Lago Palcacocha (Perú) – Después de un día soleado, un pedazo de hielo del tamaño de un camión empezó a caer de un glaciar del Monte Pucaranra. Se hundió y levantó una ola de casi tres metros de altura.
Víctor Morales, un hombre pequeño, con rasgos felinos y un gorro de esquí, es el solitario vigilante del lago. Él subió a una colina y se puso a escuchar la radio. La ola había dañado un sistema de drenaje de emergencia destinado a reducir el volumen del lago. Pero, para su alivio, la presa de agua estaba intacta.
"No fue una gran avalancha", recuerda.
Lago Palcacocha tiene más de 1,600 metros de largo y más de 76 metros de profundidad. El efecto de una gran avalancha sería como dejar caer una pelota de bolos en una bañera. Las predicciones apuntan que una ola de 30 metros sería tan poderosa como para fulminar la presa. Más de once mil millones de litros de agua helada irrumpirían por la montaña hacia la ciudad de Huaraz y enterraría, a su paso, a los 200,000 habitantes de la zona bajo un tsunami andino de barro, árboles y rocas.
El lago Palcacocha es un ejemplo de las amenazas del cambio climático a las que se enfrenta Perú y otros países en desarrollo. Este lugar es especialmente vulnerable porque alberga el 70 por ciento de los "glaciares tropicales" del mundo, es decir, pequeñas capas de hielo de alta altitud que se encuentran en las latitudes medias de la Tierra. Su desaparición ha convertido a Perú en un laboratorio de adaptación humana respecto al cambio climático.
Hasta ahora, la cosa no ha ido muy bien.
"Para países como Perú, que están tratando de salir de la pobreza, existen importantes obstáculos sociales, culturales y económicos para la adaptación. Identificar riesgos es una cosa, pero hacer algo con ellos es otra", comenta Nelson Santillán, investigador de la Autoridad Nacional de Aguas de Perú.
Desde que Donald Trump anunciara que Estados Unidos se desmarcaría de su compromiso con el acuerdo climático de París, los científicos han señalado nuevos signos de que el planeta está acercándose a un precipicio. Los registros de temperaturas máximas van en aumento al tiempo que van apareciendo nuevas grietas en los casquetes polares.
Los glaciares de alta altitud de Perú son diminutos en comparación con otros, pero millones de personas dependen de su agua para la alimentación y la hidroelectricidad.
Algunos de los glaciares peruanos han perdido más del 90 por ciento de su masa. Mientras que gran parte del agua gotea inofensivamente por la ladera de la montaña, en lugares como el lago Palcacocha hay grandes lagos de hielo derretido. Muchos de estos nuevos lugares son retenidos por morrenas glaciales, que son esencialmente montículos de sedimentos comprimidos. Pueden ser estructuralmente débiles y, a medida que el volumen de agua incrementa, algunos se derrumban.
"Tenemos glaciares a lo largo de 18 cordilleras", comenta Marco Zapata, director del Instituto Peruano de Investigación de Glaciares.
Todos se están encogiendo.
Para las autoridades peruanas, esto se está convirtiendo más en un problema de ingeniería que en un lamento medioambiental. Sin una escorrentía glacial segura, los sistemas de riego y agua del país necesitarán ser reestructurados. Se necesitarán nuevas presas y embalses para almacenar el agua de una forma mucho más eficaz. Habrá que volver a calcular las inversiones en agricultura y otras industrias con uso intensivo de agua.
"El glaciar solía llegar hasta allí" comenta Tomás Rosario, de 45 años, que cultiva en la sombra de Huascarán, el pico más alto del Perú. Ahí señala una cresta sobre su aldea, donde se descubre una roca desnuda. "Ahora la nieve se ha ido y nos estamos quedando sin agua", lamenta.