Es impresionante verlos caminar, con solo un morral al hombro, desde diversas ciudades del país. Su objetivo es alcanzar la línea fronteriza, como si fueran los caballeros del Rey Arturo en búsqueda del Santo Grial. Son cientos de kilómetros que paso a paso, sin medirlos, van dejando, casi siempre bajo el inclemente sol. Huyen del hambre que está azotando al país, especialmente en los estados del interior.
El transporte público ya es casi inexistente, no solo por la escasez de combustible, sino por los exorbitantes precios de los cauchos, lubricantes y repuestos. Esta es una segunda etapa de migrantes que en masa huyen en búsqueda de un destino mejor, de supervivencia.
La mayoría lleva en la espalda el morral tricolor, que alguna vez el Ministerio de Educación repartió en las escuelas públicas. Ahí deben llevar si acaso un par de mudas de ropa y en la mano o en los brazos a los niños.
Esta segunda oleada de migrantes se diferencia de la primera porque parecen resignados a no regresar. Van con lo indispensable, pero lo más valioso. La primera vez miles de venezolanos viajaban, casi siempre en autobús o busetas del transporte público. Eran cientos las unidades que empezaron a hacer viajes exclusivos para trasladar a quienes se iban del país, con la esperanza de conseguir trabajo y un nivel de vida mejor en otros países.
Con la llegada de la pandemia a nivel mundial, el cierre de fuentes de trabajo, la imposibilidad de pagar alquiler y poder subsistir, un porcentaje de miles de venezolanos de la diáspora decidieron regresar. Y sufrieron miles de obstáculos para llegar a la frontera, pero sobre todo para pasar la línea fronteriza.
El régimen venezolano no los trató con la consideración debida, una vez que la cantidad de migrantes colapsaron los centros de atención y los refugios de las cuarentenas necesarias. Hay funcionarios que los calificaron de bioterroristas, otros los amenazaron con enviarlos a cárceles destinadas a presos de alta peligrosidad.
Pasaron los meses y los casos de Covid-19 no disminuyeron, sino que los contagiados y muertos van creciendo cada día más, lo que es casi una tragedia ante el deteriorado sistema de salud venezolano. Los mejores recursos están reservados para los más altos jerarcas del poder.
Huir o morir
Ya no hay nada que mitigue el hambre de miles de familias. La desesperación está llevando a cientos de personas, cada día, a lanzarse a las carreteras para llegar a la frontera y pasar hacia Colombia, en busca de un mejor nivel de vida para sus hijos.
José Gregorio Zambrano, un militar retirado, quien acompañó a Hugo Chávez el 4 de Febrero en la intentona golpista contra Carlos Andrés Pérez, y hace unos años se apartó de la revolución, observó y grabó a cientos de esos migrantes, cuando cruzó la carretera de Caracas hacia el Táchira, el 27 de septiembre.
“Son centenares todos los días de diferentes sitios”, dice asombrado para Infobae. Narra que algunos de los viajeros pretenden ir hasta Bogotá. “Todos esos videos fueron hechos entre Barinas y La Pedrera”, que es uno de los estados del llano venezolano, y cuya distancia desde la capital del estado Barinas hasta la última población entre los estados Barinas con Táchira, que es La Pedrera, hay cerca de 200 kilómetros.
Confiesa Zambrano, quien fue presidente de El Hipódromo y, como comunicador social, director de la emisora YVKE y periodista de VTV, que “causa tristeza, indignación e impotencia ver ese drama. No hay ningún organismo apoyando a esa gente. Algunas personas en la vía los dejan bañarse, dormir en un pórtico o debajo de árboles. Hay vecinos que se organizan y les dan algo de comer o agua con papelón. Esos viajeros la están pasando muy mal”.
Por otra parte, el productor José Antonio Castillo, cuya familia vive al margen de la carretera, entre Guanare y Barinas, relata que “eso tiene ya varias semanas. Un día empezamos a ver pequeños grupos de personas que pasaban como en procesión. A veces va una mujer sola con niños o un hombre solo con algún niño, pero la mayoría son varias personas. También han pasado grupos grandes de amigos y familiares”.
“Vienen de todas partes. La hija mía, que tiene una finquita más abajo y saca productos a vender a orilla de la carretera, es la que más contacto ha tenido con alguna de esa gente, que a veces le pide agua e incluso comida. Todos huyen por miedo al hambre que están pasando en Venezuela”.
“Es impresionante pensar que se vienen caminando desde Maracay o Valencia, desde San Felipe o Barquisimeto, porque eso es muy lejos. Todos van hacia la frontera para ir hacia Colombia o seguir a Ecuador y Perú”.
Revela que “pocos se quedan a dormir en el camino. Se les ve descansando, aprovechando algún techo, pero solo un rato, porque el sol pega duro por aquí. Algunos vecinos improvisan recipientes con agua para que puedan tomar y llenar las botellas de plástico que casi todos llevan consigo. El domingo en la misa comentábamos lo impresionante que es el desgaste de los niños, porque algunos son muy pequeños y los llevan caminando, sobre todo cuando van con mujeres solas”, dice Castillo.
El mundo en Fuerte Tiuna
La brecha social en Venezuela es cada vez más amplia. En Caracas el impacto es menor, porque el Ejecutivo trata de mantener la apariencia de normalidad, con la electricidad, el agua potable, el gas doméstico e incluso el combustible.
Pero los privilegios arropan a los altos jerarcas de la revolución. Son ellos los del acceso a los alimentos, a dólares, medicinas, servicios, entre otros.
El centro de mayores privilegios de altos funcionarios civiles y militares está en el Fuerte Tiuna. Por ejemplo, fue acondicionado, mejor que el Hospital Militar de Caracas, y con todas las garantías el Hospitalito “Dr. Vicente Salias Sanoja”, que está dentro del Tiuna.
Mientras la escasez de combustible afecta a todo el país, otro mundo hay al atravesar las puertas del más importante fuerte militar del país. Hay una estación de servicio de combustible que solo usa la comitiva del presidente de la Asamblea Constituyente, Diosdado cabello, los más altos generales, los ministros de mayor relevancia.
Esa gasolinera está ubicada dentro de lo que era el servicio de Transporte del Ejército, que fue trasladado al Fuerte Guaicaipuro; en su lugar funciona la Dirección de Cartografía del Ejército. Es una estación para privilegiados, con acceso a combustible subsidiado.
Fuera de allí, las colas para surtir combustible son de días, en el interior del país pasan semanas sin que llegue una gota de combustible. Los estados más afectados son los fronterizos.
Por ahora un río humano de venezolanos se dirige hacia la frontera, huyendo del hambre.
MÁS SOBRE ESTOS TEMAS: