Durante 42 años lloró frente a la tumba de su hijo, pero ante un ataúd vacío

Por Susan Hogan

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La placa del ataúd con el nombre de Gary Paton (Cortesía de Lydia Reid)
La placa del ataúd con el nombre de Gary Paton (Cortesía de Lydia Reid)

Lydia Reid se sentó junto a esa tumba el día en que se exhumaba el cuerpo de su pequeña. Desde su funeral en 1975 había ido a ese lugar casi todas las semanas, y casi siempre con flores. Pero hace unos días, vino con la esperanza de encontrar una respuesta.

¿Estaría su niña, Gary Paton, en la tumba del cementerio de Saughton de Edimburgo (Escocia)? Ella lo tenía que saber, fuera como fuera.

Llámalo instinto, pero algo sobre el entierro de su bebé 42 años antes, envuelto en una serie de circunstancias, hizo que ella no dejara de pensar en eso. Había pedido permiso para la exhumación. Con la ayuda de un miembro del Parlamento, finalmente llegó el momento.

Reid vio como los operarios retiraban la tierra de la tumba. Seis metros más abajo apareció el ataúd, medio desintegrado, con una placa con el nombre de su pequeña. Lo escribieron mal: "Garry".

Poco después, un destacado antropólogo forense estudió el contenido de su interior: prendas de bebé, fragmentos de ataúd y una pequeña cruz. Pero no habían restos humanos. No había huesos. No había nada.

"Nunca hubo restos de niño en ese ataúd. Ni siquiera estoy segura de que esté muerta. Esa es la verdad", comentó atormentada Reid, de 68 años, durante una entrevista a The Washington Post.

Sus dudas iniciales sobre el entierro de Gary demostraron estar justificadas, pero con el profundo misterio surgió un nuevo volcán de angustia e ira.

"¿Mi hija está vivo? Tengo que ver todas las posibilidades. Mi hija podría estar en cualquier parte", comentaba.

Ella está decidida a descubrir toda la verdad.

En el momento del nacimiento de Gary, Reid era una madre de 26 años. Rompió aguas una noche cuando tenía 34 semanas de embarazo. "Nunca había tenido un parto prematuro. Tenía miedo por lo que le podría pasar a mi hija", relataba.

Al día siguiente, los médicos realizaron una cesárea y Gary fue llevada a una unidad de cuidados especiales. "No creían que fuera inteligente que la viera. No me dejaron abrazarla. Así eran las cosas en aquellos días", narraba.

El hospital insistió en que ella debía permanecer en su casa para recuperarse de la cesárea. Pero ella iba repetidamente a la habitación de Gary para hablarle cariñosamente. "Sus ojos no eran muy diferentes a los míos, pero eran más marrones", recuerda.

Gary no estaba conectada a ninguna máquina, pero el hospital estaba "sacando pus de su estómago día tras día". Seis días después de su nacimiento, ella se enteró de la razón por la cual la pequeña estaba tan enferma, cuando le dijeron que Gary estaba siendo trasladada al Hospital de Niños de la ciudad para someterse a una operación.

"Le hicieron una cirugía en el intestino para extraerle el catéter que le había puesto un médico. Dijeron que su corazón se detuvo tres veces en la mesa de operaciones. Me dijeron que tenía un daño cerebral traumático y que no podría recuperarse", cuenta.

En esos momentos Gary recibió soporte vital. Cuando le preguntaron si quería desconectar la máquina, ella estuvo de acuerdo. "Simplemente estuve de acuerdo. Todos éramos muy ignorantes en aquellos días. Solo era una madre joven", admite.
Pero luego el hospital hizo algo raro: Gary volvió a recibir soporte vital. Poco después, unos agentes de la policía llamaron a la puerta de la casa de Reid, en medio de la noche, para decirle si ella sabía que Gary estaba muerta. El hospital pidió permiso para hacerle una autopsia, pero Reid se negó rotundamente.

Como no estaba en el hospital cuando Gary murió, ella insistió en hacer un acto privado en la funeraria, conocida como St. Cuthbert's. Llegó con ropa de entierro para Gary, que incluía un chal que su madre había tejido a ganchillo y un rosario que sería introducido en el ataúd.

"Fui al hombre que estaba en la funeraria y él me mostró resistencia. Me dijeron que no podía ver a Gary, pero yo quería poner la ropa de bebé a mi propia hija. Insistí", confiesa.

De hecho le mostraron un bebé, "una niña enorme de cabello rubio", dice. Pero Gary, nacida prematuramente, era pequeña y tenía el cabello oscuro. Cuando ella dijo que ese bebé no era Gary, le dijeron que estaba equivocada y que tenía una "depresión post natal".

"Todos me dijeron eso. Empecé a dudar de mí misma", afirma.

El día el entierro de Gary, ella misma llevó su pequeño ataúd a la tumba. Casi de inmediato se dio cuenta de que algo estaba mal. El ataúd era demasiado ligero como para tener un bebé adentro. "Sé lo que se siente tener un bebé", narra ella.

Antes del funeral, ella estaba preocupada de que estuvieran enterrando a la niña equivocada. Ahora estaba preocupada porque, en realidad, parece que no estaban enterrando a ningún bebé. Todos la despidieron. Le dijeron que nada de eso había pasado. Ella estuvo de acuerdo pero ese sentimiento le "persiguió durante años".

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