¿Cómo podemos luchar contra las noticias falsas que infectan nuestras fuentes de información y nuestros sistemas políticos? Una nueva investigación sugiere que la educación y la tecnología de filtrado podrían no ser suficientes: la propia naturaleza de las redes sociales podría hacernos particularmente vulnerables.
La difusión intencional de historias falsas ha tenido que ver con la oscilación de acontecimientos tan importantes como el voto del año pasado del Brexit y las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Empresas de tecnología como Alphabet, Google y Facebook han tratado de encontrar maneras de cambiar esa situación, o al menos ayudar a los usuarios a detectar los errores. Algunos dicen que hay que empezar antes: educar a los niños sobre cómo pensar críticamente.
La comprensión de esta epidemia de noticias falsas es muy importante. A diferencia de un virus típico, los proveedores de falsedad no tienen que infectar gente al azar. Gracias a la gran cantidad de información disponible en las redes sociales y a los ingresos de la publicidad dirigida, esas informaciones pueden ir directamente a las víctimas más susceptibles y valiosas, las que tienen más probabilidades de propagar la infección.
Esta visión surge de un estudio reciente que realizaron los teóricos de redes Cristoph Aymanns, Jakob Foerster y CoPierre Georg, quienes hicieron simulaciones por computadora de la forma en que las noticias falsas se mueven en las redes sociales. Utilizando algoritmos de aprendizaje de última generación, examinaron cómo las personas podrían aprender a reconocer las noticias falsas y trataron de buscar los factores más importantes para ayudar a difundir ese tipo de informaciones.
Hallaron que el catalizador más importante de noticias falsas era la precisión con la que el abastecedor apuntaba a una audiencia (una tarea que se puede lograr fácilmente con los datos que las compañías de tecnología recolectan de forma rutinaria y venden a las empresas de publicidad). La clave era sembrar un grupo inicial de creyentes, que compartirían o comentarían sobre el tema y se lo recomendarían a otros en Twitter o Facebook. Las historias falsas se difundieron más rápidamente cuando, inicialmente, fueron dirigidas a personas mal informadas que tenían dificultades para decir si una afirmación era verdadera o falsa.
Hemos diseñado, sin quererlo, un entorno de redes sociales que es irremediablemente propenso a epidemias de noticias falsas. Cuando los vendedores usan información sobre hábitos de navegación, opiniones y conexiones sociales para apuntar anuncios a personas con ciertos intereses, esto puede facilitar el intercambio económico beneficioso. Pero en manos equivocadas, la tecnología se convierte en un medio para la siembra de la propaganda.
Es difícil figurarse cómo puede cambiar esto sin alterar el modelo de negocio centrado en la publicidad de las redes sociales. Aymanns sugiere que las grandes compañías de redes sociales pueden contrarrestar las informaciones falsas si impiden que los anunciantes apunten a los usuarios sobre la base de opiniones políticas o incluso si suspenden todos los anuncios dirigidos durante las campañas electorales. Pero esto podría ser imposible dada la importancia que esta publicidad tiene en la economía.
Como alternativa, los opositores a las noticias falsas podrían utilizar la misma tecnología de orientación para identificar y educar a las personas más vulnerables, por ejemplo, proporcionándoles enlaces de información que podría ayudarles a evitar ser engañados.
El estudio ofrece una conclusión positiva: la amplia conciencia de las noticias falsas debería tender a trabajar en contra de su éxito. Las campañas fueron mucho menos exitosas cuando los individuos aprendieron estrategias para reconocer falsedades, al tiempo que eran plenamente conscientes de que los proveedores estaban activos. Esto sugiere que las campañas de información pública pueden funcionar, como Facebook parecía que hacía antes de las elecciones francesas de mayo.
En otras palabras, las noticias falsas son como un agente infeccioso armado. La inmunización a través de la educación puede ayudar, pero puede que no sea una defensa integral.