A partir de la repercusión que tuvo el caso de Robledo Puch hacemos un recorrido por los casos más emblemáticos del país.
Luego de su gran repercusión en el Festival de Cannes, el 6 de agosto se estrenó El Ángel, película dirigida por Luis Ortega basada en la historia del asesino más famoso del país: Carlos Eduardo Robledo Puch. Un joven de aspecto angelical y rizos rubios que con tan solo 20 años, fue condenado a cadena perpetua por haber cometido más de una decena de homicidios a comienzos de los 70. Su caso conmocionó al país y marcó a la cultura popular local para siempre. Sin embargo, no es el único criminal autóctono de estas características que dio el salto de la realidad a la ficción. Repasamos las historias de los asesinos más siniestros del país.
El Petiso Orejudo
Cayetano Santos Godino fue el asesino serial más joven de Argentina. Al momento de ser capturado la madrugada del 4 de diciembre de 1912, ya tenía en su haber siete intentos de homicidio en los que había logrado su propósito cuatro veces. Por un lado, era un niño proveniente de una familia humilde de inmigrantes italianos. Por el otro, era un sádico que disfrutaba torturando infantes en los terrenos baldíos y conventillos que, por aquella época, predominaban en Almagro y Parque Patricios. Cuando tenía siete años comenzó a aflorar su instinto asesino y su pronunciada tendencia a la piromanía, pero recién a los 16 fue arrestado por primera vez. Luego de haber sido expulsado del pabellón de delincuentes "alienados" en el Hospicio de las Mercedes por agresión a dos pacientes inválidos, fue trasladado a la Penitenciaría Nacional de Parque La Heras. Diez años después, terminó en el Penal de Ushuaia —mejor conocido como la cárcel del fin del mundo—, donde estuvo preso hasta su muerte en 1944. En 2007 se estrenó la película El Niño de Barro, un thriller de época protagonizado por la española Maribel Verdú, en el que se alteró el orden de los hechos para darle un pulso narrativo más dinámico a la tétrica fábula del niño asesino de niños.
La Envenenadora de Monserrat
María de las Mercedes Bernardina Bolla Aponte de Murano fue presentada en sociedad como Yiya Murano, la Envenenadora de Monserrat. Esta señora coqueta y con aires de femme fatale se ganó su apodo por haber estafado y envenenado a tres mujeres que le habían prestado dinero para un negocio del que jamás recuperarían la inversión ni los intereses. Entre el 19 de febrero y el 24 de marzo de 1979, Nilda, Lelia y Carmen murieron a causa del cianuro que Yiya había puesto en el té y las masas que les había convidado en su casa. Luego de ser detenida a raíz de la denuncia de la hija de una de las víctimas, estuvo presa 16 años y salió en libertad por la ley del dos por uno. A partir de ese momento, su historia no paró de dar tela para cortar y replicarse una y otra vez: en 1994, su hijo Martín escribió el libro Yiya Murano, mi madre, en el que cuenta la supuesta confesión de la estafadora, algo que ella siempre desmintió. Cuatro años después, fue invitada a la mesa de Mirtha Legrand, donde se mostró mejor que nunca y contó que se había vuelto a casar. Sin embargo, al día siguiente, su nuevo esposo anuló el matrimonio alegando que "no sabía que ella era la envenenadora". Años más tarde volvió al programa y le llevó unas masas a la diva de los almuerzos, pero la conductora se rehusó a comerlas argumentando que la iban a hacer engordar. A comienzos del nuevo milenio, la escritora Marisa Grinstein incluyó el caso en el libro Mujeres Asesinas, que seis años después fue adaptado a la televisión argentina, colombiana y mexicana. Una década más tarde, Yiya llegó a la calle Corrientes con su propio musical protagonizado por la actriz Karina K. Finalmente, lo último que se supo de esta carismática asesina fue que falleció en un geriátrico de Belgrano en 2014. Según palabras de su propio hijo, lo hizo "sola y sin poder recordar quién había sido".
El clan Puccio
El 13 de agosto de 2015 se estrenó la película en todos los cines del país con un despliegue publicitario inédito para la industria nacional. Casi un mes después, comenzó a emitirse la miniserie en la pantalla de Telefe. Mientras que el film dirigido por Pablo Trapero fue un gran éxito de taquilla y desfiló por los festivales más prestigiosos del mundo, la ficción televisiva de 11 capítulos creada por Luis Ortega no se quedó atrás. No es para menos. La historia de los Puccio es tan nefasta que cuesta creer que surja de la vida real y no de la imaginación de un guionista tan creativo como morboso. Arquímides Rafael Puccio fue interpretado por Guillermo Francella en cine y por Alejandro Awada en televisión. En la vida real, fue un contador que utilizó sus contactos y conexiones en varias organizaciones vinculadas al Terrorismo de Estado ejercido por la última Dictadura Militar Argentina —como la Triple A y el Batallón de Inteligencia 601, entre otros— para realizar secuestros extorsivos entre 1982 y 1985. Con la ayuda de algunos de sus socios, sus propios hijos y la complicidad del resto de la familia, Puccio se dedicaba a secuestrar miembros de familias acaudaladas de la época para mantenerlos cautivos en su casa, cobrar el rescate y luego matarlos para no correr ningún tipo de riesgo. Al ser descubiertos, todos los implicados se desentendieron de lo que ocurría bajo su propio techo. Por su parte, Arquímides nunca reconoció sus crímenes, pero eso no impidió que fuera condenado a cadena perpetua. En la cárcel, se convirtió a la religión evangélica y estudió abogacía. En 2008 fue trasladado al Instituto Correccional de General Pico en La Pampa, donde luego obtuvo la libertad condicional, ejerció como abogado y hasta formó una nueva pareja. Sin embargo, tiempo después, murió solo a los 83 años y enterrado en una fosa común debido a que nadie reclamó sus restos.
En este constante zigzag entre ficción y realidad, son muchos los casos de crímenes siniestros ocurridos en el país que podrían ser adaptados a la pantalla grande o cualquier otro formato. De hecho, el territorio argentino ha sido escenario de historias tan oscuras como variopintas. Relatos macabros enmarcados en la cotidianidad que no hacen más que acrecentar el terror que generan. Aquí, algunos ejemplos:
El Mate Ocho
Era un día como cualquier otro en la estancia "La Buena Suerte", del partido de Azul, provincia de Buenos Aires. Así como la calma que antecede a la tormenta, el silencio campestre se vio interrumpido cuando Mateo Banks tomó su rifle Winchester y mató a sangre fría a sus tres hermanos, a dos de sus sobrinas, a su cuñada y a dos peones de la estancia. La versión del homicida fue que esos mismos peones habían sido los culpables de masacrar a su familia y que él los liquidó en defensa propia cuando los encontró en la escena del crimen. Al dar curso a la investigación, las evidencias señalaron a Banks como único autor del que es considerado hasta hoy como el primer crimen múltiple de la historia policial argentina. La leyenda del "Mate Ocho" —tal como lo apodó la prensa por la cantidad de sus víctimas— había comenzado. En la cárcel lo apodaron "El místico" porque se pasaba todo el día rezando y durante las noches escribía su autobiografía, la cual llegó a tener 1200 páginas. Lo cierto es que en 1949 fue liberado y se mudó a una pensión en el barrio de Flores. Allí, se registró con el nombre de Eduardo Morgan, pero su estadía no duró mucho: otro día como cualquier otro, se resbaló en la ducha y falleció en el acto. Por otra parte, el manuscrito con sus memorias nunca fue encontrado.
El Vampiro del Martillo
A comienzos de los 60, Aníbal González Higonet asesinó a tres mujeres de entre 55 y 80 años en Lomas del Mirador. Su modus operandi era entrar por la ventana a mitad de la noche y matarlas violentamente a martillazos. Los periodistas describieron los hechos como si se trataran de una escena de cine de terror alemán de comienzos del siglo pasado. Incluso, hasta lo apodaron el "Vampiro del Martillo". Por otra parte, las fábricas de la zona autorizaron a las mujeres a salir antes del trabajo y el barrio entró en pánico tras la difusión del identikit de un sospechoso. A partir de ese momento, todo hombre de pelo ondulado y bigote no podría escapar de la psicosis colectiva diseminada por las calles. Sin embargo, la situación no duró mucho. Dos meses después del primer homicidio, dos agentes arrestaron a un joven ladrón que encajaba con la descripción. En el interrogatorio, Higonet asumió la autoría de los crímenes argumentando que solamente había querido entrar a robar sin que quedaran testigos. Algunos días más tarde, un martillo con manchas de sangre apareció en un baldío cercano. Así fue que el "Vampiro del Martillo" pasó 43 años preso y falleció pocos meses después de recuperar la libertad.
Conchita Barreda
En 1992, Ricardo Alberto Barreda asesinó a tiros de escopeta a su esposa, a sus dos hijas y a su suegra en la casa que compartían en la ciudad de La Plata. Aparentemente, le molestaba que ellas no lo trataran bien y que lo apodaran "conchita" cada vez que se encargaba de las tareas del hogar. El sangriento hecho duró algunos pocos minutos. No obstante, el recorrido del caso por los tribunales fue mucho más extenso: pasaron tres años para que la justicia condenara al femicida a prisión perpetua. Debido a sus 70 años de edad y la buena conducta que mostró en prisión, en 2008 le concedieron el beneficio del arresto domiciliario. Luego de violar las condiciones de su confinamiento reiteradas veces, le otorgaron la libertad condicional. Durante sus años preso, estudió Derecho y volvió a formar pareja con una mujer que conoció por correo. En la actualidad, Barreda ya no está más en pareja y tuvo que vivir más de un año en un hospital porque en los geriátricos no lo aceptan. En lo que refiere a la influencia del caso en la cultura popular, Norman Briski interpretó al femicida a mediados de los noventa en el unitario Sin Condena de Canal 9 y varios libros abordaron la historia de distintas maneras y enfoques. Sin embargo, este emblemático episodio de la historia policial argentina aún tiene pendiente su versión en la gran pantalla.
Publicado originalmente en VICE.com