Así es trabajar como vendedor ambulante en la Ciudad de México

Por Sergio Pérez Gavilán

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'El Moco' necesita tratar con sobornos, violencia y pagos de uso de suelo para vender los productos orgánicos de su abuela.

"Pásele señorita, tenemos de todo", declama El Moco a los transeúntes de la Ciudad de México. "Setas, jengibre, moringa, todo para la artritis, reflujo, dolor de cabeza y hasta el dolor del alma", grita el vendedor mientras la gente pasa.

El Moco llega todos los días al Centro Histórico de la CDMX desde su la delegación Tláhuac —en el extremo sureste de la ciudad—, donde su abuela cultiva las hierbas, hongos y raíces que él vende. Su trabajo forma parte del sector informal, es decir, "opera sin registros contables y [funciona] a partir de los recursos del hogar o de la persona que encabeza la actividad sin que se constituya como empresa", de acuerdo con la definición del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

De su labor vendiendo estos productos dependen su pareja y sus cuatro hijos, todos menores de los siete años.

"Gente como yo lleva aquí toda la vida", me confiesa El Moco. Y es que los puesteros ambulantes datan desde 1885 en el Centro Histórico y el comercio informal en la actualidad representa casi la mitad del comercio en la ciudad. "En algún momento estas calles estaban solas hasta llegó algún güey o una ruca [probablemente los sonados cabecillas del comercio informal en la ciudad] y se empezaron a adueñar de las calles", me cuenta. La ley urbana no es otra más que un derecho de piso, una apropiación a partir de violencia, miedo y, como se dice coloquialmente, "paracaidismo", es decir, llegar al territorio para nombrarlo como propio y defenderlo a capa y espada casi literalmente. Aunque esto sigue pasando, si hay una calle que se descuida y alguien con capacidad de defenderla llega, se puede apropiar de ella. "Son los dueños de la calle, no hay más", recalca. "Yo soy de Puebla, pero crecí aquí, es mi segundo hogar. Así que ya conozco a casi todos que manejan las cosas por aquí. Tú nunca sabes y ves a la gente caminando como si nada, pero de pronto andas acá en tu rollo y el más listo se está paseando por su territorio. Es raza que puede ser muy peligrosa".

Moco se considera un soldado raso dentro de la cadena de comando. Le responde a un líder de la calle que le cobra $100 pesos semanales para permitirle operar con "libertad", acentuando la ironía de la libertad pues, fuera de sus amigos y familia que comercian de la misma manera que él, tiene que cuidarse de los matones de los líderes, de los policías y de cualquier operativo que pudieran hacer ambos. En esta concurrida zona del centro no existe alianza productiva en la cadena de comando. "El líder que le responde a una ruca que se llama Esther Echeverría, jefa de todos ellos, no me hace el paro ni me ayuda con la policía ni nada. Solamente me cobra para dejarme operar. Dependiendo del líder y cómo te lleves con él se ajusta tu cuota, pero no es fácil llevar la fiesta en paz".

Me cuenta con particular orgullo que los altercados violentos con los matones de los líderes y la policía son simplemente una parte de su vida como puestero. "La técnica favorita de los puercos es subirte a su camioneta y ahí si ya te la pelaste, porque se ponen trapos mojados alrededor de los puños para no dejar marcas y te meten una ultra golpiza. Pero yo no me rajo. Si hay que brincar, brincamos", dice. Es difícil discernir dónde se encuentra un mayor peligro para los millones de compañeros informales que tiene Moco. En la policía o en los líderes. Ciertas zonas de la ciudad cuentan con una organización más cooperativa entre todos, los líderes ayudan constantemente a sus puesteros para no ser molestados por la policía y, si es necesario, los sacan de los separos o ministerios. En otros, como en su caso, cada uno está por su parte. "Hay unos que sí son chidos y se ayudan. Aquí es todos contra todos".

Revisa y voltea a ver su mercancía constantemente, vigila con celo su calle. En un día bueno realiza alrededor de diez ventas de productos que varían entre los 30 y 100 pesos. Sin embargo, señala, todos siempre intentan regatear el precio sin importar que sea un producto barato o caro. La gente se para y pregunta por sus productos, él conoce todas las finalidades medicinales que puede tener la moringa, la cúrcuma, yerba de sapo y el jengibre.

"La mayoría de las calles ya tienen dueño. Si te ven por ahí se te acercan para cobrar. Te niegas, 'haces del rogar' o no te mudas, te mandan a sus golpeadores. Esto es como una mafia. Es una mafia", continua el comerciante después de intentar cerrar una venta. "Una vez tuve un pedo con el líder y mandó a 15 cabrones a golpearme. Puro tipo drogadicto que carga con picos, bats y tubos. Sí te peleas, pero no se puede hacer mucho para defenderse". Cuando se trata de los altercados de este tipo, los transeúntes suelen abstenerse o alejarse.

Los policías, son otro caso. Recuerda una batalla particular en un operativo sobre esa misma calle hace dos años, donde transeúntes y puesteros se unieron en contra de la policía para que los liberaran sin mayor problema. "¡Sólo quieren trabajar! ¡Déjenlos en paz! ¡Es mi hijo!", gritaba la gente mientras se repartían los golpes a diestra y siniestra para cualquier inocente que estuviera caminando por ahí. El policía que suele patrullar 5 de febrero lo tiene bien ubicado, noto como me mira con desconfianza mientras llama a Moco para hacerle unas preguntas. En lo que él platica con el policía, éste voltea a verme más de tres veces, presumiblemente haciendo preguntas sobre lo que hacía platicando con él. Se rehúsa a darme su nombre o el del líder, me dice que las consecuencias pueden llegar a ser graves si se escucha que alguien anda hablando sobre ellos. Regresa corriendo a su mercancía, respirando cansado y me dice, "a este güey con darle para el chesco ya está. El problema es cuando llegan órdenes de más arriba o mandan gente que no es de por aquí. Ahí sí hay que correr, esconderse y esperar que no te agarren porque las multas pueden ser hasta 10 mil pesos o 13 horas en la cárcel". Dependiendo de dónde sea mandado puede o no tener su mercancía de regreso, en el caso de no poder, el coste económico puede llegar a ser muy alto para un vendedor como él.

"Normalmente te puedes arreglar con los policías, aunque no con todos. Una vez, nos armamos un tiro uno de ellos y yo, uno contra uno, los dos acabamos bien mal y me treparon a la camioneta. Ya en la estación, llegamos a un trato con su comandante y yo no tuve que pagar nada y él no tuvo problema porque yo no iba a levantar ningún cargo. Hicimos un convenio de que era un tema personal, una riña entre él y yo, firmamos una hoja y con eso ya estuvo".

El trabajo es duro: si bien no tiene que ser constante con los horarios y estar en movimiento, Moco trabaja seis días a la semana, especialmente en días festivos y acontecimientos especiales. Las constantes marchas por las calles aledañas benefician su negocio al igual que la época decembrina donde la gente está más dispuesta a hacer compras callejeras. Convertirte en un puestero requiere de contactos y disposición para dar el corte a cada quién de su parte. Según me cuenta Moco, el primer paso es ir a la plaza central y preguntar por la persona que te asignaría una calle o lugar específico, pero sin responder si tienes algún problema con los policías.

Las organizaciones de comercio informal en el centro de la ciudad cuentan con más de 9,500 personas a su disposición, en el resto de la ciudad más de un millón que, en conjunto, representan alrededor del 47 por ciento de la población que trabaja actualmente y genera 40 por ciento del PIB de la ciudad.

El Moco, me comenta que le gustaría algún día evolucionar y seguir comerciando productos orgánicos con fines medicinales de manera estable, "pero la verdad es que lo veo difícil. Cualquier día de estos que me atrape la policía, me cache el líder que no le he pagado o se me pierde dinero, ya todo se fue al caño y tengo que empezar de cero", confiesa. "Son muchas cosas y ahorita tengo que pensar en mis cuatro hijos" atesta finalmente mientras recoge sus cosas y se desvanece dentro de una tienda al ver que una policía desconocida se acercaba a nosotros.

Publicado originalmente en VICE.com

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