Ser periodista en Venezuela es, sin duda, un acto de rebeldía. De valentía. Quizás hasta un acto de masoquismo puro. Salir a cubrir las noticias del día es un ejercicio de alto riesgo. Es ir corriendo al matadero. Feliz, con los dientes pelaos, sabiendo que en cualquier momento una bala, un puño, una patada o un grillete te pueden parar en seco. Por un rato, por semanas, por meses, por años. En una prisión. Por terrorista, sedicioso, embustero, calumniador, vende patria o por ser un cachorro del imperio. Así solo hayas ido a cubrir una protesta de vecinos que no tienen agua potable, o el reclamo de una mamá que no consigue medicinas. Ser periodista –independiente- aunque redunde la frase, está prohibido. Es un delito contar, narrar, describir, interpretar... que les digo opinar.
“Te voy a escuchar lo que estás diciendo y si no me gusta no te dejo seguir”, le dijo un hombre a una periodista que cubría la llegada de Juan Guaidó el martes once de febrero, en el aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía. La frase es lo que es. Un intento –una sentencia- de censura. El hombre hacía parte de una protesta de los “trabajadores de Conviasa” por las sanciones del Departamento del Tesoro hacia la empresa estatal de aviación. Al final se sabría que su presencia en el lugar tenía otro objetivo: insultar, golpear, gritar, censurar, atemorizar, aterrorizar, a la prensa, a los trabajadores que habían ido a cubrir un hecho noticioso. También embistieron contra los diputados y los seguidores de Guaidó que fueron a recibirlo. Él y otros más, forman parte de la política de gobierno enfocada en promover la desinformación. Como fin último.
Solo el martes once, entre periodistas, fotógrafos y camarógrafos, 15 trabajadores de la prensa fueron brutalmente agredidos. A una la mordieron, a otro le halaron el cabello, a otro más le cortaron la mano y le robaron un zapato. A otros los insultaron y les robaron los equipos. El presidente del Colegio Nacional de Periodistas, Tinedo Guia exigió que las agresiones terminen ya. Reconoció que todavía confían en la justicia venezolana y aseguró que, de ser necesario, denunciarán la violencia contra el gremio en instancias internacionales.
No es fortuito, no es casual, golpear periodistas es una política estatal
“Entre enero y diciembre de 2018 se registraron 387casos/situaciones en los que se vulneró el derecho a la libertad de expresión, lo que representa un total de 608 denuncias de violaciones al derecho”. Las últimas tres líneas son un extracto del informe titulado: “Situación del derecho a la Libertad de Expresión e información en Venezuela”, de la organización no gubernamental, Espacio Público. Desde el año 2002, ellos documentan y acompañan a periodistas, trabajadores de la prensa y a ciudadanos que son víctimas de la censura y la violencia que han promovido el Estado y los gobiernos de Hugo Chávez y Maduro contra la libertad de expresión. No es fortuito, no es casual, golpear periodistas es una política estatal. ¿Cuánto más?, ¿hasta dónde se permite la violencia? El informe de 2019 no ha salido todavía, pero la tendencia indica que va en aumento. En 2019 hubo protestas ciudadanas contra el gobierno, y en contexto de manifestaciones la intolerancia a la libertad recrudece.
Lo de Maiquetía no es un hecho aislado, no es producto del furor momentáneo que sienten los adversarios excitados por la adrenalina del instante. La demostración de que no se trata de un caso fortuito tiene nombre y apellido: Luis Carlos Díaz, periodista secuestrado, encerrado y acusado de provocar el apagón nacional de marzo de 2019. Hoy, ni siquiera él puede hablar de lo que sucedió. Se lo prohíbe un tribunal. También podemos citar el caso de Jesús Medina Ezaine, un reportero gráfico que fue encarcelado dos veces: en 2017, mientras cubría la crisis carcelaria y, en 2018, después de ser parte de un reportaje que evidenciaba la crisis hospitalaria. La segunda vez estuvo más de un año preso. Luego, excarcelado. La violencia contra los periodistas también se expresa en persecución judicial y en cierre de medios. Menos puestos de trabajo para ejercer la profesión.
La desinformación como arma política
La televisión y la radio pública venezolana están absolutamente censuradas. Es improbable encontrar programas donde se cuestione la versión gubernamental. No es imposible, pero quienes lo hacen son otra absoluta minoría. Sin embargo, la mayoría de la gente solo mira la televisión porque no tiene más opciones. ¿Qué se transmite en televisión pública?, declaraciones de funcionarios del gobierno de Maduro, que si el bloqueo, que si el imperio, que si el golpe y el contragolpe. Excusas.
El internet es un acto de fe. Venezuela tiene la conectividad más lenta de América Latina y una de las más lentas del mundo. Sumado a la limitación técnica, sitios como Infobae –por ejemplo- están bloqueados. Es otra forma de ejercer violencia contra un sector que se dedica a producir contenidos para los medios de comunicación.
Gabriel García Márquez, escribió un artículo en 1954 titulado: Los precursores. Allí, el premio nobel de literatura dice que “el periodismo es una necesidad biológica”. Sí, quizás si lo entendemos como la angustiante necesidad de querer saber lo que está pasando. De querer contar, describir, narrar, hurgar entre datos y agendas ocultas para encontrar la verdad. Y si lo es, el gobierno está en problemas, porque por más que amedrenten y golpeen a los periodistas, siempre habrá a quien se le ocurra la subversiva idea de informar. Así no sea periodista.
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