El Dr. Allan Dafoe empezó a contar la noticia momentos después de ayudar a traer al mundo a cinco niñas en una granja de Corbeil, Canadá, en la mañana del 28 de mayo de 1934.
Primero, se encontró con el tío de las pequeñas, y le explicó que su hermano y su cuñada acababan de pasar de ser padres de 5 niños, a ser padres de 10. Después, fue a la oficina de correos del pueblo vecino y se lo contó a todas las personas que encontró dentro. Minutos más tarde, relató lo ocurrido al empleado de la tienda, que le animó a que compartiera la noticia con el diario local. Pero para entonces, el tío de las niñas ya se había adelantado.
El editor del diario North Bay Nugget inmediatamente incluyó la increíble historia en el boletín de noticias, y después envió a un reportero y a un fotógrafo a la granja.
En las primeras seis horas desde su nacimiento, las quintillizas Dionne -Yvonne, Annette, Cécile, Émilie y Marie- fueron fotografiadas para que las viera todo el mundo. Con el fin de inyectarles la vacuna, sacaron a las bebés prematuras de la canasta de mimbre y las colocaron junto a su aturdida madre, que apenas había logrado sobrevivir al parto.
La explotación de las hermanas Dionne es el tema principal del nuevo libro de Sarah Miller, que ya ha escrito sobre otras niñas que colmaron titulares, como Lizzie Borden y Anastasia Romanov.
Al principio, la atención mediática que recibieron las pequeñas Dionne parecía una bendición. Periodistas de Chicago y Toronto llevaron con ellos incubadoras calentadas a base de agua, que con toda seguridad, salvaron la vida de las niñas. (Aunque los Dionne no eran en absoluto pobres, su granja carecía de electricidad). Desde hospitales lejanos les hicieron llegar leche materna, y la Cruz Roja les facilitó un equipo de enfermería 24 horas diarias.
A los pocos días, miles de curiosos habían rodeado la casa, asomándose por las ventanas y convirtiendo los cultivos de los Dionne en un estacionamiento. Los periodistas entraban y salían de la casa.
Mientras tanto, el padre de las niñas, Oliva Dionne, estaba preocupado por cómo iba a pagar los gastos médicos de las niñas y todos los costos que suponía tener cinco hijos más en medio de la Gran Depresión. Visitó a su sacerdote y le preguntó si debía aceptar ofertas para mostrar públicamente a las quintillizas a cambio de dinero. El cura se ofreció a ser su gestor comercial.
En una semana, firmaron un acuerdo por decenas de miles de dólares, una fortuna en medio de la Gran Depresión. Oliva Dionne estuvo de acuerdo en que sus hijas aparecieran en la feria mundial Chicago World’s Fair durante seis meses, si para entonces se encontraban lo suficientemente sanas.
Se arrepintieron de firmar el contrato casi de inmediato, y en seguida intentaron cancelarlo, pero los promotores de la feria se negaron. Mientras tanto, las condiciones de salud de las niñas empeoraban y las bebés comenzaron a perder peso. El Dr. Dafor y las enfermeras ocuparon una habitación de la casa para el cuidado de las niñas y no dejaron entrar a nadie. Ni siquiera a sus padres, que apenas podían echar un vistazo a las niñas de vez en cuando.
Con los promotores de Chicago presionando para que se cumpliera el contrato, el Fiscal General de la Oficina de Ontario propuso una solución a Oliva y a su esposa, Elzire: dejar la custodia de las niñas a la Cruz Roja durante dos años. La Cruz Roja no tenía ninguna obligación con los promotores. Además, construirían un hospital de última generación al otro lado de la calle de la granja sólo para el cuidado de las niñas.
Cuando las bebés se mudaron, fue aún más difícil para Oliva y Elzire pasar tiempo con ellas, ya que vivían en un espacio aislado del mundo. Y a los padres nunca se les permitió estar a solas con ellas.
Meses después, sin razón aparente, el primer ministro de Ontario propuso un proyecto de ley para despojarlos permanentemente de la custodia de las menores, que pasaría a pertenecer al estado. Argumentó que las protegería de ser explotadas, y garantizaría que cualquier dinero que se ganara se enviara a un fideicomiso para el beneficio de las niñas. Los padres, que fueron presentados con frecuencia en los medios de comunicación como campesinos ignorantes, suplicaron públicamente la oportunidad de demostrar que eran buenos padres, pero no importó. El proyecto de ley fue aprobado. Las quintillizas Dionne serían criadas principalmente por el Dr. Dafoe y un equipo de enfermeras en constante rotación.
Más popular que las cataratas del Niágara
Increíblemente, los recién nombrados tutores de los quintillizos hicieron exactamente aquello de lo que supuestamente iban a proteger a las niñas. Primero, construyeron un verdadero zoológico para bebés, un área al aire libre donde las niñas jugaban dos veces al día, con un largo pasillo curvado que recibía a miles de espectadores diarios.
Al final del pasillo de exhibición había puestos de perritos calientes y tiendas de souvenirs. Uno de estos stands lo dirigían las matronas que ayudaron a dar a luz a las niñas. Otro lo gestionaba el padre de las menores, que rara vez las veía. La visita al lugar se promocionó a lo largo de toda la región. Ontario, la provincia en la que vivían, aumento su impuesto a la gasolina cuando llegaron las oleadas de visitantes. En 1937, “Quintland” [El país de las quintillizas] era un destino turístico más popular que las Cataras del Niágara, según Miller.
Pero esa era solo la cima del iceberg del negocio. Había también, por supuesto, muñecas, y costosas sesiones de fotos para revistas. Las quintillizas Dionne aparecieron además en anuncios para docenas de productos: Catsup Heinz, Quaker Oats, Lifesavers candy, jabón Palmolive, Lysol, máquinas de escribir, pan, helado, y fundas de colchones desinfectadas.
“Era casi espeluznante, porque se daba esta asociación entre las niñas Dionne y la higiene, porque estaban aisladas. Y esa necesidad médica, supuestamente, era lo que las mantenía alejadas de su familia”, dijo Miller.
Todas las ganancias se enviaban a un fondo fiduciario destinado a las niñas. Pero el fondo era saqueado regularmente. Con ese dinero, se pagaron todos los gastos del hospital Dionne, incluso el agua. Se utilizó para la construcción de baños públicos para los turistas, así como para costear las cenas de hotel de los psicólogos que las visitaban.
Las sesiones de fotos se centraban la mayoría de las veces en los períodos de vacaciones, y se tomaban con meses de adelanto. Las cajas con “regalos de Navidad” y los pasteles de cinco pisos, en realidad, estaban vacíos en su interior.
“Nos vimos obligadas a hacer tantas cosas, tan a menudo, que no nos sentíamos capaces de decir 'No, esta vez no, en otra ocasión”, dijo más tarde Cécile.
Los ventanales de la zona de exhibición estaban supuestamente tintados para que las niñas no pudieran ver a todos los extraños, pero las hermanas dijeron después que “Por supuesto que sabíamos que nos observaban”. Actuaban de forma exagerada para los turistas, al igual que aprendieron a posar para las cámaras.
En los nueve años que pasaron en el hospital, salieron sólo unas cuantas veces, para conocer al Rey y a la Reina en Toronto y para un par de tours promocionales. Aún así, describieron esos años como “los más felices y menos complicados de nuestras vidas”.
“No sabíamos todavía en ese momento que la forma en la que nos habían criado no era buena para nosotras”, dijo Yvonne más tarde.
Comenzaron las consecuencias
Oliva y Elzire Dionne nunca dejaron de luchar para que todos sus hijos vivieran bajo un mismo techo. Cuando finalmente lo lograron en 1943, también compraron una nueva casa - una mansión de ladrillo amarillo de 19 dormitorios que, por supuesto, pagaron con el fondo fiduciario de las quintillizas.
A pesar del reencuentro de la familia, no era un hogar feliz. Tras años viviendo separados, el daño estaba hecho. Las chicas se sintieron culpables del sufrimiento que habían ocasionado a la familia, y Elzire las trató duramente, algunas veces gritándoles y golpeándoles.
Décadas más tarde, tres de las quintillizas aseguraron que Oliva había abusado de ellas sexualmente. Los otros hijos Dionne negaron esa acusación.
El hospital de la calle se convirtió en una escuela católica privada para las hermanas, con un puñado de chicas locales como compañeras. Un día, Annette confió al capellán del centro que su padre abusaba de ella, pero él no hizo nada, aparentemente creyendo que si confrontaba a los padres, ellos sacarían a sus hijas de la escuela, y ese contacto con el mundo exterior era mejor que nada.
A medida que los años pasaban, el interés en las chicas comenzó a decaer, pero a sus 10 años, aún las forzaban a vestirse con outfits a juego para las sesiones de fotos. Y los medios continuaban entrometiéndose. El diario Toronto Star publicó el peso de cada una de las chicas cuando tenían 14 años.
Émilie también comenzó a sufrir convulsiones. Debido al estigma que existía contra la epilepsia, la familia lo mantuvo en secreto, incluso cuando sus ataques se volvieron más graves y frecuentes.
Marie, que había nacido la última y fue al principio la más frágil, sorprendió a todos al abandonar el redil. A los 19, se unió a una estricta orden de monjas y se mudó a un convento. Émilie la imitó y se marchó a un convento distinto poco después.
Sólo dos meses más tarde, Émilie murió, debido a la complicación de sus convulsiones. Tenía 20 años.
Incluso en su duelo, las cuatro hermanas que sobrevivieron a Émilie tuvieron que posar para reportajes de prensa junto al ataúd abierto de Émilie.
El hechizo se rompió, pero el daño estaba hecho
Con su muerte, Émilie consiguió para sus hermanas “una especie de liberación”; como lo expresó Cécile. El interés público en ellas se perdió; se alejaron de su familia y comenzaron una vida nueva en Montreal.
Yvonne y Cécile fueron juntas a la escuela de enfermería, y Marie y Annette fueron compañeras de habitación en la universidad. Tres de ellas se casaron, aunque ninguno de los matrimonios duró. Incluso de adultas, se les hacía difícil rodearse de otras personas que no fueran ellas mismas.
En febrero de 1970, el cuerpo de Marie fue hallado en su cama junto a varios botes de medicamentos. Se había separado recientemente de su esposo, y sus hijos se encontraban con una familia de acogida mientras ella luchaba contra la depresión. La causa de la muerte nunca se determinó.
Después de su fallecimiento, las hermanas se volvieron aún más reservadas.
Y si te estás preguntando qué ocurrió con el fondo fiduciario que supuestamente iba a hacer ricas a las chicas, bueno, para cuando supieron que existía y tomaron su control, la mitad del dinero había desaparecido. En la década de los 90, Yvonne, Annette y Cécile batallaban para pagar sus modestas deudas.
El hijo de Cécile, Bertrand Langlois, comenzó a investigar y descubrió cómo se había saqueado la cuenta. Inició una campaña de relaciones públicas para avergonzar al gobierno canadiense y conseguir que les reembolsara una parte de las ganancias estatales que creían que les debían. Las hermanas hablaron con los medios por primera vez en décadas y revelaron lo miserables que habían sido sus vidas.
Finalmente, aceptaron un acuerdo de USD 4.000.000. A sus 85 años, dos hermanas todavía viven, Cécile y Annette. Pero el hijo que los ayudó a ganar su acuerdo desapareció con la parte del dinero de Cécile, por lo que en una terrible ironía, ella se encuentra una vez más bajo la tutela del estado y vive en un hogar de ancianos administrado por el gobierno.
Raramente hablan con los medios, y generalmente solo lo hacen para advertir al público que lo que les sucedió no debe repetirse nunca. Pero teniendo en cuenta lo que se sabe del desarrollo infantil ahora, ¿podría ser eso posible? Miller no está segura. “No creo que necesariamente tengamos otro zoológico para bebés”, dijo. Pero en la era de los “kidfluencers” de Instagram, “podrías terminar pateando una bola de nieve diferente por una colina similar”.
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