Como clériga, me gustaría daros la bienvenida al apocalipsis. Levántate de la silla y ponte incómodo.
Si cuando piensas en un apocalipsis te imaginas ese tipo de cosas escalofriantes, que condenan y castigan desde arriba, no estás solo. Originalmente, sin embargo, la literatura apocalíptica -popular en la época de Jesús- existía no para asustar a los niños para que fueran buenos, sino para proclamar una gran idea llena de esperanza: que los poderes dominantes no son son los últimos poderes. Los imperios caen. Los tiranos se desvanecen. Los sistemas mueren. Y Dios todavía está alrededor.
Un apocalipsis es algo bueno, y estoy encantada de darle la bienvenida.
En griego, la palabra apocalipsis significa descubrir, pelar, mostrar lo que está abajo. Eso es lo que ha estado experimentando este país en los últimos seis meses. No es que, de repente, haya habido un aumento de la mala conducta sexual y las agresiones en nuestro país, sino que los movimientos #MeToo y #TimesUp simplemente están exponiendo lo que ya estaba allí. La realidad de que algunos hombres amenazan, se masturban frente a, intimidan y agreden cuerpos femeninos, finalmente se saca de la ubicuidad oscura de la experiencia personal de las mujeres y sale a la luz pública. La dominación masculina en el centro del problema es el acoso sexual: cómo aquellos en posiciones de poder (generalmente, pero no siempre hombres) han usado ese poder para satisfacerse sexualmente a sí mismos a expensas de aquellos que están subordinados a ellos (por lo general, pero no siempre mujeres).
La esquina se ha despegado y no podemos hacer que se pegue de nuevo.
Algunas personas pueden pensar que el cambio de política y de sensibilidad se encargarán de todo, y que el movimiento #MeToo ya está mostrando el éxito de algunas mujeres para responsabilizar a los abusadores. Pero el cambio real y duradero requiere una comprensión de por qué la desigualdad de género es una realidad en primer lugar. Para hacer eso, debemos tomar esa esquina ya pelada y tirar, incluso si duele.
Si nos miramos tan profundamente como podamos, encontraremos herejía en el centro. El teólogo del siglo XIX Friedrich Schleiermacher definió la herejía como "aquello que conserva la apariencia del cristianismo y, sin embargo, contradice su esencia".
La herejía es esta: con todas las trampas del cristianismo detrás nuestro, aquellos que buscan justificar o mantener el dominio sobre otro grupo de personas históricamente han usado la Biblia para probar que esa dominación no era realmente un abuso de poder a expensas de otros, ya que, según ellos, era parte del "plan de Dios". Y ahí tienes la apariencia del cristianismo (versículos de la Biblia y de Dios) que contradice su esencia (amar a Dios y amar a tu prójimo como a ti mismo).
El acoso sexual y la mala conducta persisten en Estados Unidos por una razón:
El veneno de la dominación corre profundamente en nosotros como un país y un pueblo. Y pasa porque no se hace en el nombre del diablo, sino en el de Dios. Cuando la subordinación de las mujeres se establece como la voluntad de Dios, cuando la esclavitud se establece como la voluntad de Dios, cuando la discriminación contra las personas homosexuales se establece como la voluntad de Dios, cuando el CEO de la Asociación Nacional del Rifle afirma que el derecho a comprar un rifle de asalto semiautomático es "no otorogado por el hombre, sino por Dios", libera un veneno que puede infectar nuestras partes más profundas. Porque los mensajes que se nos transmiten en nombre de Dios se insertan muy por debajo de la superficie, hasta nuestro lugar original, nuestra creación, nuestro código fuente.
No podemos "estar de acuerdo" con el sometimiento de las mujeres, pero la herejía tóxica de la dominación ordenada por Dios es una enfermedad espiritual, no cosmética. El despertar y el cambio de política son un comienzo, pero no tanto como para desenterrar la infección completa.
Lo sé porque yo también estoy infectada.
El mensaje que recibí durante mi educación altamente religiosa -compartidos por millones en este país- fue que la voluntad de Dios es que las mujeres estén subordinadas a los hombres. Todos los martes por la noche en 1981 me unía a otras chicas de 12 y 13 años en la iglesia para tomar clases de cristianismo. La "feminidad", explicaba mi libro de estudio, era "mi gloria suprema: pureza, dulzura, espíritu tranquilo, modestia, castidad". Fuimos instruidas pacientemente en las habilidades necesarias para salir adelante: belleza, humildad y una cantidad modesta de brillo de labios. Los chicos en el aula de la escuela dominical que estaban al lado recibían instrucciones sobre cómo convertirse en líderes seguros de sí mismos.
Nunca escuché a una mujer hablar en la iglesia o rezar en voz alta hasta que tenía veintitantos años.
Ahora tengo un título de postgrado en teología, una década en una orden ministerial religiosa y no me arrepiento de ser una mujer que también es clérigo luterano. He abrazado mi llamado a ser una predicadora. He escrito libros sobre eso. Rebatí la crítica de los cristianos conservadores de que las mujeres no tienen la autoridad espiritual. Todos los domingos llevo una camisa negra de clérigo y me planto frente a mi congregación. Y sin embargo, en ocasiones, cuando vislumbro a una mujer pastora, por una fracción de segundo, antes de que pueda detenerlo, retrocedo.
"¿Quién se cree que es?"
El tóxico mensaje de "es la voluntad de Dios que las mujeres permanezcan en silencio" que recibí de gente de la iglesia con buenas intenciones corre demasiado adentro de mí como para desenterrarlo con mis propias manos.
Por eso doy la bienvenida a nuestro momento de descubrimiento; necesitamos ver cuán profunda es la herejía de la dominación para luego recordar que los poderes dominantes no son los poderes últimos. Los cristianos necesitamos arrepentirnos de nuestros pecados originales y ver dónde hemos abrazado la apariencia del cristianismo solo para rechazar su esencia. Esta no es una idea nueva, pero si los que vinieron antes miraban a la Biblia para justificar su dominio, entonces miremos a ella para justificar nuestra dignidad.
Debemos hacer esto. La Biblia, la teología cristiana y la liturgia son demasiado poderosas para dejarlas a quienes las usarían, incluso sin querer, para justificar su propio dominio. Y, a veces, el origen del daño puede ser la fuente más poderosa de curación.
Así es como funciona el anti-veneno.