El drama de los venezolanos que huyen de su país y se enfrentan al abuso sexual y la violencia

Por Anthony Faiola

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En Venezuela, Jhohanna Mota, de
En Venezuela, Jhohanna Mota, de 42 años, y su familia -entre los que se encuentran Miguel Fermín Mota, de 14 años, y Carlos Fermín Mota, de 13 – vivían en una gran casa. Ahora viven todos juntos en una habitación alquilada en San Juan (Trinidad) (The Washington Post / Jahi Chikwendiu)

Puerto España, Trinidad y Tobago: Hubo un tiempo en el que los venezolanos abarrotaban los pasillos de las tiendas en países extranjeros, pronunciando la popular frase de "dame dos". Pero los ciudadanos de lo que, alguna vez, fue la nación más rica per cápita de América del Sur ahora se enfrentan a una devastadora reversión de su fortuna, emergiendo como la nueva clase marginal de la región.

El país, rico en petróleo, vive inmerso bajo un experimento socialista fallido y unas 5.000 personas al día están saliendo cada día, lo que supone el mayor flujo migratorio de América Latina en décadas.

Los profesionales venezolanos están abandonando los hospitales y las universidades para convertirse en vendedores ambulantes en Perú o conserjes en Ecuador. Aquí, en Trinidad y Tobago, los abogados venezolanos se emplean como jornaleros y trabajadoras sexuales. Un burócrata adinerado que, una vez, pasó un verano comiendo exquisitos platos y whisky en la Bahía de Maracas, en Trinidad, ahora trabaja como empleado doméstico.

La agencia de refugiados de las Naciones Unidas ha pedido a los países que ofrezcan protección a los venezolanos, al igual que hicieron con millones de sirios que huyen de la guerra civil. Pero en una parte del mundo, con grandes brechas en la protección de los refugiados, los venezolanos que huyen del hambre, a menudo, intercambian una angustiosa situación por otra. Trinidad, por ejemplo, no tiene leyes de asilo para los refugiados, dejando así a miles de venezolanos desesperados y en riesgo de detención, deportación, abuso policial y otras cosas.

Fransielvis Perez, de 23 años,
Fransielvis Perez, de 23 años, que se sitúa en el centro, trabaja como mesera en un club de Puerto España (The Washington Post / Jahi Chikwendiu)

A veces la cosa va muchísimo peor.

En mayo, Luz, una madre soltera venezolana de 21 años, llegó a Trinidad en barco junto a dos amigas. Se fió de un hombre, con rasgos caribeños, que afirmaba pertenecer a un grupo cristiano que ofrecía ayuda y reasentamiento. En cambio, las tres mujeres fueron llevadas a una casa donde fueron golpeadas antes de ser abusadas sexualmente mientras participaban en una especie de video pornográfico. Cada mujer, confesó, fue filmada mientras la violaban por una serie de hombres.

"Estamos indefensas", dijo Luz. "Todo es a causa de la crisis". Ella y sus dos amigas pudieron escapar y ahora están bajo el cuidado de una organización benéfica católica. The Washington Post, generalmente, no identifica a las víctimas de abuso sexual.

Carolina Jiménez, una alta funcionaria de Amnistía Internacional, dijo que la "situación sin precedentes que se está viviendo en Venezuela ha pasado de ser una crisis interna a una crisis regional de derechos humanos".

"Los países de la región no están preparados para recibir a tantos migrantes y no cuentan con los sistemas de asilo necesarios para evitar la explotación en el trabajo y la trata de personas", comentó. "Estas personas deberían estar protegidas, pero, en cambio, otros se están aprovechando de ellas".

Desde la década de los cincuenta hasta principios de los ochenta, Venezuela fue una dinamo económica, una nación que tenía las reservas de petróleo más grandes del mundo y fue un destino habitual para inmigrantes que procedían de lugares tan lejanos como Italia o España. Luego, los problemas del mercado petrolífero y la crisis monetaria sumergieron al país en una situación de inestabilidad financiera.

Carlos Paredes (el segundo por
Carlos Paredes (el segundo por la derecha) junto a su familia en Princes Town (Trinidad). Él y miles de venezolanos escaparon de su país hacia la isla en busca de una mejor vida (The Washington Post / Jahi Chikwendiu)

Hugo Chávez, que se convirtió en presidente en 1999, adoptó una forma de socialismo que provocó que muchas empresas colapsaran o fueran nacionalizadas. Una purga de la industria petrolera estatal, un centro de oposición a su gobierno, eliminó a miles de trabajadores, que a menudo eran reemplazados por partidarios políticos con poca o ninguna experiencia técnica.

La caída de Venezuela se convirtió en una caída libre bajo el presidente Nicolás Maduro, ex conductor de autobuses y líder sindical que heredó el poder después de la muerte de Chávez, en 2013. Los críticos dicen que la mala gestión y la corrupción de su gobierno, además del implacable intento de Maduro por cimentar el poder, ha roto la nación por completo.

Los venezolanos más ricos han estado huyendo de su tierra natal a lo largo de los últimos años y han acabado en casas multimillonarias de Miami y Madrid. Pero, a medida que la crisis económica se intensifica, los que se marchan ahora cumplen con un perfil más de indigente, incluyendo los que pertenecían a una clase media totalmente congelada. Naciones Unidas proyecta que 2 millones de venezolanos saldrán del país este año, eso sin contar los 1.8 millones de venezolanos que ya lo han hecho en los últimos dos años.

Aquellos con medios y visas todavía se están aventurando a ir a Estados Unidos, donde los venezolanos se han convertido en el grupo más grande de solicitantes de asilo. Pero lo habitual es que los venezolanos acaben en las naciones de América Latina y el Caribe.

Pero en una región donde muchos ya viven en una situación muy precaria, los respectivos gobiernos están dificultando la permanencia de los refugiados venezolanos.

El año pasado, Panamá impuso nuevos requisitos de visa a los venezolanos. Este año, Colombia finalizó un programa que permitía que decenas de miles de venezolanos circularan en su área fronteriza. Chile dio la bienvenida a decenas de miles de ellos que se presentaron en su frontera terrestre en 2017. Pero en abril puso nuevos obstáculos: requirió que tuvieran pasaporte –algo que la mayoría no tiene- y que solicitaran el asilo a través de la embajada y los consulados chilenos en Venezuela en vez de hacerlo en la frontera.

Carlos Paredes, que fue un
Carlos Paredes, que fue un abogado en Venezuela, ahora trabaja realizando trabajos manuales en Princes Town (The Washington Post / Jahi Chikwendiu)

Las regulaciones están "dejando a los venezolanos sin otra opción que trabajar por unos centavos en sectores donde son vulnerables a la explotación y al abuso", comentó Geoff Ramsey, experto en Venezuela en la Oficina de Washington sobre América Latina.

Decenas de miles de venezolanos que huyen al Caribe, donde muchas naciones insulares carecen de leyes de asilo, enfrentan desafíos particulares. Mary Anne Goiri, vocera de Venex, un grupo de ayuda en la isla de Curazao, afirmó que los inmigrantes venezolanos fueron brutalmente explotados. En un caso, ella confirmó que el dueño de un restaurante se había quedado con todo el dinero que una trabajadora indocumentada venezolana había ahorrado. Cuando la mujer le pidió que le devolviera el dinero, el dueño la golpeó y llamó a la policía para que la detuvieran.

Hasta 45.000 venezolanos, dicen los grupos de ayuda, han cruzado el estrecho en los últimos años hacia Trinidad y Tobago, un país de 1.4 millones de habitantes. Hasta 160 venezolanos a la semana siguen haciendo el viaje.

Aquí, la migración irregular está criminalizada y los venezolanos que llegan mediante botes de contrabandistas se enfrentan a posibles detenciones y multas. En abril, Trinidad recibió la condena internacional por deportar a 82 venezolanos.

"No podemos y no permitiremos que los portavoces de Naciones Unidas nos conviertan en un campo de refugiados", dijo el primer ministro Keith Rowley después del incidente.

En Trinidad, dicen los diplomáticos y agencias internacionales, también hay pruebas de una tendencia preocupante: los venezolanos desesperados, especialmente las mujeres, se han convertido en mercancías de compra y venta.

La isla de Trinidad y
La isla de Trinidad y Tobago, cuya capital es Puerto España, está a pocos kilómetros de la costa de Venezuela (The Washington Post / Jahi Chikwendiu)

En ese país, la Organización Internacional para las Migraciones, un organismo de las Naciones Unidas, ha recibido 23 casos sospechosos de tráfico de venezolanos en los últimos tres meses. Según Jewel Ali, directora local de la organización, el año pasado no se dio ningún caso venezolano.

Incluyen a víctimas como Luz, que dijo haber perdido a uno de sus tres hijos en abril después de que el hospital de su pueblo, en Venezuela, se quedara sin medicamentos para tratar la infección bacteriana de su pequeña. Cuando fue a Trinidad la oferta parecía demasiado buena para ser verdad.

"Pero me dije a mí misma que me iba a ir de cualquier modo. No voy a perder la oportunidad de que mis hijos estén mejor solo porque tengo algunas dudas", argumentó.

La dura prueba: cinco semanas cautiva y filmada mientras la violaban en repetidas ocasiones. Confiesa que eso la "lastimó". En un momento dado, además, la mujer indicó que ella y una amiga fueran atadas y violadas al mismo tiempo.

"Nos miramos la una a la otra" dijo Luz entre lágrimas. "Estábamos llorando y solo podía decirle: 'Sé fuerte, tienes una hija'. Solo hacía que repetir eso".

El caso ha sido documentado por la agencia de refugiados de Estados Unidos como un posible acto de trata. Alana Wheeler, jefa de la unidad de la lucha contra la trata de Trinidad, aseguró que estaban investigando la situación de Luz y que no podía hacer ningún comentario al respecto ya que el caso continuaba abierto.

Luz dijo que confió en
Luz dijo que confió en un hombre que decía ser de una organización cristiana que se ofreció a ayudarla en Trinidad. En cambio, ella y sus dos amigos fueron cautivas y violadas (The Washington Post photo / Jahi Chikwendiu)

En una entrevista telefónica desde un centro de detención en la ciudad de Arima, un padre soltero de 34 años relató que llegó a la costa en noviembre, después de vender todas sus pertenencias para pagar el pasaje. Fue arrestado en junio. A pesar de que había presentado sus documentos de asilo de la agencia de refugiados de Naciones Unidas, que le otorgaba el derecho legal de permanecer en el país, un policía le exigió USD 700.

"Le dije que no tenía dinero, así que se llevaron todas mis pertenencias, el poco dinero que tenía y me detuvieron", recuerda el hombre que habló bajo condición de anonimato por temor a las represalias de las autoridades de Trinidad y Tobago.

Decenas de venezolanos están detenidos en esa instalación. Señaló que los guardias están sirviendo comida arrojándola al suelo y confesó que él había sido testigo de cómo varios internos venezolanos habían sido golpeados. Dijo también que un migrante con cáncer avanzado no está recibiendo atención médica. Tampoco dan jabón, champú o ropa limpia.

Los guardias humillan de manera rutinaria a los venezolanos. El Ministerio de Seguridad Nacional de Trinidad no respondió a las repetidas solicitudes de comentarios.

"Nos dicen: 'Vuelve a tu país o te haremos la vida imposible'", denuncia el venezolano.

Una madre soltera, Luz, de
Una madre soltera, Luz, de 21 años al principio se mostraba escéptica de ir a Puerto España (Trinidad y Tobago) (The Washington Post / Jahi Chikwendiu)

Los grupos de ayuda han documentado casos similares. "Están siendo maltratados en la cárcel, especialmente las mujeres", subrayó el representante de un grupo que ayuda a inmigrantes venezolanos, que pidió el anonimato por la misma razón expuesta anteriormente.

Para muchos venezolanos, la vida en Trinidad equivale a un cambio radical. Jhohanna Mota, una ex secretaria de 42 años de la costa de Venezuela, estudió inglés en Trinidad en la década de los noventa. Pasaba los domingos en la playa y las noches en la discoteca. En 2016, ante un aumento de la inflación y una escasez de alimentos en Venezuela, optó por abandonar su casa de tres dormitorios y regresar a Trinidad junto a sus dos hijos.

Luz, a la izquierda, junto
Luz, a la izquierda, junto a otra mujer. Ambas fueron víctimas de abuso sexual en Trinidad. Ahora viven seguras en casa de una organización caritativa (The Washington Post / Jahi Chikwendiu)

Pero no ha salido según lo planteado. Ella denunció que estuvo trabajando bajo una mesa en una panadería durante un año, haciendo turnos de 8 horas y media por USD 20 al día. Luego la despidieron. "Mi jefe no quería emplear a una 'ilegal'". Trató de legalizar su situación en el país pero señaló que fue engañada al pagar USD 800 por un visado que resultó ser falso.

Ahora se enfrenta a un juicio y a posibles procedimientos legales de deportación. Mientras tanto, ella está ayudando a sus hijos trabajando como limpiadora de casas y está en riesgo de ser arrestada por no tener un permiso de trabajo.

"Cada vez que salgo por la puerta, sé que podría terminar en la cárcel" dijo llorando mientras sus dos hijos se sentaban en el pasillo del edificio donde ahora todos duermen en una habitación alquilada. "Pienso, '¿Qué pasará con mis niños? ¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Cómo llegamos hasta aquí?'"

 
 
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