El "Mercury 13" planeaba ser el primer grupo de mujeres astronautas en intentar hacer un vuelo espacial, sometiéndose a un riguroso entrenamiento en un programa privado, hasta que la NASA se enteró.
Después de averiguar que nunca iría al espacio, Mary Wallace "Wally" Funk voló de Taos, Nuevo México, a Bruselas, compró un Camper Volkswagen y recorrió 59 países.
Funk y otras 12 mujeres habían sido parte en 1959 de un programa privado dirigido por un científico de la NASA, el Dr. William Randolph Lovelace II. Lovelace acababa de regresar de Moscú y quería probar si las mujeres eran tan capaces de volar al espacio como los hombres, o si incluso eran mejores. (Algunos creían que, como las mujeres tendían a ser más pequeñas y ligeras que los hombres, eran más aptas para el espacio debido a que ocupaban menos lugar).
Lovelace invitó a la piloto Geraldyn "Jerrie" Cobb para hacer las primeras pruebas, y una vez que ella las superó todas, decidió invitar a más pilotos mujeres al programa que se conocería como el Programa de Mujeres en el Espacio de Lovelace. Entre mayo de 1961 y mayo de 1963, sus participantes se sometieron a las mismas pruebas a las que estaban siendo sometidos los astronautas hombres de la NASA en preparación para el Programa espacial Mercury.
Funk y sus colegas superaron la primera fase de las pruebas físicas. Con un contador nuclear midieron la masa corporal magra de las mujeres, examinaron sus ojos durante cuatro horas, les pasaron un tubo de plástico por la garganta para hacer pruebas a sus ácidos estomacales y tuvieron que montar hasta el agotamiento una bicicleta especial para medir su frecuencia respiratoria. Después de completar una serie de pruebas psicológicas, las mujeres se prepararon para una tercera fase en Pensacola, Florida, para que se familiarizaran con los equipos militares y los aviones de propulsión.
Fue entones cuando la NASA se enteró del proyecto de Lovelace, e intervino. La Marina no permitiría que las mujeres realizaran esas pruebas sin el permiso de la NASA, y la NASA se negó a permitir que el programa privado de Lovelace interfiriera con los planes de la misión Mercury, la cual involucraba a siete hombres astronautas. La NASA también insistió en que los astronautas requerían tener experiencia de vuelo militar. En ese entonces las Fuerzas Armadas de los EU no permitían que las mujeres volaran, por lo que ese requerimiento excluyó de manera efectiva a todas las mujeres de los vuelos espaciales. Las pruebas de Pensacola nunca se llevaron a cabo y estas mujeres, conocidas colectivamente como Mercury 13, nunca llegaron al espacio ni lograron la aclamación popular que merecían. Pero su historia ha resurgido en Mercury 13, un documental que cuenta los valientes intentos de estas mujeres pioneras de la aviación.
Funk tenía ocho años cuando intentó volar por primera vez en su granero, usando una capa improvisada de Superman. Cayó de bruces. "Crecí en Taos, Nuevo México, y el espíritu de Taos Mountain me dijo que sería piloto", recuerda en una conversación telefónica con Broadly. "Tenía pequeños aviones a escala colgando de mi techo. Siempre supe que quería volar".
Gene Nora Jessen estaba en la preparatoria cuando se unió a la Patrulla Aérea Civil en Chicago. "A los miembros más jóvenes los llevaban en los vuelos, y me dieron un poco de tiempo de práctica. ¡El instructor dijo que yo era una piloto natural! Supongo que esa fue mi primera semilla de ambición", recuerda Jessen.
Sarah Ratley tenía 28 años y ya era una ingeniera eléctrica calificada cuando se unió al programa Mercury 13. A pesar de la magnitud de las pruebas que tenía por delante, no se sintió nerviosa en su primer día. "Un examen físico es sólo un examen físico, ¿sabes?", dice Ratley en una entrevista telefónica. "Estaba de muy buen humor". Sorprendentemente, Ratley había participado en la carrera aérea Powder Puff Derby, la primera carrera aérea oficial exclusiva para mujeres en los Estados Unidos, con tan sólo 18 años de edad.
El Mercury 13 se sometió a pruebas brutales. "Inyectaron agua a -12 grados Celsius en mis oídos y ahí fue cuando todo mi cuerpo empezó a temblar y dejó de funcionar", recuerda Funk. "Dentro de ese vértigo inducido, grité y grité pero me recuperé más rápido que nadie, incluso más rápido que los hombres".
Con cada fase del programa, las pruebas se volvieron más duras. Las mujeres entraban a tanques de aislamiento sensorial para simular la sensación de estar en el espacio. Cobb duró nueve horas y media en uno de esos tanques, y en una entrevista televisiva de la época mostrada en Mercury 13, admite que le parece relajante.
Cuando la NASA cerró el programa en 1961, las mujeres recibieron un telegrama informándoles que las pruebas habían sido pospuestas. "Tenía esperanzas", me dice Ratley. "Pensé que era sólo algo temporal". Cobb y su colega del Mercury 13, Janey Hart, incluso volaron a Washington D.C. y testificaron ante un Subcomité de la Comisión de Ciencia y Astronáutica de la Cámara de Representantes en un esfuerzo por renovar el programa. Aunque sus esfuerzos ayudaron a introducir la noción de discriminación laboral en la conciencia popular dos años antes de que la Ley de Derechos Civiles lo hiciera ilegal, en última instancia fueron en vano. El proyecto Mercury 13 ya no existía.
Aunque el Mercury 13 no envió mujeres al espacio, creó una comunidad de mujeres dispuestas a luchar contra la injusticia institucional. Hart y Cobb continuaron lanzando campañas políticas que presionarían a la NASA para emplear a mujeres astronautas. Funk aplicó para unirse a la NASA cuatro veces más, y fue bloqueada en cada ocasión. Como explicó Cobb en una entrevista de 2007 con CBS, incluso logró conocer a Lyndon Johnson, quien supuestamente le dijo que si se permitiera que las mujeres ingresaran al programa espacial, tendrían que dejar ingresar también a los afroamericanos, los mexico-americanos y a las demás minorías. "Simplemente no podemos hacerlo", dijo Johnson. (Fue hasta 1983 cuando la NASA envió a un afroamericano, Guy Bluford, a una misión espacial).
Incluso si el Mercury 13 nunca llegó al espacio, su legado ha perdurado hasta el día de hoy. Cuando Eileen Collins finalmente se convirtió en la primera mujer estadounidense en pilotar una nave espacial STS-63 en 1995, invitó a las miembros sobrevivientes de la tripulación del Mercury 13 al lanzamiento. Ocho asistieron.
En la escena más conmovedora de Mercury 13, las sobrevivientes miran el lanzamiento de Collins con orgullo. Funk sonríe de oreja a oreja cuando Collins despega de forma segura. Jessen no guarda ningún rencor por cómo fue tratada. "Fue magnífico haber sido parte de algo que allanó el camino para que las mujeres llegaran al espacio. No me sentí amargada o triste, sólo muy feliz y contenta", me dijo.
Para Ratley, ver cómo Collins despegaba hacia el espacio representó una especie de logro personal. "Me sentí redimida", me dijo. "Sentí que nuestros sueños no fueron fracasos".
Publicado originalmente en VICE.com