Quizá 25 años puedan sean muchos para algunas cosas en la vida, pero no lo son para borrar de la memoria de la Fuerza Armada venezolana uno de los ataques más viles que sufrió la institución castrense, por parte de la guerrilla colombiana, específicamente del Ejército de Liberación Nacional (ELN), que la noche del 25 de febrero de 1995 ejecutó la masacre de Cararabo asesinando a ocho infantes de marina, cuatro heridos y tres desaparecidos. Es el ELN que hoy jura lealtad a Nicolás Maduro y se atreve a insinuar que tiene con qué delatar a oficiales venezolanos, según evidencia en video Álvaro Díaz Tarazona, alias Edward.
Al dolor de los familiares de los caídos, se le suma el de la Fuerza Armada, el de los compañeros de esas jóvenes promesas militares, también se sumó la indignación de país. No solo fue el ataque, sino la saña con la que violentaron y expusieron los cuerpos de los marinos.
No hay desde entonces un hecho tan sangriento por parte de la guerrilla u otro grupo armado regular o irregular contra soldados venezolanos.
Casi un año después, en los primeros días de febrero de 1996, un grupo de guerrilleros atacó nuevamente el puesto de Cararabo, sin mayores consecuencias. Lo relevante es que eso fue un día después que los cancilleres Rodrigo Pardo y Miguel Ángel Burelli Rivas, de Colombia y Venezuela respectivamente, habían declarado concluido el roce diplomático por incidentes fronterizos.
La tenebrosa noche
Era casi la medianoche, 11:40 de la noche, las sombras ya lo habían cubierto todo en esa parte del territorio venezolano de la frontera con Colombia, sobre el río Meta, cuando la pequeña guarnición de la Armada venezolana hacía rato había terminado la jornada de aquel domingo. Ese puesto fluvial de la Infantería de Marina venezolana, en las inmediaciones del caño Cararabo, estado Apure, hace frontera con el departamento colombiano del Vichada. Estaba custodiado por 31 infantes de la marina venezolana.
De repente se desató el infierno cuando un centenar de hombres del frente Domingo Laín del Ejército de Liberación Nacional, al mando del Comandante Alexis, atacó el puesto militar, con participación del teniente Francisco León Paolini, quien era desertor de la Guardia Nacional venezolana.
Dos horas aproximadamente duró la operación que dejó una escena dantesca: los cadáveres tenían hasta 17 impactos de bala. A algunos le cortaron la garganta para extraerles la lengua y dejarlas colgadas como corbatas. Hubo cuerpos a los cuales les cortaron los genitales y se los colocaron tapando la boca. Dos de los cuerpos presentaron cortes en canal como las reses en los mataderos. A uno de los marinos, aun estando con vida, le metieron una granada fragmentaria dentro del pantalón.
Aun hoy en día no hay explicación precisa para tanta crueldad con infantes de la marina inocentes, quienes jamás quizá imaginaron sufrir un ataque tan violento. Se manejó la versión de que los guerrilleros estaban en un período de graduación interna por lo que debían ejecutar la operación que se exigía para el “bautizo de fuego”.
Alias Alexis narró años después, en una entrevista al periodista Roberto Giusti, desde una cárcel en Colombia, que a varios de los infantes los encontraron llorando en el baño, uno estaba oculto bajo la cama, donde le disparan varias veces.
Entre las excusas de la época es que la guerrilla quiso destruir el puesto de la Armada para abrir el paso al combustible y a la cocaína. Finalmente, los elenos, como se les conoce a los integrantes del ELN en la frontera, se llevaron dos lanchas cargadas de alimentos y medicinas, además de poderoso material bélico, que incluyó fusiles, visores nocturnos, granadas, lanzacohetes y abundante munición.
Por supuesto el ELN jamás se disculpó con Venezuela, mucho menos con la Armada ni con la Fuerza Armada. Jamás pidió perdón a los familiares de los ocho infantes asesinados de manera tan brutal: Sargento Técnico de Primera José Orlando Colmenares Zambrano; Sargento Segundo José Gregorio Armada Aponte; los Cabos Segundos José Ascanio Aponte, Hernán Eloy Graterol Tovar, Jacinto Viloria Pereira y Nelson Gregorio Contreras; y los Distinguidos Félix Ramón Guarenas Silva y Cándido Arenas Méndez.
Tensión diplomática
Los presidentes entonces eran Rafael Caldera, por Venezuela, y Ernesto Samper Pizano, por Colombia, éste último publica un comunicado oficial manifestando la indignación ante lo sucedido.
Funcionarios colombianos, que midieron la gravedad del hecho, trataron de minimizar la reacción venezolana, por lo que el entonces Ministro de Defensa y comandante de las fuerzas militares de Colombia, general Harold Bedoya Pizarro, informó que fueron dados de baja cuatro guerrilleros del ELN, que participaron en el ataque al puesto de Cararabo.
El caso Cararabo causó la inmediata reacción del entonces presidente de la República de Venezuela, Rafael Caldera, quien a través de los ministerios de Relaciones Exteriores y del Interior, ordenó deportar a más de 300 colombianos ilegales de la Sierra de Perijá, lo que tensó la relación entre ambos países.
En la Fuerza Armada se tomaron algunas decisiones que llevaron a sustituir el Grupo de Tarea instalado en Guasdualito del estado Apure en el Teatro de Operaciones Nro. 1: dos años después, en La Fría, del estado Táchira, se creó el TO-2.
La Fuerza Armada reaccionó al asesinato de sus infantes de marina y después de Cararabo ocurrieron varios incidentes en la frontera, entre ellos el de octubre de ese año, en la Serranía de Perijá, entre el departamento del Cesar y el estado Zulia, cuando militares venezolanos entraron al territorio colombiano. El 28 de diciembre de 1995 ocurre otra incursión militar venezolana en el Caserío Veta de Oriente, cerca de Tibú, Norte de Santander.
Hubo cruce de notas diplomáticas entre las cancillerías y el presidente colombiano amenazó, en un mensaje dirigido a Venezuela, con tomar acciones ante las incursiones de tropas extranjeras en territorio colombiano. El canciller venezolano suspendió entonces una reunión con su homólogo en febrero.
Chávez y Samper
Entre las hipótesis de entonces había certeza de la filtración de información muy precisa sobre el puesto de la Armada, que hicieron posible el ataque guerrillero.
Semanas después de ocurrido el asalto a Cararabo, una noche de marzo el ministro de Defensa colombiano, Fernando Botero Zea, dio a conocer a la Comisión II de la Cámara de Representantes informes de Inteligencia Militar y del DAS, los cuales reflejaban que el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías había ingresado en febrero pasado a territorio colombiano, para entrevistarse, de forma clandestina, con jefes del frente Domingo Laín, del ELN.
Días después, un periodista le pregunta en vivo a Samper, a través de la televisión, sobre la participación de Chávez en la masacre de Cararabo. Samper Pizano le dice que en efecto es así y que tiene pruebas de que Chávez anda con el ELN y las FARC y que atacaron ese puesto (Cararabo) y mataron a los infantes de marina.
Chávez se defendió de esas acusaciones diciendo que lo intentaron involucrar pero negando que haya sido partícipe de la masacre. Años después Samper no solo se manifestó amigo de Chávez, llegó a ser presidente de Unasur e incluso ha defendido a la revolución bolivariana.
En cuanto a la investigación en Venezuela no tuvo mayor trascendencia. El caso pasó a la justicia militar, donde actuó como fiscal el coronel Eladio Aponte Aponte, el mismo que en el Gobierno de Hugo Chávez fue presidente de la Sala Penal del Tribunal Supremo de Justicia y hombre de referencia para la Revolución Bolivariana, hasta que huyó a Estados Unidos para convertirse en testigo protegido. Con Aponte también estuvo Damián Nieto Carrillo, quien gracias a la revolución bolivariana llegó a ser presidente de la Corte Marcial.
Cararabo no es la única masacre de la guerrilla contra puestos venezolanos. La historia de Cutufí, el Nula, los Bancos en Apure, o la Sierra de Perijá en el Zulia y muchos otros, tienen muchas historias de esos pasajes oscuros con la guerrilla colombiana.
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