Hace cuatro años, un padre que vivía en el pequeño pueblo de Remanzacco, al noreste de Italia, asesinó a su hijo adolescente. El crimen fue castigado con cadena perpetua, algo muy raro en Italia y en otros países europeos. Pero, hace unos días, el máximo tribunal del país dictaminó que el asesino debía tener una pena reducida porque su hijo fue adoptado.
Andrei Talpis, un inmigrante moldavo de 57 años que vive en Italia, asesinó a su hijo Ion, de 19 años, durante una pelea familiar, en noviembre de 2013. Talpis estaba golpeando a su esposa, Elizaveta, cuando Ion intervino en la disputa para protegerla. Talpis lo apuñaló hasta la muerte.
Talpis fue declarado culpable de asesinato con agravantes y fue sentenciado a cadena perpetua en 2015. Si bien la ley italiana, por lo general, no exige este tipo de sentencias por asesinato, el código penal los recomienda en los casos en que un padre mata a un hijo. La sentencia de cadena perpetua fue confirmada por un tribunal de apelaciones en 2016.
Pero cuando el caso de Talpis llegó a la Corte di Cassazione, equivalente a la Corte Suprema de Italia, los jueces dictaminaron que la norma prescribe una cadena perpetua por el asesinato de la propia descendencia y eso no puede aplicarse en el caso de Talpis porque los hijos adoptados no cuentan como "hijos", de acuerdo al código penal del país.
Como era de esperar, la decisión causó un gran alboroto. Algunos lo interpretaron como una afirmación de que los niños adoptados no cuentan como niños "reales" o, peor aún, que sus vidas no valen tanto. "Encontré esa frase como una consideración pésima", dijo en una entrevista telefónica Francesca Sforza, redactora del periódico liberal La Stampa, que tiene tres hijos adoptados. "Ahí se reflejan todos los prejuicios que enfrentan las familias adoptivas cuando tenemos que demostrar que somos familias reales, como si la sangre fuera la base del amor", lamentaba.
Desde un punto de vista legal, sin embargo, el fallo está plenamente justificado, tal y como asegura Andrea Del Corno, un abogado de Milán especialista en justicia penal. Al igual que pasa en la mayoría de países europeos, Italia tiene un sistema legal en el que los jueces deben apegarse estrictamente a los códigos escritos en vez de basarse en resoluciones e interpretaciones anteriores, como se suele hacer en Estados Unidos. Los jueces italianos, como dice Del Corno, "no pueden gobernar de acuerdo al sentido común. Su trabajo es aplicar la ley escrita".
El código penal de Italia, que data de la década de los treinta, simplemente no considera a los niños adoptados y biológicos como iguales. Mientras que el derecho civil italiano se modernizó en los ochenta y ahora confiere la misma condición a los niños adoptados, ese estado "no se extiende a los casos penales, que están sujetos al código penal", como recuerda Del Corno.
"El tribunal no tenía otra opción. Se podría argumentar que tenemos que cambiar el código penal, pero los cambios en la ley no son retroactivos, por lo que no se aplicarían en este caso", añade.
Pese a todo, este episodio plantea cuestiones más amplias sobre el enfoque de la sociedad italiana en referencia a la identidad, las relaciones y la sangre. "Esa frase sobre la biología fue lo primero", comentó Sforza.
El fallo se produjo en un momento en el que las adopciones internacionales están en fuerte declive en Italia, más aún cuando el gobierno liberal no aprobó una ley que otorgaba la ciudadanía a niños nacidos en Italia pero de padres inmigrantes. "Todavía tenemos un principio legal llamado jus sanguinis (ley de sangre) que regula quién puede ser ciudadano. Es parte de la misma mentalidad: a medida que los conceptos de familia y nación evolucionan, las personas se aferran a la biología como una forma de retroceso identitario", protesta.
"Italia está atrapada en la mitología de la sangre. Y, sinceramente, eso me está asustando", finalizó.