Un maquinista de tren cuenta qué se siente al atropellar a alguien

Por Rebeca Ramlow; traducido por Mario Abad

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"Todavía recuerdo el sonido del golpe y la visión de la sangre. Es algo que se quedará conmigo para el resto de mi vida".

Cuando se produce un accidente mortal en las vías del tren en Alemania, la empresa ferroviaria nacional Deutsche Bahn lo califica oficialmente como Personenschaden, o "daños personales". Un término bastante lacónico y burocrático para designar una realidad por lo general muy sangrienta, escandalosa e impactante. El maquinista que tuviera la desgracia de estar a los mandos del tren en el momento del accidente, por otro lado, suele arrastrar el trauma durante el resto de su vida.

Michael Dittman, presidente del sindicato de maquinistas de Colonia, me explicó que en Alemania, los maquinistas se ven implicados, de media, en dos muertes por atropello a lo largo de su carrera, algunas por accidente y otras por suicidio.

Peter Gutwasser, de 54 años, pasó 20 a los mandos de los trenes de la S-Bahn de Berlín y se vio implicado en tres accidentes mortales. Actualmente, trabaja como terapeuta y vive con su mujer y dos gatos en las afueras de Berlín, donde fui a visitarle para que me hablara de la horrible experiencia de atropellar a alguien.

Peter Gutwasser en casa con
Peter Gutwasser en casa con uno de sus gatos. Fotos por Grey Hutton

"La experiencia más horrible que he tenido fue cuando atropellé a dos niños a la vez, en octubre de 1996", me explicó. "Uno tenía tres años y el otro, seis. Ocurrió justo después de la una de la tarde, cuando hacía el último trayecto de mi turno. Los dos niños bajaron de repente a las vías para jugar. Activé los frenos y la señal de aviso, pero ya era demasiado tarde. Los pequeños se quedaron paralizados viendo acercarse el tren. Oí un golpe seco y, después de varios segundos que se me antojaron una eternidad, la máquina por fin se detuvo. Cuando salí, al principio no vi nada, pero luego retrocedí y vi un charco enorme de sangre y oí un leve gemido. Los dos pequeños estaban gravemente heridos. El mayor me preguntó si tenía una tirita para su hermanito. Corrí a la cabina para coger el botiquín y llamar a los servicios de urgencias y, cuando volví, los niños estaban intentando escaparse corriendo, pese al tremendo golpe que se habían llevado. Finalmente llegó una ambulancia y se los llevaron. Tiempo después supe que el más pequeño había muerto a causa de los traumatismos. No sé si el mayor sobrevivió, porque debía de tener muchas lesiones internas".

Veinte años después, Peter todavía recuerda los sonidos y los olores de aquel día. "Todavía recuerdo el sonido del golpe y la visión de la sangre. Es algo que se quedará conmigo para el resto de mi vida, pero he aprendido a controlarlo. Le puse un nombre al niño como terapia para poder pasar página".

El primer accidente mortal que Peter vivió como maquinista fue en junio de 1990, cuando una mujer intentó abrir la puerta del vagón estando el tren en marcha y se quedó atrapada entre este y el andén. Por aquel entonces, aún podían abrirse las puertas con el tren en movimiento. "Básicamente, acabó triturada", recuerda Peter. "Me quedé en estado de shock. Mi mente se esforzaba por comprender lo que acababa de ocurrir, pero mis emociones bloqueaban el mensaje. Momentos antes del accidente, había estado hablando con esa mujer en el andén".

En otra ocasión, una persona murió mientras Peter trabajaba, aunque él se dio cuenta más tarde. "Era un surfero del S-Bahn, un chico de 22 años al que le gustaba viajar sobre el techo de los vagones. Un día se dio un golpe contra un poste y murió. Yo no me había enterado hasta que, cuando llegamos a la siguiente estación, un agente de la policía federal me preguntó si había notado algo raro. Si te soy sincero, sentí más enfado que lástima por el chico. A los 22 años, uno ya es consciente de sus actos".

Todos los casos que ha vivido Peter fueron accidentes, aunque también fue testigo de un suicidio estando de servicio: un hombre en el andén de enfrente saltó a las vías justo cuando llegaba el tren. El impacto lanzó al hombre contra el tren que conducía Peter. "Lo que quedaba de él fue a parar al parabrisas de mi máquina", recuerda. "Fue una pesadilla. Mi primer instinto fue accionar el limpiaparabrisas. En situaciones así hay que ser pragmático. La gente que se suicida tirándose al tren me cabrea bastante. ¿Por qué tienen que arrastrar a los demás a su miseria?".

Peter no recibió ayuda psicológica después de haber vivido todos esos accidentes. "En todas las ocasiones tuve que llevar el tren a la cochera y limpiarlo yo mismo", me cuenta. Esta precisamente es la razón que lo llevó a crear, a finales de los noventa, un grupo de autoayuda para maquinistas. Hoy día estos profesionales cuentan con servicios de asistencia para tratar posibles traumas tras un accidente mortal. En esos casos, algún compañero toma el relevo y se ofrece a la persona afectada ayuda psicológica.

El psicólogo Wilfried Echterhoff trata a personas que han vivido de cerca el fallecimiento de alguien en el trabajo y sabe que este tipo de experiencias pueden acarrear traumas psicológicos durante mucho tiempo. "Hay personas que nunca se han enfrentado a la muerte", me contó. "Tener una experiencia de ese tipo de una forma tan violenta puede provocar algún trastorno de estrés postraumático o depresión". Echterhoff cree que hablar mucho de estos accidentes ayuda a la gente a superarlos.

Al menos sí ayudó a Peter Gutwasser, que ha aprendido a aceptar la muerte como parte de su vida. "Cuando eres maquinista, tienes que aceptar el hecho de que alguien pueda saltar a las vías", dijo. "También es necesario distanciarse de este tipo de tragedias para protegerte. Esa gente ha muerto y no hay nada que puedas hacer para evitarlo. Es un proceso largo y yo tuve que trabajar mucho para asimilarlo. Creo que mi interés por la filosofía me ha ayudado bastante. Por otro lado, creo que conviene abordar la muerte con cierto sentido del humor. No importa lo dura que sea, siempre tienes que buscar la forma de reírte de la situación".

Peter asegura que el hecho de haber dejado su trabajo de maquinista y dedicarse a la terapia psicológica no tiene que ver con los accidentes que ha presenciado en los trenes. "Empecé a trabajar como maquinista por razones económicas y porque me aportaba una sensación de libertad. Era fascinante", dijo. "Pero hacía muchas horas; no era un trabajo muy compatible con la familia. Además, siempre he querido ser terapeuta porque me gusta ayudar a la gente. Sigo pensando en las personas que murieron en las vías, pero no me siento culpable. No hice nada malo; solo hacía mi trabajo".

Publicado originalmente en VICE.com

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