"Lisa, debes ir a Santorini con un novio" me dijo una pariente antes de irme una semana a las islas.
"¡Ya encontrará un novio griego, o un americano!", replicó su marido.
No era mi seguridad por viajar sola lo que preocupaba a mi familia, sino mi corazón. Entendí su pregunta como algo así: "¿Cómo has podido ir sola a uno de los lugares más románticos del mundo?".
Quizás. Pero siempre había querido visitar las islas griegas y no podía esperar más. Santorini era una de mis prioridades y me iba a ir.
En mis veintes pasé la mayor parte de mis vacaciones visitando a la familia en las bodas. A los 31 necesitaba un itinerario pensado únicamente para mí. Todo lo que quería hacer era atravesar las calderas de Santorini, relajarme en la playa y disfrutar de unas extraordinarias puestas de sol. Sobre la compañía, la novela de Henry Miller sobre uno de sus viajes previos a la Guerra de Grecia no me iba nada mal.
En mi segundo día de viaje encontré una librería dirigida por un grupo de estadounidenses y británicos que me hizo cambiar de opinión sobre los viajes románticos. Bajé las escaleras hacia un espacio subterráneo, con libros por todos lados, incluso en las grietas, como si fueran mensajes ocultos en el Muro de las Lamentaciones. En la caja registradora me topé con un hombre barbudo. Le sonreí. No sabía si él estaba soltero, pero sabía que se parecía al tipo de chico que me gustaba.
Después de la cena, volví al patio de esa librería para ver la puesta de sol con una botella de vino y… con ese hombre barbudo. Él me preguntó si había planeado estas vacaciones con otra persona, como si hubiera estado trágicamente abandonada en una suite durante mi luna de miel.
"No, pensaba venir aquí sola" contesté mientras dejaba entrever que había tenido alguna relación en los últimos dos años. Un montón de comienzos prometedores pero nada duradero. Lo menos que podía hacer era una escapada y daba igual si estaba rodeada de amantes o familiares.
Durante los días posteriores empecé a relacionarme con él y con el resto del equipo de la librería. Estuve con ellos nadando durante el amanecer y me fui a cenar con sus amigos a una isla cercana. Después, ese cajero barbudo me invitó a una cena, él y yo, para el día siguiente. Él era soltero y el afecto mutuo se notaba en el ambiente. En Washington, los hombres con los que quedaba siempre iban de abogados aburridos a creativos interesantes. Sin embargo, no había conocido a nadie tan sexy que se hubiese arriesgado a abrir una librería en un país extranjero antes de la crisis financiera.
Durante nuestra cita hablamos mucho de nuestras vidas. La mía en Washington, que a veces me parecía escasa en el terreno romántico porque apenas había conocido a alguien con intenciones de algo serio. Yo sí lo hacía. Él hablaba de lo solo que llegaba a sentirse viviendo en un lugar donde todo el mundo estaba de vacaciones. Empezó a fantasear sobre lo que podría ser una relación entre nosotros, incluso bromeó con la posibilidad de reservar un billete en el aeropuerto de Dulles y todo lo que podría venir después. Era un hombre que se ganaba la vida vendiendo ficción y eso se notaba en cada una de las palabras. ¿Y por qué no? ¿Qué serían unas vacaciones si no se toma un break de la realidad?
Cada buen viaje, sin importar el estado civil del viajero, implica algún tipo de romance. No necesariamente debe ser con una persona, pero nos deberíamos hacer la siguiente pregunta: ¿Cómo sería la vida si abandonamos nuestro lugar de residencia y nos quedamos en otro sitio? Pues ahí había alguien que había hecho exactamente eso, y me pareció algo increíble. Como yo, él estaba rodeado de recién casados, no solamente durante una semana, sino durante todo el año. De repente, mi viaje aquí tenía más sentido.
También me di cuenta de que quedar con alguien en vacaciones, aunque pareciera inútil, me hacía sentir increíblemente libre. En DC, mis citas a menudo eran forzadas y mecánicas, como si la gente estuviera acostumbrada a vivir en pareja. Ahora estaba allí, disfrutando de alguien con quien había tropezado y conectado, en vez de seleccionar a una persona a través de una multitud de perfiles en Internet. Esa relación, aunque no iba a ser duradera sí que ponía de manifiesto que no había ninguna presión por ningún lado y que el amor se respiraba por los cuatro costados.
Me dijo que siempre debería recordar este tiempo juntos. "Cuando estás de vuelta a tu vida real, cuando estés triste, solo recuerda que estoy enamorado de ti".
No le dije nada, pero yo también lo estaba.
Cuando nos despedimos a la mañana siguiente, él me dijo que le escribiera y que viniera a buscarlo algún día. Una semanas más tarde, le envié una nota manuscrita… y no volví a escuchar más de él.
Sin embargo, nuestra aventura amorosa no me dejaba volver a mi vida real. Pensaba: "¿Será que no es dueño de una librería en una isla griega? ¡Qué ordinario!".
Seguí adelante y dejé que los recuerdos se fueran. Tres años más tarde, cuando un amigo estuvo de visita en Santorini, él y yo hablamos por Facetime. Sus fantasías sobre nuestra relación estaban igual de vivas.
Pese a eso, le dije que se detuviera en la narración.
Ahora siempre que estoy cansada de las citas en DC, en vez de pensar en él, pienso en ese viaje como una posibilidad en el amor. En cualquier momento, mi suerte podría cambiar. Realmente hay un mundo lleno de opciones.