El relato de Yoskeili Zurita, una chica de 16 años de la ciudad esteña de Güiria golpeó a los venezolanos en abril del año pasado. En su casa ya no había suficientes alimentos como para comer todos los días. Estaba sentada en la puerta de la vivienda junto a sus dos primas cuando apareció un hombre que le ofreció trabajo en Puerto España, la capital de la isla de Trinidad (que junto a Tobago conforman la nación caribeña) y comida “toda la comida que quieras”. Yoskeili pensó que lo mejor era no ser una carga más para la familia. Al día siguiente estaba en un bote de pescadores junto a otras 38 mujeres. El viaje fue de noche para evitar a la guardia costera de los dos países. El trayecto de 72 kilómetros no parecía tan disparatado. Lo único que la inquietó realmente fue la respuesta de las otras chicas cuando preguntó qué trabajo iban a hacer: prostitución. Y ya no hubo tiempo para más detalles. Se desató una tormenta con olas de seis metros. El bote se dio vuelta. Treinta de las mujeres nunca regresaron de la profundidad del mar. Yoskeili sobrevivió agarrada de unas maderas de los asientos de la pequeña embarcación. Cuando despertó estaba otra vez en Venezuela. Se había salvado de dos desgracias.
La historia de Yoskeili es apenas una más de las protagonizadas por miles de venezolanos que escapan de la miseria para llegar al punto del extranjero más cercano a su país, una isla hasta hace no mucho tiempo despreciada por ellos. Trinidad se convirtió en la puerta de salida para los que no tienen cómo llegar a las fronteras con Colombia o Brasil. En los últimos cuatro años abandonaron el país más de cinco millones de venezolanos. Un mes después de la tragedia del bote de Yoskeili hubo otro naufragio similar en el que murieron 33 personas. El hecho provocó tal espanto que el régimen de Nicolás Maduro impidió la salida de más “balseros”. Duró poco la medida. Los pescadores pagan una coima y salen de cualquier manera. Es así como continúan los naufragios con decenas de muertos. Hace dos semanas fueron catorce. La última, otros 28.
“De Güiria salen pesqueros con muy pocas medidas de seguridad, generalmente con 25 a 30 personas, más de los que el barco puede llevar, y la mayoría sin chalecos salvavidas”, explicó el sacerdote Jesús Villarroel, director de Caritas en ese puerto. El viaje cuesta unos 500 dólares, según el sacerdote, y es organizado de manera “misteriosa y secreta” por pescadores locales que se hacen llamar “capitanes”. Para pagar, la gente vende todo lo que tiene, desde el celular hasta la heladera e, incluso, hipotecan la casa. “Y detrás están las mafias. Muchas veces se roban los botes con la gente en altamar”, cuenta Villarroel. Se calcula que en Trinidad viven actualmente unos 40.000 venezolanos. Muchos más utilizaron la isla como puente para llegar a otros países del Caribe y Centroamérica.
El gobierno de Trinidad dice que ya no puede recibir más gente y puso un cerco a la migración venezolana. A finales de noviembre un grupo de migrantes, entre los que había 16 niños, fueron deportados en dos balsas y dejados a la deriva durante un día y una noche. Un juez trinitense se condolió y los menores fueron rescatados, pero permanecen detenidos en Trinidad. Las denuncias de maltratos y detenciones son frecuentes en la isla. Y Caracas da el visto bueno a las expulsiones. En las últimas tres semanas, al menos 160 venezolanos regresaron al país en una operación de deportación coordinada por las Fuerzas Armadas de Venezuela. El primer ministro de Trinidad, Keith Rowley, considera “un asalto” la llegada de refugiados a su país y amenaza con más deportaciones para venezolanos sin papeles y para quienes, aún con estatus legal, colaboraran con ellos. El líder opositor David Smolansky, comisionado de la Organización de Estados Americanos (OEA) para la crisis migratoria de Venezuela, denunció que Trinidad y Tobago viola el principio de no devolución que protege a los migrantes y refugiados venezolanos. Dijo que se les impide desembarcar a los “balseros” y que se los devuelve al mar provocando cada vez más tragedias.
Y dentro de la isla, la situación de los refugiados tampoco es promisoria. El diario Express de Puerto Príncipe contaba hace unos días la historia de Eduardo, un venezolano que llegó allí un año atrás. Empieza a trabajar a las siete de la mañana, despertado por el olor del pimiento picante que, de forma ininterrumpida durante las siguientes 18 horas, tendrá que embotellar en un taller situado en el rincón de la casa de un fabricante de salsas en la localidad de Chaguanas. La jornada termina a las once de la noche, momento en el que se ducha en un baño improvisado y duerme algunas horas en un catre para volver a otra jornada de 18 horas de trabajo. Gana al día 200 ‘titis’ (dólares de Trinidad y Tobago, o DTT), unos 30 dólares, lo mismo que dos de sus compañeros cubanos, inmigrantes ilegales como él, pero casi la mitad de lo que cobra otra empleada trinitana.
La isla de Trinidad estuvo ligada a la historia venezolana desde que Cristobal Colón desembarcó allí en 1498, en su tercer viaje a América. Y fue incorporada a la que después se denominó la Capitanía de Venezuela. Los españoles abandonaron la isla después de duros enfrentamientos con los indígenas. “Hasta 1770 Trinidad no fue una isla de mucha importancia desde el punto de vista económico ni político ni social: era una isla prácticamente abandonada”, comenta Cristina Soriano, profesora de historia de la Universidad de Villanova en Pensilvania. Para esa época comienzan a llegar migrantes franceses católicos que huían de los levantamientos en Haití. Hasta que llegaron los ingleses. “Lo que ocurrió fue que los británicos empezaron a ver como Trinidad florecía. Este territorio creció exponencialmente desde 1783 hasta 1790, tanto en términos demográficos como en cuanto a plantaciones de azúcar. Así fue como se convirtió en un objetivo para los intereses económicos británicos”, cuenta en su libro la historiadora trinitana Debbie McCollin. Las guerras y alianzas en Europa hicieron el resto. Con la firma del Tratado de Amiens en 1802, España aceptó cederle Trinidad a Gran Bretaña, a cambio de la isla de Menorca que había sido reocupada por los británicos en 1798. Trinidad se fusionó con Tobago en 1888 y se independizó del Reino Unido en 1962. Pero siempre dependió de Venezuela para el comercio. Y en las épocas de la prosperidad petrolera, para los trinitanos, Caracas era su Meca. Para los venezolanos, la isla era un destino despreciado. El régimen chavista revirtió el proceso. Ahora, la isla es la esperanza de una vida mejor para los venezolanos costeños. Algo parecido a los cubanos con Miami. Y con el mismo signo trágico. Para llegar hay que arriesgar la vida en el mar.
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