En abril de 2020, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos publicó una serie de videos grabados por las cámaras infrarrojas de los aviones de la Marina, las cuales documentaron encuentros con “fenómenos aéreos no identificados”. Los pilotos afirmaron haber visto algunos objetos volando por el cielo a “velocidades hipersónicas” y otros que “cambiaban de dirección súbitamente”.
¿Qué fue en realidad lo que vieron los pilotos? ¿Fenómenos atmosféricos inusuales? ¿Naves espaciales? ¿Otra cosa? Varias ramas del gobierno han estado investigando los hechos, motivados en gran parte por la preocupación de que adversarios como Rusia o China los estén aventajado en innovaciones tecnológicas. A fines de mes, el gobierno planea publicar un informe al respecto. Según se ha anticipado, las autoridades afirmarán categóricamente que “no existen pruebas de actividad extraterrestre”, pero al mismo tiempo admitirán que todavía no le encuentran explicación a ciertos incidentes.
Sin embargo, lo más probable es que todos deberíamos sentirnos agradecidos por no contar hasta el momento con ninguna evidencia extraterrestre. Intentar comunicarse con ellos, si es que existen, podría ser extremadamente peligroso para nosotros. Primero necesitamos averiguar si hacer eso es algo prudente, o seguro, y luego debemos estudiar cómo improvisar tales intentos de una manera organizada.
No son pocos los círculos de científicos que ya llevan tiempo debatiendo este tipo de cuestiones, sobre si es mejor quedarnos como estamos o intentar algún tipo de contacto con extraterrestres. Al fin y al cabo es un tema que debería de ser de profunda importancia para todo el planeta. Desde hace 60 años, los científicos han estado buscando con radiotelescopios posibles señales provenientes de otras civilizaciones, en planetas que orbitan estrellas distantes. Estos esfuerzos han sido organizados en gran medida por el instituto SETI, con sede en California (el acrónimo significa Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), pero en todo el tiempo que llevan no han encontrado nada. Impacientes, otros grupos de científicos están presionando para la creación de un nuevo programa más activo: el METI (Messaging ExtraTerrestrial Intelligence), que ya no solo pretende dedicarse a escuchar, sino que se enfocará en enviar mensajes a otras regiones del espacio, en busca de alguna respuesta.
La búsqueda de extraterrestres ha alcanzado una etapa de sofisticación tecnológica, y el riesgo asociado requiere una regulación estricta a nivel nacional e internacional. Sin supervisión, basta una persona, con acceso a una poderosa red de tecnología de transmisión, para que todo el planeta corra peligro ante una nueva y potencial amenaza.
Esto último se debe principalmente a que cualquier alienígena que lleguemos a encontrar probablemente será mucho más avanzado que nosotros. La razón es sencilla: la mayoría de las estrellas de nuestra galaxia son mucho más antiguas que el sol. Si las civilizaciones surgen con más frecuencia de la que creemos en otros planetas, entonces debería haber muchas civilizaciones en nuestra galaxia millones de años más avanzadas que la nuestra. Muchas de ellas, en este caso hipotético, probablemente ya habrían comenzado desde hace milenios sus primeras incursiones en materia de exploración y —posiblemente— también en materia de colonización.
Por lo tanto, sigue siendo un misterio profundo, conocido como la paradoja de Fermi, en honor al físico italiano Enrico Fermi, el que aún no nos hayamos encontrado con otros seres extraterrestres. Se han propuesto una infinidad de soluciones a la paradoja. Una de ellas sugiere que aún no hemos tenido contacto porque todas las civilizaciones, una vez que alcanzan la capacidad tecnológica suficiente, eventualmente terminan destruyéndose a sí mismas. O tal vez los extraterrestres son tan extraños y diferentes a los humanos que simplemente no podemos interactuar con ellos.
Más alarmante es la posibilidad de que las civilizaciones alienígenas permanezcan fuera de contacto porque saben algo que a nosotros todavía nos falta aprender: enviar señales al espacio puede ser catastróficamente riesgoso. Nuestra historia en la Tierra nos ha dado muchos ejemplos de lo que sucede cuando se encuentran dos civilizaciones con tecnología desigual. En términos generales, la tecnología más avanzada ha destruido o esclavizado a la otra. Una versión cósmica de esta realidad podría haber convencido a muchas civilizaciones alienígenas de que lo mejor es permanecer en silencio. Exponerse, de lo contrario, podría ser una invitación a ser el blanco de otras amenazas.
He escrito sobre METI en el pasado, sugiriendo que tal actividad conlleva un gran riesgo a cambio de muy poco beneficio. Pero estas preocupaciones no convencen a los partidarios de intentarlo, quienes tienen algunos argumentos en contra. Douglas Vakoch de METI International sostiene que no es realista preocuparse por el peligro de una invasión extraterrestre. Después de todo, hemos estado enviando emisiones de radio y televisión al espacio durante casi un siglo, y una civilización mucho más avanzada que la nuestra probablemente ya las habrá detectado. Si quisieran invadir, ya lo habrían hecho.
También argumenta que, al evaluar los riesgos, es importante no solo considerar el riesgo de tomar una acción, sino también el de no tomarla. Nuestro mundo enfrenta una serie de amenazas reales, entre ellas el calentamiento global y la desestabilización del medio ambiente, y es posible que civilizaciones mucho más avanzadas ya hayan enfrentado estos problemas y hayan encontrado soluciones. Si no enviamos señales, escribe Vakosh, corremos el riesgo de “perder una guía que podría mejorar la sostenibilidad de nuestra propia civilización”. También es concebible, sugiere, que estemos cometiendo un error de juicio espectacular, ya que alguna civilización alienígena súper avanzada podría atacarnos en el futuro precisamente porque nunca nos comunicamos.
Por razones obvias, gran parte del pensamiento sobre estos temas tiene que ser bastante especulativo. La mejor manera de avanzar, quizá, sea ampliando el debate. Si toda la humanidad está expuesta a las posibles consecuencias de intentar contactar civilizaciones alienígenas, entonces más personas deberían participar en la toma de decisiones sobre lo que es sabio y lo que no. No debería dejarse en manos de un puñado de radioastrónomos.
Un crítico de la idea de acercarse a los extraterrestres de manera proactiva es el astrónomo John Gertz de SETI, quien ha desarrollado propuestas para avanzar hacia una consideración más inclusiva de estas actividades. Lo que necesitamos, sugiere, son leyes y tratados internacionales para regir los intentos de contacto extraterrestre. Sin un acuerdo previo de algún organismo internacional, argumenta Gertz, el contacto con extraterrestres debe considerarse “como un peligro imprudente para toda la humanidad con posibles consecuencias criminales.”
De momento no existen tales prohibiciones. Algunos protocolos informales para interactuar con civilizaciones alienígenas han sido adoptados informalmente por investigadores involucrados en SETI, pero estos están lejos de ser oficiales. Esto se debe principalmente a que, hasta ahora, hablar sobre el tema se ha percibido como algo inútilmente especulativo, si no es que hasta un poco trastornado, a pesar de la aparente plausibilidad científica que lo reviste.
No es fácil sopesar los pros y los contras de algo que se desconoce tanto. No sabemos si hay extraterrestres. En caso de que sí puede que sean amistosos, pero también puede que no lo sean. Dados los riesgos potenciales que implica tratar de establecer contacto, tal vez sería más seguro y sabio simplemente esperar. Al fin y al cabo siempre podemos llegar más tarde y, mientras tanto, podemos fortalecer nuestras habilidades para escuchar pasivamente.
En 2015, SETI lanzó un nuevo programa llamado Breakthrough Listen, financiado por una donación de USD 100 millones del multimillonario ruso Yuri Milner. Como resultado, ahora SETI está grabando más señales que nunca, en un rango de frecuencia diez veces mayor que brinda más poder computacional para analizar las señales grabadas. Es imposible saber qué tan más cerca estamos con esto, pero aún así Gertz estima que nuestras posibilidades son al menos 100 veces mayores de lo que solían ser.
La búsqueda también se beneficia del conocimiento de los astrónomos sobre los exoplanetas: planetas que orbitan una estrella diferente al Sol y que, por lo tanto, no pertenecen al sistema solar. Desde que se encontró el primer exoplaneta en 1992, hemos identificado casi 5.000 más y la tasa de descubrimiento se está acelerando. Cada uno ofrece a los investigadores del SETI nuevos objetivos prometedores para analizar.
Personalmente, todo esto no hace más que oponerme a cualquier intento de contactar con otras civilizaciones ¿Por qué correr riesgos cósmicos cuando podemos tener un camino mucho más seguro para descubrirlos, si es que de verdad están ahí fuera? Por supuesto, incluso escuchar conlleva algunos problemas potencialmente tensos: si alguien identifica una de nuestras señales, tendremos que decidir si debemos responder y, de ser así, cómo. Sin duda, tal acto, que pondría en peligro a toda la humanidad, debería ser el resultado una decisión colectiva. Pero por ahora no ha existe ningún mecanismo para fomentar eso.
Ambos caminos, escuchar a los extraterrestres o tratar de llamarlos, han llegado a una etapa en la que requieren una discusión pública más amplia, con miras a desarrollar una regulación sensata. Eso requerirá los esfuerzos de líderes de muchas naciones, presumiblemente coordinados a través de las Naciones Unidas o algún organismo internacional similar. Debería suceder ahora. O pronto. Antes de que sea demasiado tarde.
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