Me niego a que el machismo en México implique tener miedo a hacer lo que me da de comer y lo que me apasiona.
Soy reportera y constantemente hago mi trabajo sola, en áreas urbanas o rurales. No tiendo a exponerme, sin embargo a veces el trabajo implica hacerlo. He estado en medio del bosque con hombres con machetes a quienes apenas conozco, he trabajado en zonas de venta de droga donde me han amenazado con pistola, hombres me han preguntado si alguien sabe de mi paradero o si mi esposo me espera en casa. A pesar de estas vivencias, nunca había sentido tanto miedo como hace algunos días.
Este mes estuve haciendo un reportaje a lado del Río Lerma. Eran las 7 de la tarde cuando comencé a caminar por un andador que va con la corriente del río, con el tripié y cámara en mano. El andador estaba casi solo.
A los pocos pasos, un hombre que estaba sentado en el pasto me chifló y mandó un beso. Lo ignoré y seguí caminando, siempre atenta a mi silueta en el río como referente y medida de seguridad. A los 300 metros, me percaté de que el joven había tomado su bicicleta e iba despacio detrás de mí. Me mantuve tranquila.
Seguí caminando y como 600 metros después, me di cuenta que seguía detrás de mí. Mi corazón comenzó a acelerarse. Por suerte, vi a unos hombres cuidando a su ganado. Caminé rápido hasta ellos y aproveché para hacer preguntas sobre la contaminación en el río. El joven pasó a lado de nosotros, como si nada. Decidí que no tenía chiste seguir caminando, así que me di la media vuelta y caminé.
A los pocos pasos miré sobre mi hombro y el joven venía también de regreso. Muchos pensamientos pasaron por mi mente ¿Podré utilizar el tripié como arma? ¿Me haría daño? Si grito aquí ¿alguien me escuchará? ¿por qué me vine sola? ¿Qué hago si se me acerca?. Apresuré el paso sabiendo que era inútil, pues él venía en bicicleta. Saqué mi teléfono por si tenía que marcarle a alguien, pero entonces pensé ¿y si me asalta?
El joven volvió a pasar a mi lado y me miró con risa burlona. A una buena distancia se volvió a sentar, en el punto inicial donde lo había visto. Yo tenía que pasar a lado de él para salir de ahí. Agarré fuerte el tripié dispuesta a usarlo para defenderme. Él no me quitaba la mirada de encima, así que decidí hacer lo mismo. Caminaba con la mirada fija en él. Cuando pasé a su lado, mantuve la mirada lo más que pude como un acto de resistencia. En cuanto lo había pasado, me volvió a chiflar y a mandar otro beso. No aguanté más.
Me detuve, saqué la cámara del celular y comencé a preguntarle qué necesitaba y si no le daba pena. "Nada, no hice nada", me contestó con la mirada hacia abajo. Respondí que me había chiflado. "Sólo fue un chiflido, ¿eso qué?", me contestó. Con voz fuerte y la mano temblando, le contesté que para mí no era sólo un chiflido, que vivo en el estado con el mayor número de feminicidios al año, que para nosotras es horrible caminar con un hombre persiguiéndonos. Él bajó la cabeza, no supe si por pena o porque no quería ser grabado. Seguí dando argumentos hasta que creí que era suficiente, y entonces continué mi camino.
Después el joven volvió a pasar a mi lado en la bicicleta, con la cabeza agachada, y se alejó. Al poco tiempo llegó una patrulla a vigilar el lugar y le comenté lo ocurrido, no solo por mí, porque yo ya me iba, sino por las demás mujeres que podrían estar ahí otros días. "Lo veré", me dijo el policía…
Seguí haciendo mis tomas y a los poco minutos me percaté de que el policía me estaba tomando fotos. Sabía que nada tenía que ver con mi denuncia, sino que las autoridades siempre se han sentido amenazadas con periodistas a un lado del río Lerma (ya me había pasado hace dos años). Pero no podía dejar de pensar en que había sido revictimizada. Toda la confianza que había sentido al regañar a este tipo se había desvanecido.
Lo cierto es que en el Estado de México se presentaron 218 feminicidios y 48 asesinatos violentos de mujeres durante 2017, así que creo que es natural sentirme amenazada cuando alguien me acosa en la calle. Por otro lado, durante 2017, 12 periodistas fueron asesinados. En lo que va de 2018, han matado a seis periodistas.
En México muchas veces es difícil caminar solas por la calle, pero como reportera y periodista a veces siento que llevo una doble condición de desigualdad e inseguridad. Mientras hago mi trabajo me han acosado, mis entrevistados —incluidos policías— me ha pedido mi número y hasta me han invitado a salir.
Sé que no soy ni seré la única periodista que se ha sentido acosada. Me da coraje que mi trabajo y mi género impliquen que tengo que ser violentada. Nunca había sentido tanto miedo como ese día a un lado del río Lerma, y lo cierto es que ninguna mujer, periodista o no, debería sentirlo. Por lo pronto yo me niego a que el machismo en México implique tener miedo a hacer lo que me da de comer y lo que me apasiona.
Publicado originalmente en VICE.com