"Hace poco sumé lo que me había gastado apostando, hasta ahora no había sido capaz: USD 350,000".
David tiene 40 años, trabaja en una oficina y tiene dos hijas. Puede jugar con ellas a las muñecas o a hacer manualidades, pero no al parchís ni al ajedrez. Porque —desde que empezó a rehabilitarse de su ludopatía—, David no puede tocar ningún juego que implique competición o pueda activarle la compulsión, el deseo irrefrenable de jugar, denominador común de todos los ludópatas.
Desde hace más de cinco años forma parte de la asociación Vida sin Juego, en la que prestan ayuda a jugadores para dejar atrás su adicción. "Te das cuenta de lo grave que es el problema cuando llegan chavales de 18 años con deudas de 60,000 dólares pidiendo ayuda", nos cuenta, y explica después que lo que siente cuando ve a deportistas como Rafa Nadal o Gerard Piqué anunciando casas de apuestas es una mezcla entre rabia, miedo y tristeza.
Porque le recuerdan a lo que vivió durante dos años. Le recuerdan a jugar compulsivamente y a mentir compulsivamente. A no poder pensar en otra cosa que no fuera en apostar y, en consecuencia, a no poder parar de gastar incluso el dinero que no era suyo. Le hacemos las diez preguntas que siempre has querido hacerle a un ludópata.
VICE: ¿A qué jugabas?
David: A todo lo que fueran apuestas deportivas. Siempre me han gustado mucho los deportes y además era muy cómodo apostar. Estaba en la oficina y tenía acceso desde el ordenador, era algo instantáneo y fácil. Al principio jugaba a fútbol, aunque no demasiado, después me centré mucho en el tenis, que creo que es algo que le pasa a muchos ludópatas. Me enfoqué en el tenis porque, aparte de que me gustaba mucho —aunque ahora no puedo ver ni los partidos— las apuestas que se hacen respecto a otros deportes son muy amplias e inmediatas. Puedes apostar a juegos, a sets, cambian mucho las cuotas y piensas que puedes ganar mucho dinero. Cuando apostaba no solía ver los partidos. De hecho no apostaba en eventos deportivos que quería ver porque me generaba mucha ansiedad. En el mundial de 2010 no aposté a nada.
¿Cuánto dinero llegaste a gastar jugando?
Cuando decidí pedir ayuda a la asociación contra la ludopatía a la que pertenezco, tenía una deuda de 140,000 dólares entre lo que me dejaron familiares, bancos y prestamistas y lo que le robé a mi entonces mujer, de la cuenta conjunta y de la suya propia. Es una deuda que tengo que pagar, para asumir lo que hice y para perdonarme a mí mismo en cierta manera. En los poco más de dos años que me pasé jugando me gasté 350,000 dólares. He echado la cuenta hace poco, antes no era capaz de pensar en ello.
¿Cuál era la sensación cuando jugabas? ¿qué sentías al apostar?
Cuando ganas, la sensación suele ser de euforia absoluta. Eres el rey del universo. He llegado a ganar miles de euros por apostar un solo euro en una racha, así que imagínate. Pero de la misma manera he tenido en la cuenta de las apuestas 20,000 dólares, que en aquel momento cubrían la deuda que tenía, y en vez de sacarlo y devolver el dinero lo jugué todo y lo perdí. La sensación de hundimiento es tremenda entonces. Cuando pierdes te sientes desamparado, hundido, piensas que no quieres volver a apostar pero es una trampa, lo vuelves a hacer. Te metes en una espiral de jugar para recuperar lo perdido, jugar para sentirte bien, perder dinero… A los ludópatas nos pasa como a otros adictos, que nuestro nivel de tolerancia aumenta. Y para saciar la necesidad de jugar necesitamos apostar más o jugar durante más tiempo.
¿Recuerdas la primera vez que apostaste?
No. Pero sí que me acuerdo de la primera vez que perdí, porque empecé ganando. Fue en una apuesta de tenis, que además estaba tan seguro de que la iba a ganar que aposté y me fui tan tranquilo, sin ninguna tensión a quedar con amigos antes de mirar el resultado. Eran 1,000 euros y pensaba que ganaría 2,000. Pero no, los perdí y aun así seguí apostando.
¿En qué piensa un ludópata? ¿Es consciente del peligro?
Cuando la cosa fue avanzando y empecé a tener muchas deudas, y veía que no había salida, que lo único que podía hacer era seguir apostando —o confesarlo todo— pensaba: "en lo que estoy metido". Era un pensamiento permanentemente. Me acompañaba en el trabajo, cuando me iba a dormir, cuando estaba con mi entonces pareja que me dejó después de todo aquello. Era un estado constante de ansiedad, una situación muy jodida. Yo, y es algo que le ocurre a muchos ludópatas aunque evitamos hablar de ello, pensé en suicidarme. Te pasan millones de cosas por la cabeza. Piensas "no puedo salir de esta, me tiro al metro".
¿Qué es lo más grave que te ha llevado a hacer tu ludopatía?
Hacerle daño a mi familia. No solo me gasté su dinero, les engañé durante años. Le pedía dinero a mi hermana y le decía que era para pagar el alquiler. Le contaba que había invertido en bolsa y me había salido mal, así que lo necesitaba, y le pedía que no se lo dijera a mi pareja. Vas manipulando a la gente y al final tienes tantas mentiras abiertas que dejas de querer ver a tu familia. Yo no iba a casa de mis padres por aquel entonces. Mi madre ha llegado a decir en terapia que pensaba que había perdido un hijo. Cuando eres ludópata, cuando eres adicto al juego, eres capaz de hacer cualquier cosa. Aunque no las encontré, yo incluso busqué las escrituras de la casa de mis padres para poder sacar dinero de ahí. Ahora lo pienso y se me parte el alma, pienso "carajo, eres un cabrón", pero en ese momento era capaz de todo.
¿Crees que la ludopatía es un problema específico de alguna clase socioeconómica?
Yo creo que no. Además, a día de hoy hay muchos problemas de apuestas por internet, no se trata solo de las casas físicas. Aunque puede ser que el juego sea un cebo más fácil para las clases menos privilegiadas; es más fácil enganchar a alguien que tiene una necesidad que a alguien que no. Pero realmente el problema de la ludopatía es igual para todos, le puede pasar a cualquiera y la consecuencia en ambas situaciones es la misma, es devastadora. Si tienes mil euros en el banco te los gastas, y si tienes un millón, también. Y arruinas tu vida y expones a tu familia a situaciones peligrosas y dramáticas en ambos casos.
¿Cuándo te diste cuenta de que tenías un problema?
Cuando empecé a esconder que jugaba ya sabía que algo iba mal, pero quizá me di cuenta definitivamente cuando perdí lo último que me quedaba en mi cuenta de ahorro. Pero no podía parar, me engañaba a mí mismo con la excusa de ir a recuperarlo. Entonces empecé a sacar dinero de la cuenta común que tenía con mi pareja. Ahí ya tenía que hacer trapicheos cuando perdía y empezaron los problemas: las mentiras. Le llegué a pedir a mi hermano 20,000 dólares aún sabiendo que estaba abusando, aún queriendo a mi hermano. Pero no podía parar.
¿Estás curado?
No. La ludopatía no se cura, se controla. Cuando estás jugando eres lo que nosotros llamamos un "jugador en activo" y cuando pasa un tiempo, cumples las normas y no quieres volver a jugar eres un jugador que no está en activo. Pero puedes volver a estarlo en cualquier momento. Suelo asimilar la adicción al juego a la diabetes, que aunque no se cura puedes tenerla controlada si te tomas tu pastilla. De hecho hay recaídas, hay gente que vuelve a jugar. A mí personalmente me da miedo volver, aunque esté muy seguro de que no quiero pasar por ello otra vez. Pero sé que tengo que estar siempre atento, y que si bajo la guardia y me empiezo a quitar límites y a dar concesiones, a la larga puedo volver a jugar. También da miedo porque a veces no puedo evitar tener sensaciones de jugador, como olvidarme del resto del mundo y que mi cabeza se vaya al juego.
¿En qué se diferencia tu vida de la de alguien que no padece ludopatía?
En que tengo que seguir una serie de normas o pautas, algunas bastante duras. Pero si quieres salir del juego tienes que hacerlo. Tienes que ir a la comisaría y autodenunciarte para que no te dejen entrar en casas de apuestas. A día de hoy, yo no puedo llevar dinero, ni monedas ni billetes ni tarjeta de crédito. Cuando necesito usarlo mi mujer me lo da y le llevo de vuelta un ticket de compra para justificar en qué me lo he gastado. También le tengo que enviar la ubicación de dónde estoy varias veces al día. Tengo prohibido mentir, porque la enfermedad te hace un mentiroso compulsivo. Y tengo prohibido jugar a cualquier cosa que implique competición. Puedo jugar con mi hija a las casitas, pero no puedo echarme un parchís, ni una partida de ajedrez, ni puedo usar videojuegos. Son algunas de las reglas que tengo que seguir para asegurarme de estar bien. Gracias a ello ahora tengo una vida propia en la que el juego no me domina. Sin él presente en mi vida, he podido rehacerla, tener una mujer y unas hijas maravillosas. El único pequeño peaje para ello es cumplir con estas normas y querer dejar de jugar.
Publicado originalmente en VICE.com