En Libia, asesinatos masivos y el pecado del silencio

Los asesinatos y desapariciones en Tarhuna se intensificaron dramáticamente, se estima que la milicia mató a más de 1.000 civiles durante la última década

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Los trabajadores del gobierno han cavado hileras tras hileras de agujeros en busca de cadáveres. 
Foto para el Washington Post de Lorenzo Tugnoli.
Los trabajadores del gobierno han cavado hileras tras hileras de agujeros en busca de cadáveres. Foto para el Washington Post de Lorenzo Tugnoli.

Tarhuna, Libia- Cuando el militar Abdul Ali al- Falus y sus cuatro hijos fueron secuestrados el año pasado, su familia tuvo razones para temer lo peor.

Para ese entonces, la milicia Kaniyat había asesinado a decenas y quizá cientos de civiles en este pueblo pastoral, muchos de ellos dispararon varias veces a quemarropa, a menudo, personas con los ojos vendados, esposados y con las piernas atadas, de acuerdo con las autoridades y los líderes de la comunidad. Y nadie detuvo a los militares ni los hizo rendir cuentas.

No es el gobierno de Libia reconocido internacionalmente el que estuvo alineado con Kaniyat, hasta hace dos años.

No es el renegado líder Khalifa Hifter quien, en su momento, encontró una causa común con la milicia y usó Tarhuna para lazar una ofensiva fallida contra la capital, Trípoli.

No son las Naciones Unidas, quienes han intentado apuntalar al gobierno durante todos estos años.

Los reportes de las atrocidades la milicia ya habían surgido en 2017 y eran del conocimiento de las autoridades del gobierno, legisladores libios, las Naciones Unidas y otras autoridades, de acuerdo con los habitantes, activistas de derechos humanos y dos exinvestigadores de la ONU.

Pero sólo en los últimos meses, con el descubrimiento de las fosas comunes, se hicieron evidentes las dimensiones de las atrocidades de Kaniyat. Casi todas las semanas, trabajadores con uniformes azules han recuperado cada vez más cuerpos en descomposición del suelo marrón rojizo de la granja de Harouda de ocho acres, aumentando la evidencia de posibles crímenes de guerra cometidos por los hermanos Kani y la milicia local que habían formado para subyugar a Tarhuna.

Los trabajadores del gobierno han cavado filas y filas de agujeros en busca de cadáveres. Donde se detectan restos, se han cavado agujeros más anchos para desenterrar los cuerpos.

Hasta ahora, 120 cuerpos han sido recuperados. dijo Elias al-Hamroni, jefe del comité de fosas comunes del departamento forense del Ministerio de Justicia de Libia. Los cementerios se llenan con los recién enterrados, un año o más tiempo después de su desaparición.

Kamal Abubaker, jefe de la Autoridad General para la Búsqueda e Identificación de Personas Desaparecidas, dijo que estas es la primera agencia que ha encontrado fosas comunes con mujeres y niños.

“Es extraordinario cómo tantas personas del mismo pueblo están desaparecidas. En nuestra cultura, no torturas a tu familia, vecinos o gente de la misma comunidad. A lo que vimos en Tarhuna sólo se le puede llamar masacre”, dijo Abubaker.

Umm Hanaa Abu-Kleish está de luto por los hermanos y otros familiares que perdió en una masacre de hombres del clan Mabrouk por los Kaniyat en 2017. Foto de Lorenzo Tugnoli para The Washington Post.
Umm Hanaa Abu-Kleish está de luto por los hermanos y otros familiares que perdió en una masacre de hombres del clan Mabrouk por los Kaniyat en 2017. Foto de Lorenzo Tugnoli para The Washington Post.

Su equipo de excavación dijo que podrían haber hasta 17 fosas comunes más en todo el pueblo. Más de 350 familias han reportado a su oficina que sus familiares están desaparecidos.

“Desafortunadamente, los gobiernos sucesivos en Libia no interfirieron en los crímenes de la milicia”, dijo Mohamed al-Kosher, el alcalde de Tarhuna. “Si ellos quisieran, hubieran sacado a Kaniyat. Pero todos los gobiernos se hicieron de la vista gorda con los crímenes y a cambio, Kaniyat hizo lo que el gobierno le pidió que hiciera.”

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Los cuerpos de Falus y tres de sus hijos fueron encontrados en febrero en una de las fosas comunes, sus restos fueron mezclados y los miembros extendidos, de acuerdo con las fotografías.

Dos semanas después, miembros de la familia se reunieron en una tienda de luto, recibieron las condolencias de los visitantes. Los familiares relataron cómo en Abril del año pasado, militares de Kaniyat con sus característicos uniformes de camuflaje llegaron a la casa de la familia y se apoderaron de Falus y sus hijos, de 16, 15, 10 y 8 años.

Moad al-Falus, de 9 años, a la izquierda, con familiares que recibieron condolencias en marzo, fue el único que se libró de la milicia que lo secuestró a él, a su padre y a sus tres hermanos el año pasado.
Foto para The Washington Post de Lorenzo Tugnoli.
Moad al-Falus, de 9 años, a la izquierda, con familiares que recibieron condolencias en marzo, fue el único que se libró de la milicia que lo secuestró a él, a su padre y a sus tres hermanos el año pasado. Foto para The Washington Post de Lorenzo Tugnoli.

Los militares separaron a los niños de su padre y los llevaron a la casa de un líder de la milicia. Se ordenó a los niños que se alinearan y miraran hacia el jardín. Fue entonces cuando abrieron fuego y los asesinaron, excepto al más joven.

“Vi a mis hermanos caerse”, recordó Moad al-Falus, ahora de 9 años, sus ojos se tornaron sombríos y su voz tímida comenzó a temblar por el recuerdo. “Y comencé a llorar.”

“Después corrí”, dijo Moad. Pero los militares lo tomaron y lo llevaron con su líder, un hombre calvo con un parche negro en un ojo y una mano desfigurada. El hombre le dijo a Moad que él no sería asesinado como advertencia para los demás, fue lo que recordó el niño.

El hombre puso una pistola en la cabeza de Moad y preguntó: “¿Pelearás contra Kaniyat cuando crezcas?”

“No”, contestó el niño.

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Dirigido por siete hermanos, la familia Kani y su milicia epónima gobernó Tarhuna con una brutalidad que incluso para los estándares de violencia en Libia era extraordinaria. De hecho, uno de los hermanos tenía una manada de leones para aterrorizar a los residentes, dijeron los vecinos.

Antes del levantamiento libio hace 10 años contra el dictador Moammar Gadhafi, los Kanis eran desconocidos. Eran una familia pobre que vivía en una pequeña casa de dos pisos en el centro de Tarhuna, una aldea de casas color crema y terreno de olivos, aproximadamente a una hora en coche al sur de la capital, Trípoli.

Simultáneamente, Tarhuna estaba llena de leales a Gadafi, e incluían miembros del clan Kani, que habían marginado a los hermanos, dejándolos amargados y celosos, mencionaron residentes y analistas libios. Cuando estalló la revolución, los hermanos vieron una oportunidad.

“La primera reacción instintiva de los Kanis fue recibir a la anarquía como una buena opción”, dijo Jalel Harchaoui, analista de Libia y miembro principal de la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional. “La niebla de la guerra les iba a permitir vengarse de viejos rencores de antes de 2011, utilizando la fuerza bruta”.

Al mismo tiempo, Gadhafi fue expulsado y asesinado en octubre de 2011, los hermanos habían saldado cuentas con los miembros de su tribu y asesinaron a muchos de ellos. Esto reforzó las credenciales revolucionarias de Kanis, convenciendo a las fuerzas anti-Gaddafi de que se podía confiar en Kaniyat para reprimir a quienes fueran leales al dictador y mantener segura a Tarhuna. Por su parte, los Kaniyat profundizaron su control sobre la ciudad, brutalizando a la población para reafirmar su dominio.

En unos pocos años, la milicia contaba con cientos de combatientes, dijeron activistas comunitarios y residentes. Controlaban las unidades policiales y militares dentro de Tarhuna. Los Kaniyat también se enriquecieron al cobrar impuestos a los traficantes de personas y de combustible, recolectando dinero proveniente de decenas de pequeñas empresas, y de esta forma tomar el mando de otras empresas, según el alcalde, otros líderes comunitarios y analistas.

Posteriormente, en 2016, la milicia encontró un nuevo ingreso: el Gobierno de Acuerdo Nacional, o GNA, instalado en Trípoli por las Naciones Unidas y respaldado por las potencias occidentales. El Kaniyat se alió con esta nueva autoridad y comenzó a recibir salarios y otros fondos. Los Kaniyat eran vitales porque controlaban una puerta de entrada muy importante hacia Trípoli desde el sur. Fueron llamados la Séptima Brigada, una designación que les dio un barniz de autoridad oficial.

Los asesinatos continuaron.

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En abril de 2017, los militares de Kaniyat rodearon la casa de una familia del clan Mabrouk, recordaron los miembros de la familia. Los combatientes ya habían ejecutado a uno de ellos, Suleiman, por negarse a unirse a la milicia. Ahora querían reducir las probabilidades de que sus crímenes los alcanzaran, creen los familiares. Los hombres armados allanaron la vivienda.

“Mataron a todos los hombres a tiros”, dijo la hermana de Suleiman, Umm Hanaa Abu-Kleish, cuyos otros dos hermanos estaban entre los 13 muertos de ese día. “Tenían miedo de que mis otros hermanos se vengaran por el asesinato de Suleiman”.

Por otra parte, en el asesinato de Falus y sus hijos, los motivos pudieron haber sido varios, dijeron miembros de la familia. Falus era dueño de una tienda de cambio de divisas y era influyente en la comunidad, lo que potencialmente representaba una amenaza para la milicia. También era rico. Los combatientes de Kaniyat le robaron su Mercedes-Benz y una camioneta. Más tarde asaltaron su tienda, dijo Abdul Rahman al-Mabrouk, de 39 años, cuñado de Falus.

A menudo, los familiares de las víctimas han tenido miedo de reportar asesinatos o desapariciones, dijeron líderes de la comunidad, activistas y conocidos de las víctimas. Sin embargo, algunas familias presentaron quejas ante la oficina del fiscal general, dijo el alcalde Kosher.

“El total aún es desconocido, pero la mayoría de los asesinatos han sido reportados”, dijo Harchaoui, refiriéndose especialmente a los años en los que el Kaniyat se alineó con el GNA.

La familia de Ahmed Harouda, un empresario muy influyente de Tarhuna, es dueño del terreno en donde se encuentran los cuerpos. Dijo que sus vecinos lo habían alertado de ver luces y escuchar tractores en la noche y los sonidos de excavación. Ya en 2017, Harounda notificó a la oficina del fiscal general, la oficina del primer ministro, el Ministerio del Interior, los líderes tribales, las Naciones Unidas y los grupos regionales de derechos humanos.

“Les dije sobre el terreno, los asesinatos y desapariciones de los Kaniyat” dijo Harounda, un hombre delgado con penetrantes ojos marrones que huyó del Kaniyat hace varios años y ahora vive en Trípoli. “Pero nada pasó”, agregó.

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Hannah Salah, una investigadora libia de la organización Human Rights Watch, dijo que mucha de la responsabilidad por los crímenes de Kaniyat recae en el GNA, que “parece haberse hecho de la vista gorda ante la crueldad y las graves violaciones que están ocurriendo”.

Pero agregó que la responsabilidad puede no termina ahí. “La pregunta que se puede hacer es si el Consejo de Seguridad de la ONU debió haber reaccionado antes”, dijo. “¿La ONU les informó públicamente sobre la situación en Tarhuna?”

Un ex investigador de la ONU en Libia dijo que las figuras de GNA “sabían absolutamente” sobre los abusos de Kaniyat. El investigador, que habló bajo condición de anonimato debido a la preocupación por perder un empleo en la ONU, dijo que la GNA no mantuvo registros de los crímenes de Kaniyat porque harían que el gobierno “quedara mal”.

La milicia Kaniyat controlaba villas y múltiples negocios en Tarhuna. Todos fueron destruidos por combatientes leales al gobierno en Trípoli cuando se apoderaron de Tarhuna.
Foto para The Washington Post de Lorenzo Tugnoli.
La milicia Kaniyat controlaba villas y múltiples negocios en Tarhuna. Todos fueron destruidos por combatientes leales al gobierno en Trípoli cuando se apoderaron de Tarhuna. Foto para The Washington Post de Lorenzo Tugnoli.

Otro ex investigador de la ONU en Libia dijo que, a menudo, las relaciones entre el GNA y la población de Tarhuna eran tensas, con muchos residentes aún simpatizantes de Gadhafi, y el gobierno quería no quería provocar hostilidades en la ciudad. “Eso ayudaba a explicar la actitud pasiva de las autoridades en Trípoli”, dijo este ex investigador, quien también habló de forma anónima para proteger su trabajo en la ONU.

De acuerdo con un ex alto funcionario de la GNA, la GNA es responsable de los crímenes de Kaniyat que ocurrieron bajo su vigilancia. Pero la milicia, dijo, nunca estuvo completamente bajo el control del GNA. Y la comunidad internacional no le dio al gobierno el apoyo adecuado para enfrentar al Kaniyat, señaló.

Este exfuncionario, quien también optó por el anonimato para proteger sus relaciones con prominentes figuras políticas, reconoció que el GNA tenía poca voluntad política para responsabilizar al Kaniyat y había tomado “un camino de menor resistencia” debido a la importancia de la milicia para el gobierno. Así como, la seguridad de GNA y también por el valor estratégico de Tarhuna. “Hubo un beneficio mutuo”, dijo. Fue un acercamiento del tipo: “el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Se trató de una alianza de conveniencia “.

Un portavoz del Ministerio de Justicia de GNA, Akram Karawan, dijo que los funcionarios del ministerio “no eran responsables de exigir cuentas a los delincuentes”. Mencionó que ese era el trabajo, de la oficina del fiscal general y del Ministerio del Interior, los cuales no respondieron a las solicitudes de comentarios.

A pesar de los informes emergentes de las atrocidades, altos funcionarios de la GNA y funcionarios de la ONU continuaron visitando Tarhuna. Tales visitas convencieron a muchos residentes de que Kaniyat tenía el apoyo político del gobierno y las Naciones Unidas, dijo Kosher. “Todos sabían lo que pasó aquí. Pero optaron por no verlo “, agregó.

Pero un portavoz de la Misión de Apoyo de la ONU en Libia (UNSMIL) discrepó con esa afirmación. “Cualquier diálogo de la ONU con los grupos armados no significa que la ONU esté legitimando a estos grupos o individuos; más bien, la ONU participa en un diálogo para prevenir abusos “, dijo el portavoz Jean Alam.

En respuesta a las preguntas enviadas, Alam dijo que la Naciones Unidas “han seguido de cerca la situación en Tarhuna desde 2017 y han documentado crímenes y violaciones de derechos humanos presuntamente cometidos por Kaniyat”. Tanto la UNSMIL como la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH), elaboraron varios informes sobre las violaciones de los derechos humanos en Tarhuna y “plantearon preocupaciones constantes” sobre ellas “en el Consejo de Seguridad y ante las autoridades libias pertinentes al más alto nivel”.

“La ONU pidió repetidamente al GNA que respete los principios del derecho internacional humanitario y de derechos humanos”, agregó Alam.

En abril de 2019, Kaniyat cambió su lealtad al líder, Hifter, alineando su dominio con su gobierno en el Este de Libia y poniendo a sus combatientes bajo su mando como su novena brigada recién designada. Los comandantes superiores de Hifter se asentaron en Tarhuna.

Los asesinatos y desapariciones en Tarhuna se intensificaron dramáticamente. Kosher estimó que la milicia mató a más de 1.000 civiles durante la última década, con aproximadamente dos tercios durante los 14 meses bajo el mando de Hifter.

Por su parte, un portavoz de las fuerzas de Hifter no respondió a la solicitud de comentarios. Dos de los hermanos Kani, Mohsen y Abdul Adheem, murieron en un ataque con drones en septiembre de 2019. Las fuerzas progubernamentales creen que los hermanos restantes, incluidos los dos líderes Mohammed y Abdul-Rahim, están ocultos en la ciudad oriental de Ajdabiya. No pudieron ser contactados para hacer comentarios al respecto.

Hasta ahora, han fracasado los esfuerzos internacionales para responsabilizar a los Kanis. En el Consejo de Seguridad de la ONU, Estados Unidos y Alemania querían imponer una congelación de activos y una prohibición de viajar a Kaniyat y Mohammed al-Kani. Sin embargo, Rusia dijo que no se aprobarían las sanciones hasta que hubiera más evidencia de que la milicia mató a los civiles.

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Un retrato destruido en una vase abandonada, con el nombre de Mohsen al-Kani, miembro de la famosa familia de milicianos.
Foto para The Washington Post de Lorenzo Tugnoli.
Un retrato destruido en una vase abandonada, con el nombre de Mohsen al-Kani, miembro de la famosa familia de milicianos. Foto para The Washington Post de Lorenzo Tugnoli.

El verano pasado, por fin hubo seguridad para muchos en Tarhuna en la búsqueda de la verdad sobre sus familiares desaparecidos.

Las fuerzas de la GNA habían expulsado a combatientes de Hifter y al Kaniyat de Tarhuna. Quienes “ganaron”, junto con cientos de habitantes, destruyeron los vestigios de la milicia. La casa y las villas de la familia Kanis fueron bombardeadas, atacadas e incendiadas. También fue destruído un centro comercial que habían erigido. En un centro de detención, un gran mural de Mohsen al-Kani fue desfigurado y salpicado de agujeros de bala. Los leones, fueron asesinados, dijeron los residentes.

Por otra parte, los sobrevivientes contaron su terrible experiencia. En una prisión secreta ahora incendiada dentro de un complejo del Ministerio de Agricultura, los detenidos fueron obligados a agacharse, con las rodillas al mentón, dentro de los armarios de la cocina del tamaño de una gran caja fuerte debajo de un gran horno, dijeron dos sobrevivientes. Una táctica de tortura: enciende el horno.

Abdul Haleen Muhammed, de 28 años, herrero y uno de los tres únicos sobrevivientes de la prisión, dijo que se vio obligado a meter su cuerpo de 6 pies y 2 pulgadas en un armario y pasar 47 días allí porque se había negado a unirse al Kaniyat.

“También usaron látigos y me arrancaron las uñas”, recordó. “Me golpearon y electrocutaron. Ni siquiera sé por qué me liberaron. Todos los que vinieron aquí fueron asesinados”.

Miles de lugareños salieron de sus hogares y registraron las bases militares, los centros de detención y las prisiones secretas de Kaniyat, en busca de sus familiares desaparecidos.

La familia Falus se unió a la búsqueda, esperando que Moad hubiera imaginado la muerte de sus hermanos. “Incluso simplemente preguntar por mi hermano y mis sobrinos era peligroso mientras los Kanis controlaran nuestra ciudad”, dijo el tío de Moad, Mabrouk, un hombre compacto con una espesa barba de sal y pimienta.

Pero no encontraron nada.

“En ese momento, nos dimos cuenta de que Moad nos dijo la verdad”, dijo Mabrouk. “Perdimos la esperanza ese día”.

Las familias han ido a un hospital de Trípoli con la esperanza de identificar los restos de sus seres queridos. Los cuerpos recuperados de las fosas comunes se guardan en bolsas negras y se apilan dentro de un contenedor de envío refrigerado fuera del hospital.

Los cuerpos de las posibles víctimas de la milicia que esperan ser identificados se mantienen en cámaras frigoríficas en un hospital. Foto para The Washington Post de Lorenzo Tugnoli.
Los cuerpos de las posibles víctimas de la milicia que esperan ser identificados se mantienen en cámaras frigoríficas en un hospital. Foto para The Washington Post de Lorenzo Tugnoli.

Hasta ahora, sólo 59 de los 120 cuerpos han sido identificados, mayormente por la dentadura, marcas de nacimiento, cicatrices quirúrgicas y vestimenta, dijo Hamroni, del departamento forense del Ministerio de Justicia.

En febrero, Mabrouk y otro pariente de Falus fueron a Trípoli para ver las fotografías. Un trabajador les dijo que se había desenterrado una tumba que contenía los restos de un hombre y tres niños, y les mostró las fotos, relató Mabrouk.

Su pulso se aceleró. Le envió las fotos a su hermana, la madre de los niños. Reconoció a Muhammed por su ropa interior, a su marido por un diente de oro y a sus otros dos hijos por los patrones de sus dientes.

El viernes 5 de marzo recibieron los restos y los llevaron de regreso a Tarhuna en una ambulancia. Al día siguiente, enterraron a los cuatro uno al lado del otro en un cementerio en el corazón del pueblo.

“Sentimos un alivio,” dijo Mabrouk. “Sabemos cómo terminó su historia”.

“Ahora, queremos que el gobierno haga justicia”.

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