Vladimir Putin y Xi Jinging descansan tranquilos cuando de petróleo se trata. Más allá de sus problemas internos -que aún no despejan- saben que cuentan con una lejana aunque corpulenta reserva de crudo para continuar explotando. Es la que les obsequia Nicolás Maduro en una empobrecida Venezuela. La ironía es trágica: se calcula que bajo aquel rico terreno existen reservas por un total de al menos 25 trillones de dólares, a valor actual.
A los distantes líderes no les preocupa demasiado si el dictador comete más o menos crímenes contra la Humanidad. O si la población padece hambre. No piensan condenarlo por ello o retirarle sus apoyos. No por ahora. No hasta asegurarse que quien lo reemplace en el poder preserve los acuerdos. Y si este heredero descendiera de la genealogía chavista, mucho mejor. Por el momento el hombre que habla con pájaros rechaza las ofertas de un exilio dominicano: prefiere trabar alianzas con "narcoterroristas" de las disidentes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y del Ejército de Liberación Nacional (ELN), como denunció el presidente colombiano Iván Duque.
Mientras tanto, día a día miles de barriles navegan con rumbo a las costas rusas y chinas. El precio no es el del mercado, desde luego. Es mucho menor. Los favores son incontables e incalculables en términos monetarios. Rosneft -la gigante mimada por Vladimir Putin– acudió en ayuda de su golpeado socio para intentar rescatarlo de las sanciones y el embargo impuesto por los Estados Unidos contra jerarcas venezolanos y empresas que allí operan. Se convirtió en su principal comercializadora. Se cree impune a las amonestaciones norteamericanas por operar a través de sus filiales.
La corporación tiene sus razones. Diariamente Caracas le paga una fortuna con sus recursos naturales. PDVSA redujo su deuda a 1.100 millones de dólares al cierre del segundo trimestre, desde los 1.800 millones al fin del período que comprende enero a marzo de este año. De continuar a este ritmo, Rosneft se aseguraría el saldo completo hacia fin de año.
China pareciera más medida. En la tormenta que intenta capear producto de su guerra comercial busca no ganar conflictos. Por caso, decidió posponer hasta octubre convenios esperados para agosto. PetroChina, la estatal oriental, decidió reagendar la partida de siete buques petroleros por dos meses. Quizás una vez llegada esa fecha, vuelva a suspender el cargamento transoceánico.
Sin embargo, de esta medida no se infiere que el negocio chino en Venezuela esté acabado. Lejos de eso. El régimen dice haber convenido un inédito pacto para un rendimiento de 120 mil barriles diarios. La "inversión" sería de 3 mil millones de dólares. Las regalías serán infinitamente mayores en el mediano plazo. Los números no son cristalinos en la economía bilateral. Más: Maduro promueve una joint venture con la casa matriz de PetroChina, la partidaria Corporación Nacional de Petróleo de China más conocida por sus siglas CNPC. En conjunto crearían una nueva unidad de negocio que podría equivaler a 65 mil toneles cada 24 horas.
Los beneficios no terminan allí. Tanto Rusia como China cierran, además, tratos que les permiten ingresar su tecnología y personal en las abandonadas refinerías que tiene PDVSA. Serán los encargados de recuperarlas. Nada será gratis. Cuba e Irán igualmente reciben frutos de la dictadura, aunque a otra escala.
El mapa de las bases petrolíferas en la Cuenca del Orinoco mutó de manera significativa en los últimos 15 años. Hasta 2004 -con el chavismo en el poder desde hacía ya un largo tiempo- la mayoría de los inversores que se habían afincado allí casi un siglo antes eran en su mayoría europeos, norteamericanos y locales. Asimismo en el perímetro del Lago de Maracaibo. Los futuros socios no habían depositado ni un céntimo aún.
Pero todo cambió. Casi de una mañana a la otra. Las alianzas tejidas por Hugo Chávez transformaron de forma abrupta esa geografía y las banderas que allí flameaban. Fidel Castro, Mahmoud Ahmadinejad, Vladimir Putin y Hu Jintao -con Xi Jinping detrás- se convirtieron en los más estrechos consejeros políticos del caudillo antes de que terminara la primera década del siglo XXI. Ninguno de ellos daría la vida por ideas relativas a la libertad individual y la democracia.
También sus históricos inversores experimentaron una transfiguración. En apenas cinco años, en 2009, el plano del Río Orinoco pasó a ser muy distinto. Socios chinos y rusos fueron recibidos con un tendido de alfombras único en detrimento de otras que padecieron un insoportable bullying estatal. Diez años después, la presencia de estas naciones tan lejanas es casi absoluta allí.
Rusia mantiene bajo su poder en la actualidad unos 2.000.000 acres netos con unos 6 billones de barriles de reservas. China, en tanto, unos 900 mil con 11 billones. Irán, 600 mil con 2 billones y Cuba, por su parte 1.300.000 acres netas con 3 billones de reservas. Las sanciones impuestas el 5 de agosto por Donald Trump afectan a todas las empresas, cualquiera sea su bandera. Incluso a las cinco norteamericanas que todavía operan allí. El movimiento de ellas quedó muy comprometido. ¿El argumento de que la Casa Blanca se involucra en la crisis venezolana en busca de una ventaja exclusiva para las compañías de los Estados Unidos es tan solo un mito? El uso universal de las amonestaciones así lo demostraría.
"Los Estados Unidos están cerca de ser exportadores neto de petróleo, por lo que ya no tiene tanto interés estratégico por acceder a reservas petroleras como antes o como China", señaló a Infobae Francisco Monaldi, académico en Baker Institute, uno de los centros de estudios petrolíferos más importantes del planeta con sede en Houston.
Para el especialista es menor centrar el debate en torno al conflicto venezolano en términos económicos para la Casa Blanca. "Creo que es extremadamente simplista pensar que la motivación de la política exterior (de Washington) con respecto a Venezuela está centrada en que sus empresas controlen las reservas. Al final, las empresas occidentales toman sus decisiones en función de la rentabilidad económica y no de consideraciones geopolíticas. Por ejemplo, hoy en Iraq las compañías norteamericanas no son las principales productoras".
El próximo 25 de octubre vence la exención que les permite a esas sociedades continuar su trabajo allí. ¿Se renovará? De abandonar el país es probable que Rusia o China asuman ese vacío. Rosneft es gran candidato a cumplir ese rol: pretende hacerse del 30 por ciento de Petropiar, hoy en manos de Chevron. El resto lo posee PDVSA.
La estatal venezolana que alguna vez supo ser pionera en materia energética y motivo de orgullo hoy se desploma. Sus plantas están descuidadas y su producción gotea. Apagones de electricidad, corrupción estructural, robos y falta de insumos han provocado una debacle en su productividad. "Es una sombra de lo que fue", sintetiza un ejecutivo de empresa que a diario debe contener a sus empleados de la desazón y que conoce como pocos la maltrecha industria de aquel país.
"Para recuperar niveles de producción de 3 millones de barriles diarios, se requeriría casi una década y una inversión de unos 150 mil millones de dólares", explicó Monaldi. "La mayor parte de esa inversión tendría que ser privada porque PDVSA esta quebrada. Se requeriría un marco institucional más atractivo", remarcó.
En tanto, una luz de alarma comienza a encenderse. Es ambiental. A la catástrofe en el Amazonas que ensombrece al Gobierno de Jair Bolsonaro y somete fundamentalmente a América Latina, hay que sumarle el deterioro en infraestructura que se manifiesta en refinerías rusas y chinas. Las primeras, sobre todo. ¿Cuál es el nivel de seguridad que poseen las firmas de aquellos países que se instalan en la cuenca? ¿A qué estándares internacionales responden? Es un misterio. "Esperemos que no sean los mismos de Chernobyl", ironiza preocupado otro empresario del sector. Lo cierto es que en los últimos meses se han registrado derrames periódicos en Maracaibo, emisiones tóxicas y hasta explosiones. La mayoría de ellas fueron encubiertas.
Twitter: @TotiPI
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