El verano pasado estaba sentado en una clínica de salud esperando los resultados de una prueba de emergencia de VIH. Había ocho hombres en aquella salita de espera, todos parecían tener veinte años. Todos estábamos por la misma razón: hacernos las pruebas de transmisión sexual y someternos al tratamiento de la profilaxis post exposición (PEP por sus siglas en inglés), una píldora tomada para prevenir la infección. La tontería juvenil parecía explicar la presencia de los otros hombres. Yo, por otra parte, no tenía excusa. Dentro de pocos meses iba a cumplir cuarenta años.
El día anterior había tenido relaciones sexuales sin protección con un extraño. No sabía si tenía el sida, tampoco su nombre ni cómo dar con él. Después de todo, estaba solo, en mi apartamento, buscando en Internet qué es lo que tenía que hacer. Había una prolongada sensación de que algo no estaba bien. Había tenido sexo inseguro con extraños anteriormente, pero en mis veinte. Esta vez estaba convencido de que había sido infectado.
Una operadora de un teléfono de ayuda me dijo que tenía que ir a una sala de urgencias ya que tener sexo inseguro con un desconocido se considera una emergencia médica. La PEP debe iniciarse dentro de las 72 horas después de haber mantenido relaciones sexuales y el tratamiento suele durar aproximadamente un mes. También hablé con Callen-Lorde, una clínica de salud enfocada en la comunidad LGBT de Manhattan. Me dijo que podía ir ahí al día siguiente, antes de las 8.30 de la mañana.
En la década de los ochenta, cuando los gays morían de sida en lugares como Nueva York o San Francisco, yo estaba en la escuela primaria. Ahora, esta enfermedad no es una sentencia de muerte, puedes medicarte y llevar una vida plena. Mis pocos amigos seropositivos son personas normales y corrientes.
En la actualidad encuentras recipientes con condones en los bares gays, los carteles de las paradas de autobús nos recuerdan los riesgos de transmisión sexual, hay pruebas de detección del VIH y el sexo seguro debe ser algo habitual en la comunidad gay, pero no es así. La gente de nuestra condición sexual continúa enfermándose, aunque de una manera menos pública que antes. Las tasas de VIH continúan subiendo, especialmente entre los hombres jóvenes. ¿Por qué lo hacemos?¿Por qué tomamos decisiones conscientemente autodestructivas? ¿Por qué lo había hecho yo?
Cuando estaba en esa clínica, mi carrera estaba paralizada. El estrés era constante. Estaba solo casi todo el tiempo, deprimido y sintiendo lástima por mí mismo. Cuando estás abajo muchas cosas puedes convertirse en un escape. Drogas, comida o las bebidas alcohólicas. Pero quizás la droga más importante es la veneración. Cuando alguien te encuentra atractivo, incluso sexy, y te desea (aunque tú estés convencido de que no es así), es difícil decir que no. Independientemente de la circunstancia o de la consecuencia.
Fui a la clínica solo. La sala de espera se llenó rápidamente. Estaba repleta de hombres jóvenes, todos ellos blancos. Observé sus cuerpos encorvados y sus ojos perdidos. Al igual que yo, ellos tampoco tenían un compañero o un amigo al lado. Nadie hablaba.
Aquellos que acababan de obtener un resultado negativo tenían alivio en sus rostros. Pero también tenían una mirada de anhelo porque querían compartir la noticia con alguien. Pero se iba yendo, uno a uno. Fue otro de los momentos dolorosamente familiares y únicos de vivir en nueva York: estás rodeado de gente pero te sientes completamente solo. En un momento dado, dejé caer mi botella de agua y se derramó por todas partes. Nadie levantó la vista.
Pasé mucho tiempo solo en las siguientes semanas, tomando esa píldora azul en la que tenía poca fe. Le dije a muy pocas personas por lo que estaba pasando. Me sentía muy estúpido por haber cometido ese error. Era evitable y lo sabía mejor que nadie. Y mis amigos eran conscientes de ello. Por eso, era imposible creer que alguien, da igual la relación que tuviésemos, no me fuera a juzgar por eso.
Ese es el problema a la hora de cometer errores cuando estás solo y comienzas a sentir que son mucho más grandes de lo que en realidad son. Esa es una de las cosas hermosas de estar en una relación, aunque también de las más aterradoras. Tienes que dejarte conocer. No quería que esa parte de mí fuera conocida y todos guardaron el secreto.
Después de un mes con el tratamiento de PEP, me volvieron a hacer una prueba. No fue nada especial: otro pinchazo en el dedo y la enfermera dijo: "la prueba es negativa". Eso fue todo.
En la sala de espera, uno de los pocos amigos con los que había contado esperaba sentado pacientemente. Insistió en estar allí. Le indiqué con el pulgar hacia arriba. Después brindamos y no reímos de cosas banales. Al final, él se fue en metro y yo en mi bicicleta.
Fue un error tener relaciones sexuales sin protección con alguien a quién no conocía. Posiblemente era un grandioso error. Pero no en proporción con todo lo que me mortifiqué durante ese mes de espera. Es la gente con la que construimos relaciones la que te puede ayudar a contrarrestar tus problemas. No darles esa oportunidad sería el mayor error de todos.