El río Hudson siempre se ha parecido a una especie de foso lleno de agua que, de alguna manera, forma parte de la vida de ocho millones de personas. Manhattan parece a más una simple balsa cubierta de hormigón, asfalto y aceras que a una isla.
Así que cuando me relajé en un kayak durante una tarde de verano me sorprendió ver una pequeña playa por Manhattan Island. Navegar por el núcleo de la ciudad de Nueva York te hace ver la fuerza de la naturaleza y el imponente trabajo del hombre, algo que pasa en cualquier lugar de Estados Unidos. Es un viaje extrañamente conmovedor y evocador, incluso para alguien que no tiene raíces en Nueva York o que ni tan siquiera tiene mucho conocimiento de la historia de la ciudad. Lo curioso es que no es difícil hacerlo.
Cada año, el Yonkers Paddling and Rowing Club patrocina el "Manhattan Circ", una travesía en kayaks alrededor de la isla de Manhattan. En esta edición, 158 personas de 12 estados y dos países extranjeros (Canadá y España) lo hicieron. Un tercio eran mujeres y solo una persona abandonó.
Para participar, tan solo tienes que aplicar, certificar tus habilidades, ser aceptado y pagar USD 80. Por supuesto, la logística es considerable si estás fuera de la ciudad, por lo que resulta difícil encontrar un kayak en un país tan poblado así como también tener un sitio donde quedarse. Pero vale la pena.
Fui con un grupo de personas afiliadas a Upstream Alliance, una organización sin fines de lucro de Annapolis (Maryland). El Inwood Canoe Club, en el extremo norte del río Hudson, nos dejó guardar nuestras embarcaciones durante la noche y así salir desde los muelles.
El de Inwood se ha acabado convirtiendo en el único sobreviviente de una cadena de clubes náuticos que una vez bordearon esa parte de la costa de la isla. Fundado en 1902, fue el hogar de siete piragüistas olímpicos a mediados del siglo pasado. Fue una época en la que los canales de Nueva York eran más recreativos de lo que son hoy en día, tal vez más limpios y menos intimidantes.
El día y la hora del Circ son elegidos de tal manera que la corriente ayuda a los participantes tanto como sea posible. A medida que remábamos en el borde oriental del canal del Hudson estaba claro que esa actividad no era para un simple amateur. El caudal era rápido y el río tenía una gran corriente, lo que hacía de dobláramos nuestra velocidad al remar hacía Battery, situado en la punta sur de la isla, y desde allí nos llevaría hasta el East River.
El grupo en el que estaba era, en teoría, el más rápido de los tres. Una lancha rápida apareció a nuestra derecha y nos acompañó durante todo el camino como si fuésemos un rebaño de ovejas, lo que impidió que nos perdiéramos en medio de todos los edificios de oficinas que hay por ese canal.
El cielo nublado cubrió una parte de las torres del Puente de George Washington. Hicimos una breve pausa por encima del puente y seguimos.
En mi cubierta tenía un viejo mapa de Manhattan del National Geographic que había cortado y laminado. Me ayudó a tener una idea aproximada de dónde estábamos mientras navegábamos por el West Side en una especie de "expreso" de ocho nudos. Pude contemplar la Tumba del General Grant, la iglesia de Riverside y, más tarde, el Empire State que se asomaba desde el interior de la isla. A medida que la niebla aclaraba, el sol de la mañana iba haciendo su aparición en escena. Por la tarde, en el East River, reconocí el cuartel general de las Naciones Unidas, que en mi infancia (en los años sesenta) era uno de los lugares más fáciles de reconocer (después de la Estatua de la Libertad).
Y así discurrimos por esta preciosa isla de Nueva York.