Hace menos de un año, el presidente Donald Trump anuló lo que llamó "su instinto original" para "retirarse" de Afganistán, autorizando en cambio una misión estadounidense modestamente expandida con tal de tratar de apuntalar la deteriorada posición del gobierno afgano. Los resultados han sido variados: si bien los talibanes no han logrado nuevos avances significativos sobre el terreno, las fuerzas gubernamentales de allí continúan sufriendo grandes bajas, y una victoria militar sobre los insurgentes todavía parece inviable.
Hay señales de esperanza: en particular, el mes pasado, un alto el fuego, de tres días y algo sin precedentes, fue observado por ambas partes y los combatientes talibanes acabaron uniéndose a las celebraciones de las fuerzas gubernamentales y civiles. Después de décadas de guerra, muchos afganos claramente tienen hambre de paz. En ese contexto, una nueva iniciativa de la administración, en un intento de impulsar las conversaciones de paz mediante la apertura de un diálogo directo entre los funcionarios de Estados Unidos y los talibanes, merece un apoyo prudente. Si se puede perseguir sin socavar el gobierno de Ashraf Ghani, vale la pena intentarlo.
La diplomacia del pasado con los talibanes ha fracasado debido a la implacable negativa del grupo a hablar directamente con las autoridades afganas en Kabul. Insiste en que solo negociará con Estados Unidos. El gobierno de Obama intentó llevar a cabo conversaciones secretas con los talibanes mientras describía engañosamente el proceso "dirigido por los afganos". Las pobres relaciones del presidente Barack Obama con el entonces presidente Hamid Karzai y la incapacidad de los talibanes para cumplir sus compromisos llevaron al colapso del diálogo.
Varios años después, los motivos de la diplomacia parecen algo mejores. Ghani, que ha demostrado ser un socio estadounidense más confiable, se ha comprometido a alcanzar un acuerdo de paz y ha hecho grandes esfuerzos por su parte para llegar a los talibanes y a sus auspiciadores en Pakistán. Las fuerzas estadounidenses ya no están cargadas con el rígido calendario de retiro impuesto por Obama, que dio a los talibanes un fuerte incentivo para esperar a Washington. También hay señales de que los insurgentes han suavizado algunas de sus prácticas extremas y comparten algunos intereses con el gobierno, incluida la derrota del Estado Islámico y la prevención de la fragmentación permanente del país.
Según los reportes de The Washington Post y The New York Times, la estrategia de la administración es iniciar conversaciones con los talibanes con el objetivo de ampliarlos para incluir al gobierno de Ghani y Pakistán. Para tentar a los rebeldes, los funcionarios estadounidenses no establecen condiciones previas: el secretario de Estado, Mike Pompeo, insinuó en un reciente viaje a Kabul que la presencia de Estados Unidos y otras fuerzas extranjeras podría ser un tema de negociación. Parece razonable y probablemente necesario, siempre que no se contraigan compromisos de retirada de los Estados Unidos antes del inicio de las conversaciones de paz que incluyan al gobierno afgano.
El esfuerzo diplomático podría verse obstaculizado por la falta de personal del Departamento de Estado. Pompeo debería arreglar eso. El mayor peligro es que los talibanes y sus auspiciadores pakistaníes concluyan que pueden aprovechar el prolongado impulso de Trump para desconectar la misión de Estados Unidos. Para que la diplomacia tenga éxito, finalmente deben estar convencidos de que no pueden inducir un retiro estadounidense prematuro durante lo que seguramente sea un largo y complicado proceso de negociación. Eso requerirá la paciencia de Estados Unidos, algo que en esta Casa Blanca hay escasez.