Gente nos cuenta lo peor que le han hecho a un amigo por despecho

Por Sergio Pérez Gavilán; ilustración deMauricio Santos

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¿Con amigos así para qué queremos enemigos?

Absolutamente todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, hemos sido una basura con nuestros amigos. Recuerdo vívidamente cómo en la escuela, después de que un amigo decidió no compartirme de su gloria —un dulce de leche mexicano extremadamente delicioso— decidí robarme el dulce y dejarle una pequeña nota con la envoltura del dulce que decía algo así en letras cursivas: "¡Mmmmm qué rica gloria, Patricio, estuvo deliciosa! Aquí te dejo la basura y un (microscópico) pedazo para que la pruebes. Atentamente: El robaglorias". Ese microscópico pedazo, cabe aclarar, era menor en tamaño que un grano de arroz. Su reacción fue terrible y se le lanzó a los golpes a un compañero que tenía una letra medianamente similar a mí, "el robaglorias".

Desde aquél día comprendí que, incluso en la amistad, existen ciertos límites que no deben ser traspasados. El claro ejemplo de mi amigo que se quedó sin dulce, además de ser humillado con una nota en letra cursiva, me hizo ver que las cosas no son blanco y negro. Es decir, lo que para uno no es grave, para otro puede ser una injuria mortal. De la misma manera, también hay muchos niveles para vengarse de una amistad que te pudo haber injuriado y, claro, eso tiende a salirse de control.

La venganza de Fulvia, por Francisco Maura (1888). Vía Wikimedia Commons
La venganza de Fulvia, por Francisco Maura (1888). Vía Wikimedia Commons

Alejandra, 30 años

Yo andaba con el mejor amigo de una de mis amigas, pero ya no quería andar con él y no lo cortaba por la amistad que había entre ellos. Él se quejó con ella y la siguiente vez que la vi, que fue en el festejo navideño anual que hacemos entre amigos, ella empezó a repartir regalos a todos, excepto a mí. Estábamos parados en una especie de círculo y empezó a repartirles un regalo a cada uno. Cuando llegó a mi lugar, me saltó y siguió entregando los regalos. Me dolió que decidiera tomar partido, eligiera a su amigo y luego lo hiciera evidente de esa manera porque también era mi amiga; así que pensé en una manera de hacerla sentir tan mal como me sentía yo. Como sabía que le gustaba a su esposo y que era un tipo sin escrúpulos, le coqueteé un poco, pensando que él caería y ella se sentiría tan dolida como yo. Y así fue. Ella fue al baño y cuando volvió me encontró besándome con su esposo. A él lo perdonó al día siguiente, a mí no me habló en dos años y, obvio, nuestra amistad no volvió a ser la misma.

Javier, 24 años

Tengo un amigo que desde primaria ha sido muy intenso con las chavas. La verdad es que nunca lo sentí como algo amenazante ni nada, de hecho confiaba plenamente en él, hasta que se intento de dar a una chava con la que estaba saliendo en el momento. No lo podía creer, era uno de los amigos más longevos que tengo y no le importó. Según esto se encontraron en un bar y, él me dijo, ella estaba viéndolo demasiado y no se pudo controlar. La historia de ella era más simple: este tipo estaba pedísimo y no dejaba de acosarla. Las cosas con ella, de cualquier manera, no funcionaron, pero le guardé muchísimo resentimiento a este tipo que conocía toda la historia que ya llevaba con ella.

Quería hacer algo pero no igual a como él me lo había hecho a mí, así que decidí esperar. Un día, en su casa, encontré la salida perfecta para mi rencor: su cepillo de dientes en el baño. Era una fiesta que él hizo en su departamento y todos estaban en plena borrachera así que me escabullí a su cuarto, busqué por todos lados algo que me permitiera hacer una travesura equivalente y, entrando a su baño, se me vino a la cabeza tomar su cepillo de dientes y pegarlo contra mi ano. Lo hice dos veces, asegurándome de que las cerdas del cepillo tocaran bien la región, y lo regresé a su lugar. Lo dejé ahí y nunca le dije, considero que estamos a mano. Seguimos siendo buenos amigos.

La venganza de Ulises sobre los contendientes de Penélope, por Christoffer Wilhelm Eckersberg (1814). Vía Wikimedia Commons
La venganza de Ulises sobre los contendientes de Penélope, por Christoffer Wilhelm Eckersberg (1814). Vía Wikimedia Commons

Anónima, 29 años

Una de mis mejores amigas desde la prepa siempre estuvo enamorada de la mayoría de mis novios y a veces fantaseaba con ellos (llegaba a hacer dibujos de ellos). Ya después, cada quien estudiaba su carrera en la universidad, y yo andaba con el peor novio de mi vida, un tipo que ni me gustaba tanto, pero fue tan insistente que quise dar una oportunidad.

Para no entrar en detalles de esa relación, cuando corté con él por una bastarda infidelidad, ella se convirtió en "su amiga". Como es muy sincera me contaba sobre su amistad, pero al poco tiempo empecé a notar que tenía una obsesión de hablar sobre él, hasta parecía estar enamorándose. Una vez incluso intentó en convencerme de que es una buena persona y que debería perdonarlo. Vivimos en diferentes estados, entonces un día la invité a pasar el fin de semana en mi casa. Todo bien hasta que comenzó a hablar de mi ex. Terminó por confesarme que se habían acostado justo después de nuestra ruptura (ya habían pasado cinco años desde que terminó esa relación). Entonces quise tomar venganza.

Había un chico del que siempre me había hablado, que justo vive en la misma ciudad que yo. Era su ídolo, e hizo todo lo posible por conquistarlo, o por obtener lo más mínimo de él; sexo. Entonces casualmente el mismo día de la confesión, terminamos en casa de ese tipo. Era la primera vez que yo lo conocía y resultó que teníamos muchas cosas en común. Aunque yo nunca ligo ni coqueteo cuando salgo, ese día el tipo no me quitaba la atención de encima y fue ahí donde todo el plan se armó en mi cabeza. No soy de venganzas, pero ella me demostró ser una mala amiga con una mala jugada, y seguirá siendo mi amiga, pero tenía que hacer algo yo para remediarme y consolarme, aunque sólo yo supiera de ello. Entonces lo agregué a Facebook y días después no dejábamos de hablar diario y pasarnos memes, hasta que agarre de excusa asistir a un concierto para amarrar el deal. Todo funcionó a la perfección, fuimos 'fuck buddies' por unas cuantas veces hasta que me aburrió. Ella aún no lo sabe, sólo sabe que somos muy amigos y no sé si tenga sospechas. Pero no me importa, me la debía y de una forma peor. Al menos algo bueno salió de esto, una muy chida amistad.

Juan, 35 años

Pues mira, la neta, este tipo se merece lo que le hice. Lo conocí cuando entré a trabajar a mi trabajo actual, hace unos seis años, pero ya no trabaja aquí. En fin, después de un par de meses de conocernos, cuando estábamos en la oficina, al pendejo se le hizo muy chistoso inventar y decirle a todas las mujeres de la oficina que tenía verrugas en el pito. Te juro no tengo idea porqué, nos llevábamos bien y hasta un par de veces fuimos a beber saliendo del trabajo. Supongo que era un tipo muy inseguro o problemático o lo que sea. Cuando me enteré de que había esparcido este chisme decidí no encararlo para realmente saber bien qué hacer. Entonces fue cuando me acordé de una broma que solíamos hacer en la secundaria con laxantes.

Quería hacer a este cabrón sufrir, no te voy a mentir. Y pensé que el remedio para una actitud infantil era una respuesta infantil. Compré un laxante líquido que se disolvía con muchísima facilidad en cualquier bebida. Pero no quería hacerlo ni brutal para que no se diera cuenta de que era un laxante, ni todos los días para que creyera que de repente le sucedía. Durante un mes y medio más o menos, estuve échandole laxante a su café una o dos veces por semana, dependiendo de mi humor, claro midiendo las dosis para que no le explotara el trasero. La verdad era glorioso verlo correr al baño con temor a que se ensuciara en los pantalones. No lo he visto desde hace unos cuatro años, espero no hacerlo.

Publicado originalmente en VICE.com

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