Hasta hace poco, a menudo podía pasar días enteros sin recordar lo que había pasado. Ella lo prefería así. El suceso fue hace tanto tiempo. Fue tan terrible. Había sido indultada por sus crímenes y había intentado de comenzar una nueva vida.
Eventualmente se casó. Crió a dos hijos. Asistió a la iglesia. Hizo caminatas relajantes, cortas -nada como las caminatas obligatorias de casi 100 kilómetros que había hecho cuando entrenaba como espía-.
Pero ahora, una vez más, los recordatorios de lo que Kim Hyon-hui hizo parecen estar en todas partes. Corea del Sur es sede de los Juegos Olímpicos de Invierno este mes, e incluso ver los anillos olímpicos le trae recuerdos de hace 30 años atrás, la última vez que el país se preparaba para ser anfitrión de las Olimpiadas.
Por entonces, Kim era un fiel agente de élite de Corea del Norte. Actuaba exclusivamente bajo órdenes nacionales. El 29 de noviembre de 1987, subió a un vuelo comercial surcoreano con una bomba de tiempo y la colocó en el compartimento superior arriba de su asiento. Cuando el avión hizo su primer escala en Abu Dhabi, la mujer y su cómplice de 70 años de edad, Kim Sung-Il, aprovecharon para bajarse del vuelo.
El avión explotó. Hubo una persecución de los autores. Fueron capturados cuando intentaban dejar Baréin usando pasaportes japoneses falsos. Al ser capturados, ambos sospechosos ingirieron cápsulas de cianuro. El hombre murió al instante, pero ella sobrevivió. Bajo custodia, fue llevada por primera vez a Corea del Sur, donde fue arrestada por orquestar un ataque terrorista que mató a 115 personas y que fue diseñado para frustrar los Juegos Olímpicos de Verano de 1988 en Seúl.
Treinta años más tarde, la vida de Kim refleja el duro contraste en la Península de Corea, donde los Juegos Olímpicos pueden ser pacíficos o mortíferos, unificar o dividir, y donde una terrorista puede convertirse en ama de casa que dice estar emocionada por ver las Olimpiadas de 2018 por televisión.
"En Corea del Norte, viví como el robot de Kim Il-sung", dijo Kim en una entrevista. "En Corea del Sur, tuve la oportunidad de comenzar una nueva vida".
En 1988, Corea del Norte presionó al Comité Olímpico Internacional para co-organizar los Juegos de Verano con su vecino, pero al no llegar a un acuerdo, en su lugar lanzó una campaña de violencia que pretendía lograr que el evento fuera inviable. En esta ocasión, el Norte y el Sur marcharon juntos en la ceremonia de apertura, compartieron una misma bandera de unificación y desplegaron un equipo conjunto femenino de hockey sobre hielo, una muestra de unidad que desmiente años de tensiones.
Kim dice que su papel mortífero en el bombardeo del vuelo 858 de Korean Air Lines es algo que la deja apenada y avergonzada. "¿Pueden mis pecados ser perdonados?" se pregunta en voz alta. "Probablemente no lo sean".
En una entrevista con The Washington Post, Kim habló extensamente sobre su nueva vida en Corea del Sur. Ya no se parece al espía que recibió ocho años de entrenamiento físico e ideológico. Tiene 56 años. Vive en las afueras de la tercera ciudad más grande de Corea del Sur. Usa gafas y mantiene su pelo corto. Ya no practica taekwondo. Ya no le interesa el combate con cuchillos ni descifrar códigos.
Pero recientemente, estaba viendo la televisión y se encontró con otro recordatorio de su pasado: imágenes de su llegada a Corea del Sur en diciembre de 1987 en las que, bajo arresto y rodeada de hombres vestidos de traje, descendía los escalones de un avión.
En ese momento, aún no cooperaba con las autoridades. Ya había intentado de suicidarse en lugar de hablar, y llevaba puesto un dispositivo en la boca para evitar que se mordiera la lengua. Aún no había admitido que era norcoreana.
"Temía ser interrogada", dijo. "Pensé que era el final. Pensé que estaba en los últimos meses de mi vida. En mi cabeza, estaba cantando una canción revolucionaria de Corea del Norte".
La vida de Kim como espía – y lo que en última instancia se convirtió en su misión de interrumpir los Juegos Olímpicos – comenzó durante su segundo año de estudios en el Colegio de Idiomas Extranjeros de Pyongyang, cuando fue llamada a la oficina del decano y se reunió allí con un hombre del Partido Central de los Trabajadores.
Tras varias rondas de entrevistas, el agente especial finalmente le extendió la mano. "Usted ha sido elegida por el Partido", le dijo, según el relato que escribió Kim en su libro publicado en 1991. El agente le dijo a Kim que empacara sus pertenencias, se despidiera de su familia y estuviera lista para partir al día siguiente.
A partir de ese momento, fue entrenada para ser una guerrera en el ejército de espías internacionales de Corea del Norte. Estudió japonés. Le dieron un pasaporte falso y un nombre falso – Mayumi Hachiya.
Luego de unos años, le presentaron a un espía mayor quién debía hacerse pasar por su padre japonés. Y luego, un día, fue citada a un edificio de inteligencia en el cual le comunicaron su misión: destruir un avión de pasajeros surcoreano.
"Al destruir este avión", escribió Kim en su libro citando a un director de inteligencia, "tenemos la intención de fomentar una sensación de caos y finalmente evitar que los Juegos Olímpicos se celebren en Seúl". Las órdenes de su misión, agregó, fueron escritas a mano por Kim Jong-il, el hijo y heredero de Kim Il-sung.
Cuando Kim oyó el plan, no pensó en las vidas involucradas. La trama, dijo, era una "operación técnica". Posteriormente, ella y el agente mayor recibieron cigarrillos con cianuro que debían utilizar en caso de que fueran capturados. Les ordenaron suicidarse antes de revelar cualquier información.
En las semanas previas al bombardeo, según cuenta Kim y el equipo de investigación de Corea del Sur, ella y su cómplice viajaron por Europa haciéndose pasar por turistas japoneses. Luego, en Belgrado, se reunieron con dos agentes que les entregaron el arma elegida: una bomba de tiempo camuflada dentro de una radio Panasonic portátil.
Ambos volaron a Bagdad con el arma. Allí, Kim activó el temporizador y abordó un vuelo de Korean Air que tenía programado una conexión en Abu Dhabi. Los pasajeros eran mayormente surcoreanos que trabajaban en la industria energética en Medio Oriente y estaban regresando a sus casas para ver a sus familias.
Envolvió la bomba en una bolsa y la colocó encima de su asiento. En Abu Dhabi, ella y su "padre japonés" se bajaron del avión, que explotó varias horas después sobre el Mar de Andamán.
Kim no supo, inicialmente, si la trama había funcionado. No sabía que las noticias ya habían emitido una alerta sobre la tragedia, ni de los 300 surcoreanos que entre llantos corrieron frenéticamente al aeropuerto de Seúl.
Su misión no había terminado, y tenía órdenes de regresar rápidamente a Pyongyang tomando una serie de vuelos indirectos. Al notar sus sospechosos patrones de viaje, las autoridades en Baréin los detuvieron. "¿Puedo ver sus pasaportes?", preguntó una oficial del aeropuerto, por lo que Kim y su cómplice entendieron que habían sido acorralados.
Fue entonces que ambos mordieron la punta del cigarrillo. El viejo agente murió, pero ella se despertó con su mano izquierda esposada a la cama de un hospital y con un tubo de oxígeno en su nariz. Estaba rodeada por hombres uniformados con sus ametralladoras cargadas.
Según relatos de investigadores surcoreanos, Kim fue interrogada durante varias semanas antes de confesar su papel en el atentado. Fue sólo después de ser extraditada a Corea del Sur que comenzó a ceder. El día antes de su confesión, un equipo de agentes especiales le entregaron un traje y le dijeron que se subiera a un coche. Lo que hicieron fue llevarla de paseo por Seúl.
Allí, Kim vio una ciudad que no se parecía en nada a la miserable ciudad enemiga que Corea del Norte había descrito. Vio a familias sonriendo. Vio autos por todas partes. Vio centros comerciales abarrotados. Vio a vendedores ambulantes vendiendo comida. Vio la Villa Olímpica.
Y empezó a darse cuenta de que su misión, su propósito, había sido una farsa.
"Fundada sobre mentiras", dijo.
Empezó a cooperar con los investigadores, y varios meses después, aún en detención, Kim vio la ceremonia de apertura de los Juegos por televisión. "Todavía recuerdo la canción que tocaban", dijo. "Todos parecían alegres. ¿Por qué Corea del Norte hizo esto?"
Fue sentenciada a muerte por un juez surcoreano en 1989. Al año siguiente, cuando parecía que jamás tendría una segunda oportunidad en su vida, el presidente surcoreano Roh Tae-woo la indultó diciendo que había sido una mera herramienta manipulada por la dictadura de la familia Kim, los verdaderos perpetradores del ataque.
En general, evitó ser blanco de la ira del pueblo surcoreano. La ayudó a recuperar su imagen una conferencia de prensa en la que, desconsolada y entre llantos, se disculpó por el bombardeo. Luego de pedir disculpas, escribió el libro "Lágrimas de mi alma", cuyas ganancias fueron donadas a los miembros de las familias que fueron víctimas del ataque terrorista al vuelo KAL 858.
Entonces, Kim desapareció del centro de atención pública. "Es como si me hubiera estado escondiendo", dijo.
En parte, dice, no tuvo opción. Corea del Norte tiene un largo historial de ataques contra desertores de alto nivel y agentes capturados. Actualmente, vive bajo custodia policial y pasa la mayor parte de sus días en privado.
Según ella es una "ciudadana ordinaria" que cría a dos adolescentes de 16 y 18 años. Por las mañanas cocina para ellos. Por las noches, lee. Para relajarse se va a las montañas. Su esposo, con quien se casó en 1997, fue una de las primeras personas que conoció en Corea del Sur, uno de los agentes que se ocupó de su caso.
Aún sigue traumatizada por su papel en el atentado, pero se siente obligada a hablar de ello. Ella es testigo, dijo, de la "verdad de Corea del Norte". Es por eso que tiene sentimientos encontrados sobre cómo las dos Coreas están cooperando en los Juegos Olímpicos de este año – noticias que ha estado siguiendo de cerca.
Con la participación de sus propios atletas, Corea del Norte podría estar menos inclinada a causar caos o violencia. Pero Kim también cree que la cooperación juega en las manos del régimen, dándole al país un centro de atención festivo a pesar de cómo trata a su propio pueblo.
El viernes, ambas Coreas marcharon juntas bajo una misma bandera con la península coreana en azul sobre un fondo blanco representando la unidad, pero Kim insiste que los dos países no merecen estar en pie de igualdad.
"Esa bandera no simboliza la paz", enfatizó.
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