Andrés Figueredo es cineasta, economista y empresario venezolano de 29 años. Apasionado por el cine, y en el contexto de un país golpeado por la delincuencia y la violencia, con apenas 17 años se interesó en una temática: las cárceles venezolanas. Tema que aborda el documental “La Causa”, que se estrenó este martes en plataformas digitales como iTunes, Amazom, Vimeo on Demand y Google Play.
Su primera visita a un centro penitenciario fue once años atrás, a la cárcel de El Rodeo, ubicada a las afueras de Caracas: “Fue tan impactante lo que vi: un indígena wayúu que se estaba muriendo de hambre por haberse robado un reloj y pasó nueve meses con tuberculosis, vomitando comida, que me hice la promesa de enseñarle a Venezuela y al mundo lo que estaba pasando en las cárceles, que son controladas por los propios presos, y las condiciones infrahumanas en las que vivían ahí”.
En diálogo con Infobae, el cineasta venezolano contó cómo fueron estos once años de proyecto, en los que realizó cientos de visitas a once cárceles, que le permitieron recolectar más de 400 horas de material.
El proceso no fue nada sencillo. En los primeros tres años, siempre con el temor latente por el mundo que estaba explorando, logró generar una relación de confianza con los “pranes”, los jefes de las bandas que operan en las cárceles. Eso le permitió tener acceso a lugares y situaciones que casi nadie puede. “Los pranes eran los que me daban acceso (...) Ellos quieren enseñar su realidad, de dónde vienen, y también denunciar. Son tantas las entrevistas que hice, y las personas que conocí, que tienes todas las gamas de respuestas y personalidades”.
También fue testigo directo de la connivencia que existe entre las fuerzas de seguridad venezolana y los presos. “Las armas antes estaban en manos de la policía en contra del hampa, y ahora en manos del hampa en contra de la policía, y son los mismos policías los que se las venden, y la misma Guardia Nacional la que las pasa para adentro”.
Durante estos años pasó por diversos estados de ánimo, como consecuencia de la cruda realidad que observaba en cada visita. En esos momentos de estrés, nerviosismo, y pesadillas, decidía tomarse un poco de tiempo para oxigenarse y volver a encarar el proyecto. Lo peor que atravesó, sin dudas, fue en 2011 cuando fue víctima de un secuestro exprés en Caracas. Pero a pesar de todo esto, Figueredo siguió adelante porque se involucró “humanamente” no sólo con el documental, sino con los propios protagonistas del mismo: “La manera en que las cosas cambian es cuando la gente las ve; yo creo que ese es uno de los poderes que tiene este documental, o los documentales generales, que cuando uno cuenta historias puedes motivar mucho más a la gente a tomar acción. No nos movemos por números, sino por historias”.
Con ese espíritu de ayudar e involucrarse, llegó a crear un estudio de música dentro de la Penitenciaría General de Venezuela, y un grupo de Hip Hop llamado “Free Convict”, integrado por presos.
-¿Cómo nació este proyecto, y por qué te interesaste desde tan joven por las cárceles venezolanas?
-Empecé este documental hace casi 11 años; conocí al diputado Gilber Caro, que sale en el documental. Él había sido lo que llaman “pran”, jefe de una mafia penitenciaria, y me contó su vida: él se había transformado a través del Evangelio, se volvió cristiano, transformó su vida estando en unos de los lugares más difíciles como es la cárcel. Teniendo 17 años me pareció una historia tan impactante, y le dije que yo iba a hacer un documental sobre eso. Él me dijo que para hacer eso tenía que conocer las cárceles de verdad. La primera vez que entré a El Rodeo, que fue con él, lo que vi fue tan impactante que me hice una promesa interna. La primera imagen que tuve fue en una enfermería de El Rodeo… no solamente los olores, y la energía que se sentía, sino lo que vi fue tan impactante que eso fue lo que me mantuvo por mucho tiempo en este proyecto. Cuando estaba entrando vi en la esquina de la enfermería algo que parecía un esqueleto, como con piel encima. Mi primera reacción fue que era un esqueleto. Pero se movió, y vi que era una persona: era un indígena wayúu, que había pasado los últimos meses vomitando porque tenía tuberculosis, y no le entraba la comida. Esa fue la primera foto que tomé, pero haciéndome la promesa de enseñarle a Venezuela y al mundo lo que estaba pasando en las cárceles. Me tomó diez años porque me fui a estudiar a la universidad fuera del país. Seguía teniendo contacto con las personas en las cárceles, pero iba y venía mucho. También era un mundo muy denso, en el cual establecer relaciones era una parte importante para mí para hacer el documental muy humano, muy cercano, porque la idea no era hacerlo como un acercamiento estadístico, sino más del lado empático, humano, de quiénes son las personas que están detrás de este sistema. Sin dudas es un sistema muy destruido, con muchísimas injusticias, y obviamente es una locura que las cárceles sean controladas por los propios presos con armas adentro, que entren niños, que haya animales, motos, es un ambiente muy raro pero también vives muchos momentos muy complicados que quieres parar, ya no aguantaba. Tuve amenazas, me secuestraron; el secuestro no fue relacionado al documental, pero eran personas que habían estado en El Rodeo, la primera cárcel que yo visité. Ese tipo de experiencias generan cierta sensación de ansiedad y estrés. Había momentos que tenía pesadillas. Parte de lo que me mantuvo fuerte fue la promesa que yo me había hecho de enseñarle esa realidad al mundo, y no dejarlo como una simple documentación, sino tratar de hacer algo de activismo detrás de esto para que por lo menos algo cambiara. Y la primera manera en que las cosas cambian es cuando la gente las ve; yo creo que ese es uno de los poderes que tiene este documental, o los documentales generales, que cuando uno cuenta historias puedes motivar mucho más a la gente a tomar acción. No nos movemos por números, sino por historias.
-Desde hace años las cárceles venezolanas son señaladas como unas de las más violentas y en peores condiciones. ¿Cómo podías ingresar y entrar en contacto con los jefes de las bandas, por ejemplo?
-Con permiso del sistema interno. Los pranes eran los que me daban acceso. Llevábamos un equipo de béisbol, o un equipo de básquet, a jugar dentro del penal, y grababamos los partidos, y eventualmente yo logré sentarme a hablar con los pranes para decirle ‘mira, yo quiero hacer un documental sobre las cárceles en Venezuela, y quiero enseñar todo lo que aquí sucede’. Ellos querían contar su realidad. Por eso creo también que me dieron acceso. Los pranes quieren enseñar su realidad, de dónde vienen, y también denunciar. Son tantas las entrevistas que hice, y las personas que conocí, que tienes todas las gamas de respuestas y personalidades. Uno no puede hacer juicios de valores generalizados. Puedes conocer gente buena dentro de estos sistemas, que pueden ir transformándose y convertirse en gente muy buena, como el caso de Gilber Caro, como el caso de los Free Convict, el grupo de hip hop que creamos dentro de la cárcel. Yo llegaba intentando ser lo más documentalista posible. Creo que lo que me permitió mantenerme tanto tiempo en ese ambiente con cámaras en la mano era que había logrado cierta confianza con la gente; yo no estaba ahí para perjudicar a nadie, era un trabajo genuino de entender, y también estaba llevando cosas positivas.
-¿Entre esas cosas te referís a las actividades sociales que realizaste, como la creación de un grupo de hip hop?
-Yo llevaba conciertos de música, hicimos un concierto con dos artistas de hip hop venezolanos, y en ese concierto conocimos a Free Convict, que era un grupo de free style de ellos, dentro de la cárcel, y decidimos con un socio que tiene una productora de música construir un estudio de música dentro del penal, para crear como este tipo de oasis, o de ambiente donde desde adentro podíamos ayudar a la gente a transformarse. Obviamente cuando llegas a un lugar donde nadie los ayuda, el mismo Estado no le para mucho lo que sucede ahí, y traigas herramientas… los pranes entraban al estudio y decían ‘que vaina tan arrecha esta’. Hicimos un disco de hip hop dentro de la cárcel. Lo que lleva muchas veces a estos jóvenes delincuentes a caer en esos mundos son las bandas delictivas, porque es el tema de pertenecer a una comunidad, de tener una figura como de jerarquía y estructura que normalmente puede que en sus casas no haya. No hay un papá que esté ahí presente, o al papá lo mataron, o está preso, entonces muchas veces tu círculo social, el entorno de tu barrio, el malandro del barrio es el que te permite a ti tener ese poder adquisitivo. Cómo esa misma mentalidad la utilizas para transformar a las personas, y hacer el bien. Y creo que es lo que el grupo Free Convict logró: era el mismo concepto de grupo, de sentido de pertenencia, de progreso que puedes tener, pero hacerlo positivo. Un tipo de estructura meritocrática, pero que veías el resultado de tu trabajo muy inmediato porque una canción la escribes, la grabas, la escuchas, además el arte pega en la fibra moral de la gente. Esa transformación creo que muchas veces se da por psicología, arte o religión, porque trata estos temas. Es una manera de entenderse a ellos mismos, hablar de su pasado, de cómo reconciliarse consigo mismo primero para después contar su historia. Yo creo que esa parte me ayudó mucho también.
-¿Costó mucho generar confianza con los presos?
-Los primeros tres años no me atrevía a estar por ahí con la cámara, sino que solamente la sacaba, grababa un poquito al equipo de básquet, e iba logrando poco a poco. Por eso me tomó tanto tiempo hacer este documental. Yo necesitaba llegar al lado humano de esto, porque en verdad para lograr la transformación de este sistema se necesita generar empatía, y como la mayoría de la gente no se atreve a meterse en una cárcel para generar esa empatía, creo que el llegar y contar una historia, llegar con un documental con el que estás diciendo la verdad, y como tú lo abarcas a nivel de artista y de director, creo que eso ayuda mucho a comunicar el mensaje, a tener un impacto en la sociedad, a generar un cambio profundo. Fue un trabajo que me tomé muy en serio porque la responsabilidad que implicaba.
-El hecho de que el proyecto te haya demandado tantos años te permitió haber visto el mundo de las cárceles en Venezuela en diferentes etapas del país. ¿Qué cambios viste desde que arrancaste hasta que terminaste las visitas?
-Cuando pasas tanto tiempo, suceden cambios. No te hablaría de cambios estructurales dentro del sistema, sino más cambios de distintos “pranes” que llegaban y cómo un “pran” manejaba un penal versus otro “pran”. El sistema de vacío de poder que existía, que los pranes tuvieron que llenar, creando este tipo de dictadura militar, código hammurabi, ojo por ojo, diente por diente, si robabas te daban un disparo en la mano. Hay mucho de castigo corporal para mantener cierto orden dentro de ese desorden carcelario, y sí veías cómo el manejo de un pran o un jefe versus el otro manejaban las distintas cárceles. Como el gobierno después empezó sistemáticamente a intervenir en estos penales porque se les escapó de las manos. Por un momento no le paraban mucho, porque la sociedad no estaba hablando del tema, pero llegó un momento en que se armaron tanto, y había tanto de esas mafias controlando sectores del país, barriadas populares, sectores y urbanizaciones enteras, entonces el gobierno se vio obligado a intervenir, y eso fue una política donde tienes enfrentamientos armados de meses. En El Rodeo estuvieron meses enfrentándose el gobierno contra la población penal. En San Juan, en la Penitenciaría General de Venezuela, también; hubo un mes que no les pasaban comida ni agua para debilitarlos de alguna manera, y debilitar la estructura penal. A nivel humanitario es bien complejo el cómo recuperas las cárceles de Venezuela, por dónde empiezas. Porque si tienes a la gente armada, esencialmente son estados paralelos, donde tienes que tener una política como tuviese un Estado contra el otro, si tienes que desarmar un grupo bélico dentro de un Estado. Eso es una responsabilidad muy grande para un gobierno, para un ministerio, y no creo que eso se haya afrontado de la mejor manera. Pero sin dudas se vio mucho el deterioro.
-Uno imagina que si los presos tienen armas en su poder, es porque existe cierta connivencia con las autoridades. ¿Cómo es el nexo entre estos grupos y las fuerzas de seguridad del régimen?
-Documentado no lo tengo, a nivel de haberlo visto, pero sí a nivel de quién controla la puerta. Al principio del documental enseño a un traficante de armas, que dice ‘a mí estas armas me las da la policía’. Esas armas antes estaban en manos de la policía en contra del hampa, y ahora en manos del hampa en contra de la policía, y son los mismos policías los que se las venden, y la misma Guardia Nacional la que las pasa para adentro. Esto obviamente te habla de un nexo directo. Para que eso pase tiene que haber cierto permiso desde estratos más altos dentro de las estructuras de poder. Si quisiese acabar con el problema lo hacen como lo han hecho en otros penales, pero también tienes el problema de que pueden suceder masacres. Puede haber un estallido y un enfrentamiento tan fuerte que, personas que están dentro de la cárcel no han sido sentenciadas… porque eso es lo otro, el 80% de la población penal en Venezuela no está sentenciada. Entonces si no estás sentenciado y estás preso antes los ojos de la ley eres inocente todavía. ¿Entonces cómo logras tu entrar en esas cárceles, cómo se justifican las ejecuciones extrajudiciales de estas personas?
-Mencionas un tema que está en la agenda actual de Venezuela, que es el de las ejecuciones extrajudiciales. Hace poco vimos el informe de la ONU, y vos sos una persona que estuvo mano a mano con la gente que está en las cárceles. ¿Tuviste relatos de torturas o ejecuciones?
-Lo que sí me han informado es de personas que estuvieron presas que salen a sus barrios, y que de pronto están sentadas en su barrio, entra un equipo y los matan. Tuve un amigo cercano que estaba comiendo con su primo y un amigo, entraron y lo mataron. Sin nada les llegaron, sabían quién era, no recuerdo si fue el FAES o uno de esos cuerpos policiales.
-En este marco de vínculos con las bandas criminales, ¿has visto, o tenido contacto con presos que han sacado a las calles para apoyar manifestaciones chavistas, o para atacar marchas opositoras?
-Eso empezó a pasar más en el 2017 con las protestas, y yo ya no estaba entrando tanto a las cárceles porque las que yo iba las habían cerrado. Pero es un tema que ciertos medios lo han reportado, y no me parece descabellado que pueda pasar porque si ya tienes ese tipo de contacto y tienes entrada y salida… si yo podía entrar y salir a veces sin siquiera presentar un documento porque simplemente el capitán de la Guardia Nacional me conocía, y me dejaba pasar.
-Comentaste que sufriste un secuestro 2011. ¿Cómo fue esa situación? ¿Sufriste algún hecho de violencia en algunas de tus tantas visitas a las cárceles?
-Lo del secuestro fue un secuestro exprés, que en Venezuela estaba pasando mucho eso en 2011. Estaba yendo a ver el partido Venezuela-Paraguay, llegaba a lo de un amigo y cuando me bajé del carro se paró una camioneta al lado mío, se bajaron tres tipos con capuchas y pistolas. Había varios amigos míos, pero nos agarraron a tres. En el medio del secuestro me pusieron la pistola en la cara, en la boca, trataban de averiguar quién era, qué estaba haciendo, para ver cuánto dinero podían sacar. En las conversaciones del secuestro el tipo me dice ‘yo con mis secuestros soy un hombre de negocios, yo por este negocio he estado preso’. Y yo le pregunté en qué cárcel, y me dijo en El Rodeo. Yo conocía a los pranes de ese momento, y le dije ‘¿tú conoces a tal y a tal?’, y él se da vuelta y me dice ''¿tú quién eres pana, narcotraficante o qué?'. ‘No no, yo trabajo en las cárceles de Venezuela, tengo un proyecto social’, y eso los descuadró. En el momento sentí que entendía a la persona que estaba detrás de la máscara, como ya había tenido interacción antes. Además generalmente en situaciones de mucha presión estoy muy calmado. Pero en las cárceles obviamente hay muchos momentos de miedo, más que ocasiones específicas es el ambiente general de mucha maldad. Ciertas personas viéndote, el contacto humano con personas que están muy cargadas de rencor… Como yo visité once cárceles distintas, y empezó a haber problemas entre estas cárceles, hubo un momento en que me amenazaban de una cárcel porque estaba yendo a las otras, y me decían que me iban a picar en pedacitos. Me llegó una amenaza, no presencial, pero sí por teléfono, que me iban a picar en pedacitos. Otras veces me dijeron que fácilmente me podían secuestrar y matar. O sea, más amenazas que cosas directas. Sí tuve momentos en los que escuchaba disparos dentro del penal; de repente escuchaba una ráfaga, y sabías que a alguien lo habían ejecutado, pero no lo viste. Vi a una persona que le dieron un tiro enfrente mío. También estaba el miedo de que la Guardia te descubriera haciendo algo que no debías, que el gobierno se enterase y nos metieran presos a nosotros por estar metiendo cámaras. Y el hecho de estar en un momento en el que no sabes si te están siguiendo… Por ahí el pran te dio permiso, pero no sabes si otras bandas que operan allí pueden encontrarte en la calle o buscarte.
-Si a algo se dedicó la dictadura de Maduro en los últimos años fue a perseguir, e incluso detener y torturar a opositores y a quienes denuncian lo que ocurre en Venezuela. ¿Pensas que ahora que saldrá a la luz este documental podrás volver al país? ¿Sentís que puede traerte consecuencias?
-Obviamente estamos en un país en el que hay ciertas personas en las instituciones que no les gusta que la gente hable la verdad. Y esta es una verdad innegable que yo viví. Yo no estoy haciendo un montaje. Son más de diez años de evidencias documentadas. El peligro es ese: cuando le hablas la verdad al poder, y el poder no asume culpa, no ve las fallas que pueden tener, a veces reaccionan de manera bastante agresiva, obviamente eso genera miedo. Conozco casos de personas que no debían estar presas, y lo están, o personas que deberían estar presas y no lo están. Entonces sin dudas genera miedo, pero al miedo hay que vencerlo, y hay que luchar, porque si queremos recuperar el país, que nuestra gente regrese, y que nuestra sociedad se transforme, no podemos dejar que el miedo gane. Eso es parte de quien yo soy, de mi misión. El miedo también estaba cuando ingresaba a las cárceles. Pero mi campo es la lucha social, tratar de mejorar las condiciones de vida de Venezuela, y de mis hermanos, de mi gente cercana.
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