El olor a humedad penetra las paredes de casas agrietadas por la furia del agua, mientras carros permanecen incrustados en el barro tras una de las inundaciones que han asolado varios estados de Venezuela en el último trimestre.
Los desastres dejados por intensas precipitaciones suman otro dolor de cabeza a los venezolanos, que además de lidiar con la imparable inflación, cortes eléctricos, escasez de combustible y colapso de servicios públicos, han quedado sin nada.
“Yo perdí todo, quedé desnuda, perdí mi cama, todo, esta ropa que tengo es donada”, cuenta a la AFP Deici Rodríguez, una cocinera de 62 años que resiente los efectos de la peor lluvia registrada en su comunidad en los últimos 30 años.
Deici vive en Maracay, capital del estado Aragua (centro), bordeada por ríos que nacen en una cadena montañosa de paisajes idílicos.
Los estragos se replican en los occidentales estados Lara, Mérida, Táchira, Falcón y Zulia, con decenas de miles de afectados.
Aunque ha habido inundaciones antes, Deici sostiene que “esta lluvia hizo más daño” que las anteriores.
Al subrayar las afectaciones en Aragua, el gobernador chavista, Rodolfo Marco Torres, sostuvo, por ejemplo, que en uno de los casos llovió en siete horas “lo que históricamente llueve en quince días”.
“Uno no puede dormir”
Desde el 9 de septiembre, Leonardo Silva, un ex policía de 37 años, sufre insomnio cada vez que llueve. Ese día las aguas arrasaron unas 30 plantas del huerto que su familia usaba para paliar la crisis y, además, se ahogaron varias gallinas.
“Ya uno no puede dormir pensando en el río”, comenta Leonardo, sobre las inundaciones que tan solo en Aragua han causado daños a 6.000 viviendas, según las autoridades.
Para César Silva, padre de Leonardo, “este año las lluvias fueron más desastrosas”.
“Nunca aquí en cincuenta y pico de años que tengo viviendo hubo una tragedia de esa magnitud”, comenta César, conductor de 66 años que enfermó de covid-19 junto a su esposa una semana después de las inundaciones que arrastraron la pared perimetral de su casa.
Trabajadores de la gobernación llevan semanas sacando gigantescas piedras y toneladas de sedimentos. También han demolido los restos de estructuras destruidas por la crecida.
En el lugar, hay una pequeña capilla católica casi intacta, algo que ha llamado la atención de los habitantes. Comparado con los daños sufridos por estructuras cercanas, el templo, donde hace meses no se celebran misas por la pandemia, se mantuvo en pie.
“Perdí mi capital”
Dueño de una pequeña venta de víveres, Argenis Cavanerio, de 43 años, quedó arruinado. Toda su mercancía se perdió.
“Perdí mi capital, no tengo plata”, lamenta el comerciante, que trata de levantar de a poco su pequeña tienda que reabrió hace apenas unos días. Ha tocado varias puertas en búsqueda de una ayuda gubernamental, sin éxito.
Algunos pobladores han recibido créditos, pero otros como Argenis esperan un socorro oficial.
El impacto de las lluvias parece estar lejos de terminar. Expertos prevén que para el trimestre comprendido entre noviembre 2020 a enero 2021 superen la media histórica por la influencia del fenómeno climático “La Niña”, que será entre “moderado y fuerte”, según un informe de la Universidad Central de Venezuela.
La idea de emigrar y llevarse a sus tres hijos, ronda ahora a Leonardo, desempleado en la actualidad. Siente que la naturaleza les ha propinado "un golpe bajo" que agrava las carencias que ya venían padeciendo.
Para él, la situación es "fatal".
"La crisis nos golpea el bolsillo y pasan estas cosas, solo le pedimos fortaleza a Dios, no hay de otra, porque ¿cómo repone uno todo lo que se perdió?".
(Por Margioni Bermúdez - AFP)
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