Los conejos invasores han devastado una de las islas más remotas del planeta

Por Joel Achenbach

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(AFP/Archivo)
(AFP/Archivo)

Las islas Kerguerlen están en el fin del mundo. Se sitúan en el sur del Océano Índico, a medio camino entre Madagascar y la Antártida. Unas pocas docenas de investigadores habitan en una estación de campo solitaria. No hay pista de aterrizaje. El viaje en barco desde Isla Reunión toma 15 días. El clima es duro y pocas plantas prosperan en el paisaje rocoso y azotado por el viento.

Lo que sí tiene el lugar, en una abundancia más que problemática, es conejos.

Estos animales, al igual que los residentes humanos, no son nativos de las islas, que son territorios de Francia. Llegaron en 1874, traídos a Kerguerlen por científicos que escogieron el remoto archipiélago como un lugar perfecto para observar el tránsito del planeta Venus al pasar frente al sol. Se abastecieron de un observatorio en la isla principal de 150 kilómetros de ancho, Grande Terre, con cinco conejos que servirían de fuente potencial de alimento en el futuro.

Cuando los investigadores se marcharon, los conejos se quedaron y se reprodujeron. Había muchos conejos, muchos más que depredadores nativos que pudieran mantenerlos bajo control. La ecología del lugar se alteró.

Esa es la conclusión de un informe publicado recientemente en la revista Science Advances, basada en núcleos de sedimentos de un pequeño lago en la meseta central de Grande Terre. Los científicos que examinaron los núcleos estaban interesados no solo en las Islas Kerguelen, sino en la cuestión más profunda de cómo las especies invasoras cambian los ecosistemas. Esta isla es como un laboratorio natural, tan alejada de la civilización humana, con solo un par de docenas de plantas nativas y no mucha vida silvestre, además de ave y focas.

Las Islas Kerguerlen han recibido el impacto de los conejos que fueron introducidos en 1874 (The Washington Post)
Las Islas Kerguerlen han recibido el impacto de los conejos que fueron introducidos en 1874 (The Washington Post)

A partir de los núcleos de sedimentos, los científicos pudieron extraer ADN y armar una cronología de lo que se vivió en la isla a lo largo de muchos cientos de años. Los datos genéticos mostraron que la meseta central de Grande Terre tenía un ecosistema estable, dominado por una planta en forma de almohadilla llamada Azorella Selago, hasta alrededor de 1940. Fue entonces cuando los conejos llegaron a esa parte de la isla principal. Cuando el ADN del conejo aparece en los núcleos de sedimentos, la diversidad de las plantas nativas cae repetidamente. La erosión aumentó de manera drástica.

"La gran lección es que, a veces, podemos tener un fuerte impacto humano incluso en lugares que están muy, muy aislados", dijo G. Francesco Ficetola, biólogo de la Universidad de Milán y autor principal del estudio.

Otra conclusión: la erosión del suelo que aumentó cuando los conejos comenzaron a excavar, finalmente se equilibró. Pero el ecosistema en general no es estable. Un esfuerzo de los franceses en la década de 1950 para introducir una enfermedad que matara a los conejos fue solo parcialmente exitosa. También se han presentado otras especies invasoras, incluidos los dientes de león.

"El sistema no está en una fase de resiliencia. No hay capacidad (al menos mientras las poblaciones de conejos sean lo que son) para volver a un estado inicial", dijo el científico del suelo Jerome Poulenard de la Universidad Savoie Mont Blanc en un correo electrónico enviado a The Washington Post.

No hace falta decir que esta investigación requirió una gran cantidad de tiempo y esfuerzo, comenzando con el largo viaje a la mitad de la nada. Un barco, el Marion Dusfrene, viaja cuatro veces al año a Kerguelen desde la isla Reunión, llevando provisiones, incluyendo comida y vino ("todavía estamos en Francia", señaló Poulenard). Los científicos fueron retirados el 19 de noviembre de 2014 y recogidos exactamente un mes después.

Los investigadores iniciaron operaciones en una granja de peces abandonada entre un gran lago y un fiordo. El viento impidió los esfuerzos y una plataforma que se había utilizado para tomar núcleos de sedimentos del gran lago volcó. El equipo luego cambió a un lago más pequeño que requirió varias horas de camino en cada sentido. Se encontraron en un paisaje majestuoso que era completamente prístino, a excepción de los conejos. La caminata los llevó a través de una llanura polvorienta, cubierta de guijarros, que no tenía vegetación y que llamaron "Marte".

Arnaud dijo que él y otros tres investigadores regresarán a Kerguerlen más adelante este año para visitar una parte aún más remota de Grande Terre, donde no hay animales ni plantas.

Ficetola señaló que nuevas invasiones de especies exóticas, en combinación con el cambio climático, asegurarán que la historia de las transformaciones ecológicas en Kerguerlen no haya terminado. Y él saca una lección más grande que aplica a todo el planeta: cuando llegan los invasores, las cosas pueden ir al sur rápidamente. Eso sugiere que los administradores medioambientales necesitan tener equipos de respuesta rápida cuando se enfrentan con especies invasoras.

"Nuestra investigación muestra que tenemos que actuar de manera inmediata", recordó Ficetola. "No hay un lapso de tiempo entre la llegada de estos invasores y el impacto".

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