Plains (Georgia) – Jimmy Carter termina su cena del sábado por la noche, salmón y brócoli, y bromea junto a la que ha sido su esposa durante 72 años, Rosalynn: "Vamos, chica".
Ella ríe, toma su mano, y juntos caminan por la cocina de un vecino que está llena de insignias de la campaña de 1976, fotos de líderes mundiales y un par de latas de Billy Beer sin abrir. Después salen por la puerta trasera, donde tres agentes del Servicio Secreto los esperan.
Hacen esto cada fin de semana en esta pequeña ciudad donde nacieron: él hace casi 94 años, ella casi 91. Cenan en la casa de su amigo Jill Stuckey, con vasos de plástico con agua fría y una copa de Chardonnay. Luego caminan unos 800 metros hasta el rancho que construyeron en 1961.
En esa tarde verano en el sur de Georgia, con una temperatura que ronda los 32 grados Celsius, se embadurnan la cara con No Natz para repeler a los bichos. Luego se toman las manos y comienzan a caminar, el ex presidente con jeans y zapatos negros, y la ex primera dama usa un bastón por primera vez.
El presidente número 39 de Estados Unidos vive modestamente en contraste con sus sucesores, que han abandonado la Casa Blanca para abrazar el poder de otro tipo: la riqueza.
Incluso aquellos que no comenzaron siendo ricos, incluyendo a Bill Clinton y Barack Obama, ganaron decenas de millones de dólares gracias a las oportunidades que fluyen en el sector privado para los ex presidentes.
Cuando Carter dejó la Casa Blanca después de un tumultuoso mandato, derrotado por Ronald Reagan en las elecciones de 1980, regresó a Plains, donde prevalecen las tierras de cultivo de maní y algodón y que tiene una tasa de pobreza que ronda el 40 por ciento.
El ex presidente demócrata decidió no unirse a juntas corporativas o dar discursos por mucho dinero porque, afirma, no quería "capitalizar financieramente el hecho de estar en la Casa Blanca".
El historiador presidencial Michael Beschloss señaló que Gerald Ford, predecesor de Carter y amigo cercano, fue el primero en aprovechar al máximo las oportunidades post-presidenciales bien pagadas, pero que "Carter hizo lo contrario".
Desde Ford, otros ex presidentes e incluso sus cónyuges, suelen ganar cientos de miles de dólares dando discursos.
"No veo nada de malo con eso, no culpo a otras personas por hacerlo", comenta Carter durante la cena. "Ser rico nunca había sido mi ambición", agrega.
Carter tenía 56 años cuando regresó a Plains desde Washington. Él dice que su negocio de maní, mantenido por un fideicomiso durante su presidencia, tuvo USD 1 millón en deudas y se vio obligado a venderlo.
"Pensamos que íbamos a perderlo todo", comenta Rosalynn, que está sentada a su lado.
Carter decidió que sus ingresos vendrían de la escritura y, desde entonces, ha escrito 33 libros sobre su vida y su carrera, su fe, la paz en Oriente Medio, los derechos de las mujeres, el envejecimiento, la pesca, la carpintería e incluso un libro para niños escrito por su hija, Amy Carter, llamado The Little Baby Snoogle-Fleejer.
Con los ingresos de los libros y la pensión anual de USD 210.700 que reciben todos los ex presidentes, los Carter viven cómodamente. Pero sus libros nunca han llegado a las ganancias masivas acumuladas por otros ex presidentes.
Carter ha sido ex presidente durante 37 años, más que cualquier otro en la historia. Su estilo de vida sencillo es cada vez más raro en está época de Donald Trump, un multimillonario con sumideros dorados en su jet privado, un ático en Manhattan y una propiedad en Mar-a-Lago.
Carter es el único presidente en la era moderna que vive a tiempo completo en la casa en la que vivía antes de entrar en la política: una casa de dos dormitorios con un valor de USD 167.000, menos de lo que cuestan los vehículos acorazados del Servicio Secreto estacionados afuera.
Los ex presidentes suelen volar en aviones privados, a veces prestados por amigos ricos, pero los Carter vuelan en aeronaves comerciales. Stuckey dice que en un vuelo reciente de Atlanta a Los Ángeles, Carter caminó de un lado a otro del pasillo saludando a otros pasajeros y haciéndose selfies.
"No le gustan los peces gordos, y no cree que él sea un pez gordo", remarca Gerald Rafshoon, director de comunicaciones de la Casa Blanca durante la época de Carter.
Carter le cuesta a los contribuyentes estadounidenses menos que cualquier otro ex presidente, de acuerdo con la Administración de Servicios Generales (GSA por sus siglas en inglés), con una factura total para él en el año fiscal actual de USD 456.000, que cubre pensiones, una oficina personal y otros gastos. Eso es menos de la mitad de los USD 952.000 presupuestados para George H.W. Bush. Los otros tres ex presidentes vivos, Clinton, George W. Bush y Obama, suponen un costo de más de USD 1 millón al año.
Carter ni siquiera tiene beneficios de salud públicos porque trabajó para el gobierno durante cuatro años, menos de los cinco años necesarios para calificar, según la Administración de Servicios Generales. Él dice que recibe beneficios de salud a través de la Universidad Emory, donde ha enseñado durante 36 años.
El gobierno federal paga por una oficina para cada ex presidente. La de Carter, situada en Atlanta, es la menos costosa, con un costo de USD 115.000 al año.
La oficina de Carter cuesta una fracción de la de Obama, que es de USD 536.000 al año. El costo de la de Clinton es de USD 518.000, la de George W. Bush es de USD 497.000 y la de George H.W. Bush es de USD 286.000, según la GSA.
"Soy un gran admirador de Harry Truman. Es mi presidente favorito, y realmente trato de emularlo", comenta Carter, que escribe sus libros en un garaje convertido en su casa. "Él dio un ejemplo que yo creo que es de admirar".
Pero aunque Truman se retiró a su ciudad natal de Independence (Missouri), Beschloss afirmó que incluso él se estableció en una elegante casa que anteriormente pertenecía a sus prósperos parientes políticos.
Mientras Carter extiende una gruesa capa de mantequilla sobre una rebanada de pan, se le pregunta si piensa, especialmente ahora que hay un hombre que se jacta de ser un multimillonario en la Casa Blanca, que cualquier futuro ex presidente podría vivir como Carter.
"Eso espero, pero no lo sé", puntualiza.
Plains es un pequeño pueblo de tierras agrícolas de Georgia, que tiene 1.7 kilómetros de diámetro. El depósito de trenes sirvió como sede de campaña de Carter en 1976. Alrededor de 700 personas viven aquí, a unos 240 kilómetros al sur de Atlanta, en un lugar que es un museo viviente de Carter.
Hay una tienda, que una vez fue propiedad del tío Buddy de Carter, vende recuerdos del ex presidente y bolas de helado de maní. La granja de niños de Carter se conserva como en la década de los años treinta, sin electricidad ni agua corriente.
El Sitio Histórico Nacional Jimmy Carter es esencialmente la ciudad entera, atrayendo a casi 70.000 visitantes al año y dejando USD 4 millones para la economía del condado.
Carter ha utilizado su post-presidencia para apoyar los derechos humanos, los programas de salud mundiales y las elecciones justas en todo el mundo a través de su Centro Carter, con sede en Atlanta. Ha ayudado a renovar 4.300 viviendas en 14 países y mediante su organización estará trabajando en hogares para personas de bajos ingresos en Indiana a finales de agosto.
Pero es Plains quien define a Carter.
Después de la cena, el matrimonio sale junto a dos agentes del Servicio Secreto que caminan cerca.
La marcha de Carter es un poco inestable hoy en día, tres años después del diagnóstico de melanoma en el hígado y en el cerebro. En la conferencia de prensa de 2015, en la que anunció su enfermedad, parecía estar pidiendo un adiós estoico, diciendo que estaba "perfectamente bien con lo que viniera".
Pero ahora, después de la radiación y la quimioterapia, Carter asegura que no tiene cáncer.
En octubre se convertirá en el segundo presidente en llegar a los 94 años. George H.W. Bush cumplió 94 años en junio. En estos días, Carter es agudo, divertido y reflexivo.
Los Carter caminan todos los días, a menudo por la Church Street, la calle principal de Plains, donde han estado caminando desde la década de los veinte.
Mientras cruzan Walters Street, Carter ve a un par de adolescentes en la acera de enfrente.
"Hola", dice el ex presidente con una gran sonrisa.
"Hola", le contesta una chica con gesto alegre.
Los dos jóvenes de 15 años dicen que las personas en Plains piensan en los Carter como vecinos y amigos, como si fueran otras personas normales.
"Crecí en la iglesia junto a él. Es un tipo agradable, es como una persona normal", comenta Maya Wynn. "Es un buen caballero sureño", agrega.
Carter dice que este lugar lo formó, sembrando sus creencias sobre la igualdad racial. Su juventud en la granja durante la Gran Depresión hizo que fuera un tipo sin pretensiones y frugal.
Esa sensibilidad sin adornos, entrañable desde que dejó Washington, no funcionó tan bien la Casa Blanca. Mucha gente pensó que él borró parte del lustre de la presidencia llevando sus propias maletas al Air Force One y negándose a que se tocara el Hail to the Chief.
Stuart Eizenstat, un ayudante y biógrafo de Carter, explicó que el edicto de Carter que eliminaba a los conductores de los altos funcionarios fracasó. Significaba que los altos funcionarios debían manejar en lugar de leer y trabajar durante una o dos horas al día.
"No se sentía apto para la grandeza y trasladó esa simpleza a la Casa Blanca", comenta Eizenstat.
La presidencia de Carter, de 1977 a 1981, es recordada a menudo por las largas colas en las gasolineras y por la crisis de los rehenes en Irán.
"Puede que haya exagerado la difícil situación de los rehenes cuando estaba en mi último año", apunta. "Pero estaba tan obsesionado con ellos personalmente, y con sus familias, que quería hacer cualquier cosa para llevarlos a casa a salvo, y lo hice".
Dijo que lamenta no hacer más para unificar al Partido Demócrata.
Cuando Carter mira hacia atrás, en su presidencia, señala que está muy orgulloso de "mantener la paz y apoyar los derechos humanos", los acuerdos de Camp David que mediaron la paz entre Israel y Egipto, y su trabajo para normalizar las relaciones con China. En 2002, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz gracias a sus esfuerzos.
"Siempre dije la verdad", sostiene.
Carter apenas ha hablado sobre el presidente Donald Trump. Pero en esa noche, dos años después de que asumiera la presidencia, no se está conteniendo.
"Creo que es un desastre. Tanto en derechos humanos como en el hecho de tratar a las personas de la misma manera", argumenta.
"Lo peor es que no está diciendo la verdad, y eso ya lo lastima todo", lamenta Rosalynn.
Carter dice que su padre le enseñó que la veracidad importa, y eso se reforzó en la Academia Naval de Estados Unidos, donde, según él, los estudiantes son expulsados por decir hasta la más mínima mentira.
"Creo que ha habido una actitud de ignorancia hacia la verdad por parte del presidente Trump", comenta.
Carter cree que la decisión de la Corte Suprema ha "cambiado nuestro sistema político de una democracia a una oligarquía. El dinero ahora es preeminente. Es decir, ahora se ha ido al infierno".
En su opinión, "los valores éticos y morales" de la nación todavía están intactos y los estadounidenses eventualmente "volverán a lo correcto y a lo incorrecto, y lo que es decente y lo que no lo es, lo que es verdad y lo que es mentira".
Pero, afirma, "dudo que ocurra mientras viva".
En Church Street, Carter señala la casa del alcalde con su mano izquierda mientras sostiene la de Rosalynn con la derecha.
"Mi madre y mi padre vivían ahí", relata haciendo un gesto hacia una pequeña casa al otro lado de la calle. "Ahora la usamos como oficina".
Cada casa tiene una historia. Generaciones de ellos. "El señor Oscar Williams vivía aquí, su familia era mi competidora en el negocio de almacenes".
Señala la Iglesia Metodista Unida de Plains, donde conoció a la joven Eleanor Rosalynn Smith cuando estaba en la Academia Naval.
Él la invitó a salir. Fueron a ver una película y, a la mañana siguiente, le dijo a su madre que se casaría con ella.
"Ella no lo supo durante años", comenta con una sonrisa.
Se les pregunta si hay algo que quieran pero que no tienen. "No se me ocurre nada. ¿Y tú?", dice Carter volviéndose hacia Rosalynn.
"No, estoy feliz", contesta ella.
"Aquí nos sentimos como en casa. Y la gente de la ciudad, cuando la necesitamos, nos cuida", agrega Carter.
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