En 1959, poco después del triunfo de los revolucionarios en Cuba, Fidel Castro dedicó a Venezuela su primera visita como representante del novel poder. Era “el país más rico de América”, dijo en su discurso. En privado, solicitó al presidente electo Rómulo Betancourt la compra de petróleo en condiciones especiales y un préstamo de USD 300 millones. Pero el político de Acción Democrática le negó ambas cosas.
Cincuenta años más tarde, Castro mantenía relaciones mucho más fluidas con otro presidente venezolano, Hugo Chávez, quien para entonces llevaba una década en el palacio de Miraflores. En ese tiempo había hecho 24 visitas oficiales a la isla y había compensado aquella falta de cooperación de Betancourt. Con creces, según detalló La invasión consentida, un recuento periodístico de “un fenómeno único, uno de los más peculiares en la historia de América Latina y de la geopolítica mundial: el de la sumisión voluntaria de una nación rica, de más de 900.000 kilómetros cuadrados y 30 millones de habitantes, a otra ocho veces más pequeña y tres veces menos poblada”.
El libro está firmado con el seudónimo de Diego G. Maldonado. “A la luz del acoso que los comunicadores sufren en Venezuela, los editores de esta obra hemos decidido mantener el anonimato del autor. Su seguridad y bienestar, igual que la de sus familiares, están en riesgo”, se lee en las páginas finales. DGM puede ser un periodista o varios periodistas, no está claro. Pero sí se sabe que reside en Caracas y que, en una larga tradición latinoamericana, oculta su identidad para preservarse de las represalias del poder al cual denuncia.
La invasión consentida detalla cómo, a partir del sometimiento psicológico de Chávez ante Castro, Venezuela no sólo brindó asistencia económica a Cuba —que, tras la caída de la Unión Soviética, había pasado graves penurias en los noventa— sino que le abrió las puertas, literalmente, del gobierno: “Sus hombres están presentes en todo el país. En el palacio presidencial, siempre al lado del mandatario; en los ministerios, institutos y empresas estatales. Comparten la administración de los puertos, tienen su propia plataforma de aterrizaje en la rampa presidencial del aeropuerto internacional Simón Bolívar y han penetrado los cuarteles y las bases navales, gracias a un convenio militar secreto, firmado en 2008. Además, están desplegados en todo el territorio nacional, al frente de los principales programas sociales”.
El vínculo, subrayó DGM, no es una fusión amorosa entre dos naciones hermanas. Venezuela no tiene injerencia en la administración del estado cubano. “Se trata de una integración asimétrica”, como definió el libro.
“El gobierno cubano conoce toda la base de datos de los venezolanos. Tiene pleno acceso a la oficina de identificación y migración. Está al tanto de cada transacción civil y mercantil que hacen los venezolanos en los registros y notarías; maneja los software de la administración pública y redes de fibra óptica. Por si fuera poco, tiene un panorama detallado del sistema eléctrico nacional, de la industria petrolera y un ‘mapa muy muy completo’ —lo ha dicho Chávez en su informe anual de 2009— de las reservas minerales del país”.
De 912 a 13.000 millones
Si bien La invasión consentida se centra en la virtual cesión de soberanía, la cuestión económica no es menor.
Durante el primer año de Chávez en el gobierno, Venezuela reemplazó a España en el primer puesto de los socios comerciales de Cuba. Pero pronto aun esos USD 912 millones de negocios se multiplicarán: a USD 2.460 millones en 2006, USD 7.100 millones en 2007, USD 13.000 millones en 2010.
“Tres meses después de asumir el poder, Chávez envió una delegación de la petrolera estatal PDVSA a La Habana y al año siguiente incorpora la isla al Acuerdo Energético de Caracas. El pacto ofrece a países de Centroamérica y el Caribe la venta de crudo con un financiamiento de 15 años al 2% de interés”, recordó el libro.
Pero habrá más a partir de la firma del Convenio Integral de Cooperación el 30 de octubre de 2000, por el cual Cuba daría servicios y productos a cambio de petróleo. La cifra se fijó en 53.000 barriles diarios de crudo.
Aunque originalmente Castro rechazó una oferta mayor, “a partir de 2004, el líder cubano no sólo acepta que Chávez le envíe 90.000 barriles diarios sino que, años después, comenzará a recibir todavía más de lo que Cuba necesita: 115.000 barriles diarios”. Ese sobrante convirtió a Cuba en exportador de petróleo en el mercado internacional, por cifras como USD 765 millones en 2014.
Varios capítulos del libro detallan rubro por rubro el empleo de cubanos en Venezuela, que según datos oficiales superó los 220.000 trabajadores. “La ‘exportación de servicios profesionales’ que incluye técnicos en diversos oficios, profesiones y asesores de seguridad, se convertirá en una mina para Cuba y en su mayor fuente de ingresos”, mayor incluso al turismo. Con un agregado: “La plusvalía será fabulosa. La petrolera estatal llegará a pagar hasta USD 13.000 mensuales por el trabajo de un médico cubano que apenas recibirá USD 300 como salario. La ganancia supera los USD 150.000 anuales por cabeza”.
Según DGM, en 2019 se mantenían ocultos “centenares de contratos confidenciales, blindados a cualquier auditoría”. Porque en la lista de 220.000 profesionales y trabajadores que llegaron de Cuba a Venezuela no se incluye a altos funcionarios como “los viceministros que se radicaron en el país como si fueran parte del gobierno venezolano, los asesores de alto nivel como el comandante Ramiro Valdés; los militares, escoltas y agentes de inteligencia” explicó. “Tampoco a los funcionarios de las empresas mixtas cubano-venezolanas como la que administra todos los puertos del país”.
Con el nombre de misiones, que se asociaba más a la ayuda humanitaria que al servicio profesional pago, el personal cubano cubrió todas las áreas, según La invasión consentida: “De pronto en Venezuela no sólo se necesitaban médicos, enfermeros, entrenadores deportivos, alfabetizadores y maestros. Hacían falta técnicos agrícolas, obreros estadísticos, trabajadores de electricidad, ingenieros, especialistas en informática, arquitectos, instructores de arte, choferes de tractor…”
Una relación de padre e hijo
Para responder a la pregunta del millón, ¿por qué?, DGM recurre a una explicación doble: la afectiva y la política. Acaso la distancia que lo separó de su padre —porque el matrimonio Chávez-Frías envió al niño Hugo a vivir con su abuela Rosa— lo hizo proyectar en Castro un deseo de felicidad filial. Acaso, también, la alianza con el patriarca de los revolucionarios latinoamericanos le garantizó recursos simbólicos que de otro modo no habría alcanzado. Lo cierto es que “pocas veces en la historia la afinidad entre dos líderes ha coincidido en el plano político y en el personal de manera tan profunda”.
El libro deja la impresión de que la seducción de Chávez por Castro está en el origen de todo: aquí y allá el cubano dejaba caer lisonjas como “Cumplir 75 años en la patria de Bolívar es como volver a nacer”, mientras Chávez se inscribía en su linaje como, ni más ni menos, hijo. “Fidel me hizo el honor —gracias, mi Comandante— de convertirme en hijo suyo, y yo así me siento”, dijo en 2009.
En otras ocasiones lo llamó hermano, y compañero, y maestro de estrategia: el conjunto le permitió a DGM razonar que “gracias a Castro —un espejo en el que le gusta reflejarse— el presidente venezolano aprende lecciones invalorables para neutralizar a sus enemigos, perpetuarse en el poder y mantener el control social”.
Chávez conoció a Fidel Castro el martes 13 de diciembre de 1994, cuando tropezaba en el último peldaño de la escalerilla del avión que lo llevó a La Habana. Tras una reverencia accidental, abrazó a Castro por primera vez. Le dijo: “No sabe el honor que usted me hace y el sueño que me hace vivir el día de hoy. Un gran honor conocerlo después de tantos años. Me siento feliz en esta tierra libre de América”. Un automóvil oficial los llevó al Palacio de la Revolución, donde hablaron desde las 10 de la noche hasta el amanecer.
Según La invasión consentida, la invitación de Chávez a La Habana había sido idea de Castro para “vengarse del presidente venezolano Rafael Caldera por haber recibido, ‘con bombos y platillos’ en Caracas, al dirigente el exilio cubano Jorge Mas Canosa”. Incluyó un “baño de multitudes” cuando Castro y Chávez cruzaron juntos la calle Mercaderes hacia la Casa Simón Bolívar. “Cientos de cubanos, que días antes se habrían sentado al lado de Chávez sin saber quién era, lo aplauden y gritan su nombre, como si fuera una celebridad”, siguió el libro. “El venezolano extiende los brazos asombrado de su fama en la isla”.
Según Alfonso Dávila, ministro del Interior venezolano en 2000 y ex canciller los dos siguientes años, hubo otra razón: Castro tenía “perfectamente claro, a través de su servicio de inteligencia, que Chávez tenía la posibilidad real y verdadera de convertirse en presidente. Después se lo metió en el bolsillo con todo y petróleo”.
Sin embargo, más allá de lo irresistible de recibir un masaje al ego de manos de una celebridad política, Chávez no era “un joven cándido seducido por un zorro viejo”, comparó DGM. “Dos años antes el teniente coronel había sacado tanques a la calle. Había ordenado disparar y bombardear el palacio presidencial”, y en aquel momento Castro había enviado una carta de apoyo a Carlos Andrés Pérez, el presidente asediado. Los dos, en 1992 como en 1994, eran políticos ambiciosos más allá de esos detalles.
La cubanización del gobierno
“La influencia cubana comenzó a ser más fuerte después del golpe de Estado de 2002″, estimó la historiadora Margarita López Maya, cercana al chavismo en los primeros años, para el libro. “En la medida en que pasa el tiempo, Chávez comienza a asumir el discurso antiimperialista de Fidel Castro”.
El 12 de abril de 2002 un grupo de jefes militares quiso deponer a Chávez. Una larga transcripción del diálogo entre Chávez y Castro, dos días más tarde del intento fallido, reveló que el cubano le había recomendado que no renunciara bajo ninguna circunstancia y que el venezolano se había lamentado por algunos errores de su gestión: “La inteligencia nuestra, por ejemplo, es muy mala, vale, ¡muy mala!”.
DGM interpretó: “Está hablando con un verdadero experto en la materia. La asesoría de Fidel a los servicios de inteligencia venezolanos será, de hecho, uno de sus mayores aportes, si no el mayor, al gobierno chavista”.
No será el único. Una miríada de misiones hizo que los trabajadores cubanos se volvieran “omnipresentes en los barrios pobres del país”, mientras en la presidencia, Chávez llenaba “una sala situacional con analistas cubanos” y “un primer anillo de seguridad con escoltas importados de la isla”. Describió el libro: “Una incursión de seda”, promovida por el propio Chávez.
La tecnología y el personal provistos por la isla gestionaron la emisión masiva de células de identidad y pasaportes y la reestructuración del Sistema de Registros y Notarías mediante la empresa Copextel, “dirigida por el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés, legendario por haber organizado desde el Ministerio del Interior los servicios de inteligencia de Cuba en los años sesenta”. También la Universidad de Ciencias Informáticas de Cuba (UCI) instaló sus “soluciones tecnológicas integrales” en los más de 30 ministerios venezolanos del momento.
La UCI modernizó el Despacho de la Presidencia, las cárceles, los planes de construcción de viviendas, los hospitales, el Archivo General de la Nación y la Biblioteca Nacional, las áreas de ciencia y tecnología y educación. No solo los niños usan computadoras con sistemas operativos cubanos, las Canaimitas: “La Habana tiene un atlas detallado de la industria petrolera en Venezuela. Sabe dónde está ubicado cada pozo y cada depósito de combustible. Conoce los proceso de exploración y producción, las comprarlos despachos, la logística, el movimiento de los tanques, los contratos, la lista completa de empleados e incluso sus historias clínicas”, porque la profesión número uno en exportación —y por ende en generación de divisas— es la médica.
Todos esos programas implicaron subcontrataciones con costos inflados, según La invasión consentida. Como ejemplo dio la compra de las tarjetas de policarbonato para los documentos de identidad: “Esta subcontratación fue por apenas USD 40,5 millones, menos de un cuarto de lo que pagó Venezuela por el proyecto”.
La Habana también diseñó un programa para formar cuadros políticos, Frente Francisco de Miranda (FFM), que no tuvo mucho éxito: “En promedio, solo dos de cada 10 reclutados en los primeros 10 años (2003-2013) permanecieron dentro de aquel ‘ejército civil’. De los 94.403 venezolanos formados en 41 avanzadas, más de 72.000 abandonaron la organización”. Sin embargo, 20.000 no es una cifra despreciable: “¿Qué otro partido político venezolano podía brindar incentivos materiales a su militancia? ¿Qué otro podía darse ese lujo petrolero sin echar mano de la hacienda pública?”, preguntó DGM.
Esta cubanización del gobierno venezolano no tuvo como contrapartida una venezuelización del gobierno cubano. Es cierto que en 2007, durante una visita de Chávez a La Habana, en la que se vio a Fidel Castro en vivo por primera vez desde su enfermedad y la asunción de Raúl Castro, el venezolano dijo: “Cuba y Venezuela pudiéramos conformar en un futuro próximo una confederación, dos repúblicas en una, dos países en uno”. Pero sus muestras de afecto siempre toparon “con la parquedad de los antillanos, que no han permitido la entrada de un solo venezolano en su gobierno ni en sus programas”.
Las fuerzas armadas: el poder dentro del poder
Mientras la atención se centraba en los entrenadores deportivos, los médicos y los técnicos que llegaban a Venezuela desde la isla, la influencia cubana se ampliaba discretamente en un sector clave: las fuerzas armadas. “Los oficiales cubanos no sólo trabajan dentro de Fuerte Tiuna. Algunos también viven dentro del cuartel”, aseguró La invasión consentida.
Según el vicealmirante Pedro Manuel Pérez, quien pidió la baja, “los cubanos han ido imponiendo su modelo de organización: qué hay que hacer cómo, cuántos hombres movilizar”. Hasta que se hizo algo explícito, como cuando en 2016 el rector de la universidad militar, mayor general Luis Quintero, dijo: “La idea fundamental es adaptar al contexto venezolano las experiencias del programa de preparación para la defensa de Cuba”.
La transformación del ejército profesional venezolano comenzó en 2005, cuando Chávez habló por primera vez del antagonismo con “el imperio” y a gestar un “Nuevo Pensamiento Militar basado en la defensa integral de la nación”. Desde entonces “los ecos de Cuba, los de su historia con Estados Unidos y los de su revolución, se fueron incorporando a la nueva doctrina militar venezolana”, argumentó DGM. En 2005 Venezuela canceló su programa de cooperación militar con los estadounidenses, que tenía ya 30 años.
El militar Raúl Baduel pasó de ser amigo de Chávez y héroe de su defensa en el golpe de 2002 a dar con sus huesos en la cárcel por su oposición al cambio de doctrina de las fuerzas armadas. Cuando estaba a punto de cumplir los ocho años que le habían tocado por corrupción, el gobierno de Nicolás Maduro lo acusó de traición a la patria, y lo envió de vuelta a la cárcel militar de Ramo Verde.
El general Antonio Rivero habló de 300 militares cubanos en Fuerte Tiuna y, tras pedir su retiro, solicitó a la Fiscalía General que abriera “una investigación sobre la presencia de oficiales cubanos en áreas críticas como ingeniería militar, inteligencia, armamento y comunicaciones de las fuerzas armadas venezolanas”, según el libro. Luego Rivero revelaría un pacto militar secreto de 2008 que, entre otras cosas, determinó “la participación de agentes de las FAR en el diseño de la red de espionaje”.
Según Rivero, el acuerdo estableció que Cuba prestaría asistencia técnica a Venezuela “para el desarrollo de su Servicio de Inteligencia Militar”, que derivó en la inauguración en 2011 de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM). “La nueva inteligencia militar venezolana nació penetrada hasta la médula por los hombres de Raúl Castro, que tienen poder para interrogar a los oficiales locales”, analizó La invasión consentida.
Rivero, que fue encarcelado, sostuvo en 2014 que “aproximadamente 500 militares activos de las fuerzas armadas cubanas”, incluido un asesor con el grado de general del ministro de Defensa, estaban en Venezuela y que hacia 2012 había más de 2.700 integrantes de la inteligencia cubana, el G2, “dispersos en diferentes sectores donde tiene ocupación el sector cubano”.
No menos importante es que, de manera similar a Cuba, los militares venezolanos asumieron papeles claves en la economía. “La Zona Económica Militar, aprobada por Maduro en julio de 2013, tres meses después de asumir la presidencia, está inspirada en el Grupo de Administración Empresarial (Gaesa) a través del cual los militares cubanos operan las principales compañías estatales en la isla”. Eso significa que los militares venezolanos manejan “miles de millones de dólares del presupuesto nacional y hay contrato sectores clave como la venta de divisas, la banca pública, la corporación eléctrica nacional y la importación estatal, distribución y venta de alimentos básicos”.
El libro cerró con la muerte de Chávez por un cáncer muy agresivo, un proceso de apenas 21 meses a pesar de las cirugías y los tratamientos de rayos y quimioterapia, y analizó por qué, aun en su ausencia, “la peculiar alianza que construyó con Cuba está viva y consolidada”. En realidad, la influencia de La Habana es más notoria desde entonces, según DGM. Y precisamente gracias a la transformación de las fuerzas armadas.
“Nicolás Maduro se apoya en los militares y los militares se sirven de Maduro. El alto mando garantiza su permanencia en el gobierno. Y, con ello, asegura su propio poder político y económico”, sintetizó La invasión consentida. “Maduro es la fachada civil —y el blanco del repudio popular— de un gobierno castrense alineado con La Habana”.
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