De un expreso político en libertad para un preso político con casa por cárcel. Lorent Enrique Gómez Saleh le escribe al diputado Juan Carlos Requesens Martínez. Los dos estuvieron en manos del Servicio Bolivariano de Inteligencia (SEBIN). Son contemporáneos. Aquel nació en 1988 y éste un año después. El primero en libertad, pero desterrado en España, desde el 12 de octubre 2018, después de cuatro años y un mes preso y torturado. El parlamentario fue detenido el 7 de agosto 2018 y permaneció en el SEBIN hasta el 28 de agosto 2020, cuando le dan casa por cárcel.
Requesens se dedicó a la política, Lorent a la defensa de los derechos humanos. Aquel nació en Caracas y resultó electo como diputado por el Táchira. Lorent nació en Táchira pero su desarrollo como dirigente fue en Caracas. Lorent nos dijo en una entrevista “Quienes soñamos cambiar el mundo, jamás nos damos por vencidos”. Requesens dijo en la Asamblea Nacional: “Yo me niego a rendirme. Me niego a arrodillarme frente a los que hoy quieren quebrarnos la moral”.
Estos dos hombres, que han vivido extrañas coincidencias, no han sido amigos, no han compartido largas conversaciones, ni presenciales ni telefónicas, ni siquiera son del mismo partido. Uno, el diputado, estudió en la Universidad Central de Venezuela; Lorent en la Universidad Alejandro de Humboldt. Cuando el joven desterrado se enteró en Madrid, donde vive, que Requesens fue trasladado del Sebin a su casa, se apresuró a escribirle una carta, como al amigo con el que siente que hay un imperioso compromiso, aunque no sabe por qué.
Hermanos que duelen
“Juan ha sobrevivido al Helicoide y ayer durmió en su hogar. ¡Bendito sea Dios!”, empieza diciendo Lorent Saleh, antes de desplegarse en lo que sin duda lo identifica con Juan Requesens. “Hoy cabe preguntarse, ¿cuánto vale el abrazo de tu hijo luego de infinitas noches de zozobra lejos de él? ¿Cuánto vale abrazar a tu familia luego de meses de doloroso cautiverio y soledad? Esa sonrisa de amor y felicidad de un secuestrado que sobrevive al terror y regresa a su hogar es única, estremece el corazón, nos llena de emoción y nos hace llorar en un estallido de sentimientos que no terminamos de identificar”.
“La última vez que vi a Juan fue por medio de una reja oxidada que se interpuso entre nuestro abrazo fugaz. Juan había llegado al Helicoide y lo tenían en la zona norte, al lado de lo que una vez fue un gimnasio, a unas 15 rejas de mí”. Dice Lorent que rejas adentro hay un código. “Cuando un hermano llega a prisión, es una misión urgente, un asunto de vida o muerte, saber en dónde lo tienen, cómo se encuentra y qué heridas tiene, hacerle llegar algo de comer y, de ser posible, un libro para que lo acompañe a enfrentar la brutal guerra contra la zozobra y la violencia del concreto y el metal. Rejas adentro debemos cuidarnos todos, sin miramientos”.
“La verdad es que, Juan y yo, nunca fuimos muy cercanos, pero compartimos un país y un tiempo, una dictadura que nos robaba el futuro y que amenazaba nuestra existencia; compartimos la fiel creencia en la universidad como fuente de libertad frente al militarismo que todo lo aplasta. Sin decidirlo, la circunstancia nos hermanaba más allá de algunas diferencias propias de la individualidad. Y los hermanos duelen y duelen mucho, duele saberlos en peligro y sufrimiento”.
Vi a un león aturdido
El joven defensor de derechos humanos identifica a El Helicoide como “el infierno”. Explica que “algo que pudiera parecer tan simple como caminar algunos metros, es algo prácticamente imposible para muchos, especialmente si eres un preso político. Requiere, o mucho dinero o mucho ingenio y astucia; mi opción claramente no era la primera. En una celda, dedicas la mayoría del tiempo a meditar y entender el funcionamiento del sistema, para lo cual, los 4 años en prisión y dos motines que llevaba en ese momento, me habían servido para acumular algo de conocimiento”.
Se le ocurrió una excusa -narra en la carta a Requsens- para acercarse al diputado preso y fue la de cortarse el cabello con lo que “logré que me acercaran a la mitad. Era el momento, no otro. Tenía que lograr la otra mitad para poder llegar a Juan. Le rogué sin pena y me metí en la mente policial del custodio que me llevaba sujetado, tenía que convencerlo de forma tal que se arriesgara a ser castigado por dejarme ver a Juan”.
Una de las cosas más difíciles para un preso, aunque muchos no lo crean, es el momento de salir
Ya casi daba por perdida la misión, cuando “el custodio cedió y tembloroso me llevó rápido. Subimos el pasillo oscuro y estrecho, testigo de tantas historias, y con cada paso sentía algo fuerte en el pecho, no sabía con qué me encontraría. Quería llorar, sentí y reviví muchas cosas, pero debía ser fuerte y transmitir serenidad y tranquilidad a Juan - nunca supe si lo logré. Finalmente, lo vi, vi a un hombre maltratado pero fuerte, un león aturdido en una jaula, pero, sobre todo, vi a un hermano de la vida injustamente tras los barrotes”.
“Fueron tan solo unos segundos. Logré llevarle un par de libros, quería romper esa reja y sacarlo de ahí, pero yo también estaba secuestrado. Sentí una indignación desmedida, un dolor profundo, describirlo es y será imposible. Y la pregunta ¿hasta cuándo? ¿Cuántos más, Dios?”
“Una de las cosas más difíciles para un preso, aunque muchos no lo crean, es el momento de salir, tener que irse y dejar a compañeros ahí, es un sin sabor que no te permite disfrutar a plenitud regresar a tu hogar. Es algo que difícilmente alguien que no ha vivido esto lo podrá entender. Se que Juan es un hombre noble que ama Venezuela, por algo terminó ahí. Sé que para él fue difícil salir y dejar a compañeros en ese infierno”.
“Duele esto, pero hay quienes no perdonan a los presos políticos salir con vida de la celda, hay quienes solo quieren mártires, que si no salen en silla de ruedas o moribundos no es suficiente. Yo me alegro y celebro ver a Juan de pie, con una sonrisa, abrazando a su familia que tanto luchó por él. Hoy celebro saber que su hermana dormirá mejor esta noche. Hoy, que soy papá, le doy gracias infinitas a Dios por permitir que Juan regrese vivo a su hogar y abrace a sus bellos hijos”.
“Hermano Juan, si me lees, sé que ese encierro te hizo más grande, sé que pondrás en práctica muchas cosas aprendidas en esta dura prueba. Solo tú, nadie más sabe lo que tienes que hacer y vivir de ahora en adelante, eres dueño de tu destino. Te abrazo en la distancia y le pido a Dios me dé la oportunidad de darte el abrazo, pero en total libertad, sin una reja por delante. Dios te bendiga y bendiga tu hogar”, finaliza la misiva del expreso Lorent Saleh a Juan Requesens, que aún no termina de tener libertad total.
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