia mundial, tuvo el efecto contrario: terminó acercándolos más.

“Simone llamó a la televisión regional del pueblo Spresiano, en Treviso, donde vivía para que me dejaran entrar… E hizo una declaración oficial de responsabilidad diciendo que se haría cargo de mí y me mandó una copia. En los papeles les aseguraba que yo iba a hacer la cuarentena ahí. Con todo ese papelerío parecía que me iban a dejar entrar. Pero no había muchos vuelos. ¿Cómo llegar? Todo era nuevo y caótico. El aeropuerto de Compostela estaba cerrado. Así que me subí a un ómnibus con destino a Madrid. En Madrid tomé un tren a Barcelona y, de ahí, un avión a Frankfurt. En Frankfurt, saqué un vuelo a Roma. Todo era complicadísimo”.

Encima, Aldana se dirigía al centro neurálgico de la pandemia, donde había comenzado el Covid 19 y donde los muertos se contaban por miles: el norte de Italia. En Italia las personas no podían moverse libremente entre regiones y había que atravesar las medidas dispuestas en cada lugar.

“Cuando llegué a Roma tenía distintas posibilidades y todas carísimas. Una era esperar que hubiera un avión al día siguiente para ir a Milán, donde algún familiar te tenía que ir a buscar con un permiso especial para poder salir del aeropuerto. También podía salir de Roma con un taxi directo al pueblo al que iba, pero eran horas de auto y el taxi costaba ¡500 euros! No los tenía. Otra, era alquilar un auto y manejar yo, que también era carísimo. Además, yo ya me había sacado un pasaje de bus por Internet. ¡Ni sé cómo me dejaron sacar ese pasaje! Me jugué. Salí como para ir a tomar un taxi. Me paré en la fila y ahí conocí a un rumano que también iba a la terminal de ómnibus. Compartimos un taxi. Las reglas no eran claras y, en todos lados, tuve que caminar como por el borde de la legalidad para poder llegar a destino… Todo era extremadamente difícil. Cuando llené la declaración antes de subir al ómnibus, puse que venía Roma, evité mencionar que venía de Compostela, España. Me subí al micro y llegué a Padova (Padua) donde estaban los papás de Simone esperándome. Ellos me llevaron directo al departamento que había comprado Simone. Él estaba en el trabajo”.

Después de 72 horas de viaje, en el que las últimas 37 horas se las había pasado despierta sin dormir, Aldana había llegado. “Los nervios que pasé fueron tremendos”, reconoce hoy.

Eran las seis de la mañana. Aldana se bañó, durmió un rato en el colchón que todavía seguía en el piso. A las 12 del mediodía llegó Simone y la despertó.

“¿¿Cómo fue?? Beso y pasión”, se ríen.

Era mayo de 2020. Se habían reencontrado.

Simone y Aldana en la Exposición Venecia 2021
Simone y Aldana en la Exposición Venecia 2021

La vida siguió adelante con ellos durmiendo en un colchón en el piso hasta que la cuarentena les permitió terminar de poner todos los muebles.

“Empezamos a convivir de verdad. Yo tenía un poco de miedo, porque él venía de convivir con la madre… Andá a saber qué pasa, pensaba yo. Pero él es ordenado en la casa, hace de todo y ¡cocina! Además, es super compañero. Le gusta el fútbol, a mí también; a los dos nos gusta entrenar y salir de noche a tomar algo. Somos parecidos. Yo lo cargo y le digo que es europeo y frío, pero la verdad es que es cariñoso, un divino total”, cuenta Aldana.

“Durante los primeros tiempos de convivencia, él me hacía de modelo para mis trabajos y sus padres me llevaban a pintar a dónde tenía que hacerlo. Me adoptaron como una hija más y hasta el día de hoy siempre están disponibles. Todo resultó perfecto, sin problemas. Yo me calmé un poco porque viajo menos por la pandemia”.

Aldana y Simone se vacunaron y se manejan con su green pass. Pero los padres de Simone no quisieron vacunarse: “Jamás toman medicamentos ni nada ¡ni siquiera los de venta libre! Ellos son de usar todo natural y como esta vacuna se hizo en muy poco tiempo no quieren ponérsela. Ahora, están en su casa sin poder salir porque en Italia ahora hay multas de 100 euros a los que salen sin vacunarse. No quieren saber nada de dársela, pero supongo que al final se la van a terminar dando”.

El dilema de la pareja, ahora, es saber si van a tener hijos o no. En marzo  regresan a Italia
El dilema de la pareja, ahora, es saber si van a tener hijos o no. En marzo regresan a Italia

Jugar de local

Comenzando el 2022 Simone y Aldana vinieron de visita a la Argentina. Llegaron el 6 de enero y alquilaron un departamento Villa Urquiza por tres meses, hasta el 29 de marzo.

“Simone está feliz y adora el asado. Se tomó unos meses sin goce de sueldo. A él le encanta lo sociales que somos en Argentina. Está sorprendido cómo los amigos acá te invitan a comer. Allá son un poco más fríos, cuando salís, vas a los bares, no a las casas. Mis amigas le dicen El Tano y lo adoran. Se hace querer y ¡¡muchas me preguntan si tiene amigos!!”.

“¿Casamiento? No, solo me gustaría la parte legal para entrar y salir de los países… Pero casamiento, solo por casarme, mmmm, no. Lo de tener hijos es algo hablado, pero el tema sería dónde. Mi sueño, en realidad, sería vivir seis meses acá y seis meses allá. Porque en Italia el invierno es duro. Si es por él, Simone se queda en la Argentina. En pandemia, hizo el curso de personal trainer. Es fan del deporte y del ejercicio. De hecho, en su casa en Italia se hizo un gimnasio. Quiere dejar el trabajo del supermercado para dedicarse a full a eso. De esa manera podría gestionar sus horarios y trabajar en cualquier país. El problema es que es hijo único y no me gustaría que sus papás se queden solos allá y que lo vean una vez al año… ¡No sabés cómo lloraba la mamá cuando nos vinimos ahora! Es una familia muy chica. Eso no me gustaría, hay que ver cómo se puede hacer. A mí me gusta más vivir acá porque extraño un montón a mis hermanos, pero lo cierto es que allá hay más movida artística y es más fácil moverse. Estamos en una disyuntiva. En marzo volvemos a Italia. Tengo dos compromisos laborales en Europa y él tiene que volver al trabajo. Luego decidiremos cómo seguimos”.

Dilema en la cornisa

Con el amor viento en popa y la vela inflada a toda máquina surge otro dilema. Hijos sí, hijos no… Aldana cumplirá 41 años el 2 de septiembre de este año.

“Estoy medio jugada con el tema de los hijos por la edad. Hasta hace un año atrás ni lo pensaba. Me dieron ganas cuando mi hermana tuvo a su primer hijo. Pensé ¡qué lindo! La familia se renueva y la verdad es que me encantan los chicos y ¡trabajo con ellos! Así que me puse a pensar que capaz que un hijo no me cortaría tanto la profesión. Sería una apuesta a la renovación de la vida. Simone dice que sí, que quiere, pero otras veces también dice que estamos bien así. Todo lo que hice en mi vida fue convencida. Y bueno, si ahora quiero tener un hijo y no puedo… No me voy a enfermar de la cabeza si no lo tengo. No me gusta planificar, me gusta que la vida surja. Si no se da, no se da. Me veo envejeciendo con Simone. Me siento muy feliz”.

Simone es calmo, Aldana es pura pila y se enoja más. El es un fanático de que la mesa esté bien puesta y ella es más desbolada; cuando ella se levanta a la noche para ir al baño, él se hace el dormido y cuando vuelve la asusta en la oscuridad. Son esas pequeñas anécdotas de la vida cotidiana las que les llenan la vida. Las peleas son poco frecuentes en esta pareja rosa. Quizá lo único que Aldana le reprocha tiene que ver con su condición de hijo único: “Siempre hizo lo que quiso, está acostumbrado a pensar de forma individual. Es muy malcriado… Lo bueno es que se lo decís y el tipo entiende”.

Final feliz, aunque inconcluso porque la vida continúa, para una historia como tantas que no suelen salir publicadas en ningún portal ni medio.

El amor sencillo, el que no suele ser noticia.

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