En puntas de pie: la agonía que se esconde detrás de esos bellos pasos de ballet

Por Sarah L. Kaufman

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Sona Kharatian y Ashley Murphy en The Washington Ballet. (Foto: Andre Chung / The Washington Post)
Sona Kharatian y Ashley Murphy en The Washington Ballet. (Foto: Andre Chung / The Washington Post)

"Siento que siempre estoy en guerra con mis pies", dice Lauren Lovette con un suspiro. Lovette, una de las bailarinas principales del Ballet de la Ciudad de Nueva York, tiene pies hermosamente arqueados y flexibles, y a menudo la matan de dolor.

Después de años de esguinces y otras lesiones, la bailarina de 25 años se sometió a una cirugía para corregir una anomalía ósea, pero aun con terapia física, ejercicios de tobillo diarios, baños de hielo y ungüentos, Lovette y sus pies todavía no han hecho las paces.

Las penurias de Lovette son comunes entre los bailarines de ballet, cuyos pies sufren abusos constantes, y en el peor tipo de calzado (o sin calzado). Aunque pueden correr, saltar, ponerse en cuclillas, saltar y pivotar como cualquier estrella de la NBA, los bailarines de ballet lo hacen sin absorción de choque, soporte de arco o cualquier tipo de asistencia. Los atletas usan zapatillas que protegen amablemente sus pies. Los bailarines no tienen tales lujos, dado que recorren el escenario descalzos, o en tacones, o en finas zapatillas con una frágil suela de cuero o, si son bailarinas, en esas ajustadas cámaras de tortura llamadas zapatillas de ballet.

(Andre Chung / The Washington Post)
(Andre Chung / The Washington Post)

"Cuando era joven y quería ser bailarina de ballet, tuve una breve experiencia con dichas zapatillas. Nunca olvidaré mi sensación de alarma cuando calcé mi primer par. Pequeños huesos que ni siquiera sabía que tenía repentinamente quedaron estrujados en una suerte de apretón de la muerte". Las zapatillas de ballet pueden parecer delicadas, pero hay algo de corsé isabelino en ellas que refleja su severo propósito: equipar al bailarín o bailarina para hacer maniobras para las que no ha sido diseñado el ser humano.

"Kilo por kilo, los bailarines son tan fuertes como los jugadores de fútbol americano, probablemente más fuertes", dice Lisa M. Schoene, una podóloga de Chicago y entrenadora que trata a bailarines y atletas olímpicos. "Estar en puntas de pie es una de las cosas más atléticas que puedes hacer, estás ejerciendo una fuerza equivalente a 10 a 12 veces tu peso corporal, subiendo y bajando en esas zapatillas de ballet".

Sona Kharatian y Ashley Murphy (Andre Chung / The Washington Post)
Sona Kharatian y Ashley Murphy (Andre Chung / The Washington Post)

El baile en puntas de pie revolucionó el ballet en 1832, cuando la bailarina italiana Marie Taglioni causó sensación en "La Sylphide". En el rol principal de hada de los montes, Taglioni parecía andar sobre el aire alzada en las puntas de sus zapatillas de raso, que ella había reforzado con zurcido. A medida que su talento se fue haciendo más conocido y los coreógrafos comenzaron a explorar las amplias posibilidades de bailar en puntas de pie, los zapateros comenzaron a endurecer las zapatillas de ballet desde el interior con capas de tela y pegamento.

Las zapatillas de ballet se siguen fabricando de esta manera, con satén forrado de algodón, una plantilla rígida y una porción ahuecada alrededor de los dedos de los pies, endurecida con pegamento, lienzo y papel. Debido a que deben trabajar en completa comunión, cada bailarín y bailarina tiene sus zapatillas de ballet personalizadas. Hasta las más famosas bailarinas usan zapatillas con cintas de tobillo y elásticos cosidas a la medida.

La vida útil de un par de zapatillas de ballet se mide en horas de desgaste. A un costo de alrededor de USD 100, un par puede durarle a un bailarín profesional un día entero de clase y un ensayo. Pero si se trata de protagonizar "El Lago de los Cisnes" o bailar varias piezas cortas, es probable que requiera varios pares para esa noche.

Claire Kretzschmar, bailarina del Ballet de la Ciudad Nueva York, tiene por costumbre poner sus zapatillas nuevas en el suelo, con la suela hacia arriba, y golpearlas. Después de eso, vierte en ellas cola de secado rápido Jet Glue (concebida para maquetas de avión, la cola es ahora de uso común en las zapatillas de ballet) en las puntas para endurecerlas más. Para proteger sus dedos de los pies, los envuelve con papel toalla.

Lovette golpea sus zapatillas de ballet contra la pared unas 20 veces para suavizarlas: "Si siento que mis zapatillas hacen ruido, me vuelvo insegura y bailo distinto".

Las zapatillas de ballet son una extensión del cuerpo, una herramienta esencial de expresión, y las bailarinas son leales no sólo a una marca –las más populares entre los profesionales son Freed (inglesas) y Bloch (australianas)– sino también a la persona que las fabrica. Cambiar de zapatero puede ser traumático. Julie Kent, directora artística del Ballet de Washington, entró en pánico cuando, en la cúspide de su carrera en el American Ballet Theatre, se enteró de que su zapatero en Freed se retiraba.

"Le escribí una carta," dice Kent, "y le envié una fotografía de mí en 'Giselle' orando, suplicante, preguntándole si consideraría fabricar una cantidad limitada de zapatillas para mí al año". No funcionó. Le pidió a Bloch que copiara una de sus zapatillas viejas. Más adelante fue a visitarlo cuando fue invitada a bailar con el Ballet Australiano y cerraron un trato.

En una profesión tan competitiva no es fácil tomarse un descanso. Los bailarines de ballet tienen un umbral de dolor muy alto, dice el podólogo Stephen Pribut. Puede que sea una combinación de resistencia al dolor y paranoia lo que les da la capacidad –por insensata que sea– de bailar aun cuando están lesionados. Kretzschmar ha sufrido repetidas fracturas por estrés y baila con tendinitis crónica. Lovette descubrió que su flexibilidad en los pies tenía un agonizante inconveniente. Aunque sus tobillos se doblan libremente hacia adelante –dándole a su punta de pie una línea larga y encantadora– doblarse para atrás es un desafío. Sus primeros años en la compañía de Nueva York los pasó adolorida. Una radiografía reveló después que tenía un hueso extra en el pie izquierdo, pero le tomó seis años decidirse a hacerse la cirugía.

Lovette dice que "fue aterrador" salir del teatro tras la última actuación antes de la cirugía. "¿Qué pasa si me olvidan? Ese es siempre el miedo de un bailarín". Eso fue hace dos años. Regresó al escenario, la ascendieron al rango más alto y dejó atrás sus problemas de pie. Esto es, hasta que el pie derecho comenzó a darle problemas. Lovette dice que una dieta basada en verduras le ha ayudado a reducir la inflamación, y en sus ratos libres solo usa zapatillas de deporte y botas de estilo militar.

Es importante la manera en que los bailarines tratan a sus pies, dice Pribut. Y eso es verdad para cualquiera de nosotros. Nuestro calzado es una herramienta esencial, al margen de lo que hagamos. Algunos zapatos, si son usados demasiado a menudo, pueden causar más daño que las zapatillas de ballet, agrega el podólogo. Los peores enemigos suelen ser las chancletas o hawaianas, los tacones altos y lo que pocos bailarines usarían fuera del estudio: los llamados zapatos de bailarina.

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