Un nuevo presidente estadounidense siempre crea expectativas en su “patio trasero”, como se denominó por décadas, en forma despectiva, a América Latina. La llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, hace de esta oportunidad una muy particular. El que se va, Donald Trump, olvidó al resto del continente durante su mandato excepto por algunos gestos sin mayor sustancia y el infame muro que hizo construir en la frontera con México. Se espera que Biden revierta esa situación. Y esas expectativas son aún más grandes en Venezuela donde tanto el régimen de Nicolás Maduro como el gobierno interino de Juan Guaidó tienen esperanzas de que la nueva administración demócrata pueda ser favorable a sus intereses.
Maduro ya expresó su deseo de “abrir canales de diálogo decentes, sinceros y directos” con Biden, y que espera superar “el campo minado entre el gobierno de los Estados Unidos y Venezuela” que dejó Trump. Guaidó espera tener una mejor relación con Biden que la que tuvo con el actual presidente. Trump se burló de él y lo comparó con la figura del candidato presidencial hispano Beto O’Rourke, de Texas, después de que éste fracasara en las primarias de su partido. Guaidó dijo esta semana que aún no había hecho contacto con Biden o sus asesores directos, pero que sí había hablado con otros políticos demócratas.
Por ahora, Biden no dio señales de que vaya a realizar ningún cambio drástico en la política de sanciones de Estados Unidos hacia Venezuela. Durante la campaña planteó abrir la puerta a los venezolanos y abordar la crisis humanitaria de ese país. En octubre, durante un acto en Florida, Biden prometió conceder el estatus de protección temporal a los venezolanos que huyen de la dictadura de Maduro. Cinco millones de venezolanos dejaron el país en la última década y se convirtieron en refugiados en varios países sudamericanos. Unos 15.000 ya obtuvieron asilo político en Estados Unidos.
La relación entre ambos países navega en una ambigüedad de la que participan, incluso, las decenas de miles de venezolanos que viven y votan en Estados Unidos. En las elecciones anteriores de 2016, la zona de Doral en el condado Miami-Dade de Florida, más conocida como “Doralzuela” debido a que cerca de un tercio de la población está compuesta por migrantes venezolanos, votó mayoritariamente por Hillary Clinton. La demócrata ganó por el 52% en este distrito electoral que está ubicado a apenas 10 minutos de uno de los más destacados campos de golf que posee Trump. Pero cuando el republicano llegó a la Casa Blanca las cosas comenzaron a cambiar en Doralzuela. Trump reconoció al líder opositor de 37 años Juan Guaidó como presidente legítimo de Venezuela en detrimento de Maduro que permaneció en el poder. Un mes después de asumir, durante un discurso en la Universidad Internacional de Florida, flanqueado por las banderas de Estados Unidos y Venezuela, y tan solo pocos días después de haber recibido a Guaidó en la Casa Blanca, Trump proclamó que se había iniciado “el ocaso del socialismo” en ese país. En marzo, cuando Guaidó trató de liderar un fallido levantamiento militar para derrocar a Maduro, Trump y otros funcionarios de alto rango de su gobierno apoyaron la intentona. En abril, el Departamento de Estado permitió a los diplomáticos de Guaidó que tomaran posesión de la Embajada de Venezuela en Georgetown, en Washington. Y el Departamento del Tesoro impuso una nueva larga lista de sanciones. Incluso, Guaidó fue invitado de Trump durante uno de sus discursos del Estado de la Unión ante el Congreso pleno, donde el venezolano fue recibido con una ovación.
Hasta ese momento, ningún otro presidente estadounidense había llevado a cabo tal demostración de fuerza en contra del asediado régimen autoritario de Venezuela y los vene-americanos, cambiaron su actitud pro-demócrata y lo apoyaron. Los más apasionados incluso se autodenominan “magazolanos”, que es la unión de los términos “MAGA”—Make America Great Again—y el gentilicio venezolano. Incluso, adoptaron y defendieron las teorías conspirativas del trumpismo. El propio Trump utilizó la situación venezolana para desprestigiar a su rival. Dijo que Biden era socialista y que apoyaba al chavismo. A inicios de octubre de este año, cuando Trump contrajo Covid-19, miembros de un grupo de Facebook llamado “Venezolanos con Trump 2020” publicaron oraciones para su recuperación, e incluso un usuario afirmó que era “el hijo elegido de Dios”. Por otro lado, un video publicado en la página del grupo acusaba al movimiento “Black Lives Matter” de ser un grupo marxista y, además, insinuaba que las protestas por George Floyd eran una estrategia premeditada para desestabilizar al país. Y esta vez, en Doral, terminaron votando masivamente por Trump.
Maduro rompió las relaciones diplomáticas con Washington en enero de 2019, después de que la administración Trump, junto a otros 60 países, reconociera a Guaido como presidente legítimo. También acusó a Maduro de tráfico de drogas y ofreció una recompensa de 15 millones de dólares por información que condujera a su detención. “Donald Trump dejó un campo de minas entre el gobierno de los Estados Unidos y Venezuela... dejó un pantano. Lo sé, lo sabemos”, dijo Maduro en un discurso la última semana, y añadió que esperaba que la administración de Biden acabara con el “intervencionismo en Latinoamérica”. “Con el tiempo... trabajaremos, ojalá, para reanudar canales de diálogo decentes, sinceros y directos entre el futuro gobierno de Joe Biden y Venezuela”, agregó. Maduro y Biden tuvieron un muy breve encuentro protocolar en Brasilia cuando asumió la presidencia Dilma Rousseff, en enero de 2015. Allí, el estadounidense aprovechó el momento para pedirle al venezolano que libere a los presos políticos.
Para Biden, un diálogo buscando la salida de Maduro no le será nada fácil. El régimen venezolano no podría sobrevivir sin el apoyo de sus aliados: Cuba, Rusia, China, Turquía e Irán. Negociar con Maduro sería, de alguna manera, reconocer la legitimidad de la intervención de esos países en su esfera de influencia. Y, probablemente, nunca podría existir ese acercamiento si no se integra a, al menos, algunos de esos países a la mesa. Cuando le preguntaron a Guaidó, que es quien lidera el boicot a las elecciones legislativas de este domingo, cómo veía la posibilidad de una negociación con el chavismo, fue contundente. “Sería una tragedia”, dijo. “No tengamos ninguna duda de que a veces, la comunidad internacional caería en la tentación de llevarse bien con el dictador. Pero, ¿cuál es el incentivo para el dictador (para irse) si sabe que va a ser reconocido? Ninguno”.
La esperanza de Guaido es mantener el “apoyo bipartidista” tanto de demócratas como de republicanos, así como que los países que reconocen a su gobierno mantengan su posición de boicot contra las legislativas. “Sería difícil llamar a ese proceso una elección”, dijo en una entrevista en su casa con la agencia Reuters. “El objetivo de Maduro ni siquiera es ganar legitimidad”, agregó. “Su objetivo es aniquilar la alternativa democrática en Venezuela”.
El proceso abierto con el boicot electoral deja el camino despejado para que el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) de Maduro se quede con la mayoría en la Asamblea Nacional, la única institución que sigue en manos de la oposición. Sin la Asamblea, Guaido perdería legitimidad formal, dejando a los gobiernos que lo han respaldado, y particularmente a Biden, en una difícil posición diplomática. Guaido espera que Biden coordine una política más eficaz con la Unión Europea y otros países de América Latina para sancionar a Maduro. “Tenemos que poner al gobierno estadounidense en la misma página que Europa, y con los países de la región... y estandarizar las sanciones. No sólo deben ser aumentadas, sino que deben ser estandarizadas para evitar que la dictadura pueda burlarlas”, insistió.
Y si bien, asegura no tener ninguna intención de promover un nuevo golpe de Estado, cree que a los poderosos militares venezolanos “se les debe ofrecer incentivos” para que retiren su lealtad a Maduro. Trump lanzó en reiteradas oportunidades amenazas veladas de enviar fuerza militar para derrocar a Maduro, una esperanza a la que se aferraron los venezolanos más radicales, culpando después a Guaido cuando no se materializó. “Nadie ofrece una acción militar, ni como primera, ni como segunda, ni como tercera opción” asegura ahora Guaido. Sabe que Biden está muy lejos de apoyar una asonada militar aislada de un contexto de levantamiento popular.
Por ahora, desde Washington continuarán con el apoyo de la supervisación por parte de la oposición venezolana a los activos extranjeros de la empresa petrolera estatal PDVSA, entre los que se encuentra la empresa de refinación de gasolina Citgo. Al gobierno interino también se le dio el control nominal de 342 millones de dólares de fondos en cuentas de bancos estadounidenses que fueron confiscados al gobierno de Maduro. Aunque no tienen la total libertad de manejarlos.
Un primer indicio de lo que sucederá en las relaciones venezolano estadounidenses seguramente se podrá percibir el 5 de enero cuando supuestamente terminará el mandato de la Asamblea opositora y pretendan asumir los elegidos en esta elección sin rivales. Trump todavía estará en la Casa Blanca, pero será apenas “un pato rengo”, como se denomina al presidente saliente en la jerga política de Washington, y Biden o alguno de sus funcionarios de área tendrán que tomar posición.
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