San José (Costa Rica) – En una céntrica y sombría plaza repleta de árboles en la nación más pacífica de América Central pocos podrían haber predicho una multitud tan enojada.
Cientos de hombres vestidos con camisas y jerseys rojos marcharon hacia el parque La Merced cargando cuchillos, bates de béisbol y botellas de vidrio llenas de trapos empapados con gasolina.
Aparentemente motivados por mensajes falsos e incendiarios que habían visto a través de internet, decenas de personas fueron para confrontar a los nicaragüenses que habían huido de su país y habían convertido el parque en un campamento base, un lugar para recibir comidas y café gratis de iglesias locales y centros de caridad.
"¡Fuera Nicas!" gritaba en cánticos la multitud, según videos publicados en Internet más tarde. Estalló una batalla campal. Más de 40 personas fueron arrestadas, según funcionarios del gobierno.
La confrontación que se desarrolló ese sábado por la tarde del mes pasado sacudió a un país conocido como un oasis de paz relativo en una región tumultuosa donde la migración masiva y la guerra de pandillas son comunes. La llegada de miles de nicaragüenses en los últimos meses –por la violenta represión del presidente Daniel Ortega contra los manifestantes- ha puesto de manifiesto las corrientes de xenofobia en Costa Rica y ha provocado la primera gran crisis para el presidente Carlos Alvarado, que acababa de cumplir 100 días en el cargo.
Su administración está investigando si el gobierno de Ortega, o sus partidarios a ambos lados de la frontera, estuvieron involucrados en avivar las llamas antiinmigrantes.
"Usaron las redes sociales para incitar al odio deliberadamente", comentó Alvarado en una entrevista. "Eso no ha sucedido antes".
La migración causada por las crisis políticas y el colapso económico ha ejercido una enorme presión sobre América Latina. Un éxodo de más de 2 millones de venezolanos ha provocado efectos en Colombia, Brasil y Perú, entre otros. Aunque los nicaragüenses que huyen al otro lado de la frontera constituyen solo una fracción de ese número, el aumento ha preocupado a los funcionarios del gobierno y ha puesto a prueba las generosas políticas de asilo de Costa Rica.
"Protegeremos a nuestro país en todos los sentidos, pero estos actos no son bienvenidos, ni serán tolerados de ninguna manera", indicó el canciller Epsy Campbell. "No podemos permitir que ni un grupo pequeño se alimente de una actitud xenófoba".
Desde abril, las fuerzas de seguridad y las milicias armadas de Ortega en Nicaragua han atacado a los manifestantes en batallas callejeras y redadas casa por casa. La ofensiva del gobierno ha dejado más de 350 muertos y ha llevado a miles de personas a huir hacia el sur, a Costa Rica.
"El nivel de persecución es tal que muchos de los que participaron en las protestas, que defendieron los derechos de los manifestantes, o simplemente expresaron opiniones disidentes, se han visto obligados a esconderse, han abandonado Nicaragua o están tratando de hacerlo", indicó un informe publicado recientemente por el alto comisionado de la ONU para los derechos humanos.
El número exacto de personas que han huido a Costa Rica desde que comenzaron los disturbios es desconocido porque muchos cruzaron la frontera ilegalmente y no se identificaron con las autoridades. En lo que va de año, más de 24.400 nicaragüenses han expresado su intención de solicitar asilo en Costa Rica, en comparación con 58 solicitudes de asilo de enero a agosto de 2017.
Pero una parte significativa de estos solicitantes ya vivía en Costa Rica y decidió solicitar asilo dada la agitación en Nicaragua, de acuerdo a una información filtrada por funcionarios de inmigración. Aproximadamente medio millón de nicaragüenses vivieron en Costa Rica cuando comenzó el conflicto en Nicaragua.
En las oficinas de la agencia de migración en la capital, cientos de nicaragüenses se alinearon en la acera a principios de este verano, algunos durmiendo en tiendas durante días, esperando su turno para solicitar asilo.
Xochil Soto, una contable de 27 años en una iglesia católica de Nicaragua, y su novio, Moisés Alejandro Silva, un estudiante de contabilidad de 25 años, solicitaron un empleo en un McDonald's en San José después de huir de los disturbios. Pero no tienen permiso de trabajo durante la resolución de su asilo, por lo que han estado haciendo tacos y burritos para vender en la calle.
"Esperamos salir adelante, poco a poco", apuntó Silva. "Tenemos fe de que podemos sobrevivir aquí".
Algunos nicaragüenses pasan días merodeando en parques y plazas, usando ropa donada, sin casas ni permisos de trabajo. Otros duermen donde pueden, con amigos y parientes, en refugios o moteles lúgubres.
Scarleth Osorno, de 21 años, y su esposo, Christian Rosales, de 19 años, pasaron sus primeras noches como refugiados en San José, durmiendo en el suelo debajo de un árbol en el parque La Merced, con su hija de 8 meses.
La pareja había dado café y agua a los manifestantes que manejaban barricadas en su ciudad natal de Diriamba, el sitio donde se produjo uno de los enfrentamientos más mortíferos con los paramilitares nicaragüenses. Más tarde, fueron identificados como disidentes por los partidarios del gobierno en su barrio, y hombres armados enmascarados se presentaron en su casa.
"Estaban armados hasta los dientes", señaló Rosales, un soldador. "Cuando llamaron a la puerta, salí corriendo por la parte de atrás".
La familia escapó por un barranco, tomó un autobús hacia la frontera y llegó a San José a finales de julio. Estaban en el Parque La Merced el 18 de agosto cuando la marea roja descendió gritando insultos, llamándolos "cobardes" y exigiendo que salieran de Costa Rica.
Osorno todavía seguía viniendo al parque todos los días, con la esperanza de que alguien pudiera donar comida para su bebé. Ella miraba a su alrededor mientras pasaban los peatones.
"Temo incluso estar parada en este lugar. Aquí tampoco es seguro", aseguró.
Costa Rica se ha familiarizado con las migraciones masivas. En los últimos años, miles de haitianos y cubanos que transitan por el norte hacia Estados Unidos se han reunido en Costa Rica cuando Nicaragua bloqueó su frontera a los migrantes, lo que provocó que los funcionarios del gobierno organizaran viajes aéreos. Los venezolanos han emigrado en grandes cantidades para escapar de la calamidad económica de su país.
La comunidad nicaragüense es grande y está bien establecida en Costa Rica. Muchos se exiliaron o huyeron durante la guerra de guerrillas contra la dictadura de Somoza en los años setenta. Entre los que huyeron hacia el sur se encontraban Daniel Ortega, quien luego se convertiría en presidente. La posterior guerra civil nicaragüense en la década de los ochenta entre el gobierno sandinista de Ortega y los "contras" respaldados por la CIA del presidente Ronald Reagan empujó a miles más a cruzar la frontera.
Los dos países "son como gemelos, uno más rebelde que el otro", comentó Alejandra Gutiérrez, una costarricense que se casó con un nicaragüense, Alfonso Robelo, quien inicialmente fue miembro de la junta gobernante sandinista y luego se unió a los contras. "Pelean mucho, pero al final del día, a menudo se dan la mano".
El mes pasado, en sitios web y páginas de Facebook, comenzaron a difundirse rumores falsos de que los migrantes nicaragüenses habían estado quemando banderas de Costa Rica. Las publicaciones difundieron rápidamente que Alvarado estaba dando una parte del presupuesto costarricense a nicaragüenses transgénero y que las universidades proporcionaban becas completas a los refugiados.
"Hubo muchas noticias falsas justo después de esos hechos", agregó Alvarado.
El ministro de Seguridad Pública, Michael Soto Rojas, dijo que la presunción es que una "influencia externa o interna trató de maximizar" la protesta. Entre los refugiados nicaragüenses hay una creencia generalizada de que Ortega tiene aliados en Costa Rica, vigilando a los líderes de las protestas que han huido o fomentado interrupciones.
Soto señaló que no hay "pruebas concluyentes" de que el gobierno de Ortega haya ayudado a organizar la protesta o que haya espías en el terreno persiguiendo a los manifestantes, "pero hay una expectativa de que pueda ocurrir o que esté ocurriendo".
Los representantes del gobierno de Nicaragua no respondieron a las solicitudes de comentarios.
Muchos costarricenses se han movilizado para defender y apoyar a los refugiados nicaragüenses. Los líderes católicos y evangélicos condenaron los ataques xenófobos, así como a los clubes costarricenses de fútbol cuyas camisetas se usaron en la protesta. Los refugiados nicaragüenses dicen que muchos costarricenses son generosos y serviciales.
El sentimiento anti nicaragüense "no es el sentimiento popular", aseguró Marcela Rodríguez-Farrelly, funcionaria de la agencia de refugiados de Estados Unidos en San José.
Pero el gobierno costarricense teme que nuevas oleadas de nicaragüenses provoquen un empeoramiento de las tensiones. Muchos nicaragüenses que jugaron un papel activo en las protestas ya viven como fugitivos aquí, algunos en centros de acogida, otros bajo la protección del gobierno. Los recién llegados dicen que, a pesar de que han escapado del peligro inminente en Nicaragua, siguen intranquilos.
"Supuse que en este país estaba a salvo", apuntó Ariana Gutiérrez, una estudiante de medicina que huyó. "Ahora tenemos miedo de decir que somos nicaragüenses".