Cuando Rosalba* decidió huir de su país natal, Venezuela, nunca imaginó que acabaría enfrentándose a tantas dificultades en el extranjero que regresar a casa terminaría siendo su única opción viable.
Pero tres años después de que esta abuela de 48 años y su familia abandonaran la bulliciosa ciudad portuaria venezolana de Maracaibo en busca de seguridad en la vecina Colombia, la pandemia de coronavirus hizo que para ellos fuera imposible llegar a fin de mes. Con el fantasma del hambre y la amenaza del desalojo que se avecinaban, tomaron la desgarradora decisión de hacer el arriesgado viaje de vuelta a casa.
“Cuando salí de Venezuela, era imposible vivir”, dijo Rosalba, refiriéndose a la situación en 2017, cuando ella, sus dos hijos adultos y sus dos nietas huyeron a la ciudad costera colombiana de Barranquilla. “Cuando regresé, era peor”.
Rosalba pasaría sólo un mes en Venezuela antes de huir una vez más, a lo que se vio obligada por el deterioro de la situación en su país.
A medida que la pandemia de coronavirus golpea duramente América Latina y los confinamientos y otras restricciones tienen terribles consecuencias económicas y sociales en toda la región, decenas de miles de los 5,4 millones de refugiados y migrantes venezolanos que se estima que viven fuera de su país han tomado la difícil decisión de retornar a casa en los últimos meses.
Empujados por las mismas causas que obligaron a Rosalba y a su familia a marcharse – las penurias y la amenaza de desalojos – muchas personas han hecho ese peligroso viaje por cualquier medio posible, en autobús, haciendo autostop o incluso a pie, desde lugares tan lejanos como Ecuador o Perú. El viaje, ya de por sí arduo, se ha vuelto mucho más difícil debido a los cierres de fronteras relacionados con la pandemia, que han obligado a muchas personas a pasar por cruces informales, que las exponen a riesgo aún mayores.
Si bien se desconoce el número exacto de refugiados y migrantes venezolanos que han regresado a sus hogares durante la pandemia, las autoridades migratorias de Colombia estiman que hasta finales de noviembre más de 122.000 personas habían regresado a Venezuela a pesar del actual cierre de la frontera entre los dos países.
Sin embargo, al igual que Rosalba, muchos de los que retornaron a su país durante la pandemia volvieron a hacer las maletas y se marcharon una vez más debido al continuo deterioro de las condiciones dentro de Venezuela. La inseguridad en el país está aumentando y la escasez de alimentos y medicinas ha empeorado, al igual que la escasez de combustible y los cortes de energía. El número de los venezolanos que están saliendo del país ya está subiendo y se estima que aumente significativamente en los próximos meses, a medida que algunas medidas de confinamiento se levantan en otros países de la región.
Antes de la pandemia, la vida de Rosalba en Colombia había mejorado lenta pero constantemente.
Encontró trabajo cuidando a una adulta mayor con discapacitad en Barranquilla mientras su hijo complementaba los ingresos familiares trabajando como vendedor ambulante y, ocasionalmente, como mecánico de automóviles. Cuando llegó la pandemia, las medidas de confinamiento impuestas para detener la propagación de la COVID-19 implicaron que su hijo ya no podía salir a la calle a vender sus mercancías, y la familia tuvo que tratar de sobrevivir con el modesto salario de Rosalba. Sin embargo, los gastos superaban los ingresos, haciendo que la comida escaseara y el dinero del alquiler fuera cada vez más difícil de conseguir, mientras la pandemia continuaba.
“El coronavirus lo cambió todo”, recordó Rosalba, y añadió: “Destrozó nuestra felicidad y nos obligó a regresar a Venezuela. Por lo menos allí teníamos nuestra casa y no corríamos el riesgo de encontrarnos en la calle”.
Debido a que los cruces fronterizos oficiales entre Colombia y Venezuela están cerrados desde marzo, la familia se apoyó en traficantes para que los condujeran por un cruce informal, donde fueron asaltados por unos criminales que se aprovechan de las personas que regresan para robarles sus escasas pertenencias y el dinero que puedan traer.
“Fue una pesadilla, una verdadera pesadilla”, dijo Rosalba, con un escalofrío. “A altas horas de la noche, un grupo de personas detuvo el camión y nos robó nuestras pertenencias. Estábamos muy asustados y rezábamos para que no nos mataran”.
A pesar de lo duro que resultó el viaje de vuelta, terminó quedándose en Venezuela sólo un mes antes de volver de nuevo a Colombia.
Explicó que las cosas en Venezuela habían “cambiado mucho” desde que ella y su familia se fueron por primera vez, en 2017.
“No hay gasolina, así que hay que ir a todos lados a pie”, dijo, recordando las semanas que pasó en Maracaibo el pasado agosto. “Me dije a mí misma, ‘no puedo vivir aquí. Al menos en Barranquilla, podré conseguir comida’”.
Así, en septiembre, Rosalba regresó a Barranquilla, esta vez sola, a su antiguo trabajo de cuidadora. Pasó dos días durmiendo en una estación de autobuses en la frontera antes de lograr ponerse en contacto con su empleadora, que le envió el dinero para un pasaje de autobús para Barranquilla. Ahora está trabajando para pagar el adelanto que le permitió reunir lo suficiente para enviar unas remesas a su familia en Maracaibo.
Aun así, Rosalba tuvo suerte. Muchos de los venezolanos que han hecho el mismo agotador viaje vuelven a sus países de acogida con poco más que la ropa que llevan puesta, y con la perspectiva de un futuro aún más incierto, debido a los efectos a menudo devastadores que la pandemia ha tenido en las comunidades que acogieron a los refugiados y migrantes venezolanos en años anteriores.
En respuesta, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, ya está incrementando su presencia en las regiones fronterizas, proporcionando alojamiento de emergencia y ampliando los servicios de ayuda médica y psicosocial, así como los programas de ayuda en efectivo. Esta semana, 158 organizaciones humanitarias lanzaron un llamamiento por 1.440 millones de dólares para responder a las crecientes necesidades tanto de los refugiados y migrantes venezolanos en América Latina y el Caribe, como de las necesidades de las comunidades que los acogen.
Al preguntarle sobre su estado de ánimo tras el difícil viaje de vuelta a la seguridad, Rosalba dijo que tiene sentimientos muy encontrados.
“Por un lado, estoy feliz de estar en Colombia y de poder mantener a mi familia”, dijo, añadiendo: “Por otro lado, es tan desgarrador estar separados”.
*Nombre cambiado por motivos de protección.
MÁS SOBRE ESTE TEMA: